Hace un año, los últimos soldados estadounidenses salieron de Afganistán y dejaron el control del gobierno en manos del Talibán. A partir de entonces, el país ha caído en la pobreza, en una represión creciente contra las mujeres y las niñas, y en un repudio internacional que se puso de manifiesto el último día de julio, cuando un dron estadounidense atacó la vivienda de Ayman al Zawahiri en Kabul, cobrando la vida del líder de Al Qaeda.
Desde su exilio en Estados Unidos, Azra Jafari, política y activista por los derechos humanos (la única mujer que intervino en la creación de la Constitución afgana de 2003, para luego convertirse en la primera afgana en ocupar el cargo de alcaldesa, en 2008), ha presenciado con creciente angustia los cambios que está sufriendo su patria.
“Fuimos una democracia funcional durante 20 años y, en ese periodo, siempre nos acompañó la esperanza”, dice a Newsweek. “Ahora no tenemos nada. Todo por lo que trabajamos durante 20 años se ha convertido en nada”.
Pese a la campaña inicial de relaciones públicas —que presentó a la organización político-religiosa como un movimiento más moderado de lo que fuera en la década de 1990—, el regreso del Talibán al poder ha estado marcado por la exclusión femenina en la educación y en todo tipo de trabajo que no sea doméstico; así como por férreas restricciones al atuendo, la libertad de expresión y de desplazamiento de mujeres y niñas.
VENDER A LAS HIJAS POR CULPA DEL TALIBÁN
Al empeorar la situación económica, algunas familias necesitadas han tenido que vender a sus hijas en matrimonios concertados. Mientras, las detenciones arbitrarias, las desapariciones, la tortura y los asesinatos de hombres y mujeres se han convertido en la norma de Afganistán.
Sin la presión de Estados Unidos y sus aliados, esta situación persistirá, asegura Jafari. “En mi país no hay un solo grupo capaz de controlar al régimen”, prosigue. “El Talibán jamás cambiará sus ideologías, así que la comunidad internacional tiene que hallar alguna solución”.
Pero, hasta ahora —acusa la activista—, lo único que ha hecho Occidente es emitir declaraciones condenando la represión.
En enero de 2022, el secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), António Guterres, sentenció: “La vida cotidiana de los afganos se ha vuelto un infierno”.
Durante la invasión soviética de Afganistán, la familia de Jafari huyó a Irán, donde la entonces adolescente creó una escuela para niños afganos en el exilio.
En 2001, tras la caída de los talibanes, Jafari regresó a su país e intervino en la formación de un nuevo gobierno. Siete años después, el presidente Hamid Karzai la designó alcaldesa de la municipalidad de Nili, en la región central de Afganistán. Esta distinción fue notable no solo porque se convirtió en la primera mujer que desempeñaba semejante cargo, sino también porque Jafari pertenece a la minoría étnica hazara, frecuentemente perseguida y mantenida al margen del poder por la mayoría pastún (según un informe de la ONU, en abril pasado los talibanes torturaron y mataron a una partera por el simple hecho de ser mujer y, además, hazara).
MUJERES SE QUEDAN SIN ESCUELA
En 2001, tras la caída del Talibán, comenzó a crecer la cifra de mujeres y niñas que asistían a la escuela y tenían negocios propios. Hasta 27 por ciento de los escaños del Parlamento afgano quedaron reservados a mujeres. Y el nuevo gobierno construyó más de 3,000 instalaciones de salud dirigidas a las mujeres, quienes tuvieron poco acceso a dichos servicios bajo el control de los talibanes.
Aquella medida condujo a una reducción en la mortalidad materna, en tanto que —según datos del Instituto Brookings— la expectativa de vida de las mujeres aumentó de 56 años en 2001 a 66 años en 2007.
Es verdad que no todas las mujeres tenían los mismos derechos, y que las urbanitas tendían a gozar de más libertades que las habitantes de zonas rurales. También es indiscutible que la postura ancestral sobre el lugar que debían ocupar las mujeres estaba profundamente arraigada en todo el país. Pese a todo, la vida de las mujeres había mejorado de manera significativa y Jafari opina que los avances habrían continuado si el Talibán hubiese permanecido al margen.
Pero ahora, prosigue, su temor de que las mujeres queden “completamente aisladas de la sociedad” parece estar volviéndose una realidad.
En agosto de 2021, tras la caótica retirada de Estados Unidos, los funcionarios talibanes adoptaron una retórica conciliadora. Zabihullah Mujahid, portavoz del régimen, habló de un gobierno inclusivo que no discriminaría a las mujeres. Eso sí, siempre tuvo cuidado de añadir “dentro del marco de la ley sharía [islámica]” o “dentro de nuestro marco cultural”.
FALTA DE OPORTUNIDADES E INDIGENCIA
En la práctica, esa acotación se traduce en que la mayoría de las mujeres no puede trabajar, impedimento que ha reducido a la indigencia a las familias cuyo sustento depende de mujeres.
Por otra parte, Human Rights Watch señala que, debido a la crisis financiera del país, las pocas afganas que trabajan no perciben un salario adecuado. Y las que han logrado mantener el empleo deben adherirse a un código de vestimenta muy estricto para no ser despedidas.
En una declaración oficial, el Talibán aconsejó que las mujeres permanecieran en sus domicilios, porque “no salir de casa es el primero y mejor indicador del cumplimiento del hiyab”. Cuando salen a la calle, las mujeres deben cubrirse el rostro y, en algunas partes del país, tienen que ir acompañadas por un varón de su familia.
Por su parte, los hombres son susceptibles de multas e incluso sentencias de prisión si sus parientas violan el código de vestimenta; penalizaciones que podrían incrementar la violencia doméstica en una nación donde —según datos de Naciones Unidas— nueve de cada diez mujeres son víctimas de ese atropello.
El 23 de marzo de 2022, y contraviniendo una de sus promesas, el Talibán terminó por prohibir que las niñas asistieran a la escuela más allá del sexto grado de primaria.
Heather Barr, directora adjunta para derechos de las mujeres en Human Rights Watch, describió a las afganas como “cautivas de sus hogares”. En enero de este año, la activista previno que la crisis que enfrentan mujeres y niñas estaba “escalando sin que podamos vislumbrar un final”.
ECONOMÍA COLAPSADA
En estos momentos, Afganistán necesita echar mano de todos sus recursos. Sucede que su economía colapsó a lo largo del último año, pues, casi tan pronto como el Talibán retomó el poder, las naciones occidentales congelaron más de 9,000 millones de dólares en activos bancarios afganos, en tanto que las sanciones económicas impuestas a funcionarios talibanes desencadenaron una inflación que disparó el precio de la canasta básica.
Como resultado, muchas familias han tenido que vender casi todas sus pertenencias para conservar sus viviendas, y algunas incluso han debido vender a sus hijas en matrimonios concertados. Todo, con la única finalidad de subsistir y pagar sus deudas.
Sediqa Rezaei —quien fuera reportera en Kabul hasta el regreso del Talibán, el año pasado— tuvo la suerte de encontrar empleo como trabajadora social de una organización internacional que opera en la provincia de Bamiyán. Luego de la retirada de las fuerzas estadounidenses, fracasó en su intento de abandonar Afganistán y, ahora, como muchas de sus amigas, sigue buscando la manera de emigrar a cualquier parte.
Los afganos “han perdido la esperanza”, afirma Rezaei, porque ya han constatado que el Talibán no tiene la menor intención de cambiar. La experiodista asegura que toda noticia positiva que origine en el país es meramente un intento del régimen para granjearse el favor de la comunidad mundial. “Las mujeres somos cautivas de los designios del Talibán”, agrega Rezaei. “Nuestra situación solo puede empeorar”.
SIN OJOS PARA AFGANISTÁN
Durante los seis años de su mandato administrativo, Jafari llegó a ser conocida como “el Sr. Alcalde”, sobrenombre que la exiliada acepta con orgullo. Pero ahora, igual que Rezaei, ha visto que la atención internacional está centrada en Ucrania, por lo que siente que el mundo le ha vuelto la espalda a Afganistán.
“Solo dicen: ‘Ah, su situación es espantosa y esperamos que cambie’. Pero no tengo idea de cómo cambiará si todos guardan silencio”, protesta Jafari.
Aun cuando las sanciones internacionales y el retiro de la ayuda económica han sido devastadoras para el pueblo afgano, Jafari percibe esas medidas como las armas más poderosas de que dispone el mundo para combatir al Talibán.
La economía de Afganistán depende en buena parte de los recursos económicos internacionales, por lo que la exalcaldesa no deja de ejercer presión para que Estados Unidos y sus aliados utilicen su poderío económico y obliguen a los talibanes a cumplir con las normas internacionales sobre derechos humanos. Sin embargo, no se siente optimista.
“La comunidad internacional guarda silencio en cuanto a lo que está sucediendo en Afganistán”, insiste Jafari. “Aún quedan muchos activistas, reporteros, minorías y mujeres en mi país, y todos viven con temor. Necesitan ayuda. No podemos olvidarles”. N
(Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek).