Este libro de poesía, Laberinto de piezas extintas, se edifica como un laberinto en tiempo y espacio, pero también en el plano onírico. El poeta sueña y escucha el interior de la naturaleza que lo rodea: “La canción de los árboles / dejó de ser un corazón / para volverse el aullido / de los perros tristes. / Los pájaros se han volcado piedra / en un pentagrama de ramas”.
Por su composición editorial, el libro exige tomar una actitud, ladear la cabeza y leer: “El gallo insomne viste de negro / y la cresta del día te hiere. / Todavía algunos en su cama / esperan otro mundo mientras / la tibieza del sol brilla / entre sus sábanas”.
El poeta de este laberinto, Andrés Cisnegro, establece una memoria desde la “cúspide del Monte Albán”, y viaja a través de la lengua: “Haciéndote entender su imposible / cuando otra vez el sol ha transmutado ya en pez / y la noche ha terminado de subir el cierre / a su falda roja y de retirarse la peluca negra / que lucía sobre su dorada calva, el amanecer”.
EL POETA PROSIGUE SU CAMINO
“Escena doble en un párpado de niebla” no se contradice con “Los poetas son autógrafos del viento”. El primer enunciado es el título de un notable poema que prosigue su camino luego de tropezar con ese bello verso que alude a lo efímero de los poetas y la poesía.
No es fácil asumir el oficio de escribir con la serenidad del poema breve que concentra una fuerte carga emotiva. En cada lectura siento que está echando sus poemas al agua para recoger nuevamente arena y moldear momentos y circunstancias cotidianas, pero únicas. El don del poeta. Transformar la cruda realidad del hambre, por ejemplo, para alimentar con “un poema para la vida”.
Este libro se escribe sobre un “terciopelo salvaje” que reclama la paternidad de poetas peruanos como César Vallejo y Martín Adán, grandes innovadores del caudal literario que asomó a principios del siglo XX en nuestro continente. Como buen errante de la lengua, Andrés Cisnegro ha sentido la conmoción histórica y psicológica de la América morena que poetas como Roberto Fernández Retamar supieron retratar. Al mismo tiempo, reclama “palabras tan íntimas como mi propia carne”, diría Raúl Gómez Jattin, otro poeta referencial para el autor que concita este prólogo.
NEOLOGISMOS Y MESTIZAJE
En este libro habitan personajes, pero también neologismos producto de nuestro mestizaje, ahí encontramos al “guajolojet”, un pavo que vuela por la urbe donde las identidades se reconfiguran. Se puede leer madures creativa en este libro, pero también la afirmación necesaria de un poeta que empieza a labrar una obra poética y “desmentir”:
“… que los poetas están dormidos; / yo los he visto vivir, ansiosos / de ser la encarnada penumbra / de un árbol: las palabras / que transforman lo que palpan / y son la voluntad del mar, / una roca que gira a nueve millones / de kilómetros por segundo; / a la velocidad de un golpe al azar”.
“La condición del infinito” es un poema que cierra una declaración que nace en el poema 41 llamado “Trémolo”. El autor canaliza en cada verso de ese conjunto de textos, las máximas que sigue el rictus de su trabajo frente al poema y frente a la vida. Está asumiendo un rol literario, pero también revelador. La lectura te va guiando por un mapa estelar donde se advierte nuestra relación cósmica con la naturaleza. El referente en este sendero no puede ser otra más que María Sabina, icono de la etnobotánica mazateca y una guardiana del conocimiento ancestral de los antiguos mexicanos.
“Eres tú, Sabina, la savia que une a los seres / es tu mano la cabellera de perennes arroyos / y en cada uno, infinitas trenzas, palabras / mutando en líneas que no se repiten / y llegan distintas a un lugar diferente”.
LECTURA DEL AGUA
Este texto empieza a correr como un río y los poemas que le siguen se convierten en lo que podemos llamar la “canción del agua”. Aquí no podemos olvidar que existe una lectura del agua. Los ríos y los mares cobijan mitos y sabiduría que aflora en sus diferentes ciclos. Para nuestros pueblos originarios esta relación con la naturaleza es científica y, al mismo tiempo, espiritual.
“Mira cómo nada ese pájaro en el aire / mira cómo vuela ese pez en el agua”, nos dice el poeta para realizar otra afirmación sustancial del libro: su anticredo. Utilizando la oración católica subvierte el contenido de “Destruyo lo que creo” para reiterarlo en el verso final de “Fabla errante”, “las ideas deben morir” pero luego renacen:
“El corazón del mar es una ballena. / El corazón de una ballena es una luna de cristal / brotando con su filo en un fugaz árbol de agua. / El corazón de un árbol de agua, es un hombre / ahogado en una burbuja de sangre. Y su corazón / es una costilla rota, el de la costilla rota es / un trueno; y de un trueno el corazón es un portal. / De un portal, la cerradura. De la cerradura, una rosa. / De la rosa, el ruido. Y el corazón del ruido, es la oscuridad, / como de la oscuridad, el corazón, es el mar. / El corazón del mar es la cabeza blanca de un conejo”.
TIEMPO Y ESPACIO CIRCULARES
Todos los textos que conforman Fabla errante, Laberinto de piezas extintas transitan el tiempo y espacio de manera circular. Los poemas de origen retornan y se reedifican para cerrar un ciclo y empezar otro. Esto me lleva a pensar en el tiempo lineal que la cultura occidental ha impuesto como concepción hegemónica en el mundo y en la necesidad de rebatir ese postulado para constituir la memoria de los nuevos americanos desde la cosmovisión y saberes de nuestros pueblos originarios.
Andrés Cisnegro, con su poesía, traza un camino de revelaciones y autodescubrimientos, hallazgos indispensables para la identidad literaria de países que resguardan la sangre nativa que corre por nuestras venas, tanto en México como Perú. N