“Aquí solo hay un tiempo. No hay futuro. El pasado y el presente son la misma cosa”, dice Diana a sus hijos. En esa época, la princesa era lentamente sumergida aún más en la desesperación por un mundo lleno de estímulos negativos. Además, siempre rodeada por cientos de ojos fisgones que calculan metódicamente cada uno de sus pasos: un roedor estudiado en el laberinto de la realeza.
Presentada durante las vacaciones de Navidad que pasa con la familia real en Sandringham, Inglaterra, la princesa es una mártir de la Corona. Un jarrón a punto de quebrarse y estallar todos los litros de soledad e incertidumbre que la han acechado dentro de un palacio que parece un tribunal con un eterno juicio hacia ella.
Frente a los ojos de la reina Isabel II y el príncipe Carlos, Diana no representa más que rebeldía, desobediencia y una mala imagen de la monarquía hacia los medios. Pero para los ojos de sus hijos es una madre desesperada, perdida y triste.
Realizada por el director chileno Pablo Larraín, la película Spencer es mirar por el picaporte de la vida de una mujer que fue atormentada por la opinión pública. Esta es la tercera película biográfica del cineasta sudamericano, que sigue Jackie, la historia de la viuda de John F. Kennedy, y Neruda, un pedazo de la vida del poeta exiliado.
Sin embargo, Larraín no gusta de contar historias basadas en hechos reales de una forma realista. Aunque la trama sí se apega a una persona real, con aspectos fidedignos del personaje, la visión del realizador empaña el espejo de lo verdadero para dar lugar a la poesía cinematográfica sobre lo que quizá sí sucedió, pero quizá no.
Las películas del chileno siempre cuentan con elementos dancísticos: los personajes recorren los escenarios como de puntillas, con zancadas cuidadosas, perseguidos por una cámara que también sigue un ritmo y coreografía medida. Ella tiene prisa, la cámara se mueve apresurada; ella se siente anestesiada, la cámara ralentiza el momento.
Hay una razón por la cual Spencer se siente lúgubre por momentos, con cierto suspenso por la cercanía de la muerte. Aunque sabemos que eso no sucederá en dicho momento, hay un tintineo constante de peligro. Incluso, los cocineros, guardias y empleados de la realeza exhiben un aura de villanería, como si estuvieran tramando un complot en contra de la princesa. Esa razón se llama Steven Knight, guionista británico que ha escrito thrillers como Eastern Promises y Locke. Con una atmósfera que aparenta contar la historia de un fantasma, Knight ofrece una retícula misteriosa en la vida de Diana.
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Protagonizada por Kristen Stewart, actriz estadounidense que ha saltado del cine comercial a películas de autor, Diana es retratada como una mujer frágil. No es un personaje fuerte, no es personaje desafiante, no está lista para enfrentar al mundo. Solo quiere un rincón de paz con sus hijos, desea ser la única mujer de su esposo y anhela no ser la princesa. Diana solo quiere ser Diana.
Probablemente la mejor actuación de Stewart en su carrera hasta ahora. Nadie esperaba que el chileno escogiera a una actriz que ha demostrado poca versatilidad en cada uno de los roles que ha personificado.
“Me han dicho que todo ya está listo. ¿Sabes? Todo listo. Como si todo ya hubiera pasado”.
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A pesar de ser una historia triste, llena de quejas y gritos, Larraín susurra el pesar de Diana. En ningún momento hubo la necesidad de hablar más fuerte para evidenciar las heridas de la protagonista. De forma ordenada, el vestir, andar, sentir, dormir y sufrir parecen fríamente calculados, como si el cineasta supiera cuántas lágrimas iba a derramar Stewart por cada vacío que la princesa tuviera en el pecho.
Por otro lado, hubo alguien que sí encontró el desorden dentro de la minuciosa puesta en escena: Jonny Greenwood. El miembro de Radiohead estuvo a cargo de la banda sonora de Spencer, fluctuando entre una mezcla de música académica e improvisaciones de jazz, con lo que generó una estela de caos bien alineado.
Una vez más, Larraín comprueba que la verdad no siempre pasó y que la ficción es honesta. Pinta un retrato sobre la pose original de la princesa Diana, Frances Spencer, pero con los colores de su elección. N