Liubov Ganjela, una ucraniana de 63 años, vivirá su segundo invierno en una “celda” de cinco metros cuadrados situada en un sótano en la ciudad Limán, en el este de Ucrania. Cinco pisos más arriba, su departamento fue destruido por la guerra y ahora solo hay nieve y palomas.
Esto ocurrió en abril de 2022, poco antes de que esta ciudad industrial cayera en manos de las fuerzas rusas. Si bien el ejército de Kiev la recuperó el otoño siguiente, los bombardeos son todavía regulares, y la reconstrucción una ambición muy teórica. A finales de febrero de 2022, “cuando estalló la guerra, comencé a instalar cosas en el sótano“, dice.
“Mis vecinos me preguntaban por qué lo hacía afirmando que los combates solo durarían dos o tres semanas. Al principio hacía mucho frío (en el sótano), incluso el agua se convertía en hielo”, recuerda la jubilada. Este año, las cosas están mejor, dice, mientras que el termómetro exterior muestra -2 °C.
“Logramos hacer el lugar más cálido. No tengo miedo si hace mucho frío”, afirma Ganjela, que comparte el sótano del edificio con un vecino. La sexagenaria también decoró el lugar con iconos religiosos de cuentas bordadas hechas a mano.
Su “celda”, asegura, tiene todas las comodidades posibles: una pequeña cama, mantas, calefacción eléctrica, mesa de trabajo, libros, baratijas, computadora portátil, ropa y estufa de leña en caso de apagones. Las reservas de comida se almacenan en otros espacios, y hay una pequeña cocina en la esquina de un pasillo. La ducha está en la iglesia. Todo está listo para el segundo invierno en Ucrania.
EL INVIERNO EN UCRANIA ENVÍA A LOS HABITANTES A VIVIR “BAJO TIERRA”
“Tengo un techo y armé un lugar cómodo. El teléfono funciona y tengo internet de vez en cuando. Lo tengo todo, pero no tengo departamento”, resume esta viuda que desde hace 43 años vive en Limán. Varios relojes adorman las paredes del sótano. “No tengo ventanas para estimar la hora afuera, por eso los puse por todas partes”, detalla.
Un total de 6,000 habitantes siguen en Limán, en comparación con los 20,000 que allí vivían antes de la guerra. La línea del frente está a una docena de kilómetros y los bombardeos son cotidianos.
A pesar de todo, se dice “optimista” y no piensa moverse. “Estoy lista para quedarme aquí otros cinco años, hasta que arreglen mi departamento”, subraya. Un poco más lejos, una vecina, jubilada de los ferrocarriles, pasará un segundo invierno en el sótano de su edificio, que también fue destruido.
“Todavía sueño con mi trabajo de controlar los vagones de mercancías”, confiesa Liubov Surjan, mirando nostálgicamente los rieles desde los agujeros abiertos de su departamento en ruinas y cubierto de nieve.
Esta elegante mujer de 67 años vivía en el quinto y último piso. No queda nada de su vivienda, destruida por un tanque ruso, según ella. “Mi departamento se quemó en mayo de 2022. Todas mis cosas se quemaron, toda mi ropa y todos mis documentos, no tengo más documentos”, lamenta.
Tampoco quiso irse y vive bajo tierra. Su habitación mide cuatro metros cuadrados y la cocina está en otro rincón de la bodega. Otras dos mujeres viven en otras habitaciones del sótano. “Duermo aquí en un colchón sobre tres sillas. Coloqué papel pintado en la pared para hacer la habitación más acogedora”, detalla.
“Ahora tenemos electricidad”, destaca la mujer de 60 años, regocijándose por el progreso en comparación con el invierno anterior. “Es mi segundo invierno aquí y no me mudaré a ninguna parte. Espero que mi departamento sea reconstruido”, asegura. N
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