Seguramente a más de un lector le ha sucedido: él no sabe dónde está algo que compró hace unas semanas atrás, y ella tiene la ubicación exacta, lo busca y se lo da. Esta tendencia de saber dónde están las cosas puede parecer una habilidad desarrollada, pero lo que está claro es que el cerebro de la mujer posee capacidades diferentes que agregan valor a los entornos vitales.
En esta oportunidad vamos a conocer tres elementos que definen el cerebro de una mujer, tanto en la casa como en el trabajo.
La lectura emocional del interlocutor
El cuerpo calloso del cerebro, que actúa como puente entre los hemisferios cerebrales, está más desarrollado en la mujer que en el hombre. Esta diferencia anatómica permite que ellas puedan hacer una lectura más integral de la comunicación con su interlocutor.
De esta forma, la mujer posee la habilidad de leer más allá de las palabras, y conectar a partir de gestos que denoten emociones. La congruencia entre la acción y la palabra es lo que efectivamente leen las mujeres en una sala de juntas cuando alguien dice que está de acuerdo con una decisión, pero su lectura corporal no la acompaña.
En casa es mucho más evidente, puesto que el entorno se presta para relajarnos emocionalmente y, con ello, mostrar más señales corporales.
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La respuesta intuitiva ante el estrés
Los procesos mentales que nos llevan a decidir y actuar de forma rápida se generan a nivel metaconsciente en los seres humanos. En este sentido, la mujer posee una capacidad para engranar un número de opciones y procesarlo con mayor rapidez, especialmente luego de la maternidad.
Cuando la mujer está en gestación, su cerebro se prepara para manejar con habilidad la sobrevivencia de la cría, lo que produce en ciertas áreas un “apagado temporal” para dar prioridad a la función de, entre otras áreas, la amígdala cerebral asociada con la sobrevivencia.
De esta forma, una mujer puede detectar peligros con mayor rapidez, y ejecutar rutinas de atención con mayor efectividad.
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La consistencia de las acciones comerciales
En los estudios de neurofinanzas se realizó un estudio para comprender las habilidades de inversión de las mujeres. Se determinó que ellas se toman más tiempo para dar el paso, pero que una vez inician sus operaciones, son más consistentes a través del tiempo que los pares masculinos.
En el largo plazo se observa que, aunque los rendimientos sean similares, las mujeres realizaron menos transacciones bursátiles, generando ahorros significativos en comisiones.
La respuesta de prudencia está relacionada con el costo biológico que representa para las mujeres ciertas acciones básicas, como el apareamiento, donde la ausencia de la pareja la pondría en un nivel de riesgo significativo, dada la vulnerabilidad que representa la gestación a nivel corporal.
Como observamos, el cerebro de la mujer comprende una serie de programas que corren en automático, y que le dan en sí mismo una identidad separada de la del hombre. No se trata de competir contra él, sino de complementarse unos a los otros aportando aquello que se da de forma natural por diseño evolutivo. N