El conflicto por la intención de Evo Morales de reelegir como presidente por cuarta ocasión ha provocado en su país una especie de guerra civil de la que no parece haber una salida fácil.
Asunta vende hoja de coca, tendida sobre un plástico en el piso, y hace hilos con lana de llama en una pequeña rueca mientras dice que en El Alto, en La Paz, Bolivia, las personas de origen aymara, mayoría en esta zona, están en estado de alerta. La mujer, de ojos pequeños, con arrugas pronunciadas que los circundan pese a tener solo 42 años, asegura que no permitirán que el pasado vuelva. No quieren regresar a la exclusión y al miedo.
La sociedad boliviana está dividida en estos días por el racismo pero sobre todo por el clasismo. Dos monstruos que los bolivianos habían creído exorcizados, pero que han reaparecido gracias al conflicto desatado por la aspiración del expresidente Evo Morales de tener un cuarto periodo presidencial que lo llevó a dejar el poder y el país.
“Las líneas de clase y color de piel en las movilizaciones eran manifiestas: de un lado, la “defensa de la democracia” era de clases medias, y “la defensa del voto rural” de campesinos y trabajadores; los más blancos contra los más morenos”, explica Vladimir Diaz Cuellar, sociólogo boliviano, economista político y candidato a doctor en geografía por la Universidad de Carleton, de Canadá.
Entérate: Presidenta de Bolivia expulsa a embajadora de México y a diplomáticos españoles
El investigador explica que en los primeros días quienes salieron a manifestarse fueron las clases más altas y blancas.Después cuando el intento de fraude de Evo Morales empezó a probarse, la clase media, más morena, salió también a la calle.
Todavía en días recientes se pueden ver protestas donde queda clara la separación de clases. El jueves 5 de diciembre frente al edificio de la Vicepresidencia, en La Paz, Bolivia, unas 20 personas se pronuncian contra el “ex dictador”, Evo Morales, y vitorean a la policía y al ejército.
La mayoría son mujeres blancas, aunque las hay también de tez morena, pero de evidente clase media. La vocera tiene el pelo y ojos muy claros, y mucha furia, aunque menor a la de la mujer que a sus espaldas, ella también muy blanca, pide que Evo Morales vuelva para destrozarlo con sus propias manos.
Del lado de los indígenas hubo, en los primeros días después de las elecciones, cabildos en el Alto y movilizaciones populares en La Paz en apoyo al entonces presidente que les pedía salir a defender el voto. La clase media y alta llamó a estos grupos vándalos y hordas. El desprecio y el odio empezaron a emerger.
Se generaron enfrentamientos, algunos violentos, con los movilizados de la clase media. Pero las acciones de los indígenas no fueron tan masivas ni decisorias, de ahí la renuncia de Evo Morales y su salida a México.
La ira en El Alto y en las comunidades indígenas se manifestó cuando Evo ya se había ido y estalló porque en la fiebre de su victoria, los ganadores empezaron a vilipendiar e insultar a la wiphala, la bandera de los indígenas.
Policías la arrancaron de sus uniformes y quemaron varias. No porque no sean muchos ellos mismos de origen aymara o de otro pueblo originario, sino por el resentimiento acumulado contra un gobierno que favoreció más al ejército y a la guardia nacional.
Pero para los aymaras urbanos la afrenta era a sus símbolos. Y el enojo que ya sentían, viendo cómo los mestizos y blancos los llamaban vándalos o turbas, estalló.
Vinieron las protestas y enfrentamientos en diversas ciudades. Surgió el grito: “la whipala se respeta, carajo”. Los heridos y muertos los pusieron los campesinos y los trabajadores de El Alto. Las autoridades actuales se niegan a dar una cifra y justifican la violencia diciendo que no había opción. “Hubo una masacre el 19 de noviembre, que se suma a la del 15, y estas no deben quedar impunes”, exige el investigador Díaz Cuellar.
Lee más: Bolivia expresa a España “protesta enérgica” por incidente en embajada mexicana
En un seminario organizado por la organización alemana, ligada a la democracia cristiana, la Konrad Adenauer Stiftung (KAS), Rubén Quino, representante del Viceministerio de Descolonización, responde a las preguntas de la prensa internacional sobre los muertos con una contra pregunta, ¿qué hubiera hecho usted? Le dice a una de las periodistas mexicanas. Matar no, es el murmullo general. Y el funcionario suda y se incomoda.
Ese es el saldo del conflicto en Bolivia: el racismo y el clasismo están de vuelta, afirma Vladimir Díaz Cuellar. “Se ha puesto al país en una confrontación civil, y no solo son los militares y el gobierno actual los que tienen que responder por eso, es también Evo Morales, parte de los responsables del gobierno anterior y líderes de su partido del Movimiento Al Socialismo (MAS) que pusieron en un cuadrilátero a la población civil en Bolivia”.
Miedo a volver atrás
Aunque la actual presidenta interina de Bolivia (en funciones en tanto se elige a un nuevo mandatario), Jeanine Añez, trata de enviar un mensaje de inclusión, sus antecedentes la persiguen, como un tweet de 2013, cuando escribió: “Que año nuevo Aymara ni lucero del alba!! Satánicos, a Dios nadie lo reemplaza!!”.
Añez se refería a las celebraciones de los pueblos originarios por el Año Nuevo. Cuestionado al respecto, el representante del Viceministerio de Descolonización aseguró que en ese entonces la hoy presidenta sólo expresó sus convicciones personales, a las que tiene derecho.
Expresiones que ya no ha hecho públicas ahora “que gobierna para todos los bolivianos”, aunque Quino se negó a explicar si eso se debe a que sus ideas son ahora realmente más incluyentes y tolerantes o son las mismas y solo evita hacerlas públicas.
En El Alto, los indígenas sintetizan los logros del gobierno del ex presidente Evo Morales en dos palabras: visibilidad y dignidad. Antes de la administración de Evo, aseguran, los blancos de las clases altas y medias los trataban con un desprecio tal que los obligaban a replegarse en los lugares públicos, lejos de quienes gustaban de burlarse de ellos o de insultarlos.
Asunta cuenta que cuando llegó del campo a vivir a la zona urbana de El Alto tenía catorce años y ya no pudo ir a la escuela. “Nos decían que no sabíamos lo suficiente para entrar, que ya estábamos grandes y no estábamos bien preparados, y nos negaban el ingreso”.
Su hermana menor, sí pudo seguir estudiando, “pero para ir a la escuela tenía que vestirse de señorita”, dice Asunta. Y explica que eso significa usar pantalones de mezclilla, playera y suéter y dejar su ropa tradicional.
“Llegaba de la escuela y se cambiaba luego, luego. Se ponía la pollera (falda) que usamos, su blusa y su mantón. Y al otro día, otra vez, a vestirse de señorita para poder entrar y que no la miraran feo ni le hicieran groserías”.
Ahora en cambio, dice, las mujeres pueden ir a todas partes con su ropa tradicional sin sentir vergüenza. En las calles eso se puede constatar. Lo mismo en la céntrica avenida El Prado, que en las estaciones del teleférico, y por supuesto en El Alto, donde las mujeres caminan luciendo sus amplias y coloridas polleras, sus mantones y sus sombreros de hongo de estilo varonil, que parecen no ajustarse a su cabeza.
“Evo Morales hizo posible eso. Nos dio dignidad, nos hizo sentirnos iguales a los otros, a los blancos y ricos, como los de Santa Cruz, que siempre nos maltrataban”, dice Carmela también indígena aymara, residente de El Alto.
Antes de que Evo llegara al gobierno, cuenta, “no nos podíamos sentar junto a los blancos en el transporte público, no porque hubiera una zona restringida, sino porque nos miraban feo, empezaban a susurrar, algunos sí nos insultaban, nos decían cholas, nosotros mejor tratábamos de no acercarnos, les teníamos miedo, de tantos desprecios que nos hacían”.
Por eso, ellos sólo no quieren que se revierta lo conseguido. Por eso la reacción violenta frente a las ofensas a la wiphala y el recelo frente a personas como Añez y sus dichos ofensivos hacia ellos. Y es que lo que se juegan si todo vuelve atrás es mucho.
Pero pese al temor de lo que pueda venir Carmela dice que Evo debía dejar ya el poder. “Sus gestiones fueron buenas para nosotros, pero necesitaba dejar de ser presidente, al menos por un tiempo, dar y darse un descanso. Solo que ahora no queremos que se quede Jeanine Añez o alguien similar a ella, porque ellos nos discriminan”.
El fondo sigue igual
Además de la visibilidad frente a la discriminación, del teleférico que les permite moverse más fácil y rápido, de la luz eléctrica que llegó a todas las regiones de Bolivia, y de las pensiones para grupos como adultos mayores, estudiantes y mujeres embarazadas, Morales también elevó el monto del salario mínimo. Eso aunado a la bonanza por la venta de materias primas, mejoró el ingreso de las familias.
Pero la posición estructural de desventaja de los indígenas cambió poco en el gobierno de Morales. Aún siguen migrando del campo a la ciudad para encontrar mejores opciones de educación, salud y trabajo que, por cierto, no encuentran. Sus actividades principales son el comercio informal, al que se dedican las mujeres, y el transporte público, los hombres.
El Alto donde suelen asentarse es una zona donde algunas aceras están sin pavimento, llenas de lodo y algunos montículos de basura. Hay numerosos locales y puestos de comercio, donde se vende pollo asado, dulces, artículos de higiene, pan, frutas, guisados de papas con viseras y diversas bebidas como un preparado de durazno.
También hay desorden e inseguridad. El sábado 7 de diciembre, este medio lo pudo constatar. En un par de esquinas de la calle, grupos de hombres de hasta 10 personas consumían alcohol, sin que, al parecer, ninguna autoridad se los prohibiera.
En la zona céntrica rodeada de comercios y de gente, un joven, casi niño, de unos 16 años, bastante alcoholizado, sufrió un ataque por parte de dos individuos, que lo golpearon en el rostro para despojarlo de la botella plástica con una sustancia color rojo que consumía. Nadie se inmutó ni por el golpe ni por el “hurto” ni por el estado del chico.
El gobierno actual de Bolivia se explaya en explicar la presunta mala conducción económica y, claro, política de Evo Morales. El crecimiento económico que tuvo el país lo resume en un golpe de suerte, propiciado por el auge en el comercio de materias primas. Del resto tienen sólo malas cuentas.
“Somos un país muy terciario, enfocado en el comercio y los servicios tradicionales como limpieza, mantenimiento, trabajos muy precarios que hablan del atraso tecnológico. En educación, el promedio nacional está en 9 años, 7 en el campo. Y como Evo no permitía la prueba PISA, no tenemos ese comparativo”, afirma, durante el seminario de la KAS, José Luis Parada, Ministro de Economía de la administración de Añez.
Además, afirma, “el gobierno gastó miles de millones en proyectos incoherentes y sin licitación pública, como una planta de polietileno, cuando el mundo ya no le apuesta al plástico, un ingenio azucarero, 100 departamentos para los deportistas de los juegos bolivianos que no se han vendido porque no tienen drenaje y unas 1000 canchas de fútbol de pasto sintético, pero de hospitales no terminó ninguno”.
Además, en la gestión de Evo Morales, como en muchas no solo de Bolivia, a los indígenas se les quiso convertir en botín político, en grupos de apoyo a cambio de prebendas obligados “sin fuerza” a apoyar al presidente y su partido.
Carmela da un atisbo de eso en la entrevista que acepta para Animal Político, mientras atiende su local comercial en un barrio de El Alto, donde vende diversos productos desde algunos de higiene personal hasta dulces.
Dice que cuando empezaron las movilizaciones para apoyar a Evo Morales frente a la acusación de fraude, la junta vecinal de su barrio, ligada al MÁS, le dijo que debían salir a marchar. “No nos obligaban como tal ni había un castigo por no ir, pero sí nos decían que era nuestro deber defender al presidente”. Carmela solo salió una vez a manifestarse, no muy convencida de la pertinencia de sostener a Morales en el poder.
El apoyo obligado no le alcanzó y Evo se fue.
Esto no puede durar
Ahora, explica Pedro Portugal, boliviano de origen aymara, de formación historiador y autor de diversos escritos sobre la realidad indígena de Bolivia, el país está en un momento fundamental para replantear la democracia y la inclusión de los pueblos originarios en la vida moderna, como a ellos mejor les plazca lejos de estereotipos y clientelas.
“Viene un período difícil pero que se puede superar con una conciencia nueva. Es irreversible el empoderamiento de la población indígena. La resistencia de la clase media a esto va a ser contraproducente si no toman una aproximación diferente”, afirma el historiador.
Del lado de los indígenas está el reto de incluirse en la vida moderna. En Bolivia como en muchos países, señala Portugal, a los indígenas no se les ha incluido, no se les ha dejado participar en la vida moderna y en sus diferentes esferas sociales, de ahí viene el prejuicio de que el indio es atrasado. Pero tampoco han sabido exigir su lugar fuera de los estereotipos que les imponen desde el poder respecto a su cultura y creencias”.
De manera que, explica Portugal, “cuando los indígenas pueden incorporarse, entran en un modernismo desenfrenado, y es porque no están descolonizados tampoco y entonces se hace una mezcla sin sentido”.
Y pone como ejemplo los chalets bolivianos, esas construcciones de varios pisos donde se mezcla en uno la casa habitación, con los locales para comercios y hasta salones de fiestas.
Hay varios que llaman la atención, sobre todo de los extranjeros que visitan El Alto y que pueden apreciar los chalets desde el teleférico. Uno que destaca tiene empotrado en la fachada la cara de Iron Man.
Bolivia está en un momento crucial, dice Portugal, y “la solución al conflicto que se está viviendo y sus problemas de fondo no se van a resolver en el corto plazo, pero ojalá que esto dé para re pensar el futuro del país y sobre todo, la inclusión real de los pueblos originarios”.
En 2020, para fines de abril, aún no hay fecha exacta, Bolivia celebrará nuevas elecciones presidenciales en primera vuelta. Morales fue nombrado ya como el jefe de campaña de su partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), en una asamblea celebrada en Cochabamba.