Durante los primeros ocho meses de la pandemia, la Profepa aseguró 16 felinos de vida salvaje, entre crías de león, tigre y jaguar, la mayoría detectados en domicilios particulares y sin documentación legal.
ERA EL PRIMER MES de la pandemia en México cuando ciudadanos de Pachuca de Soto, Hidalgo, denunciaron la presencia de un tigrillo dentro de un domicilio particular. Tras acudir a una visita de revisión al domicilio del poseedor, la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) detectó que el propietario no contaba con la documentación legal del cachorro que, tras examinarlo, determinó que se trataba de una cría de jaguar con tan solo un mes de edad.
Ante ello, la institución determinó el aseguramiento precautorio del ejemplar de vida silvestre. De acuerdo con la Norma Oficial Mexicana NOM-059-SEMARNAT-2010, “Protección ambiental – especies nativas de México de flora y fauna silvestres”, el jaguar o Panthera onca se encuentra catalogada en peligro de extinción.
Según datos de la Unidad de Transparencia de la Profepa solicitados vía transparencia, del 28 de febrero al 30 de septiembre de 2020 la institución aseguró 16,398 ejemplares de vida silvestre como resultado de 283 inspecciones realizadas en ese lapso.
Según dicho informe, de ese total solo 16 ejemplares son mamíferos felinos de vida salvaje: siete ejemplares de tigre salvaguardados en las entidades de Oaxaca, Jalisco, Michoacán y Ciudad de México; cinco leones asiáticos asegurados en Nuevo León, Oaxaca, Jalisco y Ciudad de México; tres jaguares, en Hidalgo, Nuevo León y Colima; y un ocelote, en Oaxaca. Todos fueron reportados vivos y en aparentemente buen estado de salud.
Sin embargo, de acuerdo con información de la Profepa, no todos los felinos han corrido con tan buena suerte. El pasado 24 de abril, por ejemplo, en el monte de las ruinas de Aké, en la comunidad de Tixkokob, Yucatán, se halló un ejemplar de puma (Puma concolor) asesinado por la caza furtiva.
Se trataba de un puma hembra, a la que encontraron desmembrada dentro de una bolsa de rafia blanca. No tenía cabeza ni extremidades traseras ni delanteras, y lucía sin parte de la piel de su cuerpo.
Como parte del seguimiento a este caso, la Profepa investiga a los responsables de la caza del puma, que está en peligro de extinción y se encuentra en el listado del Apéndice I de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre (CITES).
Finalmente, para que el estado de descomposición continuara en la puma hallada, personal de Profepa le dio destino final en el tramo carretero Tixkokob-San Antonio Millet del mismo municipio yucateco.
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Al caso de esta puma se suma el de un tigre de Bengala retenido en el interior de una finca en Tlaquepaque, Jalisco, y el de una leona de dos años con un microchip, encontrada en el patio trasero de una casa en Ciénega de Flores, Nuevo León, con heridas en la piel producto de la rozadura constante con la pared, puerta y reja del encierro en el que estaba. Ambos ejemplares fueron asegurados tras no cumplir con la documentación legal para su posesión.
Empero, la historia no se detiene aquí. En México, el tráfico ilegal y la caza furtiva de especies como el jaguar han provocado que estas dinámicas cambien, por lo que ahora, al tráfico de pieles se agrega el de partes como colmillos, garras y huesos. Además, desde hace un par de años se ha detectado una tendencia en la demanda del mercado asiático por el miembro viril de los jaguares, según menciona Heliot Zarza Villanueva, biólogo y vicepresidente de la Alianza Nacional para la Conservación del Jaguar, en entrevista con Newsweek México.
ESPECIE MILENARIA BAJO AMENAZA
La situación del jaguar es muy delicada en el país. Según datos de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), hasta principios del siglo XX la caza del jaguar (Panthera onca) se extendía desde los áridos matorrales de Arizona y Nuevo México, en el sur de Estados Unidos, hasta las selvas de Misiones, en el norte de Argentina.
Sin embargo, a lo largo del tiempo el hábitat del jaguar ha sido saqueado y millones de hectáreas de selvas y bosques tropicales y subtropicales han sido deforestadas, y en su lugar han aparecido campos de cultivo, potreros, ciudades y pueblos. Aunado a ello —según detalla la institución— la cacería de estos ejemplares redujo la presencia de este gran felino en América Latina, que para las culturas mesoamericanas es un icono de respeto.
“Al jaguar se le cazaba de manera legal hasta 1987. A partir de ese año hubo una veda tras considerarlo una especie en peligro de extinción. Lamentablemente se siguió cazando. Tanto la caza deportiva como la necesidad de tráfico de pieles para suministro de abrigos se redujo por esa prohibición”, explica Zarza Villanueva, maestro y doctor en ciencias en el Departamento de Ciencias Ambientales de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Lerma.
El jaguar es conocido por las comunidades indígenas como ocelotl, en náhuatl, y balam, en maya. Esta especie es el depredador más formidable del trópico americano. Se alimenta de más de 22 especies de mamíferos, aves, reptiles y peces. Este mamífero felino llega a pesar de 45 a 130 kilogramos y mide entre 1.70 y 2.30 metros de longitud —de nariz a la punta de la cola—, con un promedio de vida de 20 años. Su pelaje es de color café amarillento con rosetas negras de forma irregular. Tiene gran agilidad para correr y nadar grandes distancias.
AMENAZAS Y RIESGOS
A pesar de ser un ejemplar importante para la cultura maya, el jaguar tiene grandes amenazas y una de ellas tiene que ver con la pérdida y fragmentación del hábitat donde, en todo México y Latinoamérica, es el común denominador en la distribución de este mamífero.
De acuerdo con María José Villanueva, directora de conservación del Fondo Mundial para la Naturaleza de la World Wildlife Fund (WWF) México, el jaguar se extiende a lo largo de 18 países en América Latina y ha experimentado una disminución histórica del 50 por ciento en su distribución.
“Hemos perdido la mitad y gran parte de los que permanecen están en el Amazonas. Hay un estudio que muestra que la especie del jaguar se divide en subpoblaciones, como las llamamos. De esas poblaciones —que llegan hasta 24—, la subpoblación Amazónica es la única que está bien, todas las demás subpoblaciones están en algún grado de peligro de extinción”, explica María José Villanueva en entrevista con Newsweek México.
Entre las principales amenazas que enfrenta el jaguar está “la pérdida de hábitat, y eso conlleva a que haya menos presas para que se alimenten, a que se fragmente el territorio y le cueste trabajo buscar pareja o alimentos”.
A esta problemática se suma la intrusión de cazadores ilegales, la construcción de infraestructura que resulta en muertes de muchos jaguares por atropellamiento y el conflicto ganadero que invade, cada vez más, las selvas. Heliot Zarza, quien desde 2002 trabaja en la zona de Calakmul, Quintana Roo, coincide con Villanueva en que la pérdida y fragmentación de hábitat por el cambio de uso de suelo de las selvas a suelos de cultivo o suelos para actividades ganaderas causa el declive en los ejemplares de jaguar.
“Una de las soluciones son las buenas prácticas ganaderas que se realizan en toda América Latina. En México han dado buenos resultados, pues solo se trata de tener a tus animales en corrales y que estés al pendiente de ellos”, explica Zarza.
Esto debido a la situación que enfrenta el pequeño productor, es decir, aquellos que cuentan con menos de cinco cabezas de ganado y quienes desmontan de cinco a diez hectáreas de selva para que las vacas o los borregos pasten dentro de la selva. Es ahí donde se da el mayor número de depredaciones.
“Un jaguar o un puma no identifica entre una vaca y un venado en la selva, tomando en cuenta que es mucho más fácil depredar un becerro o una vaca que un venado, que es más veloz y percibe a su depredador”, señala.
LAS CRÍAS NO SON MASCOTAS
Además del tráfico de partes del cuerpo del jaguar, ocelote y puma, existe el tráfico ilegal de las crías de estas especies. Esta amenaza al hábitat llega a las grandes ciudades con el tráfico de cachorros de vida silvestre.
“Eso es impactante. El que tú tengas una cría de cualquier especie indica que tuviste que haber matado a la madre. No hay manera de que tomes la cría de una hembra jaguar sin hacer nada. Es un indicador, y como lo vi [en el trabajo de campo], va el cazador, le dispara a la madre y toma a la cría”, señala el doctor en ciencias ambientales Heliot Zarza.
Ante esto, la también bióloga y doctora en ciencias del mar, María José Villanueva, señala que el tráfico y comercialización de mascotas silvestres es un tema de mucha preocupación, donde los jaguares no son la excepción.
“Cuando se obtienen mascotas de vida silvestre es porque mataron a la mamá, extrajeron a los cachorros y estos son puestos en venta en múltiples plataformas en línea o por tratos directos que ya vienen con el mandato de ir por las crías. Esto se aprovecha de marcos legales débiles, corrupción y pobreza”, añade la especialista.
Para combatir esta y otras formas de criminalizar y amenazar la existencia y el hábitat del jaguar en América Latina, en 2018 con la Conferencia de las partes del Convenio de Biodiversidad, celebrada en Egipto, se acuña el 29 de noviembre como el Día Internacional del Jaguar.
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Además, está el Plan Jaguar 2030, iniciativa regional en Latinoamérica entre organizaciones de la sociedad civil como Panthera, el Fondo Mundial para la Naturaleza, la Wildlife Conservation Society (WCS) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, para conservar esta especie y sus ecosistemas.
En él participan 18 países entre los que se encuentra México, con el objetivo de fortalecer el Corredor del Jaguar en todos los países de distribución y asegurar 30 paisajes prioritarios para el jaguar para el año 2030.
Con ello se busca estimular el desarrollo sostenible, reducir el conflicto jaguar-humano y aumentar la conectividad y seguridad de los paisajes protegidos. Dichas tareas por alcanzar se alinean con la Agenda 2030, los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el Acuerdo de París sobre Cambio Climático y el Plan Estratégico para la Diversidad Biológica 2011-2020, también conocidas como Metas de Aichi. N