Hank Skinner, quien ha permanecido en el pasillo de la muerte en Texas durante casi tres décadas, dice que todavía le queda esperanza.
“Soy optimista de no terminar aquí. Nunca debí estar aquí para empezar. Ha sido un largo camino”, le dijo a la AFP durante una entrevista.
Encarcelado en Livingston, un pueblo a unos 130 km al norte de Houston, Skinner siempre ha mantenido que es inocente.
Habló para la AFP a través del teléfono de una de las cabinas separadas por vidrios en la prisión Allan B. Polunsky. Él vestía un uniforme blanco de la cárcel.
En 1995, Skinner fue sentenciado a la pena de muerte por el asesinato de su novia y de sus dos hijos adultos en Pampa, Texas.
TRES VÍCTIMAS MURIERON
No negó haber estado en la casa donde las tres víctimas murieron. Sin embargo, pero dijo que se desmayó producto de una combinación de drogas y licor. Skinner fue hallado en una casa cercana con sangre en su ropa, pero insiste en que una prueba de ADN podría probar su inocencia.
De barba canosa, este hombre que recientemente ha cumplido 60 años lleva más de media vida esperando una decisión de la más alta corte criminal del estado.
La Corte de Apelaciones de Texas evaluará si el jurado que sentenció a Skinner habría tomado una decisión diferente de contar con acceso a pruebas de ADN, hoy disponibles.
Texas tiene 197 condenados a muerte. En 2020 y 2021, seis fueron ejecutados pero 11 fueron sacados de la lista luego de que se revisaran sus sentencias.
Algunos de ellos todavía están tras las rejas. Uno de ellos es Raymond Riles, a quien se le conmutó la pena de muerte por cadena perpetua debido a un historial como enfermo mental.
Otros están libres. Cesar Fierro fue devuelto a México después de pasar 40 años en el pasillo de la muerte. Si la corte le da la razón a Skinner, continuará en prisión pero podrá apelar en un intento por probar su inocencia.
23 MINUTOS ANTES DE LA INYECCIÓN LETAL
La ejecución de Skinner se ha programado en cinco ocasiones. En marzo de 2010, la Suprema Corte de Estados Unidos lo indultó 23 minutos antes de la hora programada para recibir la inyección letal. Justo después de tomar la que se suponía fue su última cena.
Fue su abogado el que le dio la buena noticia. “Colgué el teléfono y me desvanecí por la pared. No fui consciente pero tenía lágrimas rodando por ambos ojos”, recuerda.
“Sentí como si alguien me hubiera quitado una tonelada de peso del pecho. Me sentí tan ligero. Pensé que saldría flotando”.
Una vez la sorpresa y la euforia se desvanecieron, Skinner sufrió una terrible depresión. Ello porque entendió que debía regresar al pasillo de la muerte. Y a “todo el sufrimiento de aquí”.
Ver a compañeros de prisión morir, dice, es más difícil que estar encerrado en una pequeña celda 22 o 23 horas al día. Me encuentro sin televisión o contacto físico. Excepto cuando los guardas le ponen y quitan las esposas.
Un total de 127 presos han sido ejecutados desde 2010 en Texas, el estado que más castiga con pena de muerte. Vivir en el centro de detención significa que los días de Skinner están llenos de ruido desde la mañana hasta la noche.
“AYUDO A CUALQUIERA CON SUS APELACIONES”
“Hay personas aquí que están mentalmente perturbadas. Se golpean contra las paredes, patean las puertas, gritan a todo pulmón”, dice. Otros tienen conversaciones con gente imaginaria. Incluso otros tienen diálogos reales pero ruidosos entre ellos.
“Es cacofonía todo el tiempo. Pero aprendes a desintonizarte de eso”, reconoce Skinner. Al no haber luz del día, y con un desayuno que se sirve a eso de las 3:00 a.m., dice que es difícil mantener una noción del ritmo de la vida.
Se duerme cuando la fatiga lo colapsa y aprovecha los periodos de silencio en la noche para leer. A menudo examinando los expedientes de otros presos.
Al haber trabajado en una firma de abogados antes de su detención, se dice feliz de compartir su experiencia con ellos. “Ayudo a cualquiera con sus apelaciones. Excepto a violadores de bebés y a quienes mataron o mutilaron niños. Eso no puedo hacerlo”, reconoce.
“Tengo una reputación. He logrado que 11 personas salgan de aquí. Eso es mejor que lo que cualquier abogado de sentenciados a muerte pueda decir”.
“VOY A ACABAR CON LA PENA DE MUERTE EN EL MUNDO”
En 2008, Skinner se casó con una activista francesa que lucha contra la pena de muerte. Ella también está convencida de que él fue víctima de un error de procedimiento en la justicia.
Si es liberado, “buscaremos una casita en el bosque donde podamos pasar tiempo juntos”, dice en francés su esposa Sandrine Ageorges-Skinner. Por los años que le quedan de vida, Skinner dice que le gustaría “pasar cada minuto” con su esposa.
Además tiene otro proyecto en mente. “Voy a acabar con la pena de muerte en el mundo”. “Creo que si la gente supiera cómo es esto realmente, nunca votarían por la pena de muerte. Siempre he creído eso”, concluye. N