Columna Diario de Campo
Los seres humanos gustamos denominarnos “personas”, para enfatizar nuestra individualidad específica, nuestra “personalidad”. Es una característica que compartimos con los animales superiores, que nos permite separarnos del conjunto y entrar en competencia defensiva con los demás individuos en respuesta al “principio del egoísmo” (W. Wickler), que facilita sobrevivir en las primeras fases de la vida, hasta ser sustituido por el principio de la solidaridad social, propio de las sociedades civilizadas.
Es un tiempo convulso en el que nos tocó vivir, pero no más convulso que los tiempos previos. Hoy nos angustia percibir que padecemos más violencia social que antes, porque la velocidad de las tecnologías de la comunicación nos produce la sensación de ráfaga. Esto lleva a acumular miedos y paranoias hacia los demás, pero muy en particular hacia los grupos “diferentes” que parecen amenazar nuestra forma tradicional de vida. De inmediato se activa nuestro egoísmo animal, y reaccionamos con rechazo, con discriminación, incluso con violencia.
Eso le está pasando a los Estados Unidos de América. Una sociedad altamente compleja, que ha aprendido a convivir dificultosa pero civilizadamente con los grandes contrastes entre las poblaciones que la componen, de origen 95% inmigrante. Las masacres del pasado fin de semana, en particular la de El Paso, son secuelas de un ambiente social cada vez más enrarecido por el discurso de odio que han impuesto sus dirigentes políticos y religiosos. Un país de inmigrantes que rechaza la inmigración; bueno, no toda, más bien la proveniente de países pobres como México y Centroamérica. A esos inmigrantes depauperados se les ha etiquetado como “delincuentes”, “malos hombres” y otros epítetos, que estigmatizan a un conjunto de seres humanos que no son particularmente más violentos o malhechores que el promedio de los ciudadanos “nativos” del país del norte.
El discurso del odio se basa en varios de los once principios clásicos del ministro de propaganda Nazi, Josef Goebbels: 1) Simplificación y enemigo único: adoptar una única idea, un único símbolo; individualizar en un único enemigo. 2) Método de contagio: reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. 3) Vulgarización: dirigirse al menos inteligente de los individuos objetivo; cuanto más grande sea la masa, más pequeño el esfuerzo mental por realizar. 4) Orquestación: si una mentira se repite lo suficiente, acaba por convertirse en verdad. 5) Silenciación: acallar lo que no conviene y disimular lo que favorece al adversario. 6) Transfusión: hacer referencia a la mitología nacional o al complejo de odios y prejuicios tradicionales. 7) Unanimidad: convencer de que se piensa “como todo el mundo”, creando la falsa impresión de unanimidad (http://bit.do/e39x3).
La xenofobia es el miedo al extranjero, al fuereño. El miedo irracional a la “otredad”, al diferente, al exótico. Ese sentimiento de raíz animal es parte de nuestro instinto básico de supervivencia: huye de lo que no conoces. Y si puedes, extermínalo. Todos los pueblos experimentan este instinto, pero el proceso civilizatorio lo va paliando. Es por eso que los periodos de mayor florecimiento de la civilización —palabra que proviene de “ciudad”, conjunto incluyente— tienen que ver con los procesos de exploración de nuevos territorios, el comercio, la expansión de los imperios y el encuentro entre los pueblos. Cuando las sociedades se aíslan, se ruralizan, se feudalizan, desarrollan de nuevo el instinto xenófobo, como en la Edad Media. Eso les está sucediendo a conjuntos muy importantes de la población “nativa” de los EUA, en particular la WASP (White, Anglo, Saxon, Protestant), que pretenden que su país retorne a su tradicional aislacionismo parroquiano, y rechace a los inmigrantes indeseables —católicos, morenos, hispánicos, comedores de maíz.
Pero la economía más grande del mundo está fundada en la explotación de la fuerza de trabajo barata e indocumentada que proviene del sur. Millones de empleos se basan en esta condición del capitalismo global, que ya adelantaba Rosa Luxemburgo a principios del siglo XX: la expansión del capital depende de los Ejércitos Industriales de Reserva que se mantienen disponibles en los mercados informales y en los países subdesarrollados. Sin esa facilidad para mantener deprimidos los salarios, la acumulación ampliada se imposibilita, y con ello la viabilidad del modelo capitalista.
“Viajar es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente.”
Mark Twain.