Mientras millones huyen del país, una viuda cuenta su historia de desesperación mientras intenta salvar a su hijo, la fuga… y la esperanza.
La crisis en Venezuela es cada vez más grave y, así, en busca de una vida mejor, millones de personas emprenden viajes desesperados para escapar de la hiperinflación, el hambre, el crimen, las enfermedades y la muerte.
En 2018, Ana Carina Palacio fue una de esas personas. Después de que su marido murió en un accidente, Palacio —aún embarazada— emprendió camino con su hijo pequeño. Obtuvo una tarjeta de tránsito e ingresó legalmente en Colombia, donde pidió ayuda a la Organización Internacional para las Migraciones, asociación intergubernamental asociada con Naciones Unidas.
Palacio se ha establecido en un centro temporal de asistencia a migrantes en Villa del Rosario. Entre tanto, busca vivienda, empleo y quien la ayude a atender a su hija de seis meses y a su hijo de dos años.
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Esta es su historia, en sus propias palabras (editada para mayor claridad), relatada a nuestra reportera Jessica Kwong durante una entrevista vía Skype desde Colombia.
Cuando me fui de Venezuela para Colombia, era la primera vez que salía de mi país. Nunca había salido de mi estado [Aragua] o de Maracay [una ciudad en dicho estado]. No quería irme. Tuve que hacerlo.
Trabajé como independiente, arreglando uñas y cejas, pero me quedé sin empleo muy pronto. Como nadie tenía trabajo, la vida se convirtió en un asunto de encontrar suficiente comida para sobrevivir.
Me levantaba y tenía que hacer cola para comer. Comíamos verduras en el desayuno, el almuerzo y la cena porque no había carne. Teníamos que hacer filas todos los días, y cada vez había menos comida, hasta que no quedó nada.
Si mi hijo se enfermaba, los médicos ni siquiera querían verlo porque no había medicinas. O era tan caras que no podía pagarlas. Decidí irme porque ya no podíamos vivir allí, pasando hambre. Escapé de Venezuela sola, con mi hijo y mi hija, de quien estaba embarazada.
Fue difícil. Me dio un ataque de pánico en el autobús porque no sabía si las autoridades de Colombia me dejarían entrar. Por fortuna, tenía una tarjeta de tránsito, pero estaba tan nerviosa que sentí que me moría.
Gracias a Dios no tuvimos problemas para entrar. Fue un momento muy fuerte, y tuve sentimientos encontrados. Me alegré de poder hacerlo sin un hombre a mi lado. Sin embargo, estaba nerviosa porque no conocía a nadie ni sabía qué hacer si alguien se acercaba con malas intenciones.
Y lo que sucedió es que apareció un ángel, un hombre que es psicólogo. Se ofreció a ayudarme hasta que pudiera colocarme en Colombia. Llegué aquí sin un centavo ni ropa extra. Estoy quedándome en un centro temporal de asistencia para inmigrantes, y aunque no resuelve mi problema de vivienda, es un lugar maravilloso y estoy tranquila. Hay suficiente comida y nos prestan mucha atención, como si todos fuéramos hermanos y hermanas.
Algunas personas me han recibido bien y otras no, porque en Colombia hay mucha gente, y todos piensan de distinta manera. Algunos te tienden la mano y dicen: “Ven, come aquí. ¿Qué necesitas? ¿Te bañaste?”. Pero otros dicen: “No, no apoyo esto. No quiero venezolanos”.
Cuando Hugo Chávez era presidente de Venezuela, yo era una niña dedicada a mis estudios y no sabía de política. Y cuando Nicolás Maduro tomó el poder, no lo apoyé por muchas razones. No había trabajo, e imagina lo que es tener que hacer fila día tras día solo para que puedas comer. Ahora que Juan Guaidó se ha hecho cargo, espero que haya un cambio en mi país y que [el cambio] realmente salga del corazón.
No sé si algún día regresaré a Venezuela. Si la situación cambia, puede ser. Pero si encuentro un buen trabajo aquí y me acostumbro, tal vez no vuelva.
¿Alguna vez pensé en emigrar a Estados Unidos? Todos tenemos esa idea, pero me pareció imposible. ¿Por qué? Como me costó tanto venir a Colombia, creo que moriría tratando de llegar a Estados Unidos. ¡Tal vez de felicidad!
Le digo a mi hijo mayor, mi varoncito, que sea fuerte, que todo esto es temporal y que pasará. Le digo que estudie mucho porque quiero que tenga lo que no tengo, que tenga sueños, que vaya a Estados Unidos; que mi hija vaya a Estados Unidos. Y que, algún día, me lleven con ellos.