Pertenecer a una minoría es comenzar, desde etapas tempranas, en la vida de la desigualdad.
PARA LA SOCIEDAD en general, el concepto de “normalidad” ha sido en momentos un eje que nos acercaba a falsos ideales positivos que rechazan lo diferente o lo anormal. Hoy comenzamos a considerar el concepto de “normalidad” como un pesado lastre que nos aleja del entendimiento de la igualdad y equidad que la sociedad del siglo XXI nos exige. Aceptar la diversidad podría romper una serie de paradigmas y modificar los problemas existentes. Les pido, lectores, entonces tolerancia con este humilde psiquiatra que habla con groserías para poder comunicar de forma afectiva puntos que considero importantes. La normalidad no existe, la diversidad sí, esa es la pinche realidad.
Hoy muchos de nosotros estamos encerrados en nuestras casas, en medio de una pandemia global, aislados de un exterior peligroso en invisible. Quiero adelantarme unos meses: ¡vamos a sobrevivir como siempre lo hemos hecho! Entonces, hoy tenemos algo de tiempo para leer y meditar sobre México y cómo está compuesto. Siempre he pensado que somos un país que desde sus inicios prehistóricos ha sido diverso, contrastante y, en momentos, lleno de horror: fascinante en general. México está integrado por un conjunto de minorías amalgamadas en los diversos estratos sociales; somos variados gracias a nuestros orígenes étnicos, culturales, geográficos y genéticos. Tenemos, pues, una de las poblaciones más diversas de América. Un grupo especial es el objetivo de mi texto: las minorías sexuales. En la aceptación de la diversidad está la riqueza de una sociedad.
Al hablar de minorías sexuales hablamos de un grupo heterogéneo de personas que, por su orientación sexual, identidad de género y prácticas sexuales difieren de la población general. Las minorías sexuales se encuentran en todos los sectores de la población aportando positiva y activamente a nuestra sociedad desde todos los ángulos posibles. Un dato importante es que no sabemos cuántos son. La mayoría de los expertos suponen estimaciones que podrían ser poco precisas al momento. Según Gallup, en 2017 en Estados Unidos este grupo representaba alrededor del 5 por ciento del total de las personas, y si traspasamos los datos a México tendríamos un significante numero de 6.5 millones de personas.
Lo que quiero decir es que hay millones de mexicanos y mexicanas dándose al compadre o a la comadre. Estos millones de personas presentan una serie de necesidades específicas que no son cubiertas para reducir las brechas de desigualdad; ¿A qué me refiero con “brechas de desigualdad”? Pues a una serie de condiciones adversas que desde el principio de la vida de las personas generan inferioridad legal, laboral, alimentaria, educativa y a la que me voy a enfocar en este texto: inferioridad en salud.
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Para algunos, pertenecer a una minoría es comenzar, desde etapas tempranas de la vida, en la desigualdad y adquirir un paquete de riesgos que limitan el desarrollo de las personas; es decir, estar expuestos a condiciones de discriminación, violencia y rechazo. Hablar de estigma, discriminación y violencia es un menester que nos atañe día a día. Como profesional de la salud… nuestro trabajo como profesionales de salud responde al dolor y sus consecuencias. Las cuales sabemos que pueden afectar a varias generaciones dentro de las familias, grupo y sociedad, lo que desencadena en una tríada macabra basada en un concepto llamado “estrés de minorías”, el cual puede afectar a cualquier grupo minoritario, generando, en la mayor parte de los casos, depresión, ansiedad y consumo de sustancias, trastornos mentales ubicuos en la población mexicana asociados a entornos violentos y desiguales. Y los mexicanos conocemos bien sobre estos temas.
Quiero recalcar que no debemos asumir que estos padecimientos son resultado directo de la identidad de género, orientación o prácticas sexuales, sino del prejuicio, estigma, violencia y discriminación que experimentan desde etapas tempranas de su vida, tanto en su círculo primario de apoyo, o sea la familia, como en la sociedad general. Si bien no es la realidad del total de las personas, estas barreras existen y limitan su desarrollo. Lamentablemente, vivimos en lo que yo llamo una sociedad culera con los grupos minoritarios.
¿QUÉ DICE LA CONSTITUCIÓN?
La Constitución de México reconoce, en el artículo 4°, el derecho a la salud para todos. Pero solo el 76 por ciento tiene algún tipo de seguridad, según datos de 2018. Hoy, en teoría, los 31.2 millones de personas están cubiertas de alguna forma. En un mundo ideal, para lograr una cobertura total a la población basada en las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, nuestro país debería invertir el 5.1 por ciento del producto interno bruto. México invierte el 2.9 por ciento del PIB en salud, y la mayor parte de estos recursos se dirigen al tratamiento de enfermedades crónicas. Tenemos un sistema de salud que funciona a pesar de sus múltiples carencias y que llega a la mayor parte de la población. El siguiente paso, si existiera la voluntad política, debería ser una gran inversión en el primer nivel de salud basado en modelos preventivos, así como procedimientos específicos para las poblaciones con mayores brechas de acceso. Y es justo ese tema en donde las minorías sexuales entran.
Con respecto a salud, se ha reportado una serie de problemas específicos en las minorías sexuales:
1. Temor para revelar su orientación o prácticas sexuales, lo que obstaculiza el acceso a servicios por temor a ser objeto de burlas o maltratos.
2. Falta de capacitación del equipo técnico y procedimientos para ambientes amigables.
3. Falta de conocimiento y entendimiento sobre la diversidad sexual, lo que genera estigmas.
Pensemos en una persona con múltiples vulnerabilidades sumadas dadas por una serie de determinantes sociales que afectan la salud: una mujer trans de 25 años afrodescendiente de la costa de Oaxaca que desea recibir tratamiento hormonal. Para ella, llegar a un centro de salud y recibir el tratamiento hormonal que requiere tomará mucho más tiempo y tolerancia a la discriminación que a la población general. Con respecto a infraestructura y procesos de atención, en general existen baños neutros dentro de las instituciones, lo cual puede generar una serie de problemas y encuentros con el personal de salud y la sociedad. Tampoco existen protocolos generalizados de atención a la diversidad sexual, lo cual hace que el personal de los centros de salud no se encuentre preparado para dar un trato humano y de calidad, y esto puede generar actos de discriminación y brechas de acceso más amplias. Una sola pregunta en todos los trabajadores de salud cambiaría el sistema y la forma en cómo abordamos a las personas trans: “¿Cómo quiere que le llame?”. Cada vez sabemos más que para que una persona trans llegue a recibir los servicios médicos adecuados puede tardar entre 5 y 20 años. Lo cual coloca a las personas trans en riesgos de salud específicos como la automedicación y el uso de modelantes que ponen en peligro su vida. No queremos que queden como Alejandra Guzmán.
Hablar sobre sexualidad debería de ser un tema cotidiano libre de pudor y prejuicios en la mayoría de las personas. Según datos de Censida, los mexicanos mantenemos relaciones sexuales cada tres días en lugares tan variados como nuestra casa, hoteles, el transporte público y el campo. En el área de salud, sería de vital importancia el preguntar de forma sistemática la orientación sexual de las personas y sus prácticas sexuales, pues ello nos daría una infinidad de datos para establecer políticas públicas específicas, siempre respetando a la persona y el anonimato de sus datos. Esto permitiría llevar las medidas de prevención a otro nivel y disminuir la incidencia de enfermedades de transmisión sexual: dar tratamientos oportunos y preventivos a las personas.
GENERAR AMBIENTES AMIGABLES
Uno de los factores fundamentales del éxito para facilitar el acceso a salud de las minorías sexuales es la generación de ambientes amigables. Todos nos hemos expuesto a los servicios de salud, no todos ofrecen ambientes amigables para la población, mucho menos para las minorías sexuales. Esto se resuelve con dos cosas muy fáciles de escribir: educación y cultura. Pero son muy complicadas de implementar, pues debemos de romper sistemas arcaicos de educación en los centros de salud y hospitales.
Empero, es posible y factible lograrlo mediante la capacitación continua y la implementación de normas antidiscriminación. Los “ambientes amigables a minorías sexuales” son una estrategia destinada a mejorar el acceso y la calidad de la atención. Es simplemente un reordenamiento de recursos existentes (lo que apuesta a la sustentabilidad de la estrategia en el tiempo) centrado en las características y necesidades específicas de esta población (ONU 2013). Es decir, los programas de salud se mantienen sustentables y funcionales dando salud a poblaciones que antes no la tenían. Para su desarrollo se requiere de perspectiva y entendimiento sobre la diversidad sexual para favorecer la inclusión de poblaciones minoritarias, logrando así la adecuada atención médica para garantizarla sin diferencia de estratos entre la población y, de esta forma, favorecer el enriquecimiento y la salud de todos.
Especialmente, la salud de los jóvenes pertenecientes a las minorías. Ellos sexualmente están expuestos a mayores condiciones de estrés. Como grupo pueden experimentar mayores tasas de acoso escolar, mala red de apoyo, violencia, trastornos mentales, abuso de sustancias, especialmente tabaco y etanol, un mayor riesgo a VIH y otras infecciones de transmisión sexual, estrés postraumático, ansiedad, depresión, ideación e intentos suicidas y trastornos de la alimentación.
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Como personal de salud debemos entonces ser conscientes y educados, ya que podríamos ser los únicos confidentes. El grado de seguridad, comodidad, apertura y respeto que los pacientes jóvenes sienten a menudo tiene un impacto en su acceso futuro a la atención de la salud, la reducción del riesgo y los comportamientos que buscan ayuda. Y muchas veces la ayuda en los jóvenes viene del personal de salud o de sus propios compañeros.
Ha habido avances discretos en los servicios de salud para las minorías sexuales; pero está en los profesionales, sociedad civil y actores políticos reducir estas disparidades a mayor escala. A pesar de este panorama borrascoso a lo largo de las últimas décadas, las minorías sexuales se han movilizado dentro de la sociedad civil y exigido sus derechos, los cuales poco a poco han ido permeando en diversas entidades federativas. Con ello han logrado avances en salud, reconocimiento legal a parejas, hijos y, sobre todo, aceptar la diversidad dentro de la sociedad. Nuestro trabajo y atención en este siglo consiste en disminuir la brecha de acceso a las poblaciones minoritarias entendiendo sus necesidades específicas. Generar procesos de atención eficientes y sustentables podría ayudarnos a reconstruir y sanar un tejido social roto en los últimos 30 años.
A pesar de este panorama oscuro, los profesionales de la salud han hecho grandes esfuerzos por las minorías sexuales. El ejemplo más claro es que México, en el año 2016, propuso eliminar la transexualidad como una patología mental, siendo el primer país en proponer esta iniciativa a escala global. Se han lanzado guías específicas para atender a las minorías sexuales y se está trabajando día a día para disminuir las brechas con capacitación continua al personal de salud. Hoy y siempre los profesionales nos sumamos a una necesidad social. Reconocemos la necesidad de generar procesos específicos a las minorías sexuales, estamos trabajando activamente en ello para dar acceso en todas las etapas de la vida.
Aceptar la diversidad sexual y de género nos enriquece y alienta a seguir trabajando por mejorar la salud mental de la población.
PERLAS PARA TODOS
1. Abstenerse de hacer suposiciones sobre la orientación sexual o la identidad de género de una persona basándose en su apariencia.
2. Utilizar un lenguaje neutro e inclusivo en las entrevistas y al hablar con todos los sujetos: “¿Cómo le gustaría ser llamado?” “¿Qué nombre le gustaría usar?”
3. Tratar a la persona con respecto a la identidad de género es fundamental.
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Jeremy Cruz es médico especialista en psiquiatría, miembro fundador del Centro de Atención a Transgénero Integral, maestro en ciencias de la salud / salud mental pública y coordinador de la sección académica Diversidad Sexual, de la Asociación Psiquiátrica Mexicana.