Los incendios ocurridos en la catedral de Notre Dame y en la mezquita de Al Aqsa dan a cristianos y musulmanes la oportunidad de trabajar unidos.
EL MUNDO MIRABA mientras la catedral de Notre Dame, en París, ardía en un caótico infierno que destruyó su aguja y dañó gravemente su techumbre. A poco menos de 5,000 kilómetros de distancia, la mezquita de Al Aqsa, en Jerusalén, también enfrentaba su propio incendio, aparentemente accidental.
El fuego en Al Aqsa recibió mucha menos atención en las noticias y provocó muchos menos daños, pero los trágicos incendios de la mezquita de 984 años de antigüedad y de la catedral, construida hace 856 años, dirigen nuestra atención hacia dos importantes sitios del mundo islámico y de la cristiandad, y constituyen una oportunidad para que cristianos y musulmanes reflexionen sobre su propia humanidad compartida y colaboren unos con otros para reparar estos espacios sagrados.
Quizá después de la Basílica de San Pedro, en Roma, Notre Dame es la catedral más venerada del mundo. La de Al Aqsa en la tercera mezquita más sagrada del islam, después de Al Masjid al Haram en La Meca y Al-Masjid an Nabawi en Medina.
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Por fortuna, dos de las más sagradas reliquias católicas de Notre Dame, la corona de espinas y el fragmento de la Cruz, sobrevivieron al devastador incendio. La mezquita de Al Aqsa, construida sobre el Monte del Templo, conocido como Haram esh Sharif por los musulmanes, sufrió daños únicamente en una cabina de guardia móvil.
La importancia de ambos incendios nos lleva más allá de la simple estructura de los edificios. Al Aqsa y Notre Dame simbolizan los desafíos y las esperanzas de cristianos y musulmanes en sus respectivas historias. Notre Dame es un símbolo icónico de cristiandad en el continente europeo y es la sede del arzobispado de París. Al Aqsa es el sitio donde los musulmanes creen que el profeta Mahoma subió al cielo durante su viaje nocturno. Quizá no sea la mezquita más impresionante del mundo, pero representa el símbolo permanente de la fe islámica en Tierra Santa.
Durante siglos, Notre Dame fue presa de fuerzas extranjeras, revolucionarias y seculares que presionaban a la Iglesia para doblarse a su voluntad. Después de que el papa Alejandro III puso la primera piedra, en 1163, el templo fue testigo de la coronación del rey Enrique VI de Inglaterra (como rey de Francia) en 1431, de una infiltración de los hugonotes en la década de 1540, de un ataque ocurrido en la década de 1790 y perpetrado por los revolucionarios franceses, que consagraron Notre Dame al Culto de la Razón y, por supuesto, del surgimiento del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial. Notre Dame también fue el sitio donde Napoleón Bonaparte se coronó a él mismo como emperador, y donde el papa Pío X beatificó a la heroína francesa Juana de Arco en 1909.
Notre Dame logró mantenerse en pie a través de todos estos acontecimientos. El edificio representa mucho más que la identidad cristiana; sirvió como recordatorio de la perseverancia del pueblo francés y de las aspiraciones de su país, de la humanidad y de toda la cristiandad.
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Los musulmanes y su conexión con Al Aqsa mantienen un simbolismo similar. La mezquita es mucho más que un lugar donde se realizan las cinco plegarias diarias. Al igual que Notre Dame, Al Aqsa tiene una complicada historia de tensión religiosa, guerra y ocupación. Construida originalmente por Umar ibn al Khattab, el segundo califa del islam, en los terrenos de una antigua construcción bizantina, Al Aqsa fue imaginada como una continuación y perfeccionamiento del judaísmo y de la cristiandad. Varias dinastías musulmanas, desde los omeyas y los abasíes hasta los fatimíes chiitas, controlaron Al Asqa en los primeros siglos del imperio islámico.
En el siglo XI, los selyúcidas turcos, un grupo suní del centro de Asia, tomaron el control de la mezquita, solo para acabar perdiéndolo a manos de los cruzados, que invadieron el territorio provenientes de Europa Occidental. A principios del siglo XVI, el sultán otomano Selim I invadió Jerusalén y conquistó a los mamelucos, y los turcos otomanos mantuvieron el control hasta la Primera Guerra Mundial, cuando Jerusalén fue entregada al imperio británico.
Actualmente, Al Aqsa se encuentra en el territorio ocupado por Israel, lo cual es una importante causa de tensión para los musulmanes palestinos, así como para toda la umma, o mundo musulmán.
A pesar de ser pequeño en comparación, el incendio de Al Aqsa despierta, entre los musulmanes, sentimientos similares a los de los cristianos que miraban el infierno en la catedral de Notre Dame. Ambos sitios sagrados capturan la diversidad de la cristiandad y del islam, así como lo bueno y lo malo de nuestra humanidad compartida. Ambos sitios simbolizan el campo de batalla de civilizaciones, las glorias de las revoluciones y el surgimiento de Estados-nación y de imperios, así como la lucha por la libertad y la independencia entre los pueblos oprimidos.
Estos incendios dan la oportunidad a cristianos y musulmanes de reflexionar sobre la importancia del culto, así como sobre los logros de aquellos que les precedieron. Quizá más importante, cristianos y musulmanes tienen la oportunidad de apoyarse unos a otros mientras trabajan para reparar sus espacios sagrados.
Cristianos y musulmanes tienen mucho más en común que la creencia en la tradición monoteísta o la posibilidad de orar en algunos de los lugares de culto más gloriosos del mundo. Ambos luchan, lloran, esperan y rezan, como lo hacen muchísimos seres humanos en tiempos difíciles.
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Craig Considine, estadounidense católico de ascendencia irlandesa e italiana, trabaja en el Departamento de Sociología de la Universidad Rice. Es autor de Islam in America: Exploring the Issues (El islam en Estados Unidos: explorando los problemas, julio; ABC-CLIO), así como de Muslims in America: Examining the Facts (Musulmanes en Estados Unidos: analizando los hechos) y de Islam, Race, and Pluralism in the Pakistani Diaspora (Islam, raza y pluralismo en la diáspora pakistaní). Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek