Lorenza O’Farrill, una mujer de porte erguido y gran cabellera rubia, se ajusta los guantes de gamuza antes de tomar las riendas de Newton, un imponente caballo colorado de musculatura perfecta. A un costado del binomio, J’attendrai y Ratatouille —dos de sus fieles compañeros equinos— observan atentos la gran pista hípica del Rancho Salazar, en el Estado de México, donde de martes a domingo la jinete mexicana entrena de cuatro a cinco horas la disciplina de salto ecuestre. Pese a una fractura de cráneo y cadera, sigue siendo una de las figuras más reconocidas de la equitación profesional en México.
En cuanto la campana resuena, Newton se pone en marcha y obedece con precisión cada leve movimiento de su jinete. La atleta, con una sonrisa contenida, acaricia el cuello del caballo en un gesto de gratitud. La sincronía entre ambos es evidente.
El galope de un caballo es un ritmo que marca vidas, y en el caso de Lorenza O’Farrill, cada tranco ha sido testigo de su entrega, sacrificio y triunfo. Desde la infancia su destino estuvo trazado entre vallas y pistas ecuestres. Influenciada por su padre pentatleta (competencia compuesta por cinco disciplinas: natación, esgrima, equitación, tiro con pistola y atletismo), inició su entrenamiento a los cinco años, aunque debutó a los ocho.
“Desde que era muy pequeña jugaba a ser caballo. Cuando monté por primera vez ya no quise bajarme nunca más”, repite no solo en entrevista con Newsweek en Español, sino en cada diálogo acerca de su trayectoria.
Sus padres, aunque apoyaban su pasión, le impusieron una condición innegociable: si no sacaba buenas calificaciones, no montaba. Así, entre libros y entrenamientos, fue forjando la mentalidad disciplinada que la llevaría a convertirse en una atleta panamericana y apuesta olímpica.
“Mis caballos siempre han sido mi estabilidad, como cuando mis padres se divorciaron. Hoy sabemos gracias a la equinoterapia, por ejemplo, que el campo electromagnético del caballo puede alcanzar hasta los dos metros; entonces tú recibes estos impulsos que te brindan paz y energía”, dice O’Farrill o LO’F, como firma sus artículos, antes de retirarse toda su indumentaria de entrenamiento, que se compone de una chaqueta entallada azul marino con botones plateados, unos pantalones oscuros ajustados, un par de botas altas, lustradas hasta el más mínimo detalle, y un casco negro con acabado mate sujeto con una correa de seguridad.
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HORIZON, EL CABALLO CON EL QUE LORENZA O’FARRILL SOÑABA LLEGAR A LOS PANAMERICANOS
La amazona de 54 años —cumplirá 55 en marzo— recuerda con nostalgia el nombre de sus primeros caballos: Pingüino, la Cierva, Flic Flac y Horizon du Halage. Hablar de este último compañero le hacer brotar numerosas lágrimas a Lorenza. Durante siete años compartieron desafíos y el anhelo de conquistar una medalla panamericana. Sin embargo, el destino les tenía otro final. En 2003 Horizon estuvo involucrado en el accidente que a ella le provocó una fractura de cráneo, y tiempo después, su fiel amigo falleció a causa de un infarto.
“Cuando tuve el accidente el médico me comentó: ‘No volverás a montar’, porque el impacto fue en el hueso mastoideo; entonces no existía la posibilidad de ponerme una placa. Actualmente cada cuatro años me hacen un estudio, pero todavía se observa la rajadita de la fractura”, pormenoriza.
—Después de la caída que sufriste con Horizon du Halage, ¿qué te motiva a seguir considerándolo parte de tu trayectoria deportiva? —preguntamos.
—Es el caballo que más he querido. Su historia es una mezcla de belleza y tragedia por la forma en que murió.
Durante la gira preparatoria para el Mundial de Roma —en donde participó con Tigger—, mientras acompañaba al equipo ecuestre mexicano y a Gerardo Tazzer Valencia —una de las mayores figuras del salto ecuestre—, este último visitó una subasta de caballos. Entre todos los ejemplares, Horizon resultó ser el más económico. Cuando llegó a México, Tazzer le pidió a Lorenza que lo entrenara, confiando en su habilidad para enseñar a los caballos a trabajar desde el suelo, con la cuerda, y a saltar sin necesidad de un jinete.
“Comencé a entrenarlo y me enamoré de él”, admite con una sonrisa nostálgica. Al final, el caballo terminó siendo suyo. Juntos lograron grandes premios. “Gané dos veces Xalapa (Veracruz), Monterrey (Nuevo León) y Guadalajara (Jalisco). Sin embargo, cambiaron el alimento en el hípico en el que estaba. Tenía un mayor contenido de grano y Horizon se empezó a infosurar (inflamación del casco del equino)”.
Lorenza, con las manos entrelazadas sobre sus piernas, recuerda haberle pedido al veterinario que lo sangrara, como se hace en las carreras de caballos, pero este se negó argumentando que era un “método arcaico”. En su lugar, le administró un medicamento que terminó provocando un choque anafiláctico en Horizon.
“Era como un hijo. Tuve que cargar con ello durante mucho tiempo; sentí que debí pelear más”, dice con voz entrecortada.
“FUE FRUSTRANTE NO LLEGAR A TOKIO 2020”
En 2010 tuvo otro accidente: una yegua ajena le pateó la cadera durante la Copa Scappino en Rancho Avándaro, Valle de Bravo. “Me desvió una vértebra casi 25 grados y me pusieron seis tornillos”, cuenta, como si estuviera narrando una anécdota más. Pero no lo era. Cada lesión trajo consigo largos periodos de recuperación, incertidumbre y el miedo latente de no volver a competir. Contra todo pronóstico, regresó al escenario ecuestre en 2017 no solo a participar, sino a encaminarse para los Juegos Panamericanos 2019 en Lima, Perú.
La campeona nacional 2018, ganadora del Gran Premio Longines CSIO 5* Coapexpan 2019 y de la Copa de Naciones del mismo certamen veracruzano, obtuvo en Lima una medalla de plata por equipos junto a su compañero equino Queens Darling y a los atletas Eugenio Garza (binomio Armani), Patricio Pasquel (Babel), Enrique González (Chacna) y el jinete de reserva Salvador Oñate (Big Red).
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Ese resultado la llevó a soñar con Tokio 2020, pero la pandemia trastocó sus planes. La frustración fue inevitable, pero fiel a su mentalidad estoica, se enfocó en lo que sí podía controlar.
“Fue frustrante, además del miedo constante al covid-19, me separé de mi segundo matrimonio. Ya estaba calificada, me tenían en la lista corta para los Juegos Olímpicos de Tokio”, apunta O’Farrill, quien no lleva el amor por los animales solo en cada competencia, sino también fuera de ella. Hoy en día es consejera de la Fundación Saving Our Sharks, dedicada a proteger las poblaciones de tiburones.
—¿Sería tu primer acercamiento a unos Olímpicos?
—Cuando fueron los Juegos de Barcelona 1992, tanto mi entrenador como mi padre consideraron que era demasiado joven para competir y no me dejaron participar, a pesar de haber clasificado en el selectivo. Ahora ya te eligen dependiendo las competencias y los resultados que tengas.
“En el selectivo de entonces me acuerdo de que gané sacándole cinco barras al segundo lugar. Fue muchísimo. Asimismo, luego de la medalla panamericana salté una final de Copa del Mundo en Gotemburgo, Suecia. Quedé décimo a nivel mundial, pero lo más importante fue que gané la última prueba. Había logrado un buen nivel con ese entrenador —cuyo nombre no revela—, pero dejó de creer en mí. Eso me llevó a alejarme de la equitación por un tiempo, aunque después lo retomé”, narra la atleta, que entrena desde las 5:30 horas e incluye en su lista el método animal crawling, una forma de entrenamiento físico que imita los patrones de movimiento de los animales. Se basa en desplazamientos a ras del suelo utilizando las manos y los pies.
“Hice el método Wim Hof (consiste en respirar de manera controlada a muy baja temperatura) como parte de la preparación rumbo a Tokio 2020”, señala.
—¿Todavía buscas una justa olímpica?
—Sí, si logro que unos de mis tres caballos actuales: J’attendrai, Ratatouille y Newton den el ancho. La edad es solo una cifra de dos dígitos. Para ejemplificar, Nick Skelton, quien entonces tenía 58 años, ganó la medalla de oro en la prueba de salto individual de Río 2016. Años atrás [en el año 2000] tuvo una fractura de cuello y le decían los médicos que no volvería a montar; es una inspiración. Voy a seguir peleando por esa meta.
PRÓXIMOS DESAFÍOS DE LORENZA O’FARRILL
En su perfil de LinkedIn, Lorenza O’Farrill suma más de 20 reconocimientos y premios a nivel internacional y dentro de territorio nacional. Empero, reconoce que sus logros se deben a un trabajo en conjunto entre veterinarios, entrenadores, terapeutas, herreros y fisioterapeutas. Por nombrar algunos: Tatiana Tomassi (psicóloga deportiva), Gene Lewis, a quien describe como la influencia más importante en su carrera desde los 11 años y hasta que falleció en 2005; Konrad Kugler, Fidel Segovia, Nelson Pessoa y Alan Abruch, entre otros.
Consciente del alto costo de las clases de equitación, afirma, desde las instalaciones de Rancho Salazar, sentirse afortunada de desarrollar esta disciplina. De acuerdo con información de diferentes centros ecuestres, una clase por semana puede oscilar entre los 500 a 1,600 pesos, lo que lo convierte en un deporte poco accesible.
“Es un deporte de alto riesgo porque estás con un animal que, como todo, se rige por instintos, pero debe haber una conexión. Es como una pareja de baile. Si tu caballo no está bien, tú lo sientes, lo entiendes y juntos buscan el equilibrio perfecto”, dilucida la también hija de Víctor Hugo O’Farrill, fundador del CEA Televisa.
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Además de montar, LO’F también disfruta de correr a campo traviesa (modalidad del atletismo al aire libre donde el terreno es mayormente de tierra), practicar calistenia, pilates, yoga, cocinar y escribir en un diario que tiene desde los 12 años. De complexión delgada, lleva una dieta ovovegetariana, la cual excluye todos los alimentos de origen animal, excepto los huevos.
A sus casi 55 años, Lorenza O’Farrill no ve el retiro en el horizonte. Su mirada sigue puesta en la élite del salto ecuestre. Este año tendrá competencias en Xalapa y Guadalajara; en 2026 espera poder ir a Canadá para el Spruce Meadows, una instalación ecuestre de categoría mundial situada cerca de Calgary, y en donde vive su hijo, Enrique.
“En septiembre viene uno de los concursos más importantes del mundo. Una vez ya salté en el torneo Masters en Spruce Meadows, que ofrece una experiencia inigualable para jinetes y espectadores”, concluye la amazona entusiasta, quien mientras tenga un caballo bajo la silla y un obstáculo al frente, seguirá avanzando, con la misma pasión de aquella niña que soñaba con cabalgar por el mundo. N