TRAS ESCUCHAR las agresiones, violaciones y abusos de los que 33 personas fueron víctimas en su niñez y victimarios años después tras integrarse a alguna organización criminal, la doctora en ciencia política Karina García Reyes publica el libro Morir es un alivio.
Esta obra, publicada recientemente por la editorial Planeta, es el resultado de una serie de entrevistas que García Reyes realizó en un centro de rehabilitación entre los años 2014 y 2015.
El libro surge como parte de su investigación de doctorado en la Universidad de Bristol, Reino Unido, enfocada en el impacto de la violencia del narcotráfico en niños y jóvenes de bajos recursos. Sin embargo, la historia dio un giro al percatarse de los patrones de violencia con los que la mayoría de los 33 entrevistados había crecido.
La autora explica que cuando esas personas eran niños crecieron con una carga de violencia considerable que, poco a poco, los condujo a convertirse en parte de la misma maquinaria de violencia con la que se desarrollaron durante sus infancias, como las violaciones a sus derechos humanos en ambientes familiares donde la pobreza, las golpizas y abusos físicos, psicológicos y emocionales fueron parte de su crecimiento.
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Ahora, siendo adultos, García Reyes halló a estas 33 personas, que en su momento pertenecieron a una organización criminal, en un albergue del norte de México. Entre las historias que la autora escuchó se encuentran algunas relacionadas con fantasías de parricidio, rituales a la Santa Muerte, adicciones, secuestros y asesinatos.
De esta investigación nació Morir es un alivio, un libro en el que aparecen 12 de los 33 exnarcotraficantes con quienes Karina García Reyes charló para el desarrollo de su investigación. Los 21 perfiles restantes se encuentran, de alguna manera, inmersos en los relatos que la autora aborda a lo largo del libro para entender cuáles fueron las causas de sus actos.
La frase que da nombre al libro, Morir es un alivio, es el resultado de una cita que uno de los entrevistados dijo a la autora al sentenciar que morir es un alivio después de revelarle sus varios intentos de suicidio.
“Él no tenía el valor de matarse ni de hacerlo directamente. Entonces, se exponía a propósito en los enfrentamientos para que lo mataran. Ahí fue donde lo dijo. Eso sintetiza, perfecto, el sentimiento de los 33 participantes que entrevisté”, recuerda Karina García Reyes en entrevista con Newsweek México.
UNA GUERRA QUE NO LE TOCABA A MÉXICO
Para entender el contexto en el que desarrolla estos 33 perfiles de exnarcotraficantes, la autora analiza cómo la criminalización y la militarización en México acentuaron la violencia en el país cuando el expresidente Felipe Calderón Hinojosa declaró la llamada “guerra contra el narcotráfico”, un conflicto interno en el país contra los cárteles de la droga.
García Reyes menciona que una guerra necesita de un enemigo y ese enemigo lo creó Estados Unidos después de décadas de prohibiciones que ha llevado a que se genere un mercado negro, como sucedió con el consumo de marihuana y heroína en aquel país. Con el tiempo esto comenzó a ser un problema de salud que la administración del expresidente Richard Nixon abordó como un problema de salud al tiempo que generaba una “narrativa binaria” entre los buenos y los malos que se fue intensificando a lo largo del tiempo.
“Lo que falló es la estrategia militarizada. El problema del narcotráfico se creó por la prohibición. Las adicciones y el mal uso de ciertas sustancias son un tema de salud y, como tal, se debería de abordar desde la evidencia científica”, señala.
La experta explica a este medio que un asunto de salud pública para Estados Unidos se convirtió, primero, en un tema de seguridad nacional para ese país que después trató como una cuestión de seguridad internacional. “Cuando se internacionaliza la guerra contra las drogas, nosotros, en México, les compramos la guerra y con Felipe Calderón la hicimos propia”, añade.
En Morir es un alivio, la doctora presenta asimismo algunos mitos y realidades de la guerra contra las drogas: las drogas son una amenaza para la sociedad y por eso se declaró la guerra contra el narcotráfico; la clasificación de las drogas en legales e ilegales se basa en evidencia científica; México tiene un severo problema de adicciones; el narcotráfico solo se puede combatir con la intervención del Ejército, entre otros.
¿A DÓNDE VAN LOS EXNARCOTRAFICANTES?
Si bien esta respuesta puede tener múltiples conclusiones, de acuerdo con la investigación que la doctora en ciencia política elaboró en la Universidad de Bristol, lamentablemente estos hombres tienen un destino fatal. Algunos terminan en la cárcel, desaparecidos o muertos, y de los pocos que llegan a escapar no se sabe más de su destino.
Las personas con las que Reyes charló en un centro de rehabilitación de drogas le permitieron conocer las infancias violentas en las que crecieron. Esta experiencia, de conocerlos como “hombres reformados, hombres de familia y hombres que son útiles para la sociedad hoy tiene un propósito de vida, nos aportan un poco de esperanza”.
De acuerdo con Reyes, la gente muchas veces cuestiona el darle voz y espacio a estos hombres y, aunque lo entiende, la especialista menciona que su investigación no justifica los actos de estos exnarcotraficantes sino que, desde una perspectiva de derechos humanos, es un acercamiento a cómo estas personas antes de ser victimarios fueron víctimas de un sistema que lleva décadas, donde la pobreza y las pocas oportunidades de crecimiento social y educativo los obligan a incorporarse a las filas de una organización criminal.
“La narrativa simplista del gobierno estadounidense y que desde hace décadas adoptó México hay que abandonarla y ahora presentar una alternativa diferente al narcotráfico. Quiero que la gente conozca esas historias de vida”, externa.
SALUD MENTAL PARA NARRAR EL HORROR
Morir es un alivio es una investigación desgarradora donde García Reyes durante cuatro meses estuvo frente a 33 exnarcotraficantes escuchando sus historias y experiencias. Sin embargo, la salud mental fue importante para la investigadora, quien tuvo momentos difíciles al narrar y digerir esas historias.
“Tuve un momento de crisis muy fuerte por ahí del año 2016 después de regresar del trabajo de campo. Leía las noticias y me decía: ‘¿Qué hago aquí? Yo debería estar en México ayudando de alguna manera’. Me sentía muy impotente de no hacer nada, de saber lo que sabía. Fue un momento personal muy difícil que no se compara con las experiencias que colegas y periodistas viven”, cuenta.
A pesar de todo ese proceso personal, para la autora la única manera en que su investigación hará sentido será cuando existan cambios en la política pública para prevenir y evitar que niños y jóvenes no sufran lo que estos exnarcotraficantes padecieron.
“Este libro fue como cerrar un ciclo, un poco como terapia y un poco como catarsis. El tema de la cárcel es interesante porque el sistema penitenciario en México no necesariamente es justo y no necesariamente respeta los derechos humanos de las personas que están en la cárcel. Y, como muchos de ellos narran, la cárcel es una escuela de violencia donde, lejos de reformarse o rehabilitarse, salen con más contactos, más mañas y con resentimientos de todo lo que sufren ahí”, concluye. N