MI MADRE no era una “mamá normal”. Era una hermosa rubia con una sonrisa deslumbrante. No podías apartar los ojos de ella cuando entraba en una habitación. Mi padre la conoció en 1954, cuando estudiaba en la Universidad de Cambridge. Él era la única persona de su familia que iba a la universidad. Mi madre trabajaba como secretaria en la tienda de muebles de mi abuelo. Fue amor a primera vista.
“Ambos se vieron y se sonrojaron. Eso fue todo”, así describía mi tía Judy el primer encuentro entre mis padres.
Se casaron tan pronto como papá terminó sus estudios de derecho, más o menos cuando estableció su bufete de abogados en Doncaster, Inglaterra. Mi mamá, que estaba embarazada de mí, mecanografió cartas para clientes falsos, en preparación para los reales que luego aparecieron. Mi hermano David nació dos años después.
Papá se convirtió en un abogado exitoso. Fue presidente de la Unión de Sociedades de Abogados de Yorkshire durante más de 40 años. Con los frutos de su arduo trabajo compró Slade Hooton Hall, una mansión construida en 1689, durante el reinado del rey Guillermo III y la reina María II. Esa fue la casa principal de nuestra familia, pero también teníamos una casa de vacaciones en Cornwall y un apartamento en Londres.
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Parecíamos la familia perfecta. Sin embargo, las tensiones hervían a fuego lento y los silencios ocultaban lo que realmente sucedía. A mamá le gustaba que le cortaran el pelo en la peluquería. Siempre que eso pasaba, mi papá no hablaba con ella durante cuatro días. Era una regla que todos entendíamos, aunque nadie hablaba de eso.
Mamá y papá rara vez se tocaban, a menos de que hubiera una cámara. Sonreían para las fotos y, de vez en cuando, papá ponía su brazo sobre el hombro de mamá. Aunque no puedo recordarlos abrazándose o besándose.
Eran liberales y cultos. Celebraban grandes fiestas con vino español. Varios amigos abiertamente homosexuales, hombres y mujeres, asistían. Incluida Gwen, una amiga de mi madre desde hacía mucho tiempo. Nunca pensé en eso. Éramos culturalmente progresistas (era normal que habláramos de libros innovadores como La mujer eunuco de Germaine Greer), aunque nunca hablábamos sobre los sentimientos.
También había tensiones entre mi papá y mi hermano. Eran muy diferentes. Mi hermano estaba más interesado en las motos y en la ingeniería. Así que, a menudo, había discusiones entre ellos, mientras yo trataba de mantener la paz.
Finalmente, seguí los pasos de mi padre y me formé como abogada. Cuando viajé a Estados Unidos, en 1981, para unas largas vacaciones después de mis exámenes legales, mi hermano murió trágicamente por suicidio, algo que mi padre nunca pudo aceptar. Papá dijo que había sido un accidente, pero luego descubrí lo que realmente había pasado. Me prometí que un día, cuando mis padres hubieran muerto, documentaría la verdad de la muerte de mi hermano.
“NO ENTIENDO POR QUÉ SOY DIFERENTE”
Mamá y papá se convirtieron en una pareja muy unida, pero ahora estaban atados por la tristeza. Un día me pregunté en voz alta si había habido algún problema entre mis padres. Mi mamá respondió con firmeza: “Tu padre no es de los que se divorcian”.
Ella estaba siendo sincera. Mis padres permanecieron casados durante casi 59 años, hasta la muerte de mi padre, en julio de 2014. Tres años después, el 21 de diciembre de 2017, mi madre murió inesperadamente, solo ocho días después de mudarse a un hogar de ancianos.
Entre sus pertenencias encontré un sobre blanco con su letra. “No entiendo por qué soy diferente. No es un tema del que se pueda hablar. Estamos en 2017 y en un pequeño pueblo, pero nadie lo menciona. Me pregunto cómo se las arreglan otras lesbianas”, escribió.
¿Lesbianas? ¿De qué estaba hablando mamá? Mis sentimientos zigzaguearon entre la negación, el asombro y la diversión. En su nota, escrita a mano, mamá nombraba a las mujeres con las que tenía relaciones, incluida Gwen, que había asistido a esas fiestas cuando yo era pequeña.
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Después de hablar con mis hijos, que pensaban que era muy bueno tener una abuela gay, y mi tía, que tampoco sabía nada, le escribí a Gwen por correo electrónico y le pregunté si podía hablar con ella. Ella respondió que había estado esperando toda su vida para que me comunicara y que estaría feliz de responder cualquier pregunta.
Lo que siguió fue el viaje más extraordinario de revelaciones. Mamá y Gwen tuvieron una relación que duró más de cuatro años, a principios de la década de 1950, e incluso se mudaron a Londres para alquilar un apartamento detrás de Harrods, en Knightsbridge. Mi abuela —la propia madre de mi madre— vino a Londres para que mi madre “detuviera sus sucias acciones”, así que mi madre regresó a Yorkshire para casarse.
Mi madre hizo lo que le pidieron y poco después conoció a mi padre. Gwen me contó que ella y mi madre no habían continuado una relación sexual una vez que mi madre se casó, pero me dijo que mamá tenía otras aventuras. Gwen no sabía si mi padre tenía algún indicio de estas relaciones extramatrimoniales, pero lo sospechaba.
A menudo me he preguntado si mi madre planeaba decirme la verdad sobre su sexualidad antes de morir. Ojalá hubiera tenido unos días más y hubiera usado ese tiempo para decírmelo. Pero mi mamá siempre fue una persona reservada.
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Estoy en paz con lo que pasó. Decidí escribir sobre el secreto de mi madre y la historia de mi hermano. Escribir un libro me ha ayudado a ver mi pasado de forma más objetiva.
Ojalá mi mamá hubiera visto cómo mis hijos, yo y mi tía conocimos su verdad: con corazones abiertos y aceptación. Podría haberse sentido amada y aceptada por lo que realmente era. Tal vez ella pueda ver eso desde donde sea que esté ahora. Si pudiera hablar con ella ahora, le diría esto: ¡Te amo, mamá! N
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Helen Garlick escribe sobre el poder curativo de hablar. Su libro No Place to Lie (No hay lugar para mentir) fue publicado por Whitefox. Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad de la autora. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.