Retomo el título de la presente columna del libro de Eduardo Galeano “Las venas abiertas de América Latina”, una obra fundamental para entender, desde sus raíces, las grandes problemáticas de nuestra región. Sin embargo, hablaré de un fenómeno diferente: la democracia mexicana.
Lo haré desde la óptica de un observador externo a una entrevista realizada por Carlos Bravo Regidor a Sandra Ley y Guillermo Trejo con motivo de la publicación de su libro: “Votos, drogas y violencia”. La entrevista fue publicada por la revista Gatopardo (agrego la liga al final de la presente columna).
Bravo Regidor considera que la hipótesis del libro consiste en establecer que los niveles de violencia e inseguridad que se viven en nuestro país no son un accidente, sino una consecuencia inesperada del proceso de democratización parcial que ha vivido el Estado mexicano.
En ese sentido, Guillermo Trejo explica que su obra constituye una crítica profunda a la manera en que México transitó a la democracia, debido a que dicho proceso “se concentró fundamentalmente en la dimensión electoral y asumió que era la única relevante, en aquel espíritu propio de los noventa, de pensar la democracia en términos minimalistas”. De lo anterior, se advierte que la democracia no solamente debe ser considerada en su dimensión “electoralista” sino que se debe traducir en un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento de la sociedad.
Los autores parten de la premisa de que México pasó de ser un sistema con un partido hegemónico a uno pluripartidista pero mantuvo las fuerzas armadas y en general, el autoritarismo de la dictadura perfecta. En síntesis, se dio un cambio democrático pero las prácticas autoritarias permanecieron.
Guillermo Trejo considera que “los países más violentos hoy en día son los que se tragaron el sapo, los que no tuvieron procesos de justicia transicional y no reformaron sus fuerzas armadas ni sus aparatos judiciales, como Brasil, Honduras, El Salvador y México”. Por lo contrario, los países que adoptaron procesos de justicia transicional han tenido niveles de violencia distintos a los que sufrimos los mexicanos.
Silva-Herzog se plantea una interrogante que complementa la entrevista: ¿Por qué a escasos seis años de la transición democrática se declaró la guerra al narcotráfico? No por nada, el título de su libro lleva el nombre “La casa de la contradicción”.
En el 2000, tras la alternancia política encabezada por Vicente Fox, debimos de haber realizado un proceso transicional que tuviera como finalidad cuestionar el papel que han desempeñado las fuerzas armadas en nuestro territorio.
En el mismo sentido, Sandra Ley comenta que “en 2018, pareció abrirse una puerta para tener una discusión sobre justicia transicional, pero igual se dejó morir”. En contravención de las recomendaciones, la actual administración ha incrementado la presencia de las fuerzas armadas no solo en tareas de seguridad sino en todo tipo de funciones civiles.
Según los autores, los orígenes de la violencia desenfrenada se remontan a los años noventa y no al sexenio de Felipe Calderón como se suele afirmar. En dicha época se produjeron alternancias políticas a nivel estatal por lo que se desestabilizó el funcionamiento y la estructura del crimen organizado. Asimismo, consideran que en nuestro sistema político existe una zona gris en donde los agentes del Estado colaboran con el crimen organizado para generar redes de protección e impunidad.
Bravo Regidor remata diciendo que “tenemos que dejar de pensar los déficits del Estado en materia de seguridad y justicia como resultado solamente de una falta de recursos o de capacidades institucionales”.
Guillermo Trejo complementa con el siguiente planteamiento: ¿Cómo reformar a los agentes del Estado cuando parte de ellos integran las estructuras criminales y la otra parte lo sabe y mira hacia otro lado o trata de combatirlos con sistemas igual de represivos?
Bravo Regidor finaliza su intervención con la siguiente pregunta: “¿Dónde está, para ustedes, el horizonte?”.
Los autores proponen dos vías complementarias para hacer frente a la violencia. Primero, el Estado mexicano debe dejar de combatir al crimen organizado mediante la guerra y segundo, el Estado debe desarrollar una capacidad de investigación, de procuración de justicia y de sanción que pueda desmantelar las estructuras criminales.
El escritor cierra la entrevista de la siguiente manera: “No hay que tirar balazos, pero tampoco sirven los abrazos”.
Ahora entiendo por qué Silva-Herzog considera que nuestra democracia es una contradicción.
*Estudiante de la carrera de abogado en la Escuela Libre de Derecho
Twitter:@BoleVargas