Entre los precedentes históricos y las fantasías de la “película de zombis”, los virus son fuente de miedo en el inconsciente colectivo. Las autoridades y los medios de comunicación deben sopesar sus palabras sobre el nuevo coronavirus para no crear pánico irracional, según expertos entrevistados por la AFP.
¿Por qué los virus dan miedo?
“Las enfermedades epidémicas son la fuente de un miedo innato, porque el enemigo es invisible a simple vista”, explica el profesor Adam Kamradt Scott, especialista australiano en enfermedades infecciosas.
Esto es especialmente cierto en el caso de los virus, ya que sólo existen “muy pocos medicamentos“, a diferencia de “las bacterias, que se combaten con antibióticos”, añade otro investigador australiano, el profesor Sanjaya Senanayake.
Y en el inconsciente colectivo, este miedo a la epidemia ocupa un lugar especial.
“Es el miedo de la guerra de unos contra otros“, señala Laurent Henri Vignaud, historiador francés de las ciencias. “Es el temor de que el otro -vecino, hermano, hermana, padres- se convierta en un peligro que hay que evitar”, prosigue.
Es sobre este resorte psicológico que operan “las películas de terror donde la gente está infectada y se convierten en zombis. Es extremadamente destructivo, porque es un cuestionamiento del vínculo social. La especificidad de las enfermedades contagiosas es que se tiene miedo del enfermo. Cambia la naturaleza de la amenaza”, dice Vignaud.
El último factor que puede alimentar el miedo es el hecho que sea un virus nuevo, por lo tanto desconocido.
La epidemia de SRAS, causada por un virus cercano al nuevo coronavirus, causó 774 muertes en todo el mundo entre 2002-2003, mientras que la OMS (Organización Mundial de la Salud) estima que la banal gripe estacional se cobra entre 290,000 y 650,000 vidas cada año.
¿Algún ejemplo de la historia?
“El primero es la peste” (enfermedad que no se debe a un virus, sino a un bacilo) en la Edad Media, señala Vignaud.
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“En función del contexto económico, político, social, tal o cual enfermedad es concretamente, pero también psicológicamente, una amenaza más que otra. Es una especie de competencia de las enfermedades contagiosas y algunas se imponen en función del contexto”, explica.
“Por ejemplo, el cólera y la tuberculosis son las dos grandes enfermedades que aterrorizan el siglo XIX y están vinculadas con la urbanización, con las aguas sucias por un lado y la promiscuidad y las viviendas insalubres por el otro”, prosigue.
Hoy, según él, “hay un efecto de época vinculado al miedo a una pandemia mundial. El lado positivo de la globalización es que podemos volar y llegar a casi cualquier parte del planeta en cuestión de horas. Lo malo es que el virus también puede hacerlo”, añade.
¿Cuál es la actitud de las autoridades?
“La comunicación es la clave”, juzga la científica australiana Raina MacIntyre. “Las autoridades sanitarias deben proporcionar una información transparente, que no esconda nada, pero sin crear pánico”.
Sin embargo, hay que evitar dar la sensación de sobrereaccionar.
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“Después de la epidemia de gripe A/H1N1 de 2009, la OMS fue acusada de elevar inmediatamente la alerta sanitaria al máximo nivel“, recuerda Vignaud. “La comunicación se hizo muy mal, las autoridades no pudieron comunicar los datos objetivos y esto pudo provocar algún tipo de pánico”.
“Para mantener la confianza del público, es importante que las autoridades sanitarias sean honestas sobre lo que saben de una epidemia, y también sobre lo que no saben”, estima el profesor Kamradt Scott.
¿Qué papel desempeñan los medios de comunicación?
“Los medios de comunicación tienen una responsabilidad crucial y sólo deben difundir información veraz y objetiva. Evitar, en la medida de lo posible, las especulaciones y las exageraciones”, afirma Kamradt Scott.
“El simple hecho de hablar todo el día de un tema, incluso con la intención de informar, puede suscitar inquietud”, comenta por su parte el profesor Sanjaya Senanayake.
“Sin embargo, es el papel de los medios de comunicación mantener al público informado sobre los nuevos acontecimientos (…) Por otra parte, está la cuestión de las redes sociales, una zona nebulosa en la que abundan las informaciones excelentes y falsas”, concluye Senanayake.