Cuando ocurrió el terremoto en Siria, a las 4:17 horas, mi familia y yo estábamos durmiendo. Vivimos en un edificio de cinco pisos y sentimos que el edificio temblaba encima de nosotros, lo sentimos temblar sobre nuestras cabezas.
Al principio no sabíamos qué estaba pasando, pero después de unos diez segundos nos dimos cuenta de que era un terremoto. Le pedí a mi esposo que sacara a Lareen, nuestra hija de dos años. Él la abrazó. Nuestros otros dos hijos estaban en su habitación. Corrí a despertarlos. Salimos a la calle sin saber qué estaba pasando.
Mi vecina gritaba. Es madre de dos hijos y su esposo no estaba cerca. Mi esposo tomó a su hijo y la ayudamos a salir. Nuestros vecinos de los pisos superiores arrojaban a sus hijos al suelo para que los atrapáramos. Todos arrojaban a sus hijos e hijas. Les atrapamos y les ayudamos a salir del edificio.
Afuera, miramos a nuestro alrededor completamente conmocionados. Nuestras lágrimas se mezclaban con la sangre. No entendíamos lo que estaba pasando. Me di cuenta de que debía estar salvando personas. Algunas habían permanecido en sus edificios, a otras se les habría derrumbado la casa sobre sus cabezas.
Salí corriendo a la calle, descalza. Mi esposo me gritaba que volviera: “Aisha, ¿a dónde vas? ¡Vuelve aquí!”. Me negué. No podía quedarme quieta cuando tanta gente necesitaba ayuda. “Puede que haya personas atrapadas bajo los escombros”, respondí. “Soy médica, así que tengo que ayudar”.
Recorrí las calles de nuestro barrio hasta asegurarme de que ningún edificio se había derrumbado. Luego regresé y sostuve a mis hijos. Pasamos el resto de la noche con nuestros vecinos en el patio, bajo la lluvia. Todos estábamos aterrorizados.
TENÍA QUE IR A AYUDAR
Como madre, solo quería estar al lado de mis hijos, especialmente porque mi hijo mayor murió durante el bombardeo de Alepo. Lo primero que me vino a la mente fue la necesidad de proteger a mis hijos y llevarlos a un lugar seguro.
Pero no podía quedarme con mis hijos por mucho tiempo. Tenía que ir a ayudar. Los hospitales pedían que personal médico fuera a apoyar. Las personas rescatadas de entre los escombros llegaban a los hospitales, que pronto se vieron desbordados.
Mis hijos me animaron a ir. Mi hijo me dijo: “Mamá, ve a ayudar a las personas. ¡No te quedes aquí!”. Eso me dio la fuerza para dejarlos e irme a ayudar. Me subí al auto y me dirigí [como voluntaria] al hospital que más necesitaba personal médico. Llegué a la sala de urgencias y comencé a trabajar.
Estuve en estrecho contacto con los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) en la zona y con la asesora médica de la organización. Ella me preguntó qué necesitábamos en cuanto a medicamentos y suministros quirúrgicos y médicos.
A las 13:24 horas sentimos la fuerte réplica del terremoto de la madrugada. El edificio del hospital está hecho de paneles metálicos, por lo que podría haberse derrumbado en cualquier momento.
Las personas heridas se apresuraron a salir del hospital. Madres, niñas, niños, todas las personas corrían para salvar sus vidas. Vi cómo ayudaban a salir del edificio a una mujer embarazada que estaba a punto de dar a luz.
Fue muy aterrador. Recibimos a más de 50 personas heridas que llegaron al hospital de todas las regiones. Los cuatro quirófanos estaban al máximo de su capacidad. Las salas estaban cubiertas de sangre. El equipo de cirugía realizaba osteotomías [procedimientos de corte de hueso] y laparoscopias [cirugía abdominal].
EL TERREMOTO DEJÓ MUCHA ESCASEZ
Había una gran escasez de equipamiento y los cirujanos no podían realizar todas las osteotomías necesarias: tenían que derivar a los pacientes a otros hospitales para su cirugía. También hubo una gran escasez de ataúdes y bolsas para cadáveres. La cantidad de cadáveres era enorme: mujeres, infantes, adultos mayores.
Un hombre vio cómo sacaban de entre los escombros los cadáveres de su esposa, sus hijos y sus padres. No podía soportarlo y estaba en estado de shock. No podía entender que toda su familia hubiera quedado sepultada bajo los escombros. Cada media hora recibíamos a otro miembro de su familia: su hijo, su padre, luego sus hermanos. Perdió a más de 13 miembros de su familia. Y no fue el único.
Tratamos de aliviar el dolor de las niñas y niños todo lo que pudimos. Los llevamos a la sala de enfermería para mantenerlos alejados de la sangre y las duras imágenes del hospital. Era todo lo que podíamos hacer.
A medianoche llamaron a un ortopedista [especialista en huesos] para amputar el pie a una niña que estaba atrapada bajo los escombros. Necesitaron un médico y un técnico anestesiólogo para realizar la amputación.
Junto con otros médicos, se dirigieron al lugar a las 4:00 horas para amputar el pie de la niña y rescatarla de debajo de los escombros. La niña lloraba: “No se preocupen por mi pie, sálvenme sin mi pie, sáquenme de aquí. Está oscuro y tengo miedo”.
La escena era espantosa. Todo el mundo decía que parecía el fin del mundo. N