Latinoamérica se ha caracterizado por la coexistencia de relaciones sociales de tipo feudal, capitalista y comunal. La llamada ideología de la “sangre”, propia de las relaciones premodernas, otorga privilegios y derechos a las personas con base en sus relaciones familiares. En otras palabras, por virtud de su nacimiento cada uno tiene asignado un lugar determinado en la sociedad, bien sea como dirigente o dirigido, como patrón o servidumbre.
Por otra parte, la idea del mérito unida al desarrollo de la voluntad del individuo permite el acceso a la movilidad social dentro del capitalismo. Es decir, independientemente de su origen, el sistema mantiene viva la promesa del progreso social con base en el trabajo y esfuerzo personal.
La mejor representación de la convivencia de esas ideologías contradictorias se puede apreciar en los melodramas audiovisuales, en las telenovelas. Esas narrativas retratan sociedades en las que familias poderosas tratan de impedir que sus hijos se mezclen con la servidumbre. No obstante, al final el “amor” siempre se impone y el o la protagonista de origen humilde logra el éxito y se une a una pareja proveniente de la élite que, además de muy atractiva, es también buena, generosa e inteligente.
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En el fondo, todas esas obras promueven la idea de que los más “bellos” están destinados a ser felices y prósperos. Los demás miembros de la “servidumbre” deben aceptar su pobreza y sacrificarse por la felicidad de esas parejas. La familia de élite termina siempre por aceptar al advenedizo de origen humilde que, aunque no cumple su norma social, es una persona físicamente atractiva, inteligente y honesta.
Las literaturas de la Edad Media y del Siglo de Oro presentan numerosos ejemplos de la idea feudal según la cual la “nobleza” debe verse, es decir, reconocerse en la parte física. Pensemos en la novela La gitanilla, de Cervantes, en la que una niña de origen noble crece en medio de un grupo de gitanos; al final, gracias a un proceso de anagnórisis se descubre el verdadero origen de Preciosa —así la llaman— y puede casarse con el noble Juan de Cárcamo.
En el siglo XXI, más de 400 años después de la publicación de la novela de Cervantes (1613), la nueva ciencia conocida como genealogía genética revoluciona la manera en que vemos el pasado y enfrentamos el futuro. El estudio de los llamados SNP (polimorfismos de nucleótido simple) en el ADN autosómico ha permitido esta mezcla híbrida entre historiografía y biogenética. Las empresas dedicadas a ofrecer exámenes de ADN crecen de manera exponencial y sus bases de datos se fortalecen cada día. Las compañías dedicadas a la genealogía genética prometen dos cosas; por una parte, buscan revelar relaciones familiares que desconocíamos, y por otra, advertirnos de la predisposición a ciertas enfermedades que están inscritas en los llamados SNP.
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Como ya es normal en lo relacionado con la ciencia, la legislación avanza poco mientras las empresas privadas desarrollan nuevos modelos de negocio para explotar la biogenética de manera comercial. El debate sobre el derecho a la privacidad es inevitable.
La genealogía genética puede crear un cataclismo en las estructuras sociales de Latinoamérica. En países jóvenes donde desde la época colonial ha predominado la paternidad irresponsable y los llamados hijos “naturales” crecen gracias al sacrificio de madres solteras, la proliferación de la genealogía genética comercial revelaría relaciones de consanguinidad entre las élites y su servidumbre. ¿Podrían los nietos reclamar las herencias de sus abuelos? ¿Podría aplicarse en la resolución de crímenes sin resolver?
Sí. De hecho, en Argentina existe desde 1987 el Banco Nacional de Datos Genéticos para resolver los crímenes de secuestro y desaparición ejecutados durante la dictadura militar hasta el 10 de diciembre de 1983. Bancos similares existen en Guatemala y Colombia.
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Sin regulación, estos exámenes podrían usarse para negarle a los pacientes acceso a ciertas coberturas médicas o a establecer cobros diferenciales para los portadores de ciertos SNP. La xenofobia y el racismo podrían tomar un nuevo semblante. En términos sociales, las implicaciones del crecimiento de la genealogía genérica en Latinoamérica parecen una moneda lanzada al aíre.
Por una cara está la promesa de sociedades en las que se reconozca un origen común y se compartan los recursos; por la otra, aparece el rostro de un nuevo feudalismo genético que con una supuesta base científica buscaría justificar exclusiones. ¿Cuántos casos similares al de Constanza de Azevedo y de Meneses —la misma Preciosa de la novela de Cervantes— rondan por Latinoamérica esperando un examen para ser resueltos? N
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Carlos Aguasaco es escritor, académico y profesor en The City College of New York. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.