El 30 de agosto pasado murió Mijaíl Gorbachov, el otrora líder de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Su legado es el de un líder que buscaba que el mundo fuera seguro mediante negociaciones, pero no lo logró…
Soy un hijo de la Guerra Fría. Crecí viendo cómo los rusos aplastaban la Revolución húngara en 1956, y más tarde participé en simulacros de ataque nuclear en la escuela durante la crisis de los misiles cubanos de 1962.
Vi cómo, con Brézhnev, los rusos sofocaron de manera violenta la Primavera de Praga en 1968, con lo que acabaron con el sueño de Alexander Dubcek de un comunismo con rostro humano.
Me enteré de cómo la Unión Soviética trató de poner fin a los sueños de eurocomunismo de Enrico Berlinguer en Italia y de Santiago Carrillo en España, ya que ellos también aspiraban a que el comunismo se volviera una fuerza política moderna capaz de defender los derechos humanos, la libertad de reunión, de movimiento y de expresión.
En una comida privada que se llevó a cabo en Madrid en 1990, Carrillo se mostró optimista al hablar de cómo la URSS estaba cambiando gracias a la visión de un hombre, Mijaíl Gorbachov, que había llegado al poder en 1985 con una política de glasnost y perestroika (apertura y reforma), y de cómo se había dado cuenta de que el antiguo modelo soviético estaba obsoleto y, si la URSS quería sobrevivir, tenía que cambiar.
EN QUÉ SE EQUIVOCÓ GORBACHOV
Tenía razón en un aspecto: la URSS tenía que cambiar. Pero se equivocó al pensar que la URSS podría sobrevivir al cambio. Una vez desatadas, las fuerzas de la modernización llevaron a la URSS por un camino de transformación irreversible, y a los ciudadanos soviéticos, por un camino de rechazo al viejo sistema.
Gorbachov fue incapaz de gestionar esta transformación. Cuando la KGB se rebeló y fue derrotada bajo el liderazgo de Boris Yeltsin, los días de Gorbachov y, de hecho, los días de la URSS, estaban contados.
Gorbachov se convirtió en el favorito de Occidente, el líder que puso fin a la Guerra Fría sin disparar un solo tiro y que acabó con la brutal subyugación de Europa del Este, los países bálticos y las repúblicas de Asia Central.
Sin embargo, los rusos lo veían como alguien indeciso, que no se comprometía con la democracia representativa ni con la economía mixta. Y que además se apartaba de la ortodoxia comunista que había gobernado la URSS desde 1917.
Poco después del intento de golpe de Estado por parte de los partidarios de la línea dura de la KGB, Yeltsin asumió el poder y presidió la disolución de la URSS y el eventual surgimiento de Rusia como un Estado libre, el cual, bajo su mando, carecía de cualquier estructura o dirección. Yeltsin demostró ser un desastre, ya que estaba ebrio la mayor parte del tiempo, y dejó a la Federación Rusa abierta a la manipulación de fuerzas no democráticas.
DE OFICIALES A OLIGARCAS
Los antiguos oficiales de la KGB poco a poco asumieron el control de espacios clave de la economía y se convirtieron en los oligarcas de hoy, robando miles de millones en el camino.
La KGB consiguió elevar a uno de los suyos a las filas de la política rusa: Vladimir Putin.
En el año 2000, Putin tomó el relevo de un disoluto Yeltsin, y rápidamente creó un Estado autoritario en el que prometió a los rusos orden y estabilidad. Hizo que los oligarcas estuvieran en deuda con él y solo con él. Acabó con la prensa libre y arrestó a los opositores, muchas veces con cargos inventados.
Gorbachov se retiró a una vida inmerecida en Rusia, mientras era aclamado en Occidente. Su legado para los rusos será siempre el de un líder que soñaba con crear un comunismo con rostro humano, pero que no pudo llevar a cabo su plan debido a las fuerzas conservadoras que urdieron un intento de golpe de Estado para desbaratar su proyecto.
Su visión era poco realista, ya que los rusos no tenían experiencia con ningún tipo de libertad, y la eliminación del control gubernamental podía conducir, y de hecho lo hizo, a la anarquía.
PUTIN, EL LEGADO
El comunismo dependía de la fuerza para mantener a la gente a raya y conservar el poder, ya que las elecciones libres (que Gorbachov no propugnaba) diluirían el poder y conducirían a los caprichos de un incipiente experimento democrático que no podría sobrevivir en un país que nunca había conocido los conceptos de compromiso y consenso.
Su legado en Occidente será siempre el de un líder que trató de hacer del mundo un lugar más seguro por medio de las negociaciones con Occidente, la cooperación en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y la liberación de los Estados de Europa del Este del yugo soviético.
Es una pena que no haya podido llevar a cabo su plan. En su lugar, la Rusia de Putin adopta los peores aspectos de la URSS tanto en términos nacionales como internacionales.
Desafía al mundo con sus sueños expansionistas e intenta desestabilizar el orden internacional. Trabaja con otros líderes autoritarios para acabar con la democracia liberal y crear un nuevo orden mundial basado en la fuerza y la opresión.
Por desgracia, en esto se ha convertido para muchos el legado de Gorbachov. N
—∞—
Eduardo del Buey es diplomático, internacionalista, catedrático y experto en comunicaciones internacionales. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.