El Batallón Olimpia, conformado por 500 elementos provenientes de instituciones como el Estado Mayor Presidencial y la Policía Judicial Federal, fue creado por Gustavo Díaz Ordaz originalmente para garantizar la seguridad de los Juegos Olímpicos de 1968.
Pero su misión real fue la de infiltrarse en el mitin del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, portando un guante blanco, para reprimir y golpear a los manifestantes, en su mayoría estudiantes de la UNAM, el IPN, El Colegio de México, la UIA y La Salle.
A partir de estos acontecimientos, José Manuel Cravioto escribió Olimpia como una docuficción animada cuyo eje central gira en torno a cinco estudiantes que convergen durante las brigadas previas al 2 de octubre y cuyas anécdotas personales nos permiten conocer a las familias y los grupos de poder que rodeaban el movimiento.
Realizada bajo la técnica de rotoscopia, la cinta se rodó durante dos años y medio, cuenta con pietaje original del recién restaurado documental El grito, de Leobardo López Aretche, y con la narración del poema “A quien corresponda” en voz de su autora, Elsa Cross.
La película, coproducción de la UNAM y Pirexia Films, fue filmada en zonas emblemáticas de Ciudad Universitaria, como la Biblioteca Central, Rectoría y la Filmoteca.
El guión estuvo construido a partir de una exhaustiva investigación en fuentes hemerográficas, bibliográficas, audiovisuales y anécdotas que el cineasta recopiló a lo largo de varios años, principalmente de sus maestros del Centro de Estudios Universitarios (CUEC) como Marcela Fernández Violante y Alfredo Josckowicz.
La belleza estética del filme sirve como catalizador de la tensión dramática que Cravioto consigue a través del meticuloso cuidado de los diálogos y las situaciones que entretejen la vida de los personajes inmersos en el movimiento y ajenos a la matanza. Ahí recae la propuesta del cineasta, en hacernos sentir el terror de la persecución política, pero sin regodearse en él, llevando el foco hacia los individuos y los móviles que los animaron, desde una búsqueda personal, a la pertenencia y trabajo colaborativo.
Así, casi poéticamente, están “los buenos”, “los malos” y los “intermediarios”, como el general que le confiesa a su hijo: “Prefiero verte muerto antes de saber que acabarás en Lecumberri”.
Olimpia llega a la pantalla, el 27 de septiembre, 51 años después del movimiento. Sin embargo, su vigencia late como lo hacen cada uno de los fotogramas por el efecto de la rotoscopia. Esas pulsaciones marcan el ritmo entre el escalofrío de recordar ese momento histórico y la añoranza por la valentía y el empuje de esos jóvenes que, sin miedo, alzaron la voz para luchar por sus ideales.
JOSÉ MANUEL CRAVIOTO, EL CREADOR DETRÁS DE LA CÁMARA
—¿Cómo elegiste qué historias contar, José Manuel?
—El 68 es un tema que me había tocado desde hace 30 años, y estas son las historias que no habíamos visto, porque tuvieron más visibilidad los mítines y las marchas en las películas tanto de ficción como de documental. Había que ponerle voz y rostro a estas personas que venían de muchos lados y que tenían ganas de juntarse. Me guie mucho por mi intuición, cuando iba escribiendo veía que los personajes iban levantando la mano y la voz.
—El guion tiene una investigación exhaustiva tanto documental como anecdótica, ¿cómo elegiste quiénes serían tus protagonistas?
—Cada personaje reunió la historia de otros diez, así es que en total hay como 50 anécdotas que se resumieron en cinco personajes. Es una historia coral. En el caso, por ejemplo, de los estudiantes de la escuela de cine, tengo una identificación muy personal, están representados muchos maestros y compañeros de mi escuela. Fue una generación proactiva, reactiva, que le gustaba participar; ahora hay muchos jóvenes que desconocen que esta escuela fue la primera en fundarse, en los años 60, gracias a la inquietud de esos estudiantes que querían que les enseñaran a hacer cine.
“Hernán (Daniel Mandoki) representa a mi papá, él venía de la Prepa 6, y mi abuelo, un general del ejército en retiro, le prohibió salir a manifestarse. Esa fue una de las primeras líneas que escribí. Rodolfo (Luis Curiel) es un personaje muy lindo, tiene que ver conmigo, pero también funge como espectador, viendo pasar el mundo alrededor y tratando de entender y motivar a los demás: a una para ser poeta, al otro para ser fotógrafo. De él se cuenta tramposamente poco de su historia familiar porque es la mía, soy yo. También está el líder estudiantil de brigada. Básicamente con estos testimonios fui tomándome la libertad para crear.
—¿Y Raquel?
—Esta inspirada en varias mujeres, en Alcira Soust Scaffo, que fue quien se escondió en el baño de Ciudad Universitaria; en mi mamá diciéndome: “Yo quería ser escritora, pero a mí nadie me dijo que podía serlo, en la universidad no había chance”; y en una tía que vivía a dos cuadras del CUEC, que me confesó una vez: “Qué padre que vas a entrar al CUEC, me hubiera encantado estudiar cine, pero me dijeron que no era para mí”.
“Raquel (Nicolasa Ortiz Monasterio) representa también la voz de las mujeres que levantaron la mano, orgullosas de poder hablar y escribir. No todo el mundo lo pudo hacer, porque en esa época no eran los padres los que te motivaban, sino tus compañeros. La mujer siempre ha tenido esta desventaja histórica y ahora se está domando el caballo de nuevo. La sociedad es ese caballo necio que no quiere entender la igualdad de derechos humanos y de género. Los feminicidios tristemente son consecuencias de un desorden en las políticas y en la manera de tratar los temas de seguridad pública del país.
—Entre las anécdotas que rescatas está la del automóvil, ¿cómo conociste esa historia?
—Me la contó la maestra Marcela Fernández Violante, importante directora de cine mexicano contemporáneo y una de las primeras mujeres que filmó en este país en la década de los años 70. Ella era la que manejaba el coche haciéndose pasar por civil y traía a sus compañeros en la cajuela para que filmaran desde la calavera del auto. Las imágenes donde se ven a los soldados entrar en Ciudad Universitaria cuando caminan por Insurgentes se obtuvieron así y forman parte de El grito, yo las reimaginé y pensé con personajes de ficción.
—¿Cómo se eligieron a los artistas que trabajaron en la rotoscopia?
—Por ser una coproducción con la UNAM, las cosas fueron más fáciles. Yo quería que fuera una película colectiva colaborativa, que hiciera un homenaje a la gente que se organizó, quería hacer un movimiento estudiantil cinematográfico y eso permitió que nos dieran acceso a la Facultad de Arte y Diseño, ahí cien dibujantes respondieron al llamado. Fue la parte más compleja, nos tomó un año y estuvimos en ascuas viendo si iba a funcionar o no.
—Se cree que las represalias que hubo en el 68 y en el “halconazo” fueron tan abrumadoras que por eso las siguientes generaciones, hasta la nuestra, se volvieron pasivas…casi impávidas…
—Esa es la trascendencia del movimiento que quise reflejar en Olimpia, quedamos marcados y llegamos a un punto de no regreso en el cual preferimos no cuestionar, estamos en un statu quo que nos permite sobrevivir con lo mínimo, conformarnos con lo que tenemos, y fingir que no vemos las cosas que están mal. Olimpia es vigente porque seguimos discutiendo el tema de la libre asociación, el libre tránsito, la inseguridad, la libertad de prensa, tenemos gente asesinada, ¿te cae? ¡Es impresionante! Hace 50 años hubo unos chicos que pelearon y murieron por esos temas y seguimos igual. Hoy resulta preocupante cómo hay un método para comenzar a validar oficialmente esas injusticias, pasa todos los días y no nos damos cuenta.
—¿Qué te dejó Olimpia?
—Me ayudó a cerrar un círculo, ya tengo una conclusión, comprobé que el movimiento estaba conformado por decenas de miles de personas buenas, trabajadoras, había padres de familia, hijos, estudiantes, que tenían como ideal unirse contra la mano pesada de un gobierno paternalista pseudoautoritario que decía lo que se hacía y creía que tenía la razón en un esquema muy antiguo de ver las cosas. El 68 fue una serie de inocencias y torpezas. Olimpia es una manera de honrarlos, de colaborar desde el cine, que es mi trinchera.
“Para mí es muy valioso que la gente que tiene algo que decir lo haga por medio del arte —José Manuel Cravioto—. No es lo mismo hacer un movimiento en el que posiblemente serás marcado o supervisado por el gobierno y pones en riesgo tu integridad o la de la tu familia, que manifestarte a través del arte. Desde ahí se puede tener un impacto positivo, podemos curar heridas y pelear por lo que creemos.