Más de 2000 millones de personas tendrán elecciones, en aproximadamente 60 países, durante el presente 2024. Entre ellos, México y Estados Unidos, coinciden en su año electoral y las expectativas democráticas a estas alturas del año están totalmente exacerbadas, por decir lo menos.
Con los procesos previos, pareciera que las candidaturas en México se activaron desde hace varios años, lo cual puede parecer sano para una sociedad que pretende vivir plenamente su democracia, pero en realidad una contienda política tan prolongada distrae la atención para atender de manera eficaz los asuntos públicos más apremiantes. La recta final de este extenuante proceso confronta dos visiones distintas de nación, una que apuesta por el cambio y la otra por la continuidad del proyecto presente. Sin embargo, a pesar de tanto tiempo en campaña y de los debates que están en auge, hay temas sustanciales en los que las candidatas y el candidato no han abundado tanto, como son la política industrial y la política exterior.
Las expectativas de las campañas están llenas de promesas sobre lo que se le puede brindar a la población, principalmente en programas sociales, pero poco se dice sobre las condiciones que se deben generar para alcanzar el desarrollo. El tema de seguridad se ha abordado de manera amplia, pero diferenciar la política industrial es indispensable para comprender mejor las dos principales candidaturas. Los países que han catapultado su crecimiento en las últimas décadas, como Irlanda, Taiwán o Corea del Sur, ha sido por tener una política industrial clara y robusta. En el caso de los países del sudeste asiático, tomaron la delantera de la economía global porque se concentraron en tener gobiernos activos que propiciaron una política industrial para la exportación, una fuerte interconexión con el comercio regional y global, basado en energías limpias y en innovación tecnológica. Si bien se tienen características distintas ¿México qué puede hacer en este escenario?
Por otro lado, no pueden dejar de presentar su plataforma de política exterior con mayor profundidad, frente a un escenario geopolítico tan caótico. Se necesita saber cuál será la postura de México ante el mundo, saber cómo alcanzar el liderazgo perdido en América Latina, cuáles serán las posiciones de México en foros internacionales y cómo fortalecerlas, dónde estaremos parados en los conflictos que aquejan al mundo actualmente, como la invasión de Rusia a Ucrania y la compleja situación en Gaza, y sobre todo, cómo será la relación con Estados Unidos.
A pesar de los nacionalismos, la relación que se establezca con la principal potencia del mundo está intrínsecamente relacionada con el crecimiento o estancamiento de México, y se puede percibir en muchos frentes como el de la seguridad pública. Una relación tan asimétrica debe ser delicadamente administrada, sin reducirla a decir que “México es independiente y no es colonia de nadie”; la relación entre México y Estados Unidos y el mundo no debe jugarse como canicas, si no como ajedrez. Y más aún, ante un escenario donde el actual candidato republicano esta tan cerca de la Casa Blanca, reapareciendo con políticas xenófobas y entusiasmo por enemistarse con México debido a una multiplicidad de temas, como la seguridad fronteriza, el trafico de fentanilo y la migración, entre muchos otros.
No obstante, es necesario moderar la expectativa y saber que una persona no hace país, y repetirlo múltiples veces. El hiper-presidencialismo que actualmente se vive en México transita a su dispersión, ya que ninguna candidata o candidato tiene la potencia que tuvo el candidato ganador en 2018. Adicionalmente, es tarea de la ciudadanía hacer una toma de decisiones más horizontal, basándose en la distribución en los tres poderes y demás actores relevantes como la sociedad civil, el sector privado, la academia, entre otros.
Entre esos otros actores, es necesario fortalecer a la propia Administración Pública Federal, la cual se ha visto disminuida por el hiper-presidencialismo. Antes los Secretarios de Estado defendían las decisiones ejecutivas e interactuaban con la sociedad a través del funcionariado; en el hiper-presidencialismo, el jefe del ejecutivo se antepone y resguarda todas las decisiones escondiendo al funcionariado de cualquier responsabilidad con la población. Sobre todo, si la interacción se da -como en los últimos 6 años- a través de una conferencia diaria que aparenta ser un diálogo transparente, cuando en realidad es una maquinaria propagandística del discurso oficial.
Bajo este esquema, los medios de comunicación y la opinión pública concentran su atención y se enfrascan en una discusión con el único locutor del Estado, y la democracia debe basarse más en el estado de derecho que en la aprobación o la descalificación de quién ostenta el poder. Se necesita una dupla de gobierno y población más auténtica y alejarnos del hiper-presidencialismo, dejando de escuchar al monarca y su megáfono desde la máxima tribuna que le sirve como muro de contención. N