Es considerado uno de los mejores tenores del mundo y recientemente se convirtió en el único cantante de ópera que ha logrado bisar en tres producciones de la Metropolitan Opera House. Esta es su historia.
A LA PREGUNTA sobre desde cuándo sabe que tiene una voz privilegiada, Javier Camarena tarda en responder 20 segundos: “Tendrá cuatro años”.
Pero fue hace dos décadas cuando el tenor mexicano supo que podría hacer una carrera como cantante de ópera. En sus primeros concursos de canto ubicó en dónde entraba, dentro de la competencia, en este género musical.
“Si trabajo, si me dedico, si me esfuerzo, si estudio, es muy posible que mi voz sí me pueda permitir hacer una carrera como solista”, resolvió a los 24 años.
El tiempo le ha dado la razón.
En su más reciente temporada en la Metropolitan Opera House, el veracruzano hizo historia al romper récords con La hija del regimiento, de Gaetano Donizetti: bisó en siete funciones consecutivas el aria “Ah! Mes amis… Pour Mon áme”.
Se convirtió, además, en el único cantante en haber bisado en tres producciones de la Met de Nueva York.
Un gigante de la ópera mundial, como es Plácido Domingo, sostiene que “Javier Camarena es uno de los grandes tenores de la actualidad”. El porqué de su afirmación lo resume así: “Es un cantante con una bellísima voz, con una facilidad extraordinaria, con una línea de canto maravillosa y un actor con gran carisma”.
La primera vez que Plácido Domingo escuchó a Camarena cantar fue en 2013, en Salzburgo. Interpretó a Mr. Ford, en la ópera Falstaff, de Giuseppe Verdi.
Al respecto, el cantante, director de orquesta, productor y compositor español, que en la actualidad dirige la Ópera de Los Ángeles, comenta: “Fue una sorpresa increíble y, al enterarme de que era mexicano, empezamos a conectar. Lo vi después en la Metropolitan Opera House con un gran éxito y después lo llevé a Los Ángeles a cantar, le dirigí Los pescadores de perlas, de Bizet, en 2017; y después, en 2018, cantamos Los pescadores… juntos en Salzburgo”.
En vísperas de que se inicien sus nuevos conciertos del Réquiem de Berlioz, en Ámsterdam, y Los pescadores de perlas, en Bilbao, Newsweek México charló en exclusiva con Javier Camarena.
VIVIR PARA LA MÚSICA
La música siempre formó parte de su vida. En la casa de sus abuelos paternos, donde vivió con su familia hasta los seis años, se escuchaba a Jorge Negrete, Pedro Infante, Eydie Gormet y los Panchos, entre otros. Por sus tíos oía a Abba, los Bee Gees, Kiss. En casa de sus abuelos maternos “era mucho más cumbiera la cosa”; sonaban La Sonora Santanera, Chico Che, Los Váskez. A él, como niño, le gustaban Cepillín, Parchís; tenía discos de las rondas infantiles, Disney y Cri Cri. Usar el tocadiscos era su gran diversión.
Si bien su familia no se inclinaba por la música clásica —“lo más cross over era mi papá escuchando a Ray Coniff, tenía un disco con Franck Pourcel”, cuenta divertido—, a Javier, desde pequeño, la música orquestal lo cautivó. “Cuando afinaba la orquesta para mí era un momento mágico”. Todas esas frecuencias, los sonidos con sus diferentes vibraciones, las armónicas, las halló en un concierto de la Orquesta Sinfónica de Jalapa, que una vez interpretó la música de Star Wars. “Escuchar el sonido fue impresionante”, recuerda.
Luego vino Pedro y el lobo, “narrado por el Profesor Jirafales”; y le siguieron el Huapango de Moncayo, el Bolero de Ravel que se le quedaron “superclavados”.
Cuando ingresó a la preparatoria decidió estudiar en paralelo flauta transversal. Para ir al conservatorio debía cruzar la ciudad y siempre llegaba tarde a la clase de solfeo. Al no entender muchas cosas, se fue rezagando. Su primer examen de flauta “fue un fiasco”. Frustrado, terminó teniéndole aversión al solfeo.
La única opción de seguir estudiando flauta era cursando la prepa abierta, y no quiso hacerlo. Así que dejó la música y se abocó a la prepa, pero, de igual modo, “salí supermal”. Aunque le gustaba mucho la matemática, en especial álgebra y cálculo diferencial e integral, lo suyo no era la academia tradicional.
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Por suerte, dos compañeros de su salón estaban en el coro de una iglesia y lo invitaron a participar. Comenzó tocando flauta y terminó dirigiendo el coro. El piano y la guitarra los tocaba de oído. Poco después empezó a componer música. En eso estaba cuando debió entrar en la universidad.
Siguiendo la ruta trazada por su familia, ingresó en la carrera de ingeniería. Desde el primer semestre Javier lo supo: eso no era para él. En el primer semestre, de seis materias, reprobó cinco. “No quería eso, lo estaba haciendo a fuerza, sin motivación, sin vocación ni visión a futuro”, cuenta. “Vengo de una familia de gente que ha trabajado para la CFE; tener el ingeniero en la familia era algo esperado, pero yo nunca me vi como ingeniero ni ahí”.
El segundo semestre lo cursaría tres veces. En su último intento solo le faltaba pasar una materia para la que había estudiado mucho; pero llegó tarde dos minutos al examen. Le pidió a un compañero que le pasara los datos de la primera pregunta que no había alcanzado a oír y, cuenta entre risas, “me los pasó mal”. El procedimiento estaba bien, pero los datos no y, por eso reprobó el examen. Javier no quiso saber nada más de la ingeniería.
Como había retomado la música estudiando por su cuenta el material que le habían dado cuando estudiaba flauta, decidió presentarse en la Facultad de Música de la Universidad Veracruzana.
“Quería estudiar piano o guitarra, pero —explica— ya estaba muy viejo: tenía 19 años. La edad máxima para estudiar piano era de 12, y para estudiar guitarra era de 17. Yo lo que quería era ser aceptado sin problemas. Lo que me quedaba era estudiar canto”.
Así, por default, llegaría al canto. Su lógica fue: “Soy afinado, ya estoy en el coro, soy director, pongo armonía en voces, ya compongo canciones”. De este modo ideó estudiar un semestre de canto para luego evaluar cambiarse a otra especialidad. Lo nodal era ingresar en la Facultad de Música. Y su decisión no la comunicó a sus papás porque, “aparte de que me iban a poner como lazo de marrano, me iban a obligar a seguir estudiando ingeniería”.
Se dio de baja de la facultad de ingeniería y sus padres se enteraron de que lo habían aceptado en música al ver su nombre publicado en el periódico. Sí, lo pusieron como lazo de cochino. No lo corrieron de la casa, pero le informaron que él se pagaría su carrera. Quien se ofreció a pagar su inscripción fue su abuelo, pero Javier rechazó la oferta. “Si voy a hacer esto, lo haré yo”, se dijo. Empezó a trabajar en un negocio de fotocopias. Así costeó su carrera.
TODO TUVO SENTIDO
En breve, el estudiante Javier Camarena comenzó a florecer: figuró en el cuadro de honor; obtuvo las calificaciones más altas. Su felicidad era absoluta. “Todo me parecía maravilloso. Todo era un descubrimiento. Solfeo se volvió mi materia favorita; me encantaba”, narra.
Además de solfeo, llevaba italiano y apreciación musical. Estudiaba mucho y practicaba más, sus labores en el coro de la iglesia servían a ese propósito.
—¿Llegaste por fin a los compositores que te impactaron?
—No, no llegué aún a estudiar ópera. Y eso es algo que le agradezco a mi maestra.
Al respecto, abunda: “Yo no tenía la más remota idea de para qué se estudiaba canto. Pensaba que era para cantar bonito, ser afinado, llevar bien el ritmo; pero no tenía idea de la técnica vocal, del desarrollo vocal, ni de tesituras ni de repertorios. Nada, nada, nada”.
Sus primeras clases se dividían en ejercicios de respiración y vocalización y, para mitad del semestre, su profesora le asignó dos piezas que incluían la Antología italiana: el libro base de todo estudiante de canto. Ahí se encontró con arias antiguas, de óperas anteriores al bel canto —el estilo vocal que se desarrolló en Italia, entre el siglo XVII y mediados del XIX, y que tuvo su esplendor con composiciones de Rossini, Donizetti y Bellini.
“Vi todo este periodo anterior a ellos; algunas arias hasta medio barrocas. No eran lo más fácil pero tampoco complicadas; ayudan a confirmar lo que va uno estudiando de técnica vocal”, explica Camarena.
—¿Te topas con la ópera por accidente?
—Sí, totalmente —ríe.
—Y ¿fue fundamental que tu maestra no te la pusiera de inmediato?
—Lo que veo en muchos jóvenes que empiezan a estudiar el canto hoy día, y lo que veía entonces con mis compañeros, es que hay esta ambición por cantar las grandes arias de los grandes títulos de la ópera: la Traviata, Carmen, Turandot, Tosca… todo este repertorio que es superpesado. Pero es como si el que está empezando a caminar quiere lanzarse a hacer la carrera de los 100 metros; o hacer un maratón, cuando apenas está corriendo para alcanzar el camión nomás.
Por eso, confirma, “agradezco a mi maestra que no me enseñó ópera desde el principio, no empecé con esa visión”.
En su opinión, ella fue su mejor maestra no tanto por su enseñanza del canto, sino por su ética. “La primera clase me dijo: esta carrera es de resistencia, no de velocidad”. La segunda cosa que le dijo fue: “Estudias ahora conmigo, pero debes tener en cuenta que ningún maestro, por más que te lo quiera pintar así, va a tener la verdad absoluta respecto al canto y la técnica, todos van a tener diferentes medios para llegar a cierto resultado, pero ninguna va a ser una verdad absoluta, tú debes ser lo suficientemente inteligente para saber qué te funciona, qué te acomoda y qué le acomoda a tu voz”.
En quinto semestre conoció a otro profesor que le mostraría su derrotero profesional.
Mauro de Rosa enfatizaba la importancia del italiano cantado respecto al hablado, y Camarena comenzó a tomar clases de italiano en su academia.
Una mañana el profesor citó a sus alumnos de canto en la sala audiovisual de la facultad para escuchar Turandot. En la producción de la Metropolitan Opera cantaban en los roles protagónicos Eva Marton y Plácido Domingo. Al tenor español, Javier solo lo había visto en un especial de Cri Cri que pasaron por televisión en 1985.
Con esta ópera de Giacomo Puccini todo hizo sentido para Camarena. “Por esto se estudia canto, a esto hay que aspirar, a esto hay que llegar”, entendió. Y, a partir de ese momento, todo empezó a girar en torno a la ópera.
Lo primero fue escucharlo todo y, luego, ir eligiendo qué quería cantar. La primera aria que cantó, con el aval de su maestra, fue “Il mio tesoro”, de la ópera Don Giovanni, de Mozart. Después se aventuró con “La furtiva lágrima”, de la ópera Elixir de amor, de Donizetti. Había empezado a dar sus primeros pasos en la ópera.
En este punto, el tenor mexicano se detiene a reflexionar sobre lo particular que es la enseñanza del canto:
“No es como la de cualquier otro instrumento, como la guitarra: ahí tú ves la caja, el diapasón, la maquinaria, las cuerdas; el maestro te va a corregir desde que te sientas, cómo pones tu pie en el banquillo y recargas tu pierna, la posición de tus hombros, de tus brazos; de tu mano que presiona las cuerdas en el diapasón, el traste correcto; la afinación la controlas en la maquinaria, todo está ahí, lo ves. Lo mismo pasa con el piano, el violín, la flauta, todo lo puedes ver”. Pero, inquiere: “¿Cómo le haces para afinar una voz?”.
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Camarena explica que la enseñanza de la técnica vocal utiliza métodos poco ortodoxos y “es totalmente subjetiva, porque aprendes con base en sensaciones. El maestro de pronto te dice: ‘ahí’, y debes estar lo suficientemente atento para saber qué hiciste bien. Y a repetir y a repetir y a repetir”.
Eso es algo que, dice, algunos asimilan bien, pero muchos no. “Si no, seríamos chorros de cantantes de ópera”. En su generación, por ejemplo, empezaron 30 cantantes, de los cuales diez estaban en su salón. Al final de la carrera terminaron solo tres.
Por ese mismo tiempo, el joven hizo un curso con Armando Mora, que le permitió dar “un paso grande” en el conocimiento y la aplicación de la técnica vocal. “Noté una gran diferencia entre el sonido que venía haciendo y el que vino después”.
—¿Entendías mejor cómo conducir tu voz?
—Es que es algo tan íntimo… pero tu instrumento es tu cuerpo, no solo tu voz. Si tienes una buena condición física, tu voz va a funcionar mejor. Tu estado de ánimo… todo influye.
—En fechas recientes has dicho que tu voz ha subido de peso y se ha vuelto un poco más oscura en el centro.
—Del momento de mi enseñanza primera, en 1995, ya han pasado varios años. La comparación que puedo hacer, y es lo más básico, es observar qué pasa cuando de no hacer nada de ejercicio empiezas, con disciplina, a hacer un entrenamiento, digamos, de tonificación muscular: empiezas con poco peso y, pasado el tiempo, vas a conseguir tono muscular, masa muscular, entonces, tu cuerpo cambia. El canto no deja de ser una actividad física. La voz, al paso del tiempo, con entrenamiento, va teniendo un tono distinto.
—La imagen es clara.
—Conforme vas trabajando, la voz se va desarrollando, va ganando en diferentes zonas. Si tienes una técnica vocal correcta, si no te sobreesfuerzas, si sabes llevar bien tu carrera, con el tiempo va fortaleciéndose.
También, agrega, “en mi caso como tenor, va perdiendo cierta altura, pero va ganando en peso y es lo que te hace posible tener diferentes opciones en cuanto al repertorio”.
PARTIR PARA CRECER
La primera maestra de Javier Camarena, a quien tanto le agradece, cierto día le inquirió si había considerado irse de Jalapa. Él respondió que no. “Si te quedas aquí te vas a estancar”, reviró ella, que ya no podía enseñarle más para que pudiera seguir avanzando.
Un semestre más tarde, el joven reconoció que debía marcharse de su estado. Su tutora le recomendó ir a Guanajuato para buscar a un maestro con quien ella había hecho un diplomado. “Como provinciano, ir a Ciudad de México era el pánico absoluto”, confiesa Camarena. Así que vio bien seguir sus estudios en la Escuela de Música de la Universidad de Guanajuato.
Arribó ahí al arranque de 2001 y solo pudo trabajar con el maestro recomendado un semestre, pero fue muy fructífero.
Por esas fechas lo invitaron a participar en un concurso internacional en Trujillo, Perú. Le fue pésimo. Lo descalificaron en su primera aria. Obstinado, se quedó a ver a los participantes del concurso. Analizó cómo cantaban las sopranos y los mezzos, tenores, barítonos, bajos. ¿Por qué si algunos cantaban peor que él habían avanzado? Observó “cómo se paraban, cómo se expresaban al público”… todos los detalles; y tomó clases con los jurados ahí reunidos.
Después, en Ciudad de México, se presentó en el Concurso Nacional de Canto Carlo Morelli. Y lo mismo: “Canté un aria y me dieron las gracias”. De nuevo, se puso a ver a cada cantante: “Me interesaba mucho ver qué cantaban, qué arias”. Esto le ayudó a “ubicarme en mi realidad”, y a saber hacia dónde tenía que avanzar para formar parte de la competencia”.
En 2002 Camarena obtuvo la beca del INBA y, el año siguiente, ganó el Premio de la Ópera de Bellas Artes, al debutar con el “Stabat Mater” de Rossini.
En marzo de 2004 regresó al Morelli mucho más suelto y seguro. En un momento, recuerda que lo detuvieron a la mitad de una canción y le pidieron que cantara otra cosa. Sin alterarse fue por sus partituras, reconociendo que no sabía todo de memoria, y se las dio al pianista. El jurado, el director de orquesta Enrique Patrón de Rueda, le insistió en repetir algo y hacer cosas precisas con su voz. A todo, Javier decía “va”. Con tanta corrección, en un punto pensó que ya estaba descalificado; todo lo contrario. Pasó a la final y ganó. “Ya luego Enrique me dijo: es que eso es lo que buscamos en un cantante que va a ser profesional, que tenga la capacidad de hacer lo que el director requiere”.
A los ganadores del Morelli 2004 les permitieron debutar en Bellas Artes cantando “La hija del regimiento”, de Donizetti. Rebeca Olvera cantó el papel de Marie; Josúe Zerón, el del Sargento Sulpis, y Javier Camarena, el del joven Tonio, el mismo papel y ópera con el que rompió récords este febrero en Nueva York.
Su debut operístico fue “aterrador y emocionante, todo un reto e ir a contracorriente porque todos criticaron a la dirección de Bellas Artes porque nos estaban dando chance a tres chamacos desconocidos en el templo de la lírica de Ciudad de México”, recuerda.
Sí, llovieron las críticas. De Camarena dijeron que podía madurar más, pues era un palo en la escena, no se movía, pero que cantaba bien. En balance, el resultado fue exitoso e inesperado.
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Posteriormente, el tenor veracruzano siguió cantando varias óperas. Entre 2004 y 2006 estuvo en Sinaloa, Monterrey, Guanajuato y otros festivales. Hasta que decidió partir a Suiza.
Él asegura que no se fue de México buscando trabajo. Su móvil fue ser parte del programa de jóvenes cantantes de la Ópera de Zúrich; quería tomar clases de canto con Francisco Araiza. “Mi plan era estar los dos años que durara y volver a México, pero las cosas fueron distintas”.
Camarena tenía ya tablas, técnica vocal resuelta y estaba en condiciones de competir en el ámbito internacional. Los directivos artísticos del teatro, que llegaron cinco meses después, le ofrecieron, primero, un rol pequeño en una ópera. Luego le pidieron preparar una audición.
Había llegado a Suiza en agosto de 2006 y para marzo de 2007 ya estaba debutando en un rol protagónico de la Ópera de Zúrich. Cantó “L’italiana en Argel”, de Rossini, que es “una obra difícil para cantarse porque es muy virtuosística y, aparte, muy aguda”.
En ese debut cuenta que tuvo “la inmensa fortuna” de que asistieran todos los directores y gerentes de los teatros europeos, por lo que él ya no tuvo que hacer audición en ninguna parte del mundo. Terminando la función, el primero que llegó a tocar su puerta fue Holender, director de la Ópera de Viena.
En dos años logró debutar en Viena, Düsseldorf, Berlín, Hamburgo, París, Zúrich… Todo pasó muy rápido y las críticas fueron unánimes al elogiar su trabajo.
Cuatro años después, recibió la invitación para formar parte de la Metropolitan Opera House de Nueva York, donde debutó, en 2011, con el papel del Conde Almaviva, en Las bodas de Fígaro, de Wolfgang Amadeus Mozart. Desde ese año canta ahí con gran éxito.
CREAR Y RESCATAR ARTE
Siempre inquieto, en 2014 Javier Camarena grabó su primer disco, Recitales, de canciones populares mexicanas e italianas que las acompaña con Ángel Rodríguez al piano.
“Tengo el disco de Recitales, el de Serenata, el dedicado a Cri Cri y el disco Contrabandista, que salió hace unos meses bajo el sello Decca-Mentored by Bartoli”.
Este es su primer disco como solista y en el proyecto trabajó poco más de un año recopilando el material, la información biográfica del cantante y compositor español Manuel García. A Camarena lo emocionó destacar su importancia en la ópera, de la difusión que hizo de esta, y el hecho de que compuso óperas en México a inicios del siglo XIX. Las óperas italianas que García presentaba, las traducía al español para el público mexicano.
“Fue una figura muy importante y hoy es de estos compositores que han ido al olvido por la recurrente necesidad de las óperas del repertorio común. Bien valdría la pena —comenta— hacer una revisión de todo su acervo para pensar en incorporar más de su obra en las ofertas de los teatros”.
—¿Manuel García ya está en todos tus recitales?
—Está en todos mis conciertos. Hasta en la gala Tucker que vine a cantar en Nueva York. Es parte de mi quehacer de difusión de su obra y, también, para promocionar mi disco.
Camarena piensa de García que formará parte de su repertorio hasta que deje de cantar. Y le interesa rescatar su memoria, así como la de otros compositores belcantistas de finales del siglo XVIII y principios del XIX. “El problema —dice— es que no hay un archivo completo de las obras en nuestro país. En México hay muchas obras perdidas y sería interesante escudriñar qué hay en archivos y ver qué se puede rescatar”.
—¿Cuántas veces un tenor llega a interpretar una obra?
—Uf… depende de cuántas veces la quiera cantar. Mientras siga teniendo la posibilidad de hacerlo, puede cantar durante toda su vida una misma obra. Alfredo Kraus, uno de los grandes cantantes del siglo pasado, murió a los setenta y pico cantando La hija del regimiento.
—¿Qué ocurre con el repertorio?
—Siempre he hecho esta analogía porque es la más clara: para los que saben de boxeo, hay distintos pesos, el mosca, el ligero, el wélter, los pesados… esto va dependiendo de las características físicas del boxeador, no verás a Mike Tyson peleando contra Julio César Chávez; lo mismo pasa con las voces y con las óperas: hay cantantes que tienen voz de un peso mosca: voz ligera, con notas altas, se puede mover muy rápido; hay otra más pesaditas que no tienen tal ligereza, pero que tienen un poco más de potencia y pueden hacer cosas más dramáticas. El siguiente peso será para repertorios más dramáticos, hasta arribar a los Helden o pesos pesados de la voz que se dedican a las óperas gruesas, tipo Wagner, o con una orquestación más densa, que requiere voces más grandes.
De acuerdo con las etapas que tenemos en la historia de la música, hay diferentes estilos, géneros, en el que las diferentes voces se pueden ir adecuando. “Yo que soy tenor —precisa—, no quiere decir que pueda cantar todo lo que está escrito para tenor; hoy día mi voz está en el peso wélter, habiendo pasado por un ligero. Eso me permite abarcar cierto periodo de la ópera donde hay un determinado número de títulos, de distintos compositores que cuando escribieron esa música tenían como referencia una voz como la mía.
—La dificultad de cantar un aria se vincula a tu peso…
—Sí. Si un Chávez se quiere agarrar con Tyson, igual le pega sus buenos cates, pero donde Tyson le acomode uno, le da la vuelta a la cabeza tres veces. Si un tenor, en determinado peso vocal, quiere hacer obras que le corresponden a otro, vienen los riesgos, las lesiones vocales, porque está haciendo un ejercicio que no va con sus posibilidades.
Los tenores de la talla de Camarena ya están muy conscientes de su tesitura, de sus capacidades vocales y cada cual se aboca a hacer lo que le toca. “Yo ahora estoy en el lírico puro”, refiere.
—¿Cómo ves la ópera en el siglo XXI?
—La ópera en el siglo XXI se enfrenta a un mundo que tiene muchas más maneras de entretenerse; lo que la hace seguir con vida es lo que cada uno de los cantantes tenemos que ofrecer al público: jamás una ópera va a ser la misma ni siquiera de una función a otra y se tiene que disfrutar en vivo; necesitamos que la gente termine de comprender esto para que siga dándole el justo valor.
—México produce grandes tenores, ¿a qué lo atribuyes?
—En mi caso, a la cultura musical que traía —Pedro Infante, Pedro Vargas, Jorge Negrete, Miguel Aceves Mejía, Javier Solís—. Tenemos esta cultura vocal que, aunada a nuestra forma de vivir y sentir el amor y el desamor, nos lleva a tener toda esta pasión al interpretar las óperas que tienen mucho de eso. Es una mezcla de todo eso: el carácter latino y nuestra música tradicional.
—¿En México qué más se requiere para formar cantantes de ópera?
—Apoyo, empezando por el familiar. Lo he dicho en alguna otra ocasión y lo repito ahora: cualquiera que se avienta en México a estudiar cualquiera de las artes es un valiente, porque tienes que remar contracorriente con muchas cosas, incluso desde tu casa. Si tienes un hijo que tiene estas aptitudes para la música, —precisa— cultívaselas.
Y añade: “La apreciación estética de todas las artes, incluyendo la música, tiene que ser parte de la formación integral de una persona. En México estamos muy acostumbrados al tamborazo y a la música que llena espacios y no a la música como parte de una contemplación. De esto adolece mucho nuestro país”.
—Es paradójico que México genere tenores destacados, pero no logra consolidar una cultura de consumo de ópera como en otros países.
—Creo que todavía no se alcanza a comprender la magnitud y el impacto económico que puede tener la cultura en una ciudad. En México no se promociona como se debería; no hay estos acuerdos entre los medios de comunicación masiva con las diferentes instituciones.
Camarena sabe hacer un óptimo uso de las redes sociales. “Hoy en día pueden ser una herramienta muy poderosa de acercamiento al público, a la gente; en Instagram hago enlaces en vivo, platico mucho con la gente, también es un escaparate para presentarse uno como artista”.
—¿Qué es para ti la música, la ópera?
—La música ha dado sentido a mi vida desde que nací. La música me sigue llevando a diferentes lugares, físicamente y espiritualmente. Ha sido mi remanso y mi tormenta; sin música, no hubiera sido yo.
Sobre la ópera, refiere, “es mi chamba; es un trabajo que me apasiona, que me envuelve, que me eleva y es el medio por el cual mis emociones, mi corazón, mi espíritu se comunican; lo que tengo que ofrecer de mí, de mi persona, de mi ser, de mi alma está puesto en cada nota, está puesto en cada frase, en cada cosa que ha sido preparada con tanto cuidado para que en el momento de que yo la entregue, espero que sea lo más bonito que la gente pueda escuchar”.
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—A los jóvenes ¿qué les dirías para su formación?
—Habría algunas que sería importante que sean digeridas primero por los maestros. Un maestro no es el padre ni el creador de un cantante. El prestigio de un maestro debe ganarse con base en lo que puede hacer por el alumno, hasta el momento que debe dejarlo ir y recomendarle algo que lo haga crecer más. Eso es lo más ético que se puede hacer. Ser humilde.
A los alumnos recomienda “que la fama no sea su motor porque tarde o temprano te vas a frustrar”.
Al respecto, agrega: “La música es una carrera hermosa, pero es tan celosa también, tan envolvente, tan demandante, que te exige disciplina, te exige la fortaleza… pero, sobre todo, te exige paciencia para resolver tal o cual ejercicio, tal o cual pasaje de cierta canción… difícilmente va a haber resultados inmediatos, a menos de que seas un genio superdotado”.
—Se requiere paciencia, constancia…
—Sí. Perseverancia, tenacidad. Se debe ser constante en el estudio de la música.
—¿Qué le dirías sobre un tenor a un niño que, como te ocurrió ti, se fascine con la música?
—Un tenor… —ríe y medita su respuesta—. Le diría: ¿sabes quién es Superman, sabes quién es el Capitán América, Aquaman, sabes quiénes son los príncipes de Disney? Ah, pues esos son los tenores. Dentro de la ópera, dentro de estas historias que se cuentan en la ópera, dentro de estas novelas que se cantan en una ópera, el tenor prácticamente siempre va a ser el héroe, el enamorado y el que conquista”.