La propagación del coronavirus ha ido a la par con una multiplicación del porte de cubrebocas y guantes por parte de la población, una medida no necesariamente eficaz, que además pone en jaque el abastecimiento al personal médico, según expertos.
El lunes en París, justo antes de la entrada en vigor de un confinamiento sin precedentes, algunas personas en la calle llevaban cubrebocas quirúrgicos o bien las de alto nivel, llamadas FFP2.
Sin embargo, las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) son claras: lo más importante es lavarse las manos, evitar tocarse la cara y mantener las distancias. El cubrebocas está pensado además para los enfermos y para quienes se ocupan de una persona contagiada con el coronavirus.
“Llevar un cubrebocas puede impedir transmitir la enfermedad a otra persona”, dijo el doctor Mike Ryan, director de programas de emergencia de la OMS.
“Pero hay límites en cuanto a la capacidad del cubrebocas de proteger de un contagio”, agregó, “sin criticar a quienes las llevan”.
Los cubrebocas deben reservarse además al personal médico: la OMS, que estima que harían falta 89 millones de unidades al mes en la lucha contra el COVID-19, recientemente alertó de un “agotamiento rápido” del material de protección a nivel mundial.
Pero el mensaje no parece llegar a todo el mundo.
“Me sorprende ver por la ventana de mi ministerio todas estas personas en la calle con cubrebocas (…) cuando esto no corresponde a las recomendaciones”, declaró el lunes el ministro francés de Sanidad, Olivier Véran, denunciando además los “robos en los hospitales” de este material.
“No estoy enferma, pero tengo hijos y una madre mayor, así que por si acaso, prefiero llevar un cubrebocas”, se justifica a la AFP Mariam, de 35 años, cerrando la puerta de su vehículo con una mano enfundada en un guante de látex.
“Falsa sensación de seguridad”
Esta madre de familia, que no quiere dar su apellido, reconoce haber obtenido el cubrebocas gracias “a la madre de una amiga que trabaja en un hospital”, un lugar donde el personal médico las empieza a echar en falta.
Llevar un cubrebocas también puede ser contraproducente, puesto que las reglas de uso son estrictas: lavarse las manos antes, colocarla de forma que el aire no pueda pasar, no tocarla una vez en la cara, lavarse las manos en seguida si eso sucede…
Pero “la gente está todo el rato tocando su cubrebocas (…) y es así como nos podemos contagiar puesto que si el virus se encuentra en ese lugar, estará sobre el cubrebocas”, explica el director general de Sanidad en Francia, Jérôme Salomon.
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El riesgo es similar para los guantes.
“Si la gente no para de tocarse la cara, (los guantes) no sirven de nada”, explica a la AFP el doctor Amesh Adalja, del Centro de Seguridad Sanitaria Johns Hopkins, en Estados Unidos.
El virus no se transmite a través de la piel sino cuando la mano o el guante transfiere las gotitas infectadas a la nariz o la boca.
Según un estudio publicado en 2015 en la revista American Journal of Infection Control, como promedio nos tocamos la cara unas veinte veces cada hora.
Además, “llevar guantes puede dar una sensación falsa de seguridad”, insiste el doctor Adalja, apuntando que los de hospital, que no están destinados a la vida diaria, pueden romperse fácilmente.
Y “si se llevan guantes, uno ya no se lava las manos”, agrega Véran.