La México, la plaza de toros más grande del mundo, dejó de dar corridas en mayo de 2022. Y la monumental de Barcelona, desde 2012. Sin embargo, en Madrid, España, se baten récords de espectadores en las plazas, y un sinnúmero de ciudades en Francia, México, Perú, etcétera, mantienen la tradición taurina. La Monumental de Guadalajara, Jalisco, ha iniciado su temporada y el 5 de noviembre se presenta una de las máximas figuras del toreo: Andrés Roca Rey.
Taurinos y antitaurinos se enfrentan apasionadamente y por lo regular las declaraciones de los segundos cubren las páginas de la prensa. Hoy he podido entrevistar a un personaje sui géneris del mundo del toreo: Roberto Domínguez.
Roberto estudió arquitectura al tiempo que se convertía en matador de toros. Bregó con tardes difíciles y en un impassese encontró a sí mismo. Al hacerlo conquistó un lugar de figura en el medio. Luego, fue cronista taurino y hoy es el apoderado del torero peruano Andrés Roca Rey.
Me parece muy interesante escuchar el enfoque de alguien que conoce los valores materiales, artísticos y humanos del toreo, sin apasionamientos, pues vive y entiende, como muy pocos, la fiesta de los toros. Aquí, un extracto de nuestra charla con Roberto Domínguez.
MUCHOS INTERESES EN JUEGO EN EL TOREO
—Roberto, la tauromaquia se encuentra dentro de una polémica de juicios contrapuestos: los taurinos que aman la fiesta y los antitaurinos que la odian. Tú conoces ese universo, pues has sido torero, comentarista y apoderado. Has sentido el miedo en la puerta de cuadrillas, así como los claroscuros del triunfo y el fracaso en el ruedo. También has visto el espectáculo desde la butaca privilegiada del comentarista taurino, juzgando, con conocimiento de causa, la labor de toreros, ganaderos y empresarios. Hoy negocias contratos y condiciones con las empresas. Con todo este bagaje ¿cómo percibes la controversia?
—Hay muchos intereses en juego, muchas opiniones. Todas son respetables. El toro de lidia es un privilegiado de la naturaleza si se le compara con otros ganados sean de carne, trabajo, leche u otros. Yo veo el espectáculo desde el punto de la emoción. Congregar a mas de 20,000 personas y hacerlas levantar de su asiento por un chispazo de riesgo, arte y emoción es lo que hace perdurar a este espectáculo. Entiendo y respeto todas las sensibilidades. Lo único que pido es que respeten la nuestra. La de tantos aficionados que llenamos una plaza de toros, como la de Madrid, con la ilusión de presenciar un espectáculo donde la muerte y la vida tanto del toro como del torero se juegan cada instante enredadas en un arte milenario. Muchos intelectuales han catalogo al toreo como el espectáculo más culto del mundo, porque la cultura que encierra es ancestral.
SER HOMBRE ANTES QUE TORERO
—La fiesta es un mundo al que entraste cuando niño. ¿Cómo fue esa entrada?
—El mundo del toreo se me presenta cuando tengo tres o cuatro añitos y veo las fotos de mi tío Fernando colgadas en las paredes de mi casa. Mi tío fue matador en los años 1930. Él me enseñó el valor de la personalidad, a ser hombre antes que torero, a soñar con el toreo; y además me enseñó a torear.
—¿Cómo fue tu presentación?
—Me presenté en un festival, en Segovia. Esa tarde alternamos mi tío Fernando, Manolo Lozano, Gabriel de la Casa, José Luis de la Casa y yo. En ese festival mi tío toreaba el último novillo de su vida en público, y yo, el primero. Guardo con mucho cariño una crónica del periódico de Segovia con cuyo título comencé a soñar, pues decía: “Un Domínguez que se fue y otro Domínguez que viene”.
—¿Cómo fue tu carrera taurina?
—Atípica, pues alternaba mis primeros pasos de novillero con mis estudios de arquitectura. Tomé la alternativa en 1972 con solo 15 novilladas con picadores; y me reclamaron para el servicio militar, que me mantuvo alejado de los ruedos casi dos años. A mi regreso me dediqué de lleno a mi sueño. Con altibajos llegué al año 1976, en el que toreando en México me llegó la noticia del fallecimiento de mi tío Fernando. Regresé a España sintiéndome huérfano de vocación y camino.
Después de algunos años, sin conseguir el éxito, quise romper con mi vida taurina y me fui a Londres a preguntarme qué era lo que podía y deseaba hacer. Empecé yendo a clases de inglés, y aprendí cosas muy especiales. Aprendí por ejemplo a interesar a una mujer sin que supiera que yo era torero, y eso, para mí, fue un descubrimiento.
TE JUEGAS LA VIDA FRENTE AL TORO
—¿Qué descubriste?
—Que yo era una persona.
—¿Cómo?
—Mira, ser torero conlleva ponerte en una situación fuera de lo normal porque te juegas la vida frente al toro y porque, a veces, diez mil almas frenéticas te sacan en hombros de la plaza y todo el mundo quiere estar contigo cuando hay éxito, y cuando interesas a una muchacha, es el juego de: ¡ay, torero! Y entonces el traje de luces es lo que atrae, no tu persona. Saber que yo era algo más que un torero, que era una persona con valores para interesar y atraer a una mujer, fue un descubrimiento.
A los seis meses decidí volver. Tenía que intentarlo. No me iba a perdonar el no hacer el esfuerzo al cien por ciento. Y me decía todas esas máximas que lees en los libros: El que resiste gana; del fracaso se aprende. Esas máximas que me hacían ser fuerte en los momentos dudosos.
—¿Fue difícil regresar?
—No, porque venía con una mentalidad distinta. Fui a ver a Ortega Cano, y al salir me encuentro con su apoderado: Manolo Lozano. Manolo había toreado en el festival que me presenté, el de un Domínguez que se fue y otro Domínguez que viene, y Manolo me dijo: “¿Qué haces?”. Le contesté: “Pues he venido a ver a José”. Y me dijo: “Tú no tienes perdón de Dios. Por tu tío lo tienes que intentar…”. Al cabo de un tiempo lo llamé para intentarlo bajo su dirección. Con Manolo como apoderado toreé una corrida en Valladolid. Era televisada. Corté tres orejas y la gente dijo: “Hombre, este tío viene con una ilusión renovada”.
EL TOREO TIENE MAGIA DE SOBRA
—Hubo algo de magia en todo esto, como si desde el cielo la mano de tu tío estuviera detrás del triunfo.
—Siempre hay algo de magia en los toros.
—¿Cuándo fue esto?
—Toreé en Valladolid en mayo, cuando empezaba la feria de San Isidro, y a José Miguel Arroyo, “Joselito”, en la primera corrida, un toro de Cortijoliva le dio una cornada en el cuello y no pudo torear las otras dos en las que estaba anunciado. Manolo Chopera le llamó a mi apoderado y le dio las dos sustituciones en San Isidro. A partir de ahí la escalada fue progresiva: 50, 70, 80 y 100 corridas al año, hasta que llegó aquella corrida de la prensa en Madrid en la que me enfrenté a seis toros de Victorino Martín saliendo por la puerta grande. Esto que fue un gran triunfo en mi carrera. Alterné corridas duras como Miura, Pablo Romero, Victorino Martín, etcétera, con corridas más comerciales a las que siempre había querido llegar. Volviendo la vista atrás vi que había merecido la pena. Entonces decidí retirarme.
—¿En que año fue esto?
—Era el año de 1992. El último año toreé 56 corridas de toros y en la plaza de toros de Quito, cuando se entera la gente de que es mi última corrida, me gritan: “¡Domínguez, no te vayas!”. Y un cronista se acerca y me dice: “Hombre, ¿no le da pena? Quince mil almas gritándole Domínguez, no te vayas, y usted se va”. Y le contesto: “¿Y usted se imagina quince mil almas gritándome ¡Domínguez, vete!?” Domínguez, no te vayas me gustaba mucho más que Domínguez, vete.
Regresé a España, toreé en Madrid, y ahí terminó todo. No hubo campaña ni hice nada. Un día simplemente desaparecí, sin cortarme la coleta, y sin decir nada.
YO ME HICE AFICIONADO OYÉNDOLO A USTED
—¿Termina tu vida profesional como torero y qué sigue? ¿Cuándo y cómo comienza tu vida como apoderado?
—Yo dejo de torear en 1992 y en 1993 adquiero una finca ganadera, me encantaba el campo extremeño. Me dedico a vestirla a mi gusto y a viajar por el mundo.
—¿Entonces te retiras porque has conseguido una fortuna?
—¡No! Fortuna, no, por que acuérdate de que “no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita”. Yo tenía lo suficiente para llevar la vida que yo quería. Me casé en 1994, y en 1995 Fernando Fernández Román me llamó para comentar con él la transmisión de las corridas de toros, en directo, que una nueva plataforma televisiva vía digital iba a emitir. La experiencia que duró más de cuatro años fue muy positiva. Aún hoy en día se me acercan muchos aficionados y me dicen: “Yo me hice aficionado oyéndolo a usted”. Después de esto me volví a mi campo, y un buen día recibo una llamada del entorno de Julián López, el “Juli”, y me comunican que querían contar conmigo…
ONCE AÑOS CON JULIÁN LÓPEZ, EL ‘JULI’
Acepto la propuesta —continúa Roberto Domínguez—, y empieza una etapa de 11 años, en la que tuve la suerte de conocer a uno de los toreros más completos que he conocido en mi vida. A pesar de nuestra diferencia de edades, cultivamos una amistad entrañable que, gracias a Dios, conservamos hasta la fecha. Ahora, en su retiro, he recordado su paso de niño a adulto, su evolución como torero, y su calidad como hombre. Su retiro me ha llenado de satisfacción, porque después de 25 años, en lo más alto del mundo del toro, tiene derecho a disfrutar lo conseguido con su maravillosa familia, y aunque siempre le dije que el hombre dura más que el torero, en su caso no va a ser así, porque su nombre ha marcado una época y me siento tremendamente orgulloso de haber sido testigo directo durante 11 años.
—¿Cómo es tu vida cuando te haces apoderado de toreros?
—Yo quise ser el apoderado que me hubiera gustado tener a mi lado. El que además de velar por mis intereses económicos, siente tanto el fracaso como el torero, y disfruta tanto del éxito como el torero. Al que le importa tanto la evolución personal como la evolución artística de su torero.
ROCA REY, UNA ENTREGA DESESPERADA PARA EL TOREO
—¿Cómo fue lo de Andrés Roca Rey?
—Pues extraño. Yo no conocía personalmente a Andrés, ni estaba al tanto de lo que taurinamente se cocía cuando recibí su llamada, y se lo dije. Después, en las conversaciones que tuvimos, me llamó la atención su forma de ser. Lo había visto torear en alguna ocasión. Me sorprendió su entrega desesperada, y me interesó que la condición del toro pasara, en su tauromaquia, a un segundo plano. Él no esperaba al toro bueno para hacer faena; él imponía su ley adquiriendo un tremendo riesgo. Todo esto me hacía pensar que era un torero con ideas muy claras y determinadas, y me intrigó que quisiera mi opinión a su lado.
No soy hombre de muchas palabras, ni cambio de opinión con frecuencia. Cuando dejé de apoderar a Julián, dije: “Julián es el principio y el fin de mi etapa de apoderado”. Y reconozco que Andrés, con su enigmática forma de ser y de estar en el ruedo, me puso ante un nuevo reto que, a pesar de lo reticente que siempre fui con los entresijos del mundo taurino, volví a aceptar.
—¿Cómo crees que termine por resolverse la cuestión de taurinos y antitaurinos?
—La cuestión de taurinos y antitaurinos depende de cada ciudad. En muchas, la cultura del campo se ha olvidado y los animales han dejado el campo para entrar a vivir en departamentos. Es natural que los conceptos cambien, pero hay ciudades donde las cosas no han cambiado y donde la gente llena las plazas de toros en las que nos presentamos. Esos llenos revelan que el embrujo de los toros está vivo y que habrá de mantener viva la fiesta por mucho tiempo.
LA VIDA DE LOS TOROS NO ES PEOR QUE LA DE LAS VACAS
El mundo cambia aceleradamente, y como bien dice Roberto Domínguez, la población de las grandes ciudades modifica sus usos y costumbres. Algunas metrópolis han proscrito el espectáculo del toreo; sin embargo, en otras los argumentos en contra de la tauromaquia encuentran contrargumentos de peso.
La crueldad de una lidia que dura 20 minutos se opone a cinco años de vida libre y mimada en el campo; pero la vida del ganado de engorda en cautiverio y sobrealimentado para que engorde y rinda un buen peso, no se compara a la del toro de lidia. En cuanto a la conservación de las especies, el ganado bravo se extinguiría sin la fiesta de los toros.
La opinión de Roberto, periférica al sentimiento que estalla de emoción, ante un momento electrizante, es válida para miles de aficionados al toreo. Quizá la crueldad se matice y el rito se ajuste a nuevas prácticas, solo el tiempo tendrá la respuesta.
Por lo pronto, le deseamos suerte y nos despedimos de Roberto Domínguez. Un profesional que, como nadie, abarca el abanico entero de la fiesta brava y cuya opinión sobre toros y toreros pesa dentro y fuera del mundo del toro. N
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Salvador Casanova es historiador y físico. Su vida profesional abarca la docencia, los medios de comunicación y la televisión cultural. Es autor del libro La maravillosa historia del tiempo y sus circunstancias. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.