Mientras encaramos la realidad de la vida con el covid-19, una nueva colección de patógenos mortíferos y enfermedades infecciosas parece aprovechar la oportunidad para salir a la luz. Prima hermana de la viruela, la viruela símica se ha convertido, oficialmente, en una amenaza sanitaria de escala global. El brote actual —el más numeroso jamás registrado fuera de África— ha afectado a más de 45,000 personas en todo el mundo. Y la polio, presuntamente “erradicada”, vuelve a circular en las inmediaciones de Londres y la Ciudad de Nueva York, trayendo consigo una parálisis irreversible que afecta a una de cada 200 personas infectadas.
Estos dos padecimientos no son, meramente, los elementos más visibles de las nuevas epidemias. De hecho, apuntan a que el mundo está entrando en una era de mortíferas amenazas sanitarias debido a las enfermedades infecciosas: desde las que creíamos haber erradicado hasta las emergentes, que empiezan a manifestarse cada vez con más frecuencia. “Pareciera que el covid-19 abrió una caja de Pandora repleta de sorpresas infecciosas”, comenta el Dr. Michael Osterholm, epidemiólogo que dirige el Centro de Investigación y Política de Enfermedades Infecciosas en la Universidad de Minnesota. “¿Qué sigue?”
Nadie sabe a qué se debe que esta tendencia mortífera haya dado en manifestarse justo en este momento. Es indudable que las condiciones sanitarias se han complicado gracias a la difusión del movimiento antivacunas y a la politización de la salud pública durante la crisis pandémica. No obstante, también hay que considerar otra serie de elementos que, como en el caso de la polio, implica las propias vacunas.
MODERNIDAD Y ENFERMEDADES INFECCIOSAS
En los últimos años, la expansión comercial ha conducido a que más personas entren en contacto con nuevos patógenos, en tanto que el cambio climático ha contribuido a que las enfermedades infecciosas se diseminen de los animales a las poblaciones humanas. Por otra parte, los viajes aéreos facilitan que un brote en un rincón del mundo llegue casi de inmediato al otro lado del planeta, en tanto que las pruebas diagnósticas mejoradas están revelando brotes y nuevos patógenos que antes pasábamos por alto (esto, desde la perspectiva del optimista).
Más allá de la causa, estamos pasando por un momento particularmente frágil para contender con nuevas amenazas patogénicas porque, irónicamente, el mundo está mucho menos preparado que antes de la pandemia. No hemos solucionado los errores que condujeron al estrepitoso fracaso de los sistemas de salud globales frente al covid-19. Los chinos ocultaron la verdad cuando aún era posible contener el brote inicial (y ahora están más silenciosos que nunca). La Organización Mundial de la Salud (OMS) demostró su incapacidad para frenar la acelerada diseminación global del virus, y sigue sin resolver sus propias deficiencias. Los muy ponderados Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) enfrentan hoy un aplastante ajuste de cuentas por su pésimo desempeño. Las tasas de vacunación se han desplomado. Y a todo lo anterior se suma el hartazgo del público general con las medidas sanitarias prescritas hace más de dos años.
AMENAZAS CONOCIDAS, NUEVA PRESENTACIÓN
Las condiciones son algo más alentadoras en el frente tecnológico. Cuando se inició la pandemia, el sector de biotecnología tuvo la oportunidad de poner a prueba su capacidad para sintetizar vacunas y desarrollar tratamientos dirigidos contra virus específicos. Y esas herramientas, junto con las que emergen casi cada día, ayudarán a (por lo menos) mitigar el daño que pueda depararnos la próxima enfermedad infecciosa de rápida propagación. Aunque, por supuesto, persiste la interrogante de si bastarán para proteger a la mayoría de la población mundial.
Las epidemias y los brotes infecciosos han diezmado grandes segmentos poblacionales a lo largo de la historia humana. En el año 170 d. C., una plaga (tal vez, viruela) aniquiló a 5 millones de romanos y puso de rodillas al imperio. En 1346, la “peste negra” (peste bubónica) arrasó con unos 200 millones de europeos. Pocos siglos después, los exploradores que viajaron a las Américas llevaron consigo enfermedades que acabaron con casi 90 por ciento de la población indígena. Y, según cálculos, la pandemia de gripe española de 1918 cobró alrededor de 50 millones de vidas.
A partir de entonces, la medicina moderna —con sus vacunas, antibióticos y demás herramientas— hizo que las enfermedades infecciosas pasaran a un segundo plano. “Durante casi 99 por ciento de la historia de la humanidad, el mundo microbiano nos mató a voluntad”, afirma el Dr. Amesh Adalja, académico senior del Centro Johns Hopkins para Seguridad Sanitaria. “Pero, en las últimas décadas, hemos contado con la ciencia y la tecnología para combatir hordas de patógenos”.
VIRUELA Y POLIOMIELITIS
Al menos así fue, hasta la llegada de covid-19. Y ahora, cuando aún tratamos de sobreponernos a la oleada de variantes más reciente, tenemos que vérnoslas con dos enfermedades que creíamos superadas: la viruela y la poliomielitis.
Erradicada en 1980, la viruela solía matar a la tercera parte de sus víctimas. En contraste, la viruela símica tiene una tasa de mortalidad aproximada de 5 por ciento (dependiendo de la cepa). Esta zoonosis, que saltó de los simios a los humanos alrededor de 1970, ha infectado a cientos de personas en África central y occidental. Y el brote actual —el más numeroso jamás registrado fuera de aquel continente— inició en mayo en el Reino Unido, al parecer debido a un individuo que viajó a Nigeria.
Si bien el virus ha afectado, eminentemente, a hombres que tienen relaciones sexuales con otros hombres, el patógeno ha terminado por diseminarse fuera de esa demografía. Por fortuna, la enfermedad responde bien a los antivirales, en particular, tecovirimat (Tpoxx®). Pese a ello, investigadores de los CDC confirmaron, en agosto, que el virus de la viruela símica puede sobrevivir varias horas en artículos domésticos. También en agosto, investigadores británicos divulgaron el caso de un hombre que, aun cuando no había tenido relaciones sexuales en varios meses, contrajo la enfermedad durante un concierto al aire libre. Mientras, Nueva York notificó un primer caso pediátrico de la enfermedad.
“Empezamos a identificar otros mecanismos de transmisión”, informa Osterholm. “Hemos registrado varias infecciones infantiles debido al contacto doméstico con sábanas y ropa de vestir. Y sin duda empezaremos a ver más casos en mujeres cuyas parejas son hombres bisexuales”.
ALARMANTE RESURGIMIENTO
El resurgimiento de la polio es aún más alarmante. Esta enfermedad aterrorizó al mundo durante gran parte de la primera mitad del siglo XX pues, cada año, ocasionaba parálisis en decenas de miles de individuos. Para la década de 1950, la disponibilidad de una vacuna acabó con el padecimiento. Y en 1979, Estados Unidos registró el último caso de poliomielitis “silvestre” (o “salvaje”; es decir, la forma viral que se diseminara durante miles de años). Mientras tanto, la vacunación casi erradicó la enfermedad en el resto del mundo, y para 2021 solo se detectaron seis casos circunscritos a Afganistán y Paquistán.
Pero ahora vemos que las nuevas infecciones derivan de las vacunas; en específico, la diseñada para administración oral. A diferencia de la vacuna parenteral (inyección) administrada en la mayor parte de las naciones industrializadas, la inmunización oral utiliza una muestra viral viva, aunque debilitada. Al parecer, ese virus ha mutado a una forma más agresiva que causa la enfermedad y es capaz de diseminarse en las heces. Eso ha derivado en más de mil casos anuales, casi todos en países pobres que dependen de la inmunización oral.
Ahora bien, la experiencia previa con la poliomielitis apunta a que, por cada caso de infección detectado, varios centenares más pasan inadvertidos debido a que los cuadros sintomáticos son más leves.
UNA COLECCIÓN CRECIENTE
Otros asesinos infecciosos, más exóticos, empiezan a emerger de entre las sombras. En junio, el virus de Marburgo cobró dos víctimas mortales en Ghana. Igual que el ébola, la enfermedad de Marburgo se transmite mediante el contacto directo con las secreciones del paciente, ocasiona graves hemorragias que matan hasta tres cuartas partes de los afectados, y no tiene tratamiento.
En las décadas de 1990 y 2000, los brotes de este virus resultaron en la infección de cientos de africanos. Por eso, ahora expertos en salud pública temen que los casos más recientes puedan ser el presagio de una nueva epidemia. “Este virus me preocupa mucho”, confiesa la Dra. Caitlin Rivers, epidemióloga de la escuela de Salud Pública Bloomberg, en la Universidad Johns Hopkins. “El peligro es que no ataquemos el brote en los primeros días, cuando aún es limitado; antes que tengamos una idea clara de la escala que podría alcanzar”.
A pesar de que la hepatitis es de todos conocida, de pronto ha empezado a atacar a la población infantil bajo circunstancias misteriosas. Según un informe de la OMS, publicado el pasado julio, más de 1,000 niños de 35 países han contraído la enfermedad, la cual ha ocasionado la muerte de 22 menores.
EL VIRUS LANGYA
A principios de agosto, un artículo del New England Journal of Medicine notificó que las autoridades sanitarias de China detectaron 35 casos de un patógeno hasta ahora desconocido: el virus Langya. Por lo pronto, no hay informes de muertes, pero se sabe que otros virus emparentados con Langya han alcanzado una tasa de mortalidad de hasta tres de cada cuatro afectados.
Dado que el covid-19 aparentemente surgió de la nada para luego causar estragos en todo el planeta, toda nueva infección viral humana es causa de inquietud y obliga a un escrutinio minucioso. “No hay manera de saber cómo actuará un virus nuevo. Y tampoco podemos determinar si se diseminará en toda la población”, previene la Dra. Katherine Baumgarten, directora médica de control y prevención de infecciones en el Sistema de Salud Ochsner de Nueva Orleáns.
Una amenaza siempre presente es la de las infecciones bacterianas. Cada año, la tuberculosis mata a más de un millón de personas en todo el mundo. Y esa tasa de mortalidad ha aumentado en los últimos años. En buena medida, dicho incremento se debe a que el seguimiento de la enfermedad se vio mermado durante la pandemia. Sin embargo, también es consecuencia de la diseminación de cepas más virulentas y resistentes a los medicamentos.
¿Y LA ENFERMEDAD DE LYME?
También va en aumento la enfermedad de Lyme, infección bacteriana que transmiten las garrapatas, y cuyos síntomas pueden incluir desde deterioro cognitivo hasta inflamación cardiaca. En junio, unos investigadores que analizaron 81 estudios sobre esta enfermedad, y publicaron sus hallazgos en la revista BMJ Global Health, afirmaron que cerca de 15 por ciento de la población humana ha tenido esta infección. Pero los CDC calculan que, en los últimos 20 años, los casos de enfermedad de Lyme han aumentado en 44 por ciento. A esto se suma la alerta que los CDC emitieron en julio, advirtiendo sobre la bacteria Burkholderia pseudmallei: bacilo gramnegativo que causa una enfermedad conocida como melioidosis y cuya tasa de mortalidad es de casi 50 por ciento.
En tanto, cada año la OMS recibe notificaciones de unos pocos miles de casos de peste bubónica en todo el mundo. Así pues, es poco probable que ocurra una epidemia; aunque tampoco es imposible. En 2017, investigadores del Centro Médico Weill Cornell hicieron un muestreo aleatorio de las bacterias presentes en el metro de la Ciudad de Nueva York, y hallaron al patógeno responsable de esta enfermedad: Yersinia pestis.
Los expertos no saben a qué atribuir el aparente incremento de víctimas de todo el espectro de las enfermedades infecciosas. “Es muy difícil determinar si está pasando algo distinto o si tenemos una mayor capacidad para detectar brotes y notificarlos”, comenta la Dra. Baumgarten, del Sistema de Salud Ochsner.
Si la causa es que nos hemos vuelto más vulnerables a las infecciones, este fenómeno podría tener varias explicaciones. Por ejemplo, tenemos a los antivacunas y demás individuos que han optado por renunciar a inmunizaciones que, desde hace mucho, han sido parte integral de la atención médica.
TAMBIÉN EL CAMBIO CLIMÁTICO
Otro factor que parece contribuir a nuestra aparente vulnerabilidad es el cambio climático. Conforme el clima extremo conduce insectos, animales acuáticos, aves y pequeños mamíferos hacia nuevos territorios, estos animales adquieren infecciones contra las que no poseen defensas. O bien, diseminan sus patógenos en la fauna de los nuevos hábitats, donde los virus recién llegados pueden mutar a variantes capaces de infectar a las personas.
Ya que el desarrollo inmobiliario está invadiendo los hábitats silvestres y poniendo a los humanos en contacto con las especies animales locales, los saltos “zoonóticos” (de animal a humano) se vuelven cada vez más factibles. Un equipo de investigadores de la Universidad de Hawái publicó un estudio, en la edición de agosto de la revista Nature Climate Change, donde señala que hasta 58 por ciento de todas las infecciones humanas conocidas empiezan a volverse más peligrosas a resultas del cambio climático.
Una fuente de infección muy importante es la creciente exposición a las garrapatas. Cada año, las autoridades de salud detectan casi medio millón de casos nuevos de la enfermedad de Lyme, la cual es apenas una de la media docena de infecciones graves que dichos ácaros pueden transmitir a las personas. Entre tanto, también las aves están convirtiéndose en focos de posibles infecciones zoonóticas, como demuestra la cepa de gripe aviar que se ha extendido a más de 100 especies de aves. Aun cuando las zoonosis aviares son contadas y están bien contenidas, el potencial de brotes más graves va en aumento.
ANIMALES, CIUDADES Y VIAJES
Una inquietud inmediata es que los animales puedan desempeñar un papel en la aparición de nuevas variantes de covid-19. Varios investigadores ya disponen de evidencias de que el virus ha saltado del humano a ciervos, gatos y perros, por lo que es perfectamente posible que el patógeno mutado vuelva a saltar a las personas. Y no es el único patógeno: en agosto, la revista médica The Lancet documentó el caso de una pareja de hombres franceses que contagió la viruela símica a su perro. “Nuestra amenaza más grave es que la enfermedad se propague del mundo animal a los humanos”, asegura Osterholm.
Por último, tenemos la dupla de las ciudades cada vez más densamente pobladas y el incremento en los viajes internacionales. Bajo esas condiciones, hasta un brote pequeño y aislado de una infección nueva y peligrosa —o el resurgimiento de otra que dábamos por erradicada— podría convertirse en una crisis global en cuestión de semanas. No olvidemos que, a escasos 12 días de que la OMS emitiera el informe inicial de 59 casos de “gripe atípica” en Wuhan, China, Estados Unidos comenzó a registrar casos de covid-19. Al respecto, Adalja comenta: “Esta era de megalópolis y viajes en jet nos obliga a elegir entre nuestra capacidad de interacción social y nuestra capacidad para contener la diseminación de enfermedades”.
CONTRAATAQUE
Es verdad que la pandemia de covid-19 sacó a la luz nuestra vulnerabilidad a las enfermedades infecciosas nuevas. Sin embargo, también puso de relieve que, gracias a la biotecnología, estamos mejor equipados que hace décadas para combatir esas amenazas. La insólita celeridad con que los científicos analizaron el virus genética y funcionalmente, y utilizaron sus datos para sintetizar vacunas, es un buen presagio para nuestra capacidad de limitar futuros brotes.
Y lo mismo podemos decir respecto de la tecnología para desarrollar pruebas de detección rápidas y precisas, y tratamientos eficaces. Cada día trae consigo nuevos avances en herramientas y estrategias, por lo que es muy probable que dispongamos de un armamento mucho más poderoso para combatir la próxima amenaza infecciosa.
Ahora que, bien visto, también es posible que dispongamos de otro arsenal. Uno que desarrollamos hace varias décadas. Cada vez más investigadores opinan que algunas, o incluso todas las vacunas pediátricas clásicas —las administradas desde hace mucho tiempo para prevenir la polio, el sarampión y otras enfermedades— también podrían dar buenos resultados en los adultos. Aun tratándose de enfermedades nuevas. Y la razón es que esas vacunas parecen fortalecer el sistema inmunológico de una manera muy amplia.
PROTECCIÓN CONTRA LAS ENFERMEDADES INFECCIOSAS
“Podríamos ofrecer cierta protección a toda la población contra toda suerte de patógenos emergentes”, conjetura Jaykumar Menon, presidente de Open Source Pharma Foundation, organización líder en el esfuerzo para readaptar las vacunas más antiguas. “Es un paradigma distinto para la ciencia de las vacunas”.
Sí, parece ilusorio. Pero la teoría es creíble. Utilizada en la lucha contra el covid-19, la nueva generación de vacunas con tecnología “ARNm” (ARN mensajero) fue ideada para estimular la producción de anticuerpos que atacan objetivos moleculares específicos en la superficie del virus. Con todo, los anticuerpos no son los únicos elementos con los que nuestro sistema inmunológico combate una infección. También contamos con la llamada “inmunidad innata”, la cual incluye proteínas, enzimas, ácidos y otras sustancias que produce el organismo para bloquear, aislar y atacar virus y demás patógenos.
Diseñadas con métodos convencionales, las vacunas infantiles más importantes también inducen la producción de anticuerpos contra patógenos específicos. No obstante, a diferencia de las vacunas ARNm (dirigidas contra objetivos moleculares específicos del virus), las vacunas pediátricas suelen ser versiones atenuadas del virus vivo, lo cual desencadena una respuesta inmunológica más amplia que trasciende los anticuerpos y fortalece la inmunidad innata.
SISTEMAS DE SALUD PÚBLICA
Las evidencias sugieren que dicha respuesta puede ser lo bastante amplia para contribuir al combate contra covid-19 y otras infecciones nuevas. En un estudio publicado en agosto en la revista Cell Medicine Reports, un grupo de investigadores del Hospital General de Massachusetts halló que la probabilidad de que los pacientes con diabetes tipo 1 contraigan covid-19 se reduce a menos de un décimo tras la aplicación de una dosis de refuerzo de la vacuna “BCG”, inmunización desarrollada hace más de un siglo y que aún forma parte del esquema de vacunación pediátrico para prevenir la tuberculosis. Entre tanto, otros equipos de investigadores prosiguen con sus ensayos clínicos contra covid-19 y otras infecciones respiratorias, y Menon asegura que los resultados preliminares son muy alentadores.
Pese a que la ciencia sigue produciendo herramientas nuevas para combatir infecciones, o readaptando las ya existentes, los sistemas de salud pública —esenciales para la implementación eficaz— han demostrado ser inadecuados.
La historia es prueba de que hasta las mejores armas son inútiles si los soldados no las empuñan. Mas la historia es poco consuelo en medio de uns epidemia; sobre todo si se repite. N
(Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek).