En el actual proceso electoral en Colombia, el candidato puntero, Gustavo Petro, ha ofrecido no llevar a cabo expropiaciones. En Brasil, el expresidente socialista Lula da Silva, sin mencionar intención alguna por expropiar bienes nacionales, se prepara para volver a contender por la presidencia frente a Jair Bolsonaro. Y en su búsqueda pretende diversificar la economía brasileña como una de las grandes potencias agrícolas, pues produce 2,000 millones de litros de leche al año, además, exporta café, azúcar, soya y una considerable cantidad de aceites con una empresa petrolera de propiedad mixta.
En México, el presidente Andrés Manuel López Obrador de extracción progresista, ofreció desde su campaña, hace cuatro años, no hacer expropiaciones, lo que ha cumplido. E igual a la Bolivia de Evo Morales, se concentra en la exclusividad para la extracción del litio como elemento reservado para el Estado con el objeto de lograr su correcta explotación.
En Chile, el recién electo presidente Gabriel Boric ha comenzado a gobernar un país que, junto con Uruguay, es considerado de renta alta con 12,000 dólares per cápita, pero sin intención de nacionalizar la producción de cobre que representa una de las fortalezas.
Todo esto viene a colación porque, al contrario de lo que pasa en América Latina, durante las pasadas elecciones en Francia, los candidatos y el presidente, Emmanuel Macron, hablaron de todo en campaña, pero no tuvieron necesidad de mencionar siquiera el tema de nacionalizaciones, no solo de recursos naturales, sino de cualquier empresa, y ello pese a la vocación social de los franceses.
LOS ASPECTOS ESENCIALES
La diferencia estriba en al menos dos aspectos esenciales. Por un lado, el fundamento de tener sin reservas una economía de mercado en armonía con un Estado fuerte que distribuye, sin corrupción, eficientemente la riqueza. Por el otro, en línea con el resto de las economías de Europa, durante más de 300 años ha cimentado su desarrollo en la investigación científica, los inventos y descubrimientos, así como en la capacidad industrial para dar cabida a toda su fortaleza creativa bajo sólidos derechos de propiedad.
En tanto, por nuestra parte en América Latina hemos tenido el infortunio de poseer vastos recursos naturales, si bien necesarios para el desarrollo, ínfimos dentro del valor agregado de los bienes. Las materias primas son esenciales para la producción de una infinidad de cosas cuyo mayor valor, sin embargo, se encuentra en el producto final, no en su proceso de elaboración, y menos en los insumos para su realización.
Mientras las naciones latinoamericanas se han concentrado en explotar recursos naturales, las europeas y, tiempo después, las norteamericanas, se han enfocado en darles valor.
Para nosotros, el desarrollo económico se ha centrado en la renta que genera el enviar acero, carbón, petróleo, aluminio o cobre a las naciones desarrolladas. Las economías desarrolladas, por su parte, aprovecharon las materias primas que recibieron para inventar o descubrir bienes y servicios tan esenciales para la vida humana como los rayos equis, la penicilina, la anestesia, el genoma humano, la locomotora y el automóvil, así como la margarina y la mermelada o el contrato de seguro.
Como es evidente, el acero para un tren es elemental. Empero, lo es más cuando transporta personas y bienes a través de grandes distancias en el menor tiempo.
CONDENADOS AL SUBDESARROLLO
Este devenir económico ha provocado una impresionante expansión económica en los países desarrollados, al mismo tiempo que ha condenado a esta región al subdesarrollo y a una interminable corrupción sustentada en una nociva relación entre el poder político y económico.
Estos poderes se han unido para ponerse de acuerdo en cómo explotar los recursos naturales y las concesiones públicas sin que ello genere realmente valor a las economías de la región y, mucho menos, políticas de bienestar efectivas para la población.
El futuro económico se encuentra en la concentración de todo el esfuerzo en áreas como la tecnología, el cuidado a la salud, el entretenimiento, los proyectos verdes para el cuidado del medioambiente y la expansión financiera. No obstante, todo parece indicar que América Latina no se encuentra inmersa en esta dinámica.
En pleno siglo XXI, nuestro concepto de empresa sigue siendo rustico, no se le da el valor suficiente a la persona humana y se malentiende que emprender fundamentalmente consiste en obtener los medios para construir relaciones con las clases gobernantes a efecto de conseguir autorizaciones o concesiones para explotar recursos naturales o servicios como el de la banca, el crédito y las telecomunicaciones.
Así, en la salida de la peor pandemia en los últimos cien años, ante el reto formidable de diseñar una nueva arquitectura financiera, del calentamiento global y de la expansión tecnológica sin precedentes, esta región del orbe se percibe lejos de ser protagonista en la solución de los desafíos. N
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Carlos Alberto Martínez Castillo es doctor en Desarrollo Económico, Derecho y Filosofía y profesor en la UP e Ibero. Ha colaborado en el Banco de México, Washington, Secretaría de Hacienda y Presidencia de la República. Es socio de Excel Technical Services. Correo: drcamartí[email protected] Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.