En el inconsciente colectivo de las sociedades occidentales vive arraigada una anticuada idea de que la mujer se realiza al ser madre. Como si cada una de nosotras hubiera pasado la infancia jugando a “la familia” y como si cada una de las que sí jugaron a imitar los roles de género heteropatriarcales hubiera crecido para ejercerlos.
Desde pequeñas se nos programa para actuar una maternidad heredada que se repite una y otra vez en la que la madre sacrifica voluntariamente su vida por atender y cuidar de sus hijes y esposo. Además, tiene buen cuerpo, pertenece al mercado laboral y siempre sabe en dónde está todo en casa.
Por eso cuando me miré en el espejo por primera vez, después de haberme partido en dos para dar vida, en lugar de ver a una diosa generadora de luz desprecié a ese cuerpo que por nueve meses se desarmó para transformarse.
Gina Jaramillo, directora general de la revista Chilango, habla del nivel de exigencia al que se somete la maternidad. “Las exigencias del sistema son ridículas, porque tus hijes tienen que estar limpios, comer bien, sacar 10 en la escuela porque estás acompañándoles día y noche. Además, tienes que tener un puesto que llenes a full, que no faltes nunca, y tienes que estar guapa. El sistema ni siquiera nos da el tiempo para reconciliarnos con nuestros cuerpos cuando hemos parido”.
Esther Vivas, autora del libro Mamá desobediente, habla de cómo ese “ideal de madre perfecta es inasumible, indeseable, tóxico y nos genera mucho malestar a las madres con la experiencia materna. Porque se supone que tenemos que ser una mamá que es imposible llegar a ser”.
MUCHAS Y MUY DIVERSAS MADRES
Existen muchas formas de maternar. Somos muchas y muy diversas madres: las que maternan el 90 por ciento de su tiempo; quienes pertenecen al mercado laboral y maternan; aquellas que dan leche; esas que hacen colecho; las que les duermen en otra habitación; aquellas que les dan chupón; quienes prefieren que se chupen la mano.
Hay tantas maternidades como madres. Sin embargo, quienes hemos decidido maternar fuera del modelo común somos juzgadas constantemente por quienes integran el sistema en el que renacemos como madres.
“Por eso es tan importante que revindiquemos la maternidad real con todas sus luces y sus sombras. Que las mujeres madres somos otras cosas más allá de mamás y tenemos vida propia e intereses. Es fundamental plantear la ambivalencia y las contradicciones de la experiencia materna para reconciliarnos con lo que significa ser madre, porque si no, se genera una expectativa que poco tienen que ver con la experiencia de ser madre”, dice Esther desde su hogar en Barcelona.
Vivimos en una sociedad que no nos permite hablar de los disgustos de la maternidad y nos obliga a pretender que todo es simple y maravilloso. Que amamos a nuestro bebé por sobre todas las cosas y que finalmente somos felices.
Esther explica que eso es mentira porque “la maternidad es ambivalente y es contradictoria. Ser madre implica querer con devoción a tu hijo, pero no poder más con él, necesitar que alguien lo tome, poder respirar, bañarte. Pero esto no se nos permite nombrarlo en voz alta, y si lo hacemos, si nos quejamos, si decimos que no podemos más, si decimos que no somos felices, entonces se nos tacha de malas madres, como si el problema fuésemos nosotras, cuando la maternidad es así”.
¿QUÉ PAPEL DESEMPEÑAMOS?
Desde que nos quedamos embarazadas se nos trata de manera paternalista, se nos hace creer que no sabemos, que no lo vamos a hacer bien, que no vamos a poder tirar para adelante.
Toda mi vida, desde la infancia hasta el momento en que me convertí en madre, la pasé construyendo una identidad: trabajadora, deportista, lectora, amante de la música, locutora de radio, paciente con Lupus, y tantos otros atributos que conforman esa identidad que me hace única. Ese personaje está intrínsecamente relacionado con mis emociones y, según el modelo capitalista al que pertenezco, mi realización depende de su éxito.
Un día me di cuenta de que llevaba dos semanas encerrada en mi habitación, con las tetas al aire, sin bañar y sin haber hecho más que amamantar, cambiar pañales y arrullar a una criatura con cólicos que no paraba de llorar. Había dejado de trabajar, de hacer ejercicio, de leer, de ver películas, de defender los derechos humanos. Me estaba perdiendo y lo estaba haciendo sola porque creía que solo me estaba pasando a mí.
Y lo que es peor, el sistema me obligaba a regresar a laborar en esas condiciones. Con la cabeza y el corazón aún en pedazos y mucho antes de que pudiera interiorizar la batalla que se peleó en mi cuerpo.
“Las mamás que trabajamos en el sistema común de entrada tenemos una incapacidad por maternidad que es ridícula: tan solo un par de meses. Y así pretenden que regresemos con energías, relajadas y con gran armonía cuando a nivel personal estamos teniendo la transformación más honda de nuestra existencia”, suma Gina.
¿QUÉ ESPERAN DE LA MADRE?
Se espera que como madre te hagas cargo al cien por ciento de tus hijes, pero cuando pides permiso en la oficina para llevarles a una cita médica te dicen que te tomarán la falta de tus días de vacaciones. Nos castigan por ser algo más que madres y, al mismo tiempo, esperan que todas las labores de cuidado, las de los hijes y las de los padres, dependan solamente de nosotras.
Esther piensa que “tener a cargo a una persona dependiente es algo por lo que todos deberíamos de pasar en la vida. Esto en el sentido de que cuidar es imprescindible para la reproducción humana. No podemos dar la espalda a esta tarea, seamos padres o madres o no lo seamos. Por lo tanto, el problema no es tener a una persona dependiente, es el hecho de que el mercado de trabajo dé la espalda a esta realidad o discrimine a las personas que se hacen cargo de estas tareas de cuidados”.
Si trabajas eres poca madre. Si no trabajas eres solo madre. Y si no eres madre para qué eres mujer. El caso es que no hay maternidad que acomode a todes. Pero no importa, porque solo nosotras debemos de tener el control de nuestras maternidades. Para lograr eso debemos de ser libres para decidir sobre nuestros cuerpos y sobre si queremos o no ser madres. Debemos de ser libres para fallar, para compartir nuestras experiencias, y libres para volver a intentarlo. N