Los atletas que compitieron en los Juegos Olímpicos de invierno en Pekín, China, experimentaron de primera mano la proeza local para controlar brotes de covid-19. A diferencia de las políticas vagas e inconsistentes de Estados Unidos, Pekín ya perfeccionó el arte del aislamiento sanitario. Los atletas permanecieron acordonados del mundo exterior y se les requirió el uso de cubrebocas y pruebas diarias. Después de estas se aislaban en sus cuartos a esperar un resultado negativo.
Estas medidas hacen más que proteger a los atletas de la infección. También protegen la renovada reputación de China como un administrador competente de la salud pública global, en tanto continúa la crisis por la pandemia.
Desde que China manejó el brote del síndrome respiratorio agudo grave (SARS) con torpeza, hace menos de 20 años, su capacidad de lidiar con una situación similar es ahora un referente mundial. Y, acaso, un motivo de celebración. Un sistema de salud público chino en alerta por patógenos pandémicos, y que puede suministrar la mejor tecnología y experiencia ante la amenaza de nuevos virus, debe tranquilizar no solo a la población china, sino a todo el mundo.
Con todo, la estrategia de China, que confía en medidas estrictas de aislamiento para limitar la propagación de la variante ómicron, podría no ser sostenible en los meses siguientes. Y, ante el prospecto de futuros brotes, la enemistad entre Estados Unidos y China resulta preocupante.
En el campo de la prevención de pandemias, la cooperación es clave. Las naciones son mucho mejores en esta lucha cuando colaboran que cuando se enfrentan a las pandemias por su cuenta. La experiencia del covid-19 podría haber dañado nuestra capacidad global para hacer frente a la siguiente pandemia, en gran medida porque las relaciones entre Estados Unidos y China se deterioraron.
LENGUAJE BELICOSO Y POSTURA AGRESIVA
Las inquietudes ya estaban presentes antes de la pandemia por el lenguaje belicoso y la postura agresiva de la administración de Trump ante el comercio. Dos años de covid-19 revelaron antiguas fracturas y crearon algunas nuevas. El debate sobre los orígenes del virus —ya sea que haya surgido de forma natural en los animales o en un laboratorio en Wuhan— generó más animosidad que información.
Por su parte, la administración de Biden rehusó atender los Juegos Olímpicos en Pekín a razón de las violaciones a los derechos humanos en China. A la par, el presidente de China, Xi Jinping, posó con su contraparte ruso, Vladimir Putin, en apoyo a su operación en Ucrania.
La pandemia también amargó la opinión pública sobre China: la proporción de estadounidenses que la ven como un “enemigo” se duplicó en el primer año de la pandemia, de acuerdo con la encuestadora Gallup. Los estadounidenses también apoyaron el boicot contra los Olímpicos en una proporción de dos a uno. Y nueve de cada diez considera que China es un “adversario” o “enemigo”, según una encuesta realizada por Pew en enero.
Esto no es solo un tema en Estados Unidos; en la encuesta de actitudes globales de Pew del año pasado se revelaron puntos de vista similares en casi todos los países importantes. Aunque los puntos de vista chinos son más difíciles de medir, la evidencia anecdótica sugiere que el nacionalismo antiestadounidense va en aumento.
La desconfianza de China y viceversa no pinta un buen panorama para la salud pública global. Los líderes chinos parecen creer que la siguiente vez que una pandemia ataque no van a necesitar ayuda de Occidente. Y el curso de la pandemia dificulta el argumento de que China tiene, en efecto, algo que aprender de Occidente en materia de enfermedades infecciosas.
GRAN DIFERENCIA EN CIFRAS
Mientras que Estados Unidos sobrepasó la preocupante cifra de 900,000 muertes por covid-19, China conserva su tasa de mortalidad menor a 5,000, al menos de manera oficial. Asimismo, desarrolló dos vacunas y administró 3 billones de dosis, suficientes para inocular a sus 1.4 billones de ciudadanos.
La Dra. Jennifer Bouey, epidemióloga y analista en la Corporación RAND, estudia el progreso de China en cuanto a sus sistemas de salud pública y vigilancia epidemiológica desde hace varias décadas. Los oficiales en ambas naciones desarrollaron una cooperación sin precedentes que les permitió reunir inteligencia y recursos para enfrentar nuevos brotes epidémicos. Pero con el aumento en su desconfianza mutua, esa habilidad parece estar evaporándose.
“Hubo un incremento en la colaboración entre los dos países, particularmente en las últimas dos décadas”, menciona Bouey. “Parece que esa etapa ya llegó a su fin”.
La época de oro de la cooperación en salud pública entre Estados Unidos y China comenzó con la crisis del SARS en 2002. A pesar de que China no supo manejar la epidemia en su etapa inicial, rápidamente se recuperó y formó una relación de trabajo cercana con oficiales de salud en Estados Unidos y otros países.
Cuando el SARS se detectó por primera vez en Cantón, sur de China, en noviembre de 2002, el gobierno de dicha provincia envió a un equipo de investigadores, entre ellos, algunas autoridades en salud pública de Pekín. Pero China no reconoció públicamente el brote hasta marzo de ese año, cuando más casos salieron a la luz en varios países del sudeste asiático y hasta en Canadá. Pekín no emitió ninguna declaración hasta que la OMS ya había confirmado 791 casos y 31 fallecimientos, el 27 de marzo. Cinco meses después de que fuera detectado el virus por primera vez.
UNA IMPRESIONANTE REACCIÓN
Pekín reaccionó entonces. Estableció un centro de comando nacional, despidió más de 1,000 oficiales e implementó medidas de aislamiento social. Aunque el SARS fue mucho más mortífero que el SARS-CoV-2, el virus del covid-19, resultó ser mucho menos contagioso. De modo que a finales de junio la OMS declaró a China libre de SARS.
China recibió críticas por su respuesta tardía, ya que pudo haber puesto en riesgo considerable al mundo si acaso el virus fuera más contagioso. De tal suerte que, cuando la crisis disminuyó, invirtió billones en reforzar su sistema de salud pública y en el reporte oportuno de enfermedades infecciosas.
También se movilizó para afianzar relaciones entre sus oficiales de salud pública y las autoridades de Estados Unidos y otros países. Para crear su infraestructura, China siguió el modelo de los Centros para el control y la prevención de enfermedades (CDC) en Estados Unidos, para lo cual aceptó ayuda de expertos estadounidenses. El equivalente al CDC en China pasó a tomar un rol importante en coordinar las respuestas ante posibles amenazas de enfermedades infecciosas. Por tanto, se desarrollaron oficinas en las provincias y ciudades chinas.
En 2014, Pekín estableció un Centro Nacional para la Influenza, el cual creció hasta incluir más de 408 laboratorios y 554 hospitales “centinelas”. Su función es vigilar los brotes epidémicos, de acuerdo con Bouey. También se crearon centros para neumonías, especializados en los síntomas pulmonares y del tracto respiratorio superior provocados por infecciones de coronavirus.
Este nuevo sistema se puso a prueba en 2013, cuando alrededor de 420 personas se enfermaron de H7N9. Este virus aviar cobró la vida de una de cada cinco personas infectadas.
ADVERTENCIA SOBRE LAS VARIANTES
A pesar de no haber tenido mucho éxito para transmitirse de un humano a otro —la mayoría de los casos involucraron a personas en contacto con animales—, los científicos advirtieron la posibilidad de que eventualmente una variante sería capaz de superar este obstáculo y precipitar una pandemia.
El brote de H7N9 le dio oportunidad a China de demostrar sus flamantes habilidades de vigilancia epidemiológica. Ya contaba con la tecnología y las clínicas preparadas para identificar el virus, y continuó monitoreando durante varios años las olas subsecuentes. Asimismo, desarrolló una vacuna propia, en caso de que fuera necesaria para contener un brote.
El surgimiento de este brote se dio durante un punto alto en la cooperación entre Estados Unidos y China. Estados Unidos envió expertos. Y un equipo de 40 científicos trabajó en oficinas adjuntas al CDC chino en Pekín para facilitar la comparación y consulta de los avances más recientes.
En los siguientes años, los científicos chinos fueron reconocidos por su seguimiento oportuno de nuevos casos y por su generosidad al haber compartido la información y observaciones con otros oficiales de salud pública. “Para el H7N9 fue el momento correcto”, dice Bouey.
Después todo se empezó a desmoronar. Tras el asesinato de un diplomático estadounidense en Benghazi, Libia, y las audiencias subsecuentes en el Capitolio, el Departamento de Estado de Estados Unidos reforzó la seguridad y trasladó a los expertos del CDC a la embajada en Pekín, donde el contacto con sus contrapartes chinos se vio limitado. “Ahí comenzó a disiparse la confianza”, asegura Bouey. “No por temas de salud, sino por cuestiones geopolíticas”.
RECORTES PANDÉMICOS
Esta estrecha relación de trabajo también recibió un golpe bajo cuando ambas naciones recortaron presupuestos para la defensa antipandemias. La administración de Trump eliminó la oficina de preparación para pandemias en la Casa Blanca, mientras que Pekín redujo su personal del CDC de 11,000 a 2,120, justo antes de que la pandemia por covid-19 impactara al mundo.
Cuándo surgió el primer caso de covid-19 es tema de debate. Lo más probable es que haya ocurrido el 1 de diciembre de 2019 en Wuhan, de acuerdo con Yanzhong Huang, experto en salud pública en la Universidad Seton Hall, quien escribió un reporte sobre los primeros días de la pandemia para el Consejo de Relaciones Exteriores.
Huang relata que, de acuerdo con los medios estatales de China, la Dra. Zhang Jixian, médico en un hospital provincial, notó que sus pacientes llegaban con una “neumonía desconocida”. El hospital notificó a las oficinas del CDC distrital.
Unos días después, al observar a cada vez más pacientes, Zhang comenzó a sospechar que el virus se podría estar transmitiendo de persona a persona. Sin embargo, también existía la posibilidad de que las infecciones se contrajeran de animales en el mercado de pescados y mariscos de Huanan.
Zhang alertó a las autoridades por segunda vez el 29 de diciembre y mandó a seis pacientes a un hospital para enfermedades infecciosas. De acuerdo con el informe de Huang, al día siguiente la Comisión de Salud de Wuhan envió un mensaje urgente al hospital de la Dra. Zhang para solicitar “tratamientos efectivos”.
EL TERROR DEL NUEVO CORONAVIRUS
Las muestras de estos primeros pacientes se mandaron a análisis, los cuales de inmediato confirmaron que el 80 por ciento del material genético del nuevo coronavirus era similar al del virus del SARS original. Los científicos de China se ocuparon de aislar el virus y secuenciar su genoma; compartieron esta información con la OMS, Estados Unidos y otras naciones.
“En ese momento, el sistema de vigilancia epidemiológica pareció funcionar”, escribió Huang. No obstante, casi de inmediato la actitud de las autoridades locales cambió. El gobierno de la provincia tomó decisiones que desconcertaron a los expertos en salud pública en Occidente. El 30 de diciembre, cuenta Huang, la Comisión de Salud de Wuhan envió un aviso: “Ninguna unidad o individuo deberá revelar información sobre los tratamientos sin previa autorización”.
Dos médicos que supuestamente violaron dicho mandato por compartir información fueron amonestados, y uno de ellos, citado en la policía local para firmar una admisión de culpa por difundir falsedades.
El 1 de enero, la Comisión de Salud Provincial de Hubei giró órdenes que van en contra de lo que cualquier occidental esperaría de una investigación de salud pública. En vez de divulgar información sobre el nuevo patógeno identificado por el sistema de vigilancia epidemiológica, ordenó la suspensión de análisis de nuevas muestras, la destrucción de todas las muestras anteriores, e indicó discreción extrema con cualquier información obtenida sobre el virus.
También se desinfectó el mercado de pescados y mariscos de Huanan, con ello se destruyó evidencia que podría haber sido útil para determinar cómo surgió el virus.
Durante las siguientes semanas, la información de parte de China se redujo al mínimo. El gobierno provincial parecía no estar reportando todos los casos, al menos en comparación con lo que los científicos estimaron tiempo después.
¿SE REPITIERON LOS MISMOS ERRORES?
No se hicieron declaraciones sobre el contagio entre personas hasta el 20 de enero. A pesar de las inversiones en salud pública, China aparentaba estar repitiendo los mismos errores que con el SARS, dos décadas atrás.
Desde la perspectiva de Washington, D. C., estas medidas parecían extrañas, por decir lo menos. Para algunos, parecía que Pekín estaba de alguna forma encubriendo algo. Ante este vacío de información se difundió la teoría de que el virus tuvo origen en un laboratorio del Instituto de Virología de Wuhan y escapó –quizá tras haber infectado a un trabajador.
Después de casi dos años de investigación y debate, no hay evidencia contundente que pruebe alguna de estas teorías. Huang, por su parte, es agnóstico en cuanto a la teoría de la fuga de laboratorio: “No se puede descartar”, dijo a Newsweek.
Pero la falta de información sobre lo que hizo China en las primeras semanas de la pandemia, y el porqué, deja mucho espacio para la especulación. “Dada la falta de transparencia por parte de China, uno puede dejar volar su imaginación”, menciona Huang.
Sea cual sea la causa, los agravios graduales tanto en Pekín como en Washington no ayudan a la causa de la salud pública global. “Es como un divorcio”, menciona Bouey. “Es difícil decir de quién es la responsabilidad. Pero hay una insatisfacción mutua que se acumuló durante muchos años. Esta se convirtió en una batalla abierta y ahora se extendió a la esfera de la salud”.
La experiencia con el SARS en 2002 brinda una explicación alternativa a las acciones que China tomó en los primeros días de la pandemia. La estructura china de gobierno, que funciona de arriba abajo, podría haber frenado a las autoridades en Wuhan de reportar su información con las altas autoridades en Pekín.
LA PELIGROSA NEUMONÍA DESCONOCIDA
Entre finales de diciembre de 2019 y finales de enero de 2020, el Centro Chino de Control y Prevención de Enfermedades en Pekín movilizó a tres equipos de expertos para investigar los reportes de neumonía desconocida. Tras confinar su búsqueda principalmente al mercado de pescados y mariscos, ni el primero ni el segundo equipo hallaron evidencia de transmisión entre personas, sino hasta el 8 de enero.
No fue sino hasta que en Tailandia y Corea del Sur emergieron casos en personas que claramente no tuvieron contacto con el mercado en Wuhan, que China mandó a un tercer equipo de investigación a esa ciudad. El 19 de enero este equipo concluyó que el coronavirus sí se transmitía de persona a persona.
Es posible que las autoridades provinciales sencillamente no informaran a Pekín de la situación en Wuhan. En definitiva, había preocupación por el impacto económico que pudiera tener un brote epidémico a días del año nuevo chino, cuando los ciudadanos chinos viajan y se reúnen para celebrar.
El CDC de Pekín, falto de personal, confió en las provincias y municipalidades, (también subfinanciadas) para llevar a cabo muchas de las tareas importantes de salud pública. Las autoridades locales pudieron haber ocultado información para evitar recriminaciones.
“Es un sistema vertical: el gobierno central da órdenes al local”, explica Bouey. “La información rara vez viaja en sentido opuesto. No fue diseñado para eso. El gobierno local debe implementar lo mismo que el gobierno central”.
FALTA DE TRANSPARENCIA, UN OBSTÁCULO
También es posible que, al suprimir noticias del brote, las autoridades provinciales y municipales estuvieran acatando órdenes del gobierno central. En la sociedad impenetrable de China, donde las comunicaciones no son accesibles vía la Ley de la Libertad de Información, es complicado saberlo.
Sea cual sea la explicación, parece claro que la falta de transparencia en el sistema político de China, así como su estructura jerárquica de gobierno, constituyen una serie de obstáculos —más o menos permanentes— para responder de forma efectiva a las pandemias.
En el mejor de los escenarios, se podrían superar estos obstáculos, pero en una situación de desconfianza mutua no es muy probable. Arreglar los defectos de la vigilancia epidemiológica china puede ser relativamente sencillo si se invierten recursos en nuevas clínicas, personal y capacitación. Pero “el sistema político es mucho más difícil de cambiar”, afirma Bouey.
¿Qué sigue? Expertos en salud pública advierten que la estricta política de aislamiento social en China dejó a la nación en una situación precaria. Sus vacunas de covid-19 proporcionan poca protección contra la altamente contagiosa variante ómicron, que sigue desatada en todo el mundo.
Los expertos piensan que el SARS-CoV-2, que puede circular entre venados y otro tipo de animales, probablemente nunca se vaya del todo. Para evitar el tipo de picos de contagio que provocó ómicron en la mayor parte del mundo, China tendrá la difícil tarea de mantener sus estrictas medidas de aislamiento a la vez que administra vacunas de refuerzo a sus ciudadanos. N
(Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek)