El dinero es una de las tecnologías más utilizadas y menos comprendidas.
Con frecuencia nos preguntamos cómo pudo haber evolucionado, e incluso existido, la sociedad humana sin un idioma. Sin embargo, ¿podríamos haber trabajado en conjunto si no hubiera existido el dinero? El idioma nos permite compartir información y nuestro universo interno. Con el trabajo conjunto y el comercio, mejorados posteriormente con el dinero, compartimos nuestro valor, representado por nuestros bienes y servicios. El dinero carece totalmente de poder sin las personas que lo usan y, sin embargo, vivimos con la percepción de que el dinero tiene una tremenda cantidad de poder sobre nosotros.
Al conmemorar los históricos Acuerdos de Bretton Woods, que el mes pasado cumplieron 75 años y dieron inicio a la era moderna del dinero, el mundo se encuentra en el amanecer de una nueva era financiera, la cual puede estar impulsada por las personas y no por los expertos en finanzas. Es un momento adecuado para hacer un recuento de cómo surgió nuestro sistema monetario, cuál ha sido su evolución y hacia dónde nos dirigimos.
Existe algo que no ha cambiado durante todo ese tiempo: el dinero funciona como un sistema contable colectivo que nos ayuda a saber quién le ha dado qué a otros, y por ello, quién merece recibir cuánto de los demás. Es todo. Eso es lo único que se supone que debe hacer el dinero.
Sin embargo, como sabemos, las cosas están lejos de ser tan sencillas.
Lo que hace que el dinero funcione como debe es que muchas personas están dispuestas, colectivamente, a recibirlo a cambio de su tiempo, de sus bienes o de su conocimiento. Este efecto de red de creencia en una moneda concreta es la única condición real para que cualquier cosa que utilicemos como dinero tenga valor.
Tomemos como ejemplo el oro. Omitamos el hecho de que tiene una verdadera utilidad en ciertos procesos de fabricación: debido a que el oro es ampliamente reconocible, divisible (por fundición), difícil de falsificar y escaso, también se dice que tiene un valor intrínseco. Sin embargo, el valor del oro se debe en realidad a su poder casi religioso: el hecho de que muchas personas piensan que podrán intercambiarlo por bienes o servicios. Lo mismo ocurre con las monedas nacionales. Las aceptamos en tanto confiemos en que alguien más las aceptará más tarde. Si se pierde esa creencia, las monedas pierden su valor, como lo vemos en las constantes crisis que se presentan alrededor del mundo.
Nuestros métodos para crear y mantener esta creencia en toda la sociedad han cambiado notablemente con el paso del tiempo, al igual que nuestro dinero.
LA ENCARNACIÓN MÁS ANTIGUA DEL DINERO
En el principio utilizábamos piedras, conchas, palos y, finalmente, metal para realizar las funciones del dinero: dar y obtener unidades de cuenta para mantener el balance de cada persona en el sistema general con el paso del tiempo. Usábamos materiales que podíamos tocar, guardar y trasladar. Cierto tipo de conchas eran reconocidas por una tribu que las utilizaba. El oro era reconocido uniformemente y es difícil de replicar, de ahí la elusiva alquimia.
El dinero nos permitió separar con mayor facilidad el acto de comprar del acto de vender. En lugar de intercambiar directamente objetos reales con otras personas en tiempo real, podíamos usar el dinero para que todos pudiéramos intercambiar nuestros objetos por una misma cosa, por lo que ya no necesitábamos encontrar compradores o vendedores con necesidades similares y opuestas. Esto es lo que se conoce en economía como “problema de la doble coincidencia de necesidades”: el dinero nos permitió comerciar con quienes estaban cerca y lejos, y expandió en gran medida nuestros círculos de colaboración, conocimiento, creatividad y productividad.
Esto era el Dinero 1.0, y hasta donde los arqueólogos pueden decir, funcionó durante siglos en todo el mundo.
En la siguiente era, el dinero provenía de los gobiernos. Durante siglos, y aún hoy, emperadores, reyes, presidentes y parlamentarios han asumido la responsabilidad de definir lo que utilizamos como dinero. Desde monedas acuñadas hasta billetes impresos y los libros contables digitales, los gobiernos de todo el mundo, democráticos, comunistas, dictatoriales y demás, han decidido qué es el dinero, cuánto de él hay y, de manera más importante, quién lo obtiene primero. Exigen que los impuestos se paguen únicamente en esas monedas, por lo que todos los ciudadanos utilizan el dinero gubernamental común. Con frecuencia, prohíben, en ocasiones por la fuerza, el uso de otras formas de dinero (véase el caso de Venezuela). Establecen acuerdos de cooperación entre gobiernos para reconocer mutuamente sus monedas.
Dado que quienes están en el poder pueden crear y aprobar el dinero, obtienen un control cada vez mayor sobre los activos y medios de producción de una sociedad. Esto no era así cuando el dinero provenía de la tierra, cuando presuntamente cualquiera podía encontrarlo, cosecharlo o fabricar más.
Esto es el Dinero 2.0, la era con la que la mayoría de nosotros estamos familiarizados, y sobre la cual nos es difícil imaginar que exista algo más allá.
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LO QUE TRAJO BRETTON WOODS
En esta era, ningún suceso ha sido más importante que la Conferencia Monetaria de Bretton Woods, una pequeña reunión sobre la que quizá leímos algo en las clases de historia de la secundaria.
En julio de 1944, unos 700 delegados de 44 naciones se reunieron en la pintoresca ciudad de Bretton Woods, Nueva Hampshire, para determinar el destino del orden económico de posguerra. Este año, el 75 aniversario de esa histórica reunión nos da la oportunidad de reflexionar sobre el inmenso legado de la conferencia y las instituciones creadas en ella.
Casi un año antes del final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos reunió a las naciones aliadas, lejos del caos de Washington y de la carnicería de Varsovia, para diseñar el marco económico que definiría los arreglos económicos que las naciones establecerían después de la guerra, y cuyo objetivo era terminar con las guerras mundiales. El presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt hizo una optimista petición a los participantes al inicio de la conferencia e hizo énfasis en que “la salud económica de cada país es algo que debe preocupar a todos sus vecinos, cercanos y distantes. Solo a través de una economía mundial que se expanda sólidamente, los estándares de vida de cada nación alcanzarán los niveles que permitan la plena realización de nuestras esperanzas en el futuro”.
Las dos piezas clave del notable desarrollo de Bretton Woods fueron John Maynard Keynes, un economista intelectual del Reino Unido, y Dexter White, funcionario de alto nivel y partidario de la política realista del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, cada uno de los cuales promovió ferozmente sus planes contradictorios para la rehabilitación económica mundial.
La poco convencional propuesta de Keynes esbozaba la creación de una nueva moneda supranacional denominada bancor, que tendría un tipo de cambio fijo frente a todas las monedas nacionales, al igual que el oro. Keynes propuso un sistema de cuotas sobre la cantidad de bancor que cada nación podía acumular en proporción con la participación de cada nación en el comercio mundial. Su marco tenía como intención evidente crear un mayor equilibrio entre las naciones ricas y pobres, al tiempo que daba un impulso a las economías más débiles. También podría decirse que el bancor fue un intento de disminuir la dependencia del dólar estadounidense y colocar al Reino Unido en una postura de liderazgo mundial continuado tras la reconstrucción de Londres.
De acuerdo con Benn Steil, economista y autor de The Battle of Bretton Woods (La batalla de Bretton Woods), a White no le agradaba la idea del bancor, y en cambio, estaba decidido a establecer el dólar estadounidense como la moneda más dominante del mundo. Hacia el final de esta conferencia de 21 días, White había logrado aprobar de manera unánime los artículos de Acuerdo, que establecieron instantáneamente al dólar estadounidense (que entonces estaba respaldado por el oro) como la moneda de reserva mundial, el estándar que permanece hasta el día de hoy, desde luego, ahora sin el respaldo del oro.
Entre el establecimiento del dominio del dólar estadounidense y la creación de importantes organizaciones monetarias mundiales (el Fondo Monetario internacional, la Organización Mundial de Comercio y el Banco Mundial), la Conferencia de Bretton Woods de 1944 determinó la trayectoria de la cooperación mundial. Lo más evidente en este caso, como en cualquier era del dinero, es que se requiere un sistema de acuerdos para gobernar la economía mundial, que está constituida por países con monedas, las cuales son, a su vez, sistemas locales de acuerdos. Como afirmó sabiamente FDR, el bienestar de cada economía está íntimamente ligado con el de los demás. Todos somos parte de un sistema holístico del que todos dependemos, y con el que todos debemos estar de acuerdo.
EL AMANECER DE UNA NUEVA ERA
Actualmente, 75 años después de Bretton Woods, estamos entrando en la próxima era del dinero. Gracias a las nuevas tecnologías como la internet y la cadena de bloques (blockchain), ahora tenemos formas mundialmente escalables de “acuñar” y transferir activos digitales, o tokens, con una legitimidad generalizada y demostrable, del tipo que tiene el poder de crear redes de creencias, de las que depende todo el dinero.
Este es el Dinero 3.0, en el que el dinero proviene de la gente.
¿De qué gente? De las personas que crearon el bitcóin. De las personas que crearon Ethereum. De las personas que crearon Facebook, que próximamente lanzará una criptomoneda propia llamada libra. Las personas que crearon cualquiera de los miles de criptomonedas disponibles hoy en día, muchas de las cuales funcionan como el dinero en el sentido de que pueden ser entregadas a otra persona para desbloquear su energía y recibir sus bienes o servicios. Eso es exactamente lo que hace que el dinero sea dinero. Y ahora, la capacidad de crearlo se ha convertido en un proceso de fuente abierta para las personas, empresas, organizaciones y comunidades, en una forma en la que nunca antes había sido posible en esa escala.
https://newsweekespanol.com/2019/02/blockchain-privacidad-digital/
Desde luego, muchas de esas monedas no lograrán el efecto de red ni generarán la creencia necesaria para que sean aceptadas, y es posible que no duren mucho. Pero algunas de ellas sí lo harán. Unas cuantas ya lo han hecho. Y muchas más nuevas monedas cruzarán el abismo en los años y décadas por venir. Quizá sean monedas creadas por otras empresas que competirán con Facebook. Quizá serán monedas creadas por ciudades, donde vive actualmente más de la mitad de la población mundial, una cifra que aumenta rápidamente. Quizá sean monedas creadas por personas que tú conoces o a las que sigues en línea.
Después de todo, el dinero es un sistema de creencias entre personas. Y gracias a las redes digitales cada vez más sofisticadas, podemos crear, supervisar y mejorar las interacciones y patrones que nos unen, más que nunca antes. Podemos creer en personas a las que no conocemos, y en monedas que no estén respaldadas por países, debido a que creemos en las tecnologías que nos unen mundialmente, como la internet.
Ahora el dinero es programable, como el software, y puede ser diseñado de acuerdo con cualquier criterio. Imaginemos una moneda programada para pagar los impuestos correspondientes con cada transacción. Imaginemos una moneda programada para donar una pequeña porción de cada compra a la beneficencia, o a la eliminación de la contaminación. Imaginemos una moneda utilizada por una creciente red de padres que les permita satisfacer mejor sus necesidades comunes aun cuando el dinero tradicional escasee.
Estos y otros experimentos monetarios ya están en marcha en el campo emergente de la tokenización (el proceso que consiste en sustituir datos sensibles con símbolos de identificación que conservan toda la información esencial). Y la naturaleza descentralizada de estas tecnologías hace que sean muy difíciles de detener. Es posible que pronto veamos tokens para artistas, arte, vecindarios, organizaciones sin fines de lucro, nuevas empresas, escuelas, equipos, y más, lo que generará nuevos modelos de red interoperables e incluirán estructuras localizadas de incentivos en comunidades en línea y fuera de ella de todo el mundo.
Este es el Dinero 3.0, el cual cambiará para siempre el panorama de la colaboración humana como lo hicieron en su momento el Dinero 2.0 y el Dinero 1.0.
La economía, que alguna vez se concibió como la ciencia del dinero, en realidad se relaciona con los incentivos. El dinero es la herramienta que utilizamos para representar el valor de nuestros distintos intereses, y es un instrumento bastante burdo para hacerlo. Nos resulta difícil utilizarlo en cosas como el bienestar y las relaciones. No nos sentimos cómodos al involucrarlo en los asuntos del corazón, que también compiten por nuestra atención.
Un marco económico más completo que indique por qué las personas hacen lo que hacen tendría en cuenta el importante trabajo realizado en casa (que prepara a los trabajadores para incorporarse a la fuerza de trabajo décadas después), las nuevas pruebas de la neurociencia que indican que el capital humano se ve afectado por la calidad de su entorno, los aspectos éticos y los costos de la creciente desigualdad, las medidas, más allá del PIB, que distingan entre un crecimiento sano y uno poco saludable, las limitaciones de los recursos naturales, el aire y los océanos que todos tenemos que compartir y de los cuales dependemos, y muchos otros elementos que podrían generar una economía arraigada en la humanidad, que es donde pertenece.
Después de todo, los seres humanos inventamos el dinero. Ahora, podemos reinventarlo para que trabaje para nosotros, y no al revés.
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Galia Benartzi es cofundadora de Bancor, un protocolo que permite la liquidez descentralizada entre activos digitales, bautizada así en honor de la propuesta monetaria del mismo nombre, promovida por Keynes en 1944.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek