SON INNUMERABLES las penurias económicas y los otros oficios con los que muchos escritores han tenido que lidiar mientras buscan la publicación de su obra. Es hasta que tienen miles o millones de lectores en todo el mundo, en el mejor y contadísimos de los casos, cuando se dan a conocer todos esos minúsculos o enormes contratiempos de la cotidianidad, a pesar de que paradójicamente nos nutrimos de ella quienes solo deseamos leer, escribir, desescribir y releer.
Sabemos las desavenencias con el diario vivir en el terreno económico de Gabriel García Márquez mientras escribía Cien años de soledad: empeños no solo de electrodomésticos, sino de la palabra de Mercedes Barcha para liquidar todos las deudas hasta que el Nobel terminara la novela que sigue acumulando lectores a los más de 50 millones que tiene en todo el mundo, sin contar que la inusitada historia tuvo que mandarse a plazos a la editorial en Argentina porque no alcanzó el dinero para el envío completo.
Los pendientes se pagaron con lo que el escritor ganó en trabajos eventuales de publicidad, a pesar de que él creyera que no sabía hacer otra cosa en la vida más que escribir, actividad que calificó de angustiosa, pero sensacional y que equiparó con un parto.
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No he encontrado otra definición más exacta porque conozco la angustia y la dicha que se experimentan en el proceso creativo y sé lo que significa traer al mundo a un nuevo ser, pero agregaría que escribiendo es como si se pariera porque trae implícito ese dolor que jamás se aloja en la memoria.
Otro autor que conocía el lastre de la cotidianidad era Juan Rulfo. Sabía que la vida no es muy seria en sus cosas y le constaba que la alternancia entre la escritura y el bolsillo flaco eran una realidad que no se esquiva ni en el mundo de los muertos que recreó en Pedro Páramo. Su experiencia de vida se relaciona con despojos y orfandad. Tuvo que dejar su pueblo por los desastres de la guerra cristera y desempeñarse en innumerables oficios como vendedor de llantas, recaudador de rentas, agente de migración o encargado de barcos extranjeros que llegaban a México como apuntan algunas versiones.
Hay muchísimos ejemplos más de escritores de la literatura universal como Joseph Conrad y Fiódor Dostoyevski cuyos trabajos no literarios fueron determinantes para obras tan importantes como El corazón de las tinieblas y El jugador.Esas experiencias marinas o ludópatas se transformaron en literatura gracias a la mundología de sus autores y a la sensibilidad para expresarlas. Solo una vena artística hace emerger letras vívidas para retratar la condición humana desde la más honda de sus pulsiones.
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En el mundo literario contemporáneo los autores, sus oficios, las bibliotecas y librerías en algunas partes del mundo como España se están transformando: ahora se venden libros digitales para las nuevas exigencias de lectores y es muy probable que la experiencia de vida de los nuevos escritores no surjan de trabajos ordinarios como en el pasado, sino de las anécdotas que se recogen en blogs literarios o redes sociales para imponer una nueva narrativa surgida de otro tipo de cotidianidad: la que está en internet y se propaga con la velocidad de la luz.
Conozco a escritoras y escritores que se dedican como yo a trabajos que no tienen nada que ver con actividades literarias. Es en la docencia, las ventas, el trabajo pesado y otras actividades que de alguna u otra forma otorgan el sustento y nutren nuestra experiencia narrativa para contar los mundos que imaginamos.
El universo literario cambia todos los días, desde la red o fuera de ella. En tanto trabajemos en nuestros oficios, juntemos y labremos palabras, sin dejar la devoción con la que se vive la vida mientras se vive pensando que habrá un momento para escribirla o leerla. N
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Adriana García es escritora y periodista. Sus ensayos y novelas se han publicado en México y Estados Unidos. Ha dirigido diversas oficinas de comunicación y es asesora en comunicación política de organizaciones públicas y privadas. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.