Dentro de la población menor de 18 años, el 50 por ciento ha sufrido algún tipo de abuso, especialmente a manos de familiares o personas cercanas. No obstante, de acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), uno de los menos reconocidos es el abuso sexual entre hombres. Este es entendido como la situación de un varón menor de edad atacado por uno mayor.
“Tengo etapas muy malas en las que tengo pesadillas con lo que pasó, pero intento continuar”, revela en entrevista un varón víctima de abuso sexual, cuyo nombre no es revelado por obvias razones. “Durante mucho tiempo me ayudó el hacer deporte, practicaba artes marciales mixtas. Pero eso me volvió una persona más agresiva porque es una preparación constante para la violencia, por eso mejor me refugié en actividades artísticas”.
Nuestro entrevistado cuenta que a temprana edad sufrió abuso sexual por parte de un hombre mayor. Indica que las consecuencias psicológicas varían, desde el miedo constante a ser agredido, hasta recaer en la violencia contra sus parejas sexuales o amorosas.
También dice que presenta una dificultad constante para sentirse seguro frente a otros hombres. A través de los años ha procurado lidiar con la situación asistiendo a terapia y mejorar constantemente.
“Ahora que soy un adulto recuerdo que antes me sentía muy confundido con lo que significa ‘ser hombre'”, añade. “Aunque siempre entendí que el abuso fue abuso, llegó un punto en el que, muy temprano en mi vida, me cuestioné sobre mi sexualidad.
“También recuerdo que, al tener relaciones sexuales, me costaba trabajo alcanzar el placer porque recordaba lo que me había sucedido, lo cual me hacía sentir poco hombre. Igualmente, durante una época de mi vida tuve una etapa de hipermasculinidad, en la que sentía que debía ser violento”, añade.
De acuerdo con especialistas en el tema, es fundamental generar intervenciones de ayuda para las víctimas. Asimismo, es necesario implementar acciones entre maestros y padres de familia que ayuden a prevenir los abusos, así como capacitaciones para reconocer síntomas y factores de riesgo.
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“En el contexto latinoamericano, un problema importante a resaltar son los pocos datos con los que se cuenta”, explica Sergi Fàbregues, profesor de Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC). “Los estudios se han centrado en el abuso hacia las niñas, pues hay cierta animadversión hacia el sexo con personas del mismo sexo”.
De acuerdo con el experto, “este un fenómeno poco conocido respecto del cual existe un rechazo social bastante marcado. Está asociado con los ideales culturales del machismo y la masculinidad hegemónica”.
El docente de la UOC, el Instituto de Estudios en Educación-IESE de la Universidad del Norte de Colombia y el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses realizaron el estudio “Caracterización de la violencia contra niños, niñas y adolescentes en los departamentos de la región norte de Colombia: bases para la prevención”. En este estudiaron casi 700 casos de abuso sexual entre varones, registrados en 2017 y 2018, en la región Caribe del país.
VÍCTIMAS, DE ENTRE OCHO Y NUEVE AÑOS
“La investigación surge a partir del interés de analizar e interpretar los datos obtenidos en las denuncias de violencia sexual de hombre adulto a niño”, comenta Elsa Lucía Escalante, investigadora del estudio y profesora y coordinadora de la maestría de Educación de la Universidad del Norte de Colombia.
“Se trata de un estudio con rigor científico, sociológico y metodológico —añade—. Buscaba caracterizar estas presuntas prácticas entre el perpetrador con respecto a los niños. Ello en una sociedad en donde el machismo es marcado y los avances en el respeto a la diversidad aún son tabú”.
Según Fàbregues, “el tipo de agresiones que observamos tuvo un fuerte componente de violencia física. Esta violencia podría ser más marcada que experimentada por niñas víctimas de abuso, tal como indican otras investigaciones sobre abuso de hombres a niños varones”.
De igual forma, los estudios demostraron que los casos son de actos sexuales en los que las víctimas fueron sometidas a diversas agresiones y relaciones de tipo sexual.
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El promedio de edad de las víctimas es entre los ocho y nueve años. En cuanto a los agresores, suelen ser personas del hogar o conocidos de los agredidos, así como relacionados con las familias.
Otro resultado que arrojaron los reportes es que la mayoría de los casos sucedieron en municipios donde las necesidades básicas están satisfechas. Fàbregues señala que, “aunque como investigadores esperaríamos que estos abusos sucedieran en los municipios más pobres, nuestros datos indicaron que no. En parte, esto podría deberse a que en los municipios más pobres hay una menor tendencia a reportar los casos de abusos a las autoridades. De modo que el abuso no queda registrado”.
El experto de la Universidad Oberta de Catalunya explica que la mayoría de estos casos se dan en la primera infancia. “Eso genera que la principal afectación sea en el desarrollo del menor, pues es la etapa de primera sociabilización y puede originar confusión”.
Sobre todo, añade, “sucede cuando el agresor es un familiar, ya que el menor no tiene la capacidad de distinguir lo bueno y lo malo. Si un familiar lo agrede puede desarrollar la idea de que esa situación es normal, cuando evidentemente no lo es”, concreta.
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Asimismo, los abusos presentan casos de lesiones, infecciones de transmisión sexual, ansiedad y depresión. De igual forma pueden generar en las víctimas estrés postraumático, desorden, tendencia al trastorno de hiperactividad e internalización y externalización de problemas de conducta.
Por su parte, Escalante explica que también se pueden observar casos de agresiones que duran hasta cinco años. En ese tiempo, el agresor toca y manipula al menor antes de llegar a la violación.
“En los reportes se encuentran casos de jóvenes que denunciaron incidentes incluso de su infancia. Ello, desde el punto de vista emocional, es muy fuerte. Genera una serie de trastornos en la salud mental de los menores, pues un externo durante mucho tiempo invadió su cuerpo y privacidad”, concluye la investigadora Lucía Escalante. N