La variante Delta ha mostrado lo destructivas que pueden ser las nuevas cepas de un virus. Los científicos temen que las mutaciones futuras puedan ser aún peores.
LOS CIENTÍFICOS siguen subestimando el coronavirus. Al inicio de la pandemia dijeron que las versiones mutadas del virus no serían un gran problema… hasta que la variante Alfa, mucho más contagiosa, generó un pronunciado aumento en el número de casos en el otoño pasado. Luego, la variante Beta hizo que los jóvenes enfermaran más gravemente, mientras que la Gamma reinfectó a las personas que ya se habían recuperado del covid-19. Aun así, en marzo pasado, conforme la oleada de invierno cedía en varios países, algunos epidemiólogos mostraron un cauto optimismo respecto a que el rápido despliegue de vacunas pronto dominaría a las variantes y haría que la pandemia desapareciera.
Ahora, la variante Delta ha echado por tierra ese optimismo. Dicha variante, identificada por primera vez en India en diciembre pasado, se propaga más rápidamente que cualquier cepa anterior del SARS-CoV-2, que es el nombre oficial del virus que provoca el covid-19. Ha incrementado los índices de infección en varios países, incluso por ello los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos han vuelto a recomendar el uso universal de cubrebocas.
El brote de la variante Delta habrá de empeorar aún más, advierte Michael Osterholm, epidemiólogo que dirige el Centro de Investigación y Política de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Minnesota. “La cantidad de camas necesarias en las unidades de cuidados intensivos podría ser mayor que en cualquier otro momento que hayamos visto”, afirma.
Añade que el análisis realizado por su equipo muestra que casi cada uno de los millones de personas no vacunadas que aún no han contraído el covid-19 probablemente lo padecerán en los próximos meses, al no haberse sometido a las estrictas medidas de aislamiento y uso de cubrebocas, lo que parece poco probable entre la población que duda de las vacunas.
La variante es tan contagiosa que hará añicos cualquier pronóstico previo sobre qué tan pronto Estados Unidos u otros países podrían alcanzar la inmunidad de rebaño. “No hemos logrado acabar con esto como lo hemos hecho con otras pandemias”, afirma Jonathan Eisen, biólogo de la Universidad de California en Davis, que estudia cómo evolucionan los patógenos. “Puede que esté aquí para siempre, haciendo que tratemos de decidir una y otra vez qué hacer a continuación”.
Al igual que la mayoría de las variantes, Delta nos tomó por sorpresa y empeoró y extendió la pandemia. Cuando el daño provocado por la variante Delta comience a ceder, ¿qué otras variantes estarán al acecho para hacernos retroceder de nuevo? La Organización Mundial de la Salud tiene la vista puesta en varias de ellas: Eta, que ya se encuentra actualmente en varios países; Kappa, que surgió en India; Iota, cuyo primer brote ocurrió en la Ciudad de Nueva York, y especialmente Lambda, que ha causado estragos en Perú y muestra signos de ser inusualmente eficaz para infectar a personas totalmente vacunadas, según un estudio temprano. Se ha propagado a Argentina, Chile y Ecuador, así como a Texas y Carolina del Sur.
Es demasiado pronto para decir si Lambda se convertirá en la próxima catástrofe que el covid-19 desate sobre nosotros. Sin embargo, es un buen momento para preguntarnos qué tan destructivas pueden volverse esas variantes. ¿Las cepas futuras expandirán su ataque de los pulmones al cerebro, al corazón y otros órganos? ¿Tomarán el ejemplo del VIH y engañarán a las personas para que piensen que se han recuperado solo para enfermarlas más tarde? ¿Existe una variante del Juicio Final que desprecie a las vacunas, se propague como un incendio forestal y haga que sus víctimas enfermen mucho más de lo que hemos visto hasta ahora?
No hay muchas probabilidades de que veamos una triple amenaza como esa, pero los expertos tampoco pueden descartarla. La variante Delta ya ha demostrado en qué medida pueden empeorar las cosas. Su extrema capacidad de contagio, aunada a la libertad que tiene para circular libremente entre las decenas de millones de personas que no han sido vacunadas y los millones de personas más que no tienen acceso a las vacunas en los países en desarrollo, tiene buenas probabilidades de convertirse en algo aún más problemático. “La próxima variante —señala Osterholm— podía ser Delta con esteroides”.
CON LA GUARDIA BAJA
No se suponía que ocurriera así. A principios de la pandemia, la mayoría de los expertos que estudiaban muy de cerca las mutaciones del covid-19 desestimaron la idea de que las variantes pudieran causar problemas graves. “No parecen marcar una gran diferencia”, afirmó Richard Neher, biólogo evolutivo de la Universidad de Basel, en Suiza, en agosto del año pasado. “Es probable que solo tengamos que preocuparnos durante un lapso de unos cinco años”. Actualmente, califica a Delta y a otras variantes del covid-19 como “la pandemia dentro de la pandemia”.
Más que cualquier otra variante, Delta ha reconfigurado la comprensión de los científicos sobre la rapidez con la que puede evolucionar un virus hasta alcanzar nuevas y devastadoras formas. “Todos los coronavirus mutan, y sabíamos que este también lo hacía”, señala Sharone Green, médica e investigadora de enfermedades infecciosas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Massachusetts. “Pero no pensamos que las mutaciones influirían de manera tan sorprendente en su capacidad de transmisión, y posiblemente, de evadir la inmunidad”.
Podría parecer increíble que los científicos hayan sido sorprendidos con la guardia baja por el rápido surgimiento de una variante más peligrosa. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de los patógenos, señala Eisen, el SARS-CoV-2 era prácticamente desconocido cuando surgió. Al no haber datos, los científicos supusieron que seguiría las pautas de otros virus y que sería relativamente lento para producir mutaciones mucho más contagiosas. Y lo que es aún más importante, añade, los científicos subestimaron la enorme escala que llegaría a alcanzar la pandemia, lo cual es un factor muy importante debido a que, cuantas más personas infecte un virus, tantas más oportunidades tiene de desarrollar mutaciones importantes. “El hecho de que existan miles de millones de personas infectadas constituye un caldo de cultivo para variantes muy distintas a cualquier cosa que hayamos visto antes con este tipo de virus”, dice.
El SARS-CoV-2 no muta particularmente rápido en comparación con muchos patógenos. Al igual que la mayoría de las células humanas y de otro tipo, un virus muta cuando se replica, pero no logra hacer una copia exacta de su material genético. Esa copia imperfecta es un mutante. El virus del covid-19 no tiene demasiado material genético que mezclar en comparación con la mayoría de los organismos: alrededor de 15 genes, comparados con unos 3,000 genes de la bacteria E. coli, un parásito estomacal muy común, y cerca de 20,000 en una célula humana. Además, el covid-19 posee mecanismos de verificación genética que lo hacen razonablemente experto en evitar los errores de replicación en comparación con la mayoría de los virus.
Sin embargo, aunque el índice de mutación del covid-19 es más bien bajo (cerca de una mutación por cada diez replicaciones, o cerca de una quinta parte del índice de mutación del virus de la influenza y una décima parte del índice del virus del VIH), el covid-19 saca ventaja de un macabro juego de números. Una sola persona infectada con el covid-19 puede ser portadora de 10,000 millones de copias del virus, que son suficientes para producir miles de millones de virus mutados todos los días. ¿Qué ocurre con todas esas mutaciones? La respuesta es, casi siempre, nada. La mezcla genética es aleatoria, lo que hace que prácticamente ninguna mutación tenga algún efecto en el virus, o que produzca algo que haga que el virus sea menos efectivo o que incluso pierda totalmente su funcionalidad.
Sin embargo, de vez en cuando, quizá cada millón de trillones de veces, una mutación aleatoria le confiere una nueva característica potencialmente peligrosa. Además, gran parte de lo que hace que el virus sea peligroso se relaciona con una porción relativamente pequeña, las llamadas proteínas de pico que emergen de su superficie y permiten que el virus se enlace con las células humanas y las penetre. La mayoría de las mutaciones que hemos visto hasta ahora son modificaciones de esas proteínas, lo que significa que se requiere únicamente un cambio mínimo en cualquiera de los pocos genes virales que controlan los picos para crear una nueva y amenazadora mutación.
Sin embargo, aun cuando un virus produzca una mutación que aumente su capacidad de desatar el caos, eso no significa que haya surgido una nueva variante peligrosa. Para convertirse en una cepa importante, un virus mutado debe replicarse en mayor número que las copias, mucho más numerosas, del virus que predomine entre la población, y para hacerlo necesita características que le den grandes ventajas.
Las características específicas que contribuirán a que la mutación tenga un mayor índice de replicación y propagación entre la población están determinadas por el ambiente. Por ejemplo, en el caso de un virus respiratorio como el que produce el covid-19, la capacidad de viajar largas distancias en el aire y de enlazarse más firmemente en las células del conducto nasal probablemente harían que una nueva cepa fuera un mejor contendiente para convertirse en una variante ampliamente difundida.
“El trabajo de un virus consiste simplemente en propagarse”, dice Green. “Cualquier mutación que le ayude a sobrevivir y propagarse hará que se convierta en una variante más exitosa”.
Dicho lo anterior, las probabilidades de que un virus en la población produzca una variante mucho más peligrosa en el transcurso de un año normalmente serían extremadamente bajas. Sin embargo, cuando miles de millones de personas están infectadas con miles de millones de copias de un virus, la situación se vuelve impredecible. Debido a la capacidad de infección de la variante Delta y al enorme número de personas cuya reticencia o imposibilidad de vacunarse las convierte en laboratorios vivientes de mutaciones del covid-19, existen todas las condiciones para producir aún más variantes potencialmente más peligrosas en los meses por venir.
“En este punto será muy difícil evitar que esto ocurra simplemente con el uso de cubrebocas y la sana distancia”, señala Preeti Malani, médica e investigadora de enfermedades infecciosas de la Universidad de Michigan. “Las vacunas son la clave, y la reticencia a vacunarse es el obstáculo”.
El creciente número de personas con inmunidad natural, derivada de haberse recuperado del covid-19, tampoco marcará una gran diferencia, afirma Eric Vail, director de patología molecular en el Centro Médico Cedars-Sinai. “En el mejor de los casos, actualmente un tercio de la población de Estados Unidos, por ejemplo, cuenta con inmunidad natural, y es posible que esta cifra esté sobreestimada”, dice. “Esto no bastará para garantizar que Delta sea la última gran variante”.
¿PUEDE DERROTAR A LAS VACUNAS?
La forma más probable en que nos puede asediar una nueva variante es la misma que usó la variante del Reino Unido a principios de este año, y la que usa Delta actualmente: siendo más transmisible. A primera vista, esto parece algo muy difícil, dado que Delta ya es uno de los virus más trasmisibles que jamás se hayan encontrado, quedando atrás únicamente del virus del sarampión. De nueva cuenta, señala Osterholm, los científicos pensaron que el virus original del covid-19 era sorprendentemente experto en propagarse, y se asombraron después de lo fácilmente que se propagaba la variante del Reino Unido, solo para impresionarse de nuevo con el surgimiento de la variante Delta, que es alrededor de cinco veces más trasmisible que el virus original.
No hay ninguna razón para suponer que la variante Delta represente una especie de punto máximo en cuanto a la capacidad de infección del virus. “No me sorprendería demasiado si surge algo que sea aún más trasmisible”, afirma Vail. Un virus con tal capacidad de propagación se extendería entre las personas no vacunadas y aquellas que no se han infectado previamente de tal manera que los hospitales serían completamente rebasados.
Un elemento que hace que esa posibilidad sea aún más probable es que el alto índice de transmisibilidad, más que cualquier otra característica que el virus pueda adquirir mediante la mutación, le da la mayor ventaja a una variante cuando se trata de superar a otras versiones. “Si en algún lugar surge una mutación que sea más trasmisible, será elegida para propagarse”, afirma Green. Eso significa que una sola mutación altamente trasmisible que surja en una sola persona infectada en cualquier lugar del mundo podría desatar una nueva ola de enorme sufrimiento para la humanidad.
¿Una nueva variante podría no ser afectada por la vacuna? Delta parece ser capaz de infectar a las personas vacunadas más fácilmente que las variantes anteriores, lo que reduce la efectividad de prevención de las principales vacunas de cerca de 95 por ciento a alrededor de 90 por ciento. (En un estudio reciente realizado en Israel se afirma que la efectividad de la vacuna de Pfizer se reduce hasta 39 por ciento, pero los expertos advierten que ese hallazgo es un valor atípico que podría no sostenerse).
La mayoría de las vacunas contra el covid-19 hacen que los anticuerpos humanos ataquen las proteínas pico del virus. Sin embargo, debido a que las mutaciones pueden modificar ligeramente la forma de esas proteínas, podrían ocultarlas a algunos de esos anticuerpos, reduciendo así la efectividad de la vacuna. Las diferentes variantes tienen distintas combinaciones de mutaciones en la proteína pico, y aunque hasta ahora ninguna de ellas parece ser muy eficaz para ocultar la proteína pico lo suficiente como para evadir a la vacuna, algunas de ellas parecen ser capaces de reducir su efectividad. Delta tiene tres mutaciones que, en conjunto, parecen especialmente competentes para mantener los picos por debajo del radar de los anticuerpos, lo que produce reinfecciones en personas vacunadas.
Aun así, las vacunas siguen siendo muy efectivas para evitar que la variante Delta provoque una enfermedad grave que conduzca a la hospitalización o a la muerte, a juzgar por el hecho de que estadísticamente el 99 por ciento de los pacientes que padecen covid-19 y que se encuentran en las unidades de cuidados intensivos son personas no vacunadas.
Es muy posible que el covid-19 siga evolucionando para producir variantes nuevas y muy contagiosas, pero hay razones para pensar que ninguna de ellas logrará pasar sin más las defensas inmunológicas conferidas por las vacunas, e incluso las defensas de inmunidad natural, que son menos potentes. Una de esas razones, señala Vail, es que la gran mayoría de los virus del covid-19 que se encuentran en circulación están en personas no vacunadas que no han sido infectadas previamente, y que las mutaciones que pueden burlar la inmunidad no tienen ninguna ventaja real en ese entorno. Una variante que logre evadir las defensas inmunológicas tendría mayores probabilidades de prosperar en una población de personas vacunadas o recuperadas, en la que dicha mutación le permitiría superar a los virus no multados. Sin embargo, simplemente no hay suficientes virus circulando en esa población como para permitir una rápida mutación.
Así es como surgió la variante Delta, observa Vail. “Hubo cuatro variantes que surgieron en India, y tres de ellas tenían cierta capacidad de evadir las defensas inmunitarias”, dice. “La cuarta fue Delta, que no cuenta con una mutación evasora lo suficientemente fuerte, y que fue la única que se propagó”.
Green señala una segunda razón por la que la capacidad de evadir las defensas inmunitarias será un gran desafío para el covid-19: una vez que se activa mediante la vacunación, el sistema inmune humano es más resistente y efectivo que lo que indica la mayoría de los estudios. Esto se debe a que los estudios suelen centrarse en la forma en que los virus se comportan contra los anticuerpos desarrollados específicamente por el cuerpo para combatir al virus, según se observa en los instrumentos de laboratorio.
En la vida real, el cuerpo despliega otras armas, entre ellas, anticuerpos innatos que atacan a una mayor variedad de patógenos, y las células T, que únicamente se activan cuando una infección comienza a arraigarse; la mayoría de los estudios de laboratorio son incapaces de medir con precisión estos elementos. Actualmente se realizan estudios más profundos, afirma Green, y los resultados deberán contribuir al desarrollo de vacunas de refuerzo que ayudarán a bloquear a la variante Delta y otras posibles cepas futuras.
La mecánica de la mutación también funciona a nuestro favor cuando se trata de evitar las futuras variantes que provoquen una enfermedad más grave. No es que tales mutaciones no puedan o no vayan a surgir en los próximos meses. En cambio, el hecho de que las personas infectadas se encuentren extremadamente enfermas las hace salir de circulación, de manera que no pueden propagar la variante que provoca una enfermedad más grave. Esto significa que dicha variante estará en desventaja ante otras formas del virus que hacen que las personas infectadas se sientan suficientemente bien como para andar por ahí y transmitir la infección.
Una situación particularmente peligrosa sería la de una variante que haga que las personas se sienten bien durante un largo tiempo, para luego atacar ferozmente con una enfermedad grave. Sin embargo, pocos virus, con la excepción del VIH, han dominado ese truco, y hasta ahora esta no parece ser una amenaza planteada por el covid-19.
Eisen advierte que esa situación de enfermedad retardada tampoco se puede descartar. Hay formas en las que las nuevas variantes pueden infligir un daño peor sin poner en riesgo su capacidad de propagación. Por ejemplo, una nueva variante podría atacar el cerebro, el corazón u otros órganos en formas más sutiles y lentas que permitan que las personas sigan con su vida normal, pero que, al final, tengan un impacto muy negativo.
“Ya hemos visto que las distintas variantes tienen diferentes habilidades para entrar en algunos tipos de células y que pueden tener un efecto en el sistema nervioso o en la función pulmonar”, afirma Eisen. “Es algo muy preocupante”.
Malani señala que existen evidencias anecdóticas de que hay más jóvenes que enferman gravemente con la variante Delta que los que ha habido con las cepas anteriores. Este aumento podría deberse simplemente a la mayor cantidad de personas jóvenes infectadas, o puede indicar un cambio preocupante hacia una mayor vulnerabilidad entre los jóvenes. No sería la primera vez: la epidemia de influenza de 1918 provocó la muerte principalmente de adultos jóvenes.
Aún no está claro si la variante Delta ataca con más violencia a los jóvenes. “Ahora mismo esto es un misterio”, afirma Malani. “Los jóvenes infectados pueden andar por ahí durante días e incluso semanas antes de sentirse realmente mal, así que es difícil juzgarlo”. Pero aun si la variante Delta no ataca preferentemente a los jóvenes, una variante derivada de esta podría hacerlo.
Aunque una mayor capacidad de infección es el camino que más probablemente seguirá una feroz variante posterior a Delta, en lugar de burlar a las vacunas o provocar una enfermedad más grave, existe una trampa: esos rasgos no se excluyen mutuamente. Como una simple cuestión de azar, una mutación que confiera una mayor transmisibilidad también podría causar más daños a la salud o dar al virus una mejor oportunidad de eludir las defensas conferidas por la vacuna. Aunque no es probable que estos rasgos sean seleccionados por sí mismos, podrían acompañar a una mutación de mayor transmisibilidad. “No hay nada que impida que ocurran al mismo tiempo”, dice Eisen.
Por fortuna, existe un impedimento integrado a lo que, de otra manera, podría ser una marcha sin fin hacia variantes cada vez más peligrosas: en algún momento el virus se quedará sin formas de volverse más dañino, gracias a la estructura relativamente simple de la proteína pico, que solo puede mutar en unos cuantos cientos de formas distintas, la mayoría de las cuales no harán que el virus resulte más perjudicial. “Existe un número limitado de cambios que se pueden hacer a la proteína pico sin que pierda su funcionalidad”, dice Vail. “Yo tendría cautela al afirmar que el virus puede seguir mutando indefinidamente”.
Otro gran descubrimiento: a diferencia del virus de la influenza, el SARS-CoV-2 no tiene una estructura que lo lleve a mezclar y enlazar material genético entre distintas variantes. Esta capacidad de “recombinación” es lo que convierte a la influenza en un blanco móvil para las vacunas todos los años.
Al igual que la influenza, es probable que el covid-19 permanezca con nosotros en el futuro previsible. Sin embargo, un gran aumento en los índices de vacunación por lo menos haría que dejáramos atrás la etapa de las variantes más peligrosas. En ese punto, afirma Green, podremos concentrarnos en nuevas vacunas ocasionales o en vacunas de refuerzo que hagan que el virus se convierta en una amenaza relativamente manejable.
“No creo que la erradicación sea una opción realista”, afirma. “Pero sí creo que podemos generar algo que sea mejor que lo que tenemos ahora para la influenza”.
Por otra parte, observa Green, la influenza puede provocar la muerte de hasta 60,000 personas cada año. Si el covid-19 sigue mutando para evadir la efectividad de las vacunas y de la inmunidad natural, y si grandes porciones de la población continúan negándose a vacunarse, entonces sí terminaremos acosados permanentemente por el virus.
En ese caso, tendremos suerte si el covid-19 “solamente” provoca la muerte de decenas de miles de personas cada año. Gracias a las continuas amenazas planteadas por las variantes, deberemos prepararnos para algo mucho peor. N
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek