En su novela más reciente, El día que no fue, la escritora Sandra Lorenzano le apuesta a una historia de amor y de desamor y a la reflexión, desde lo literario, de manera racional y corporal, sobre cómo se reconstruyen los sobrevivientes tras vivir experiencias traumáticas o de mucho miedo.
En El día que no fue —publicada por la editorial Alfaguara—, la protagonista, anónima, descubre el amor verdadero y completo en una mujer tras haber sido expulsada de la vida del hombre con quien vivió una relación estable y diríase feliz.
Su nuevo romance dura más de diez años, tiempo en el cual la dicha y estabilidad le impiden avizorar que la ruptura está cerca y que le traerá soledad y un profundo miedo… Miedo porque la persona amada ahora puede transformarse en su peor enemiga. Un miedo presente que le recuerda miedos más antiguos: exilios, desapariciones, violencias. Miedos suyos y miedos que son de otros.
“Yo tenía la necesidad de hablar de la situación que vivimos cotidianamente las mujeres”, manifiesta Lorenzano en entrevista con Newsweek México. “Tenía muchas ganas de escribir una novela que tuviera que ver con el miedo, pero con el miedo que compartimos hombres y mujeres, es decir, una novela que de alguna manera nos hablara a todos”.
En ese sentido, una de las situaciones emblemáticas que viven tanto hombres como mujeres es la del desamor, continúa la escritora: “Nos causa miedo una relación amorosa que se rompe con violencia y de manera agresiva. La persona que más amas y que más te amó conoce perfectamente tus puntos débiles, vulnerables, por eso te sientes amenazado y puedes sentir mucho miedo”.
Sandra Lorenzano nació en Argentina en 1960, pero vive en México desde los 16 años. Narradora, poeta, ensayista, es doctora en letras por la UNAM y, entre otros, ha escrito las novelas Saudades, Fuga en mi menor y La estirpe del silencio. Sus libros han sido traducidos al italiano y al inglés y es considerada una de las 100 mujeres líderes en México.
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—Pero, aparte del miedo al desamor, también existe el miedo a la violencia en todas sus expresiones.
—El desamor es el núcleo primigenio en mi novela, y de ahí construí una narración que tiene elementos de historias que me han pasado a mí y de otras que me han contado. Me gusta mucho una frase de un psicoanalista francés que dice: somos contrabandistas de historias propias y ajenas. Es decir, esta finalmente es mi historia, pero también son historias similares de mucha otra gente.
“Cuando la empecé a escribir me di cuenta de que un miedo siempre reactiva tus miedos anteriores, o sea, se hacen presentes los miedos que tú creías que ya no tenías en la memoria o que estaban en una memoria muy lejana. Entonces, retomé y escribí esos miedos anteriores, como la dictadura militar argentina, la historia de mis primos y su madre desaparecida o el caso de mi abuela, que era una bebé de brazos cuando vivía en Rusia y los soldados del zar entraban en las casas de manera muy violenta y golpeaban, gritaban y se llevaban a los hombres presos. En fin, una serie de experiencias que deben de haber sido aterradoras en su momento y que en mucho se parecen a la dictadura militar argentina y a las violencias que estamos viviendo en México.
—¿Pero, al final, el ser humano se sobrepone al miedo?
—Algo que me ayudó mucho es pensar que, finalmente, hemos sobrevivido a esos miedos. Somos sobrevivientes, no somos miedosos ni unos derrotados. En mi caso, los miedos los gestiono, puedo manejarlos, y eso lo aprendí ahora, con esta novela, gracias a la escritura. Pero no a la escritura en el momento del miedo porque el miedo te paraliza, no te deja hacer nada, no te deja pensar. Tiene que ser un proceso: conforme va creciendo la escritura, va desapareciendo el miedo.
—¿Entonces la escritura es como una terapia frente al miedo?
—No lo diría exactamente como una terapia, pero sí es una ayuda. Si le pedimos a alguien que está pasando por una situación difícil que simplemente lo escriba, no funcionará. Todos tenemos una historia que contar, y yo creo que, si la gente que trabaja con la palabra pudiéramos ayudar a que todo el mundo cuente su historia de miedo, de violencia, de frustración, pero también de amor, de felicidad, de todo lo que nos entusiasma, las cosas cambiarían muchísimo. La idea es tomar distancia de lo que nos está pasando para repensar y encaminarnos a otra cosa, no quedarnos en el pozo de dolor y angustia, sino seguir adelante.
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—Tu novela le apuesta al papel que desempeña la memoria y el miedo en la supervivencia humana. ¿Cuál es tu reflexión en ese sentido?
—Es fundamental porque, aunque no nos demos cuenta, cuando vives una situación de miedo reaparecen todos tus viejos miedos y empiezas a recordarlos a flor de piel. Por eso digo: la razón a veces no tiene mucho que ver. No sabes cómo vas a reaccionar, pero tu cuerpo sí lo sabe porque reaparecen todos tus otros miedos y recuerdas cómo reaccionaste y qué te ayudó a sobrevivir. Sí, me parece fundamental, hay esa memoria del cuerpo que te hace reaccionar de manera que puedas sobrevivir.
—Tras el punto final ¿qué es lo que más te duele y te satisface de esta obra?
—Quizá lo que más me duela es haber tenido que escribirla. No tienen que existir situaciones que te coloquen en ese lugar de vulnerabilidad y fragilidad tan brutal, en ese miedo tan atronador que te vuelve a un lugar de mucha fragilidad y de la que solo el abrazo de tu madre o el arrullo te salvaba. ¿Ahora quién te salva, qué te salva? Esa es la sensación que me deja. Y me satisface haber sido capaz de escribirla. Hubiera preferido no tener que hacerlo, pero me hace feliz haberla escrito porque quiere decir que superé mis situaciones de miedo: la dictadura, la abuela, la tía desaparecida, el desamor y el miedo que tenemos todas las mujeres cuando estamos en la calle.
—Como novelista ¿cuál es tu diagnóstico respecto al estado actual de la novela como género literario?
—Creo que la novela está atravesando por un buen momento. Pasamos hace unos años una etapa en la que los críticos hablaban de la muerte de la novela, pero les encanta decirlo, hemos vivido no sé cuántas muertes de la novela. La verdad es que tenemos buenos retos frente a nosotros, en este momento la sociedad mexicana nos está demandando contar las situaciones, y nosotros debemos hacerlo, es nuestra responsabilidad ética contar lo que está pasando. Ese es el gran reto de la novela, de la poesía y de un género que nos está dando tres vueltas, la crónica. En la crónica las mujeres tienen un papel impresionante, ahí están Marcela Turati, Anabel Hernández, Elia Baltazar, Paula Mónaco Felipe. La literatura, cualquiera que sea, crónica, poesía, novela, ensayo, tiene que ser capaz de dar cuenta de este horror y de ayudar a pensar cómo encontrar los nuevos caminos desde las historias chiquitas, porque finalmente no tienes que contar la gran gesta. Los héroes son esos pequeños héroes de todos los días y ahí hay que poner el ojo.