Según un documento que ha llegado a manos de Newsweek, apenas un día después que Estados Unidos superara la cifra de casos de COVID-19 registrados en China, la Agencia de Inteligencia para la Defensa de Estados Unidos (DIA, por sus siglas en inglés) actualizó su peritaje sobre el origen de SARS-CoV-2, a fin de incluir la posibilidad de que el coronavirus haya escapado accidentalmente de un laboratorio de Wuhan que investiga enfermedades infecciosas.
PRIMERA PARTE
Fechado el 27 de marzo y corroborado por dos funcionarios estadounidenses, el documento enviado a Newsweek revela que las autoridades de inteligencia estadounidenses revisaron su evaluación original de enero indicando que “el brote pudo haber ocurrido de manera natural”, para contemplar ahora la posibilidad de que el nuevo coronavirus haya emergido “accidentalmente” debido a las “prácticas inseguras” de un laboratorio ubicado en el centro de Wuhan, ciudad donde el patógeno fue detectado por primera vez a fines del año pasado. El peritaje inicial -clasificado y titulado “China: Origins of COVID-19 Outbreak Remain Unknown” [China: aún se desconoce el origen del brote de COVID-19]- descartaba que el coronavirus hubiera sido objeto de manipulación genética o liberado deliberadamente para usarlo como un arma biológica.
Dicha versión del documento precisaba: “No disponemos de evidencias verosímiles que indiquen que el SARS-CoV-2 fue creado como un arma biológica o liberado de manera intencional. Es muy improbable que los investigadores o el gobierno chino hayan diseminado un virus así de peligroso de forma intencional, sobre todo dentro de su país, y sin tener una vacuna conocida y eficaz”. Por otra parte, todos los científicos entrevistados para producir este reportaje han negado, de manera categórica, la idea de que el patógeno fuera liberado intencionalmente.
COVID-19 ha infectado a casi 3 millones de personas en todo el mundo, iniciando su devastadora carrera en China para luego tundir las naciones de Occidente y convertir Estados Unidos en el país más afectado, con más de 55,000 defunciones contabilizadas hasta el 27 de abril. El origen del coronavirus sigue siendo tema no solo de debates científicos, sino de una disputa política de orden internacional.
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En el apartado que cita diversas fuentes académicas, el documento de la DIA insiste en que “nunca tendremos una respuesta concluyente” sobre el origen real de la infección. Opinión que confirma un portavoz de la inteligencia estadounidense al decir a Newsweek que “la comunidad de inteligencia de Estados Unidos no ha llegado a un consenso sobre las distintas teorías”.
Fuente desconocida
No es fácil rastrear el origen de un virus nuevo. Los investigadores del Instituto de Virología de Wuhan (WIV, por sus siglas en inglés)demoraron más de una década en seguir el rastro del virus SARS 2002-2003 hasta unas aisladas cuevas de murciélagos en la provincia de Yunnan. Así pues, no sorprende que, a principios de febrero, la Academia Militar de Ciencias Médicas de China concluyera que “es imposible determinar, por medios científicos, si el brote de COVID-19 tuvo una causa natural o fue producto de un accidente de laboratorio”, según se asienta en el documento de la DIA.
La evaluación inicial del gobierno chino apuntó a que el Mercado Mayorista de Mariscos del Sur de China, en la ciudad de Wuhan, era la causa más probable de un brote natural de SARS-CoV-2, el nuevo coronavirus que causa la enfermedad de COVID-19. Cuando inició el brote, los funcionarios de aquella ciudad minimizaron la posibilidad de que el virus pudiera transmitirse de una persona a otra, y también silenciaron a los médicos que se manifestaron sobre la creciente infección, de modo que es muy posible que hayan subestimado la cantidad de contagios y muertes debidos al patógeno. Más aun, permitieron que circulara la teoría absurda de que Estados Unidos había sembrado el nuevo virus en Wuhan.
El 23 de abril, el Ministerio de Relaciones Exteriores de China declaró ante la prensa que la Organización Mundial de la Salud no había hallado “pruebas” de que la infección iniciase en el laboratorio de Wuhan, mientras que Yuan Zhi-ming -vicepresidente del Instituto de Virología de Wuhan, y presidente de la filial de la Academia China de la Ciencias en Wuhan- fustigó la insinuación de malas prácticas o creación intencional, calificándola de “maliciosa” e “imposible”.
“El propio director del Laboratorio Nacional de Galveston, Estados Unidos, dejó bien claro que la gestión de nuestro laboratorio es tan buena como la de instalaciones equivalentes en Europa y su país”, afirmó el científico. “Puede ser comprensible que alguien haga asociaciones como esa. Sin embargo, la simple sugerencia es un acto malicioso cuyo propósito es engañar al público” haciéndolo creer que el virus escapó de [nuestros] laboratorios [de Wuhan].
“No hay pruebas ni lógica alguna que sustenten las acusaciones. No son más que especulaciones personales”, concluyó Yuan Zhi-ming.
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Pese a ello, el informe de la DIA cita investigadores -tanto chinos como del gobierno estadounidense- que han determinado que hasta “33 por ciento de los 41 casos iniciales no tuvieron contacto directo” con el mercado. Y esto, aunado a lo que se sabe de las investigaciones que el laboratorio ha llevado a cabo en los últimos años, da pie a la duda razonable de que la pandemia pudiera ser resultado de un error de laboratorio y no del mercado de mariscos.
Las evidencias científicas y circunstanciales demuestran lo siguiente:
En 2002, cuando el SARS se hizo presente en la provincia china de Cantón, el brote fue una llamada de atención que, a lo largo de las décadas siguientes, instigó a Estados Unidos, China y otras naciones a invertir en esfuerzos para identificar y catalogar nuevos patógenos raros que viven en los animales silvestres, así como determinar cuál es la amenaza potencial para las personas, a fin de prevenir una pandemia catastrófica.
En el otoño de 2019, el coronavirus SARS-CoV-2 hizo su aparición en el corazón de la extensa y cosmopolita Wuhan. Al principio, las autoridades chinas insistieron en que el virus solo podía adquirirse mediante contacto directo con los animales. No obstante, muchos de los primeros casos de Wuhan no tuvieron conexión alguna con los mercados de animales vivos, lo cual significa que el virus ya podía diseminarse de persona a persona. Al divulgarse este hecho, surgieron dudas sobre la veracidad de la información proporcionada por China. Pero, para entonces, el virus ya empezaba a convertirse en una pandemia mortífera.
Al principio, se aventuró la teoría de que -como fuera el caso del SARS- el virus se originó en los murciélagos hasta que llegó un momento en que evolucionó la capacidad para saltar a otro mamífero (tal vez, el pangolín) y, a la larga, terminó por diseminarse entre las personas que acudían a los mercados de animales silvestres.
Si bien el virus silvestre persistía como la explicación más factible para el origen de la enfermedad, esa teoría comenzó a resquebrajarse a principios de marzo. Por una parte, porque el Instituto de Virología de Wuhan -localizado a corta distancia de los mercados de animales del centro de la ciudad- alberga una de las colecciones de coronavirus de quirópteros más grandes del mundo, e incluye al menos una cepa cuya genética es muy semejante a la del SARS-CoV-2. Es más, desde hace cinco años -y presuntamente en previsión de futuras pandemias-, los científicos de dicho instituto han estado realizando experimentos sobre mutaciones de “ganancia de función” (GOF, por sus siglas en inglés), los cuales tienen el propósito de mejorar ciertas propiedades virales. Al respecto, hay que señalar que las técnicas utilizadas en las investigaciones GOF han servido para transformar diversos virus en patógenos humanos capaces de precipitar una pandemia global.
Ahora bien, ese trabajo no es un programa secreto y maligno, oculto en un búnker militar subterráneo. El laboratorio de Wuhan recibió recursos para esas investigaciones, ya que forman parte de PREDICT, un programa internacional a diez años, con subsidios de 200 millones de dólares proporcionados tanto por la Agencia para Desarrollo Internacional de Estados Unidos como por otros países. Más aún, los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos (NIH, por sus siglas en inglés) han emprendido esfuerzos parecidos en decenas de laboratorios dispersos por todo el mundo. Un aspecto de esa investigación es tomar virus mortales y mejorar su capacidad para diseminarse rápidamente en una población, labor que ha proseguido pese a las objeciones de cientos de científicos, quienes, desde hace años, han advertido sobre el potencial de precipitar una pandemia.
En las casi dos décadas transcurridas desde el brote de SARS, laboratorios de todo el planeta han registrado incidentes de liberación accidental de patógenos. Por ejemplo, en 2014, un laboratorio gubernamental de Estados Unidos dejó escapar una muestra de ántrax a la que se vieron expuestas 84 personas. Y en 2004, el virus del SARS salió de un laboratorio de Beijing causando cuatro infecciones y una defunción. A ojos vistas, no es difícil que ocurra una liberación accidental, y tampoco hace falta tener intenciones maliciosas. Lo único que se necesita es que un trabajador del laboratorio enferme, vuelva a casa por la noche y contagie a otros sin darse cuenta.
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El Instituto de Virología de Wuhan tiene antecedentes de prácticas riesgosas que pueden resultar en una liberación accidental, situación que fue señalada en un informe de los funcionarios de la embajada estadounidense en Beijing, fechado el 19 de enero de 2018: “Durante las interacciones con científicos del laboratorio WIV, notamos que las nuevas instalaciones tienen una grave escasez de técnicos e investigadores debidamente capacitados para trabajar sin riesgo en el laboratorio de alta bioseguridad”, detalla el documento publicado en el Washington Post.
Es verdad que no hay pruebas de que el SARS-Cov-2 haya salido del laboratorio de Wuhan, y tampoco de que el virus sea producto de la ingeniería genética. Con base en las evidencias disponibles, la mayoría de los científicos opina que la explicación más factible para su origen es la naturaleza. Con todo, tampoco descartan otras posibilidades. “En estos momentos, no podemos precisar la fuente del virus que ha causado la pandemia de la COVID-19”, reconoce la Organización Mundial de la Salud en un comunicado dirigido a Newsweek. “Toda la evidencia disponible indica que el virus se originó naturalmente en los animales, por lo que no se trata de un patógeno manipulado o sintetizado”.
Las evidencias circunstanciales son lo bastante poderosas para que las investigaciones se centren en los programas y las prácticas del WIV. Y, de paso, vale la pena dar otro vistazo a los científicos, a fin de determinar si se han excedido en sus esfuerzos para proteger al público de los patógenos naturales.
Transmisión Animal
Hace diez años, el patógeno del momento era el virus de la influenza; en específico, una cepa de gripe aviar identificada como H5N1, la cual mató a buena parte de los individuos infectados. Aun cuando el virus ocupó los titulares durante un tiempo, luego se hizo evidente que casi todas las personas infectadas habían adquirido el patógeno directamente de las aves. Ahora bien, para causar una pandemia no basta que el virus mate con suma eficacia. El requisito es que pase directamente de una persona a otra, una propiedad conocida como transmisibilidad.
Más o menos por esa época, Ron Fouchier, científico de la universidad holandesa de Erasmus, comenzó a cuestionarse qué hacía falta para que el virus de la gripe aviar mutara hasta convertirse en una cepa pandémica. Era un cuestionamiento importante, pues la misión de los virólogos es anticipar las pandemias humanas. El mundo correría grave peligro si el H5N1 se encontraba próximo a adquirir transmisibilidad humana, ya que una variante transmisible de H5N1 podría escalar rápidamente en una pandemia devastadora como lo fue la gripe española de 1918, que cobró decenas de millones de vidas humanas.
Para despejar la incógnita, los científicos tenían que utilizar cultivos celulares para reproducir el patógeno en sus laboratorios y observar cómo mutaba. Mas ese tipo de investigación conlleva muchas dificultades prácticas y tampoco conduce a conclusiones concretas. ¿Cómo determinar si el virus obtenido era transmisible?
Fouchier encontró la solución con una técnica conocida como “transmisión animal”, para la cual, en vez de sembrar el virus en un cultivo celular, lo introducía en distintos animales para estudiar sus mutaciones. El holandés optó por una población de hurones, pues esa especie de mamífero se utiliza ampliamente como sustituto humano, y concluyó que si el patógeno saltaba de un ejemplar a otro, entonces era probable que también pudiera diseminarse entre las personas. Lo que hizo fue infectar un sujeto con el virus aviar, aguardar a que el hurón manifestara la enfermedad, y luego usó un hisopo para tomar una muestra del virus que se había replicado en el organismo del animal. Los virus experimentan mutaciones sutiles conforme se multiplican en el cuerpo, por lo que el patógeno obtenido del hurón era discretamente distinto del que había introducido. A continuación, Fouchier hizo su propia versión del juego de “teléfono descompuesto”: tomó el virus del primer hurón e infectó a un segundo animal; luego, tomó el virus mutado del segundo hurón e infectó al tercero. Y así, sucesivamente.
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Cuando terminó de trasplantar el virus en 10 hurones, Fouchier notó que uno de los animales que ocupaba una jaula contigua había enfermado, a pesar de que los especímenes no habían tenido contacto entre sí. Esa observación demostró que el virus se había vuelto transmisible en hurones y, por implicación, podía hacer lo mismo en humanos. Fue así como Fouchier logró crear un virus pandémico en un ambiente de laboratorio.
En 2011, cuando el investigador envió su estudio sobre transmisión animal a la revista Science, los especialistas en bioseguridad de la Casa Blanca de Obama comenzaron a temer que el peligroso agente biológico escapara del laboratorio de Fouchier, y presionaron para imponer una moratoria en su investigación. Entre otras cosas, argumentaron que holandés trabajaba en un laboratorio con nivel de bioseguridad 2 (NBS-2), ideado para investigaciones con microbios de peligrosidad moderada -como el estafilococo-, pero nunca con patógenos como Ébola y otros virus parecidos. El estudio de esos agentes está limitado a las instalaciones NBS-4, las cuales cuentan con protecciones muy complejas y suelen operar en edificios aislados que poseen sistemas de ventilación propios, esclusas de aire y demás medidas. En respuesta, los Institutos Nacionales de Salud emitieron una moratoria para la investigación de Fouchier.
La decisión desató un feroz debate científico sobre los riesgos y beneficios de las investigaciones en ganancia de función. En 2015, Marc Lipsitch, epidemiólogo de Harvard, escribió para la revista Nature insistiendo en que el trabajo de Fouchier “supone el riesgo de un accidente de laboratorio que podría desencadenar una pandemia que mate a millones de personas”.
Lipsitch y otros 17 científicos formaron un frente opositor llamado Grupo de Trabajo de Cambridge, colectivo que emitió una declaración arguyendo que los accidentes de laboratorios estadounidenses, con patógenos como viruela, ántrax y gripe aviar, “son cada vez más comunes y ocurren hasta dos veces por semana”.
“Usar laboratorios para crear nuevas cepas de virus peligrosos y altamente transmisibles… conlleva riesgos significativamente más altos”, añadió el documento. “Una infección accidental en semejante entorno podría precipitar brotes que serían difíciles o imposibles de controlar. La historia demuestra que, una vez que las nuevas cepas de influenza logran transmitirse en humanos, la infección se extiende a la cuarta parte o más de la población mundial en escasos dos años”. Al final, más de 200 científicos terminaron suscribiendo la declaración de Lipsitch y colegas.
Por su parte, los proponentes de las investigaciones en ganancia de función reaccionaron con el mismo ardor. “Necesitamos experimentos GOF”, escribió Fouchier en Nature. “Tenemos que demostrar las relaciones de causalidad entre genes o mutaciones y las propiedades biológicas específicas de los patógenos. Las técnicas GOF son absolutamente esenciales para la investigación en enfermedades infecciosas”.
A la larga, los NIH se pronunciaron a favor de Fouchier y otros proponentes, anunciando que las investigaciones en ganancia de función bien valían los riesgos inherentes, puesto que permiten que los científicos preparen medicamentos antivirales que podrían ser de utilidad en la eventualidad de una pandemia.
En 2017, los NIH levantaron la moratoria y definieron decenas de excepciones; entre ellas, el programa PREDICT. Iniciado en 2009, este proyecto desembolsó 200 millones de dólares a lo largo de 10 años para que virólogos de todo el mundo salieran en busca de virus nuevos y los usaran en investigaciones GOF, mas los fondos para el esfuerzo se agotaron en 2018 y no fueron renovados. Sin embargo, a principios de este año, después que la administración Trump fuera duramente criticada por cancelar el programa, PREDICT obtuvo una prórroga de seis meses.
Al estallar la pandemia actual, los experimentos en transmisión animal se habían vuelto la norma. Científicos de los más de 30 laboratorios NBS-4 dispersos por todo el mundo han recurrido a estos ensayos para mejorar la transmisibilidad de los patógenos respiratorios.
¿Es posible que sus investigaciones tengan alguna utilidad en esta pandemia? En una reciente colaboración para la revista The Lancet, Colin Carlson, experto en enfermedades infecciosas emergentes en la Universidad de Georgetown, en Washington, D.C. argumentó que la labor que financia PREDICT contribuyó a que los virólogos aislaran y clasificaran el SARS-CoV-2 casi tan pronto como hizo su aparición. Sin embargo, también reconoce que las investigaciones “podrían haber estado mejor posicionadas para determinar el impacto general”. La razón: aunque el programa PREDICT ha identificado cientos de virus nuevos, es casi imposible que los científicos evalúen el peligro que representan para las personas, porque la única manera de hacerlo es “observando la infección en humanos”.
Experto en enfermedades infecciosas de la Universidad Rutgers, Nueva Jersey, Richard Ebright lo expresa sin rodeos: “El programa PREDICT no ha producido resultados -ni uno solo- que tengan alguna utilidad para prevenir o combatir brotes. Este proyecto no ha aportado le menor información que ayude, de la forma que sea, a lidiar con la epidemia que tenemos encima. Esas investigaciones no han proporcionado información útil sobre medicamentos antivirales. No han contribuido con información útil para desarrollar vacunas”.
Con la colaboración de Jenni Fink.
LEE AQUÍ LA SEGUNDA PARTE DEL REPORTAJE.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek