DURANTE muchos años se creyó que los seres más poderosos eran aquellos que violentaban, tomaban, abusaban, dominaban y destruían. Leales a esa creencia, hemos limitado nuestro potencial como líderes en nuestros espacios de influencia, por miedo a hacer daño. Las evidencias científicas hoy demuestran lo contrario. En esta oportunidad hablaremos de la solidaridad como la experiencia de prosperidad avalada por la neurociencia.
El 31 de agosto se celebra el Día Internacional de la Solidaridad, una fecha a la que no se le ha puesto tanto énfasis como se debería. Su origen proviene del movimiento social polaco Solidaridad, que fue representado en 1980 por el gremio sindical ‘Solidarnosc’. Este movimiento fue creado por Lech Walesa, un obrero electricista sin vocación política, quien ciego de fe en una lucha justa, influyó de manera notable en la caída del Muro de Berlín. A partir de ello, Walesa recibió en el año 1983 el Premio Nobel de la Paz, y luego fue elegido presidente de Polonia en 1990.
¿Cómo puede algo tan sutil y personal como la solidaridad generar tales cambios sociales? Podemos abordarlo desde dos perspectivas: empírica y científica.
La experiencia de la solidaridad. La experiencia de la solidaridad la podemos definir en palabras del mismo Walesa: “He comprobado cómo, si me montaba en un autobús y no tenía dinero para el billete, al pedir me encontraba con suficientes monedas como para viajar en transporte dos meses”.
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En una sociedad marcada por la solidaridad como valor fundamental, el foco siempre está puesto en incentivar el bienestar ajeno y colaborar en la medida de lo posible para que se manifieste en lo cotidiano. De esta forma, la solidaridad produce un contundente y sostenido progreso social en todas sus aristas.
Aunque la solidaridad ha sido estudiada desde hace más de cien años en sociología, no es sino en el siglo XXI cuando esta comienza a ser analizada desde el punto de vista científico, gracias a los avances de la neurociencia y su repercusión en la organización social.
La neurociencia de la solidaridad. El abordaje científico de la solidaridad toma su punto más álgido en el año 2011 cuando Kalkhoff, Dippong y Gregory publican La biosociología de la solidaridad. Esta investigación busca iluminar la solidaridad como una interacción compleja y fascinante entre elementos biológicos y sociales.
La biosociología se enfoca en comprender cómo la interacción de factores biológicos y otros tipos de factores producen el comportamiento. Este trabajo interdisciplinario trajo nuevas perspectivas acerca de cómo las bases más biológicas del ser humano repercuten en las complejidades cotidianas y las organizaciones sociales.
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Como observamos anteriormente, la experiencia de la solidaridad se vive intensamente, pero aquí vamos a describir los tres mecanismos neuronales que permiten que la solidaridad pase de una experiencia individual, a una viralidad social:
1. Las neuronas espejo. Nuestro cerebro posee un complejo equipamiento para detectar movimientos certeros en otros seres y desde allí modelarlo. Cuando una persona realiza una acción que se considera buena en el entorno donde está, este lo integra a su arsenal de comportamiento y lo reproduce cuando lo necesita. Es importante resaltar que el punto clave está en la validez del comportamiento como positivo, es decir, que la solidaridad debe ser codificada por el contexto social como algo bueno para que sea replicable.
2. La neuroplasticidad. Durante muchos años se consideró al cerebro como un órgano que llevaba una vida lineal que alcanzaba un clímax de madurez y luego comenzaba a deteriorarse. Actualmente la neurociencia ha descubierto que la misma estructura sináptica de ramificaciones a nivel neuronal permite que el cerebro se reconfigure a sí mismo de forma constante. Esto implica que, incluso si crecimos en un entorno donde la solidaridad no estaba bien vista, al incorporarnos en entornos que incentiven la solidaridad aprenderemos a vivir con este nuevo código de conducta socialmente aceptada.
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3. Los procesos inconscientes. Luego de numerosos estudios alrededor de la conciencia de las decisiones humanas, sobre todo en entornos de intercambio, riesgo e incertidumbre, se tiene claro que la gran mayoría de los factores que nos llevan a decidir no pasan por nuestra mente consciente. Por esta razón, aunque exista en nuestra mente consciente una clara idea de que la solidaridad es algo positivo, el ejercicio cotidiano de la solidaridad es lo que realmente reafirma si está incorporada como tal, o solo es un pensamiento sin base.
Ahora que ya existen evidencias científicas acerca de cómo se propaga la solidaridad en los espacios humanos, es importante preguntarnos si estamos haciendo uso de ello para sumar a nuestro bienestar personal, o si aún seguimos a la espera de que alguien sea solidario para de esta manera sentirnos con el permiso de ejercerlo conscientemente.
Cierro con una frase reflexiva, inspirada en Eduardo Galeano: “La solidaridad y la caridad son diferentes. La primera es horizontal y se ejerce de igual a igual, generando un florecer común. La segunda es de arriba abajo, humilla a quien recibe y jamás altera las relaciones de poder”. N
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Joselyn Quintero es especialista en neurofinanzas, autora de varios libros, conferencista y directora de Armonía F. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.