Ya se fueron las fiestas patrias. Yo escuché el grito en casa de los Gómez González, con antojitos y tequila. Al cabo jugamos lotería y, conforme llenaba la planilla, mientras el pregón gritaba: “¡El borracho!”, “¡el alacrán!”, “¡la muerte!”, uno de los gritos que el presidente emitió en el balcón de palacio resonaba en mi mente.
Me refiero al que quedó entre el “¡viva la democracia!” y el “¡viva la fraternidad universal!”, que fue: “¡Viva nuestra soberanía!”
El eco mental repetía: ¡Viva nuestra soberanía! ¡Viva nuestra soberanía! ¡Viva nuestra soberanía!
Al tiempo, me preguntaba: ¿Qué tan soberanos somos?
Por establecer un orden elemental definamos soberanía: la palabra viene del latín, está formada por tres raíces: sober, encima; anus, procedencia, y el sufijo ia.
Significa la máxima autoridad dentro de un esquema político y, por ende, un territorio; cualidad de soberano. Poder político supremo que corresponde a un Estado independiente (Diccionario RAE).
El ¿qué tan soberanos somos? tiene una respuesta con más posibilidades. La soberanía territorial es la más importante, también está la económica, que está atada a la comercial, y en cada rama del quehacer podemos encontrar algo de soberanía, es decir, el poder decidir lo que se hace poniendo por encima de otras consideraciones el interés nacional.
Así, cuando recuerdo las amenazas del presidente estadounidense respecto a aplicar aranceles si no parábamos a los migrantes, analizamos cómo la Guardia Nacional y el Ejército fueron desviados de la tarea primordial de garantizar la seguridad, dando pie a que el crimen organizado creciera. Y fracturando, así, una de las promesas presidenciales: la de combatir la inseguridad. Entonces nos damos cuenta de que la soberanía nacional, cuando de Estados Unidos se trata, se nos escurre entre las manos.
Ante este hecho, la oposición criticó severamente al presidente mientras el partido presidencial, Morena, lo justificaba. Las dos posiciones procuran convencer y se valen de argumentos extremos. El asunto nos está saliendo muy caro, pues la inseguridad tiene un costo altísimo —en el periodo de enero a agosto, Aristegui Noticias denuncia más de 20,000 muertes violentas y la cuenta va en aumento; las cifras superan a las del sexenio de Peña Nieto en un periodo equivalente–, pero, por otro lado, la inestabilidad económica que pueden acarrearnos los aranceles tiene a su vez otro costo enorme. El precio de este fue calculado por El Economista en 162,000 millones de dólares.
No es la primera vez que un presidente estadounidense impone sanciones a nuestros productos. Sin embargo, es importante anotar que México no está maniatado ante este tipo de sanciones y que en otras ocasiones ha contrapuesto medidas punitivas tanto arancelarias como de otro tipo para equilibrar la plataforma de negociación y proteger nuestros intereses.
Nuestra soberanía acotada es una historia antigua y viene desgastándose desde los tempranos acontecimientos de la Independencia. Al principio nos acorralaron por una falta de soberanía económica; paradójicamente, México es un país rico. La periodista cubana Katia Monteagudo lo definió en uno artículos de la revista Horizontum como “un país rico que nació en la bancarrota”.
A principios del siglo XIX, los estadounidenses ya le habían puesto el ojo a nuestro territorio. En 1813, en una carta del ministro de España ante el gobierno de Estados Unidos, D. Luís de Onís, al virrey de la Nueva España, D. Francisco Javier Venegas, da fe de ello. D. Luis escribe:
“VE se ha enterado ya por mi correspondencia, que este gobierno se ha propuesto nada menos que el fijar sus límites en la embocadura del río del Norte o Bravo (…). Tomándose por consiguiente las provincias de Texas, Nuevo Santander, Coahuila, Nuevo Mesico (sic) y parte de la provincia de la Nueva Vizcaya y la Sonora.
“Se ha levantado un plano espresamente (sic) de estas provincias, por orden del gobierno incluyendo a la isla de Cuba, como una pertenencia natural de esta república”.
AMBICIÓN DE ENGULLIRNOS
De modo que la ambición de engullirnos existía antes de la proclamación de Independencia. Los estadounidenses, sabedores de nuestra bancarrota, primero ofrecieron comprar Texas, luego se hicieron cruces, pues no obstante la dura realidad económica del país nos negábamos a pactar un trato. Luego invadieron Texas y se apoderaron del territorio; finalmente nos hicieron la guerra anexándose los estados de California, Arizona, Nevada, Utah y Nuevo México. El factor decisivo en todo esto fue la bancarrota permanente en que vivíamos. Los yanquis —a sabiendas de que las cajas de caudales estaban vacías— se atuvieron a la conseja napoleónica:
“Las guerras se ganan con tres cosas: dinero, más dinero y más dinero”.
Una vez que se hicieron con más de la mitad del territorio mexicano les volvió a picar la ambición. Ahora la idea era hacerse de todo el país. Una consideración los detuvo y fue una advertencia de uno de los agentes del gobierno estadounidense en México: Nicholas P. Trist, quien al referirse a la anexión de todo México a los Estados Unidos, le notificó al secretario de Estado James Buchanan:
“Un país rico, más allá de todo cálculo, en innumerables fuentes de prosperidad comercial y abundante en cuanta cosa se requerirá para hacerlo deseable”.
Y al mismo tiempo advierte:
“Mas, independientemente de las grandes dificultades y embarazos que entre nosotros mismos suscitaría la política de ocupación continua, surge un serio peligro que no se podría despreciar, y que se ha grabado en mi mente: me refiero a la inoculación de nuestra raza con el virus de la corrupción española”.
El secretario de Estado James Buchanan se convirtió después en presidente de Estados Unidos y la premonición de D. Nicholas Trist quedó grabada en su mente. Eso nos salvó de ser invadidos u ocupados o anexionados por los yanquis a su territorio. El virus de la corrupción inhibió a los estadounidenses de hacerse de todo el país, pero se quedaron con la mosca en la oreja: “Un país rico, más allá de todo cálculo…”.
La solución estaba en una carta que otro de los agentes estadounidenses en México, Anthony Butler, envió con anterioridad al presidente de Estados Unidos. El diplomático conocía los desvaríos de la hacienda nacional y sabía que las arcas del tesoro estaban desfalcadas, de modo que propuso hacer un préstamo con garantía hipotecaria. En su carta refiere:
“Me encuentro convencido de que un préstamo en tales condiciones equivaldría prácticamente a una compra, porque en la condición actual del tesoro público, podrían pasar años antes de que los fondos estuvieran sujetos a un manejo juicioso y económico, disfrutando, además, de paz durante todo el tiempo; antes de que se encontrara en condiciones de satisfacer sus actuales compromisos”.
Es decir, “préstales un dinero que no te puedan pagar y con esto los tendrás a tu merced, pues sin comprarlos quedarán obligados a tus condiciones”. En otras palabras: hipotécales la soberanía. Lo de “pasar años antes de que haya un manejo juicioso de los dineros públicos” es el gran dolor de nuestra historia. La enorme riqueza del país nos ha permitido atisbar la independencia económica, pero algo nos ha faltado a la hora decisiva.
Después de la Independencia, la soberanía se nos fue deslavando durante 50 años de guerras. Tuvo un repunte impresionante en el Porfiriato, periodo en el que México pagó la deuda a los estadounidenses y su presencia comenzó a sentirse en el mundo. Luego, la Revolución descarriló el progreso.
Siguió la dictadura de partido, con ella se logró apaciguar el país e iniciar la época del desarrollo estabilizador, que trajo la bonanza nacional de los años 50 y 60.
OPCIONES DESAGRADABLES
Si consideramos la carta de Anthony Butler, es claro que la “soberanía” está de algún modo amarrada a la deuda externa. El economista Joseph E. Stiglitz nos dice, en El precio de la Desigualdad:
“Con frecuencia, los países en vías de desarrollo se encuentran atrapados entre dos opciones desagradables: la suspensión de pagos, que conlleva el temor al colapso de la economía, o la aceptación de ayuda (préstamos), que conlleva la pérdida de la soberanía económica”.
Si esto es así, con un ejercicio sencillo en el que se relacionen la deuda externa y las reservas internacionales como soporte de la deuda, en relación directa con nuestra soberanía económica, podemos suponer los márgenes de maniobra que se tienen.
Durante el modelo del desarrollo estabilizador, la deuda externa se duplicaba sexenio tras sexenio conservando un respaldo en reservas no menor al 20 por ciento de la deuda. Es decir, por cada dólar que debíamos, teníamos veinte centavos de dólar en reservas, y el país, desde el punto de vista económico, progresaba consistentemente.
En el sexenio de Echeverría la deuda externa se cuadruplicó pasando de 4,500 a 19,600 millones de dólares, y las reservas internacionales se redujeron drásticamente, quedando en un 7 por ciento de la deuda. López Portillo aumentó la deuda en 150 por ciento y dejó las reservas internacionales en 3.5 por ciento. Miguel de la Madrid puso orden, y redujo el crecimiento de la deuda que pasó de un aumento de 150 por ciento con López Portillo a un aumento del 30 por ciento en todo el sexenio delamadridista, y aumentó la proporción del respaldo en reservas a 7 por ciento.
Carlos Salinas fue aún más parco, pues incrementó la deuda en menos del 20 por ciento y, en el mejor momento de su sexenio, las reservas llegaron al 30 por ciento de la deuda, pero los magnicidios ahuyentaron la confianza y el dinero huyó. Al final de su periodo, las reservas quedaron en menos del 10 por ciento de la deuda. Sin embargo, Salinas dejó un motor bien aceitado para propulsar el desarrollo. Este fue el Tratado de Libre Comercio, que empezó a competir con el petróleo en los ingresos del país por comercio internacional.
Ernesto Zedillo fue notable por la prudencia en el manejo de las variables económicas y productivas, pues por primera vez en 90 años redujo la deuda externa nacional, pasando de 85,435 a 84,600 millones de dólares, además las reservas internacionales se incrementaron de 6,148 a 35,585 millones de dólares.
Vicente Fox, un presidente polémico por su falta de oficio político, redujo todavía más la deuda, a la que llevó de 80,339 a 54,766 millones de dólares, mientras nuestras reservas internacionales crecieron de 44,814 a 67,679 millones de dólares. Por primera vez hubo en la cuenta de reservas más de lo que teníamos en deuda y nuestra posición para negociar en el plano internacional cambió.
El TLC aumentaba los ingresos en forma constante y eso lo convertía en una bendición, pero a la vez en un riesgo, pues más de la mitad de nuestro comercio internacional era con los estadounidenses, y si por cualquier razón ellos amenazaban el flujo nos pondrían “a parir chayotes”. Era urgente abrir nuevos tratados comerciales para reducir el riesgo, pero México se instaló en una zona de confort y durmió el sueño de los justos.
Felipe Calderón aumentó la deuda a más del doble; la llevó a 125,726 millones de dólares y, al mismo tiempo, acrecentó las reservas a 163,515 millones de dólares, es decir, la proporción de reservas superó en 30 por ciento a la deuda externa, y cuando los estadounidenses pusieron barreras al comercio bilateral, en 2009, México respondió aplicando aranceles a Estados Unidos y al final todo mundo guardó sus amenazas en el cajón de los tiliches para continuar como si nada.
ASUNTOS DEL COMERCIO
Hoy el comercio internacional depende en más del 80 por ciento de los estadounidenses. Por ello, al tiempo que logramos que los yanquis nos soltaran el cogote con el asunto de la deuda, nos pusimos de “a pechito” y nos agarraron de los… de los asuntos del comercio.
Enrique Peña Nieto rompió el círculo virtuoso, pues llevó la deuda de 134,000 a 202,000 millones de dólares, y vio cómo las reservas internacionales se redujeron de 176,000 a 174,000 millones, perdiendo el respaldo positivo de reservas contra deuda.
Esto en función de un manejo imprudente y exageradamente corrupto, tanto de los dineros públicos como de los créditos externos. Sin embargo, si lo comparamos con la época del desarrollo estabilizador en la que había un dólar en caja por cinco dólares de deuda, la situación de la relación “reservas-deuda” sólo quedó un poco deteriorada, pues había en caja 1.74 dólares por cada 2 dólares de deuda.
Cuando surge la amenaza de Trump, la dependencia comercial prende las alarmas y se acelera el paso en la búsqueda de tratados comerciales. Cuando gana la presidencia estadounidense, las variables cambian. Trump es un individuo que le apuesta al carbón como energético, pues produce dinero a corto plazo, y es incapaz de considerar que la crisis global hará incosteable su dislate en el largo plazo.
Andrés Manuel López Obrador recibe una deuda externa que creció en un 50 por ciento, unas reservas que representan el 85 por ciento de la deuda y el 16 por ciento del PIB; esto significa que su posición económica es mucho mejor que la de Echeverría o la de Miguel de la Madrid. De modo que tiene margen de maniobra y puede buscar una posición negociadora para evitar distraer a sus efectivos de la tarea primordial de un gobierno: garantizar la seguridad de sus habitantes. Pero su situación económica es delicada y no le conviene “jalarle los bigotes al tigre”, pues le puede costar caro.
En su fase de presidente electo, AMLO decidió aplicar un castigo a los empresarios al cancelar el aeropuerto proyectado en Texcoco, y su allegado, Ricardo Monreal, supuso que era una buena puntada amenazar a los bancos con una intervención agresiva sobre sus ingresos. Con ello, ambos hicieron evidente que, en sus agendas, antes que las consideraciones económicas estaban las condiciones políticas y que todos estaban supeditados al mandato presidencial. Así fue como la confianza de los inversionistas se esfumó. Carlos Urzúa, en una entrevista a la revista Proceso, externó los errores económicos que a su juicio ahuyentaron la inversión: el aeropuerto antes mencionado, la construcción de una refinería en la que la relación inversión-beneficio es contraproducente, así como la falta de oficio de personajes relevantes de la economía y conflictos de intereses que arriesgan la economía en el sexenio.
Por otro lado, la relación comercial México-Estados Unidos pasa por la mejor época en la historia. El presidente mexicano decidió evitar el enfrentamiento, con ello la raíz latina de soberanía: “sober, encima”, pasó a instalarse “debajo” de Trump. La inseguridad incrementará sus reales, y aunque económicamente nos convenga la situación, en el terreno del crimen va a agravarse.
Recuperar la soberanía dentro de las condiciones actuales requiere de talento, mucho oficio y un gran esfuerzo. Por eso se quedó resonando en mi mente el grito de “¡Viva la soberanía!”. Después de un rato pensé: es cierto, quiere que viva la soberanía, pero ¿a dónde la habrá mandado a vivir?
En cuanto a ella, La Soberanía, me queda claro que en este sexenio se fue a vivir del otro lado.
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El autor es ingeniero, físico e historiador. Su vida profesional abarca la industria, la docencia y los medios de comunicación. Ha sido guionista, conductor y productor de programas educativos de la televisión cultural.