Laura cosecha maíz a la manera de sus ancestros prehispánicos y abastece los molinos manuales que perviven en Ciudad de México. Dos antiguos métodos que dan pelea a la inflación, pero insuficientes para contener el precio de la vital tortilla.
“Este es cacahuazintle”, dice Laura Flores al deshojar una mazorca de generosos granos blancos en su milpa, sistema agrícola donde se siembran productos orgánicos a pequeña escala. Los pueblos mesoamericanos los tenían para autoconsumo.
“La base del sistema milpa ha alimentado a todas las generaciones anteriores y proveído de alimento a todos, a los que siembran y a los que no”, señala la mujer de 39 años a la AFP en San Miguel Xicalco, zona semirural desde donde se divisa el crecimiento avasallante de la megaurbe, que junto con su área metropolitana alberga a 22 millones de habitantes.
“Este sistema de producción familiar (…) siempre ha existido y ha sido suficiente”, remarca, a la espera de una cosecha de habas.
Su milpa y los molinos de nixtamal (maíz) contrastan con los sembradíos a gran escala que surten a la industria de la harina, negocio que en México —de 126 millones de habitantes— monopolizan dos empresas.
Ese sector se ha visto impactado por el aumento de los precios internacionales de los granos, del transporte y la logística, así como por las sequías y la guerra en Ucrania. Todo ello ha encarecido la tortilla, que según datos oficiales es consumida por 98.6 por ciento de los mexicanos y omnipresente en su rica gastronomía.
KILO DE TORTILLAS A 25 PESOS POR INFLACIÓN
Los costos internacionales asociados a su producción subieron 70 por ciento desde el inicio de la pandemia, señaló a la AFP Juan Carlos Anaya, director del Grupo Consultor de Mercados Agrícolas. En 2021, México produjo 27.4 millones de toneladas de maíz.
El kilo de tortilla pasó de 18.7 pesos (0.94 dólares) a inicios de año, a unos 21 pesos en octubre (1.05 dólares). Pero en estados como Sinaloa y Baja California (noroeste), dependientes de la agroindustria, supera los 25 pesos (1.25 dólares), según el gobierno.
La escalada de precios de alimentos como el maíz disparó la inflación a 12 meses en septiembre a 8.7 por ciento, su mayor nivel en dos décadas.
El presidente Andrés Manuel López Obrador reconoce que la carestía menoscaba sus esfuerzos para mejorar el poder adquisitivo de quienes ganan el salario mínimo (unos 260 dólares mensuales), que —asegura— aumentó 63 por ciento en términos reales desde que asumió en 2018.
“Estábamos en nueve kilos (de tortilla) y ahora con la inflación nos bajó a siete (la capacidad de compra con el sueldo diario)”, sostiene.
Según la privada Red de Maíz de Ciudad de México, el consumo per cápita se redujo de 195 a 50 gramos diarios desde 2013, especialmente por la crisis que desató la pandemia y el aumento del costo de vida.
Para frenar la caída, el mandatario izquierdista firmó esta semana un nuevo acuerdo con el sector privado —incluidos los dos gigantes harineros— que prevé congelar el precio de la harina de maíz hasta febrero próximo.
PRODUCTORES DEPENDEN DE MASECA Y MINSA
En pocos días, los maíces nativos de Laura llegarán a los consumidores del mercado local y a los molinos de nixtamal. En esos sitios, muy populares en el centro de México, el maíz se cuece con una solución alcalina para retirarle la cáscara y formar una masa que los molineros venden a las tortillerías.
Pero su alcance es limitado y muchos productores de tortilla dependen de las empresas Maseca y Minsa.
“Lo que está afectando actualmente son los precios de las harinas (…). Están aumentando porque cotizan en bolsa”, comenta Blanca Mejía, productora de tortillas y presidenta de la Red de Maíz de Ciudad de México.
Mejía dice que los grandes conglomerados pueden hacer contratos con los productores por unas 15,000 toneladas diarias, frente a 5 o 7 semanales que demanda la molienda tradicional. Competir con precios es prácticamente imposible.
“Como no hay nada que proteja al pequeño consumidor del maíz, para los molinos de nixtamal es cuestión de suerte” participar en el mercado, apunta.
Mientras los molineros lidian con esa desventaja, los agricultores de San Miguel Xicalco enfrentan otra amenaza: la construcción de proyectos de vivienda, combinada con la baja rentabilidad de los cultivos, ha obligado a vender los huertos en este sector montañoso del suroeste de la capital.
“Hay muchos productores que siembran, pero no ven reflejada su inversión en la ganancia y dicen ‘pues mejor lo vendo'”, cuenta Laura.
Desde su terruño se observan miles de edificios del área metropolitana, que parecen avanzar amenazantes.
“Hace algunos años México era autosuficiente en temas de granos, frijol, maíz, ahora no (…). Hemos desperdiciado mucho del campo”, se lamenta. N