¿Existe la democracia? Es difícil dar una respuesta positiva a esta pregunta que muchos hacemos hoy en día. Según la Wikipedia, la democracia es una forma de gobierno en la que el pueblo tiene la autoridad para deliberar y decidir su legislación (“democracia directa”), o para elegir a los gobernantes que lo harán (“democracia representativa”).
La “democracia directa” es un ideal utópico imposible. Millones o decenas de millones de votantes no pueden decidir cada ley y cada acto legislativo. La democracia directa, tal y como se practica hoy en día, suele ser un régimen autoritario o populista donde el líder y las fuerzas de seguridad organizan las elecciones, dictan el resultado y no se permite al ciudadano medio decir lo que piensa.
La democracia representativa es un oxímoron en el mundo político actual. Un representante forma parte de un partido político y debe lealtad al partido y a su líder, a menos de que quiera sentarse solo en algún rincón polvoriento del Congreso.
Como parte de una maquinaria política, el representante debe ser elegido por un grupo de ciudadanos. Sin embargo, el representante suele no estar en deuda con ellos.
En el mundo político actual, para ser elegido hay que recaudar decenas de miles o, en algunos casos, millones de dólares para hacer el tipo de publicidad y campaña que se requiere para presentarse en las elecciones.
LOS REPRESENTANTES VOTAN EN SENTIDO CONTRARIO
Así, aunque 80 por ciento de los estadounidenses quiere una reglamentación enérgica contra las armas, sus “representantes” votan constantemente en contra de cualquier medida que pretenda satisfacer esta demanda.
¿Por qué? Porque la Asociación Nacional del Rifle financia sus campañas políticas y determina el voto de los representantes en cuestiones relacionadas con las armas. De hecho, cabe preguntarse si los “representantes” o líderes de cualquier democracia representan a los ciudadanos o a sus financiadores.
Otra cuestión es la de la gestión de las elecciones. En 2016, la candidata demócrata Hillary Clinton ganó la pluralidad del voto popular nacional (48.2 por ciento) con un margen de casi 3 millones de votos. Sin embargo, Donald Trump se impuso en 30 estados y ganó el voto del Colegio Electoral por 304 a 227.
Los candidatos republicanos en las elecciones a la Cámara de Representantes consiguieron 49.13 por ciento del total de votos emitidos en 2016 y ganaron 55.4 por ciento de los escaños. En comparación, los candidatos demócratas obtuvieron 48.03 por ciento de los votos y ganaron 44.6 por ciento de las contiendas en juego.
En las elecciones de 2021 en Canadá, votó solo 62.25 por ciento de los electores. Los liberales formaron gobierno con 32.6 por ciento de ese 62.25 por ciento, lo cual se traduce en un gobierno elegido por 20 por ciento de todos los votantes.
ELECTORES FRUSTRADOS
Me parece que un análisis de otras democracias tendría resultados similares respecto a la participación de los votantes y el apoyo a los partidos gobernantes. ¿Es de extrañar que muchos electores se sientan frustrados?
En un artículo reciente del Toronto Star, Chantal Hébert, periodista con un profundo conocimiento de la política canadiense, reveló que 85 por ciento de los parlamentarios electos se presentaron en las elecciones por motivos altruistas. Pero la mayoría dejaron el cargo tarde o temprano desencantados con la política partidista.
Si los parlamentarios electos sienten esa frustración, ¿cómo se puede esperar que el votante medio respete el sistema que produce tal descontento? Los electores renuncian a la política con mucho cinismo. Cuando una mayoría de votantes cree que “todos son iguales” y que “no tienen mis intereses en consideración”, entonces de manera involuntaria abren el camino para el populista autoritario que apela y legitima sus sentimientos más básicos.
Pero cuando los votantes renuncian a la participación política, ¿no están renunciando al control de sus vidas y de la vida de su país?
En su discurso de investidura de 1961, el presidente estadounidense John F. Kennedy dijo a los estadounidenses: “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti, pregunta lo que tú puedes hacer por tu país”. ¿Son capaces los líderes y los votantes de responder de forma positiva a este exhorto? Creo que no.
SIN PARTICIPACIÓN NO HAY DEMOCRACIA
La verdad es que los líderes de hoy muestran poco interés en cambiar el sistema, y el votante muestra poca voluntad por participar en el proceso político actual para exigir los cambios necesarios para mejorar el sistema.
Los votantes pueden quejarse todo lo que quieran, pero las quejas sin participación no darán resultados. Solo una mayor participación de los electores dará lugar a una representación más eficaz en todos los niveles de gobierno.
Entonces, ¿existe la democracia? Bueno, existe, pero quizá no como los votantes desearían. Tal vez sea mejor considerarla como lo hizo Winston Churchill cuando dijo: “La democracia es la peor forma de gobierno, con excepción de todas las demás”.
Pero ¿podemos conformarnos con el menor de los males en lugar del mejor sistema político? En ese sentido, ¿puede evolucionar la democracia?
No, si los líderes siguen sucumbiendo a sus propias ambiciones personales, a la codicia y al atractivo del apoyo financiero y político de los grupos de intereses especiales.
No, si los votantes renuncian a sus responsabilidades como ciudadanos. Y no hasta que la naturaleza humana cambie para bien. N
—∞—
Eduardo del Buey es diplomático, internacionalista, catedrático y experto en comunicaciones internacionales. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.