Vitaly Sydor, un agricultor del sur de Ucrania, decidió pasar un detector de metal antes de comenzar a sembrar porque los campos, dice, siguen repletos de proyectiles rusos.
“Compré detectores de metal y miré un poco en internet”, explica el joven de 28 años. Cuenta que también recibió algunos consejos de un amigo que pasó por el ejército, aunque no posee equipamiento de seguridad. Su pueblo, Novohryhorivka, situado en la región meridional de Mikolaiv, estuvo durante meses en la diana de los militares rusos, que bombardearon la zona.
En noviembre de 2022, las tropas de Moscú se replegaron hacia el sur, ante los ataques de la contraofensiva ucraniana. Desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania, el paisaje se ha transformado. Árboles arrancados, casas destruidas y restos de vehículos calcinados son ahora imágenes habituales en la localidad.
“Mires donde mires, hay agujeros”, lamenta el agricultor, que debe empezar a sembrar sus campos. Es una tarea urgente. De la siembra depende su familia y el año pasado, todo se perdió por culpa de la invasión.
Las organizaciones internacionales, la policía y el ejército ayudan a desminar las tierras, pero no es suficiente. La magnitud de la labor es tan grande que algunos agricultores han decidido hacerlo ellos mismos.
“La espera puede ser muy larga y nadie sabe cuándo van a venir a desminar”, explica Vitali Sydor.
Cerca de la mitad de las tierras agrícolas de la región de Mikolaiv no se puede usar este año debido a la “contaminación o el riesgo de contaminación” causado por los explosivos, explica Jasmine Dann de Halo Trust, una ONG estadounidense especializada en desminar territorios. La decisión de Sydor de hacerlo por él mismo, afirma, es “muy peligrosa”.
“Existe el riesgo de perderse algo, pero también el de las minas trampa”, explica Dann. Algunos de los explosivos son también “muy inestables y detonan al manipularlos”, añade.
“SOMOS COMO HORMIGAS: RUSIA DESTRUYE TODO Y UCRANIA RECONSTRUYE”, DICE UNO DE LOS AGRICULTORES
Las tierras de la zona aún tienen minas antivehículo y antipersona, así como grandes cantidades de artillería. “Los campos están recubiertos de proyectiles explotados y sin explotar”, advierte Sydor, mientras saca un fragmento de metralla inscrustado en su pie.
Para comprobar si un proyectil aún supone un riesgo, suele atarlo a una larga cuerda. “Nos tumbamos, tiramos del proyectil y si explota, pues explota”, explica.
Pero lo que más miedo le da son las minas antipersona hechas de plástico. “Los detectores de metal no las encuentran”, señala. En la explotación agrícola que gestiona con sus padres, Sydor pudo sembrar unas 100 hectáreas de cebada. “¡Claro que daba miedo! Fue el primer campo que desminamos nosotros mismos”, cuenta. En los lugares donde sospecha que pueda haber peligro, ha colocado banderitas rojas.
Halo Trust desmina actualmente un campo en el pueblo de Ievguenivka, en medio del cual están los restos de un camión ruso destruido por un helicóptero ucraniano en marzo de 2022.
El vehículo estaba lleno de munición —granadas, cohetes, y otros— que cayeron a 100 metros a la redonda. Algunos explotaron, otros no. Dos equipos de Halo atraviesan lentamente el campo con detectores de metal. Su trabajo es “lento y metódico” y cada metro cuadrado se examina dos veces, para asegurar que la zona quede lista.
Vadym Belyk, el jefe de la sociedad agrícola que desea explotar las tierras, observa los avances. “Somos como hormigas: (los rusos) destruyen y nosotros reconstruimos todo”.
Jasmine Dann entiende la impaciencia de los agricultores, en plena temporada de siembra. “Para nosotros, las tierras agrícolas son la prioridad número 1”, dice. Sydor, por su parte, está satisfecho. Pudo sembrar la cebada y espera ahora poder hacerlo con los girasoles.
“En diez días ya no veremos la tierra, todo estará verde”, se regocija. N