Científicos han determinado que cuatro categorías de compuestos químicos tienen efectos nocivos en los órganos en desarrollo de bebés y niños pequeños, ¿podemos hacer algo para evitarlos?
IMAGINA un patio de recreo, a principios de la década de 1960. Niños de entre 4 y 12 años corren por el concreto, se cuelgan del pasamanos de hierro, se turnan en los columpios de acero, y montan un sube y baja de madera. Ese mismo patio luce muy distinto en nuestros días. Los niños juegan sobre césped artificial y en una superficie esponjosa fabricada con neumáticos reciclados. Nada de columpios de metal, sube y bajas o pasamanos. Ahora los pequeños deambulan por un laberinto de escaleras y toboganes, y usan equipos que parecen salidos de un gimnasio.
También han cambiado los propios niños. Son más grandes y pesados. Pensarías que aquel chico de 1.55 metros tiene 12 años, pero solo cuenta con 9. Y aunque esa niña con senos y caderas da la impresión de una jovencita de 14 años, apenas cumplió los 8. Los adultos presentan cambios similares: casi la mitad tiene sobrepeso, y muchos están al límite de la obesidad.
Lee también: El Gran Agujero Azul, la fosa oceánica más grande del mundo, tiene plástico en el fondo
Si examinara los dos grupos de niños, encontraría muchas otras diferencias. Es posible que uno o dos niños modernos hayan sido diagnosticados con un trastorno del espectro autista, y varios más podrían presentar importantes discapacidades de aprendizaje. Cada vez es más frecuente que los niños de hoy sufran de diabetes, colesterol alto e hipertensión, problemas que antes solo afectaban a los ancianos y a los enfermizos. Más de 13 por ciento de los niños y 5 por ciento de las niñas reciben el diagnóstico de trastorno por déficit de atención con hiperactividad. Si fuera capaz de ver el futuro, tal vez descubriría que muchos de esos chicos que juegan en el patio de recreo tienen una baja concentración espermática, mientras que las niñas habrán desarrollado trastornos de la reproducción, como endometriosis e infertilidad.
La fisiología infantil se ha modificado en un par de generaciones. ¿Que sucedió? Muchas “enfermedades del estilo de vida” (como diabetes e hipertensión) se han atribuido a la vida sedentaria, a los alimentos repletos de azúcar, a la falta de ejercicio, y al acceso limitado a frutas y verduras frescas. Pero esa no es toda la historia. Nuestra capacidad para secuenciar el ADN del genoma humano ha permitido que los científicos rastreen el origen de muchas enfermedades hasta el medioambiente, donde la exposición a diversas sustancias químicas altera la expresión de los genes y conduce a diversos padecimientos y disfunciones.
También te puede interesar: Microplásticos en heces humanas
En las últimas décadas hemos construido un mundo donde hay químicos industriales en el suelo, en las granjas y en el suministro de alimentos; en nuestros cosméticos, productos para la higiene, y hasta en los muebles de nuestros hogares; en jardines, prados, campos, parques recreativos y demás espacios al aire libre. Todos los días estamos en contacto con muchos químicos llamados “disruptores endocrinos”. El término significa que esas sustancias alteran nuestro funcionamiento hormonal al imitar o suprimir la actividad de alguna hormona natural, lo cual puede causar anomalías en las células y en los tejidos del cerebro y otros órganos.
Primero se pensó que los compuestos químicos tenían que permanecer en el cuerpo para producir daños, como hacen las infecciones virales o bacterianas. Sin embargo, hoy sabemos que, aunque el cuerpo las excreta en unos cuantos días, esas sustancias ocasionan efectos perdurables en todos nosotros, especialmente en bebés y niños pequeños, cuyos órganos están desarrollándose.
Hace algunos años, legisladores estadounidenses tomaron medidas para reducir la presencia de ciertos químicos dañinos en la vida cotidiana. En 2016, el presidente Barack Obama actualizó la Ley de Control de Sustancias Tóxicas para mejorar las revisiones de seguridad de miles de productos químicos. Pese a ello, es improbable que la Agencia de Protección Ambiental tenga el financiamiento o el apoyo político necesarios para evaluar otros miles de productos químicos que se usan y de los que se tiene poca información probatoria. La razón es que, en sus primeros dos años, la presidencia de Trump ha hecho grandes esfuerzos para socavar la legislación recién revisada. Y, en todo caso, están circulando miles de químicos que no hemos estudiado y mucho menos regulado, por lo que seguirán en nuestro ambiente durante algún tiempo.
Aunque hacen falta muchas más investigaciones, los científicos han podido estudiar los efectos sobre la salud de cuatro importantes categorías de compuestos químicos: pesticidas, plastificantes, bisfenoles e ignífugos. Mientras esperamos a que científicos y reguladores se pongan al día, podemos adoptar medidas para reducir nuestra exposición. A continuación, propongo algunas intervenciones que todos podemos implementar. Aunque debo advertirte: los laboratorios han probado algunas intervenciones parecidas y no siempre han obtenido buenos resultados. El universo de las sustancias químicas y el desarrollo humano es muy complejo y no del todo conocido.
PESTICIDAS
Desarrollados en la Segunda Guerra Mundial como agentes del gas nervioso, los organofosfatos [u organofosforados] se han convertido en el ingrediente activo de muchos pesticidas. Estas sustancias interfieren con el funcionamiento cerebral bloqueando la degradación de acetilcolina, un neurotransmisor que permite la comunicación entre neuronas. Con el tiempo, se descubrió que los organofosfatos eran eficaces matando insectos mediante el mismo mecanismo, pero en concentraciones mucho más bajas. Los reglamentos estadounidenses han reducido la exposición a los organofosforados respecto de los primeros días de la introducción de los pesticidas. En 1996, la Ley de Protección a la Calidad de los Alimentos estableció medidas de seguridad para proteger a los niños de los pesticidas presentes en la comida y, así, las concentraciones de los subproductos de degradación de los organofosfatos son más bajos en la orina de niños y mujeres estadounidenses que en la de sus homólogos europeos.
Se ha documentado que el consumo de alimentos orgánicos reduce los niveles urinarios de los subproductos de degradación de los organofosforados. También se sabe que ciertos vegetales y frutas —como fresas, uvas y cerezas— elevan las concentraciones de pesticidas en el organismo, pues el lavado meticuloso solo elimina parte de los residuos de estas sustancias. Las papas y las nectarinas también presentan este problema, por lo que es aconsejable pelarlas. En cambio, los espárragos, la coliflor y algunos otros vegetales tienen pocos residuos de pesticidas.
PLASTIFICANTES
Los fabricantes usan unos químicos llamados ftalatos para producir plásticos blandos. Encontramos ftalatos en las envolturas de alimentos y también en productos para el cuidado personal, ya que acentúan los olores de las cremas y demás cosméticos. Se ha sugerido que los ftalatos contribuyen a la obesidad. Asimismo, algunos ftalatos utilizados en cremas y cosméticos bloquean la acción de la testosterona —la hormona sexual masculina—, mientras que los compuestos que contienen las envolturas de los alimentos pueden actuar imitando al estrógeno. Estudios de laboratorio han hallado que los ftalatos influyen en la expresión de los genes que determinan la producción de hormona estimulante de la tiroides [TSH]. Y como no dejan un rastro específico en el organismo, es difícil saber cuál es su efecto en el cerebro de los niños en desarrollo.
Una estrategia sencilla para reducir tu exposición a los ftalatos es sustituir los alimentos enlatados por productos frescos o envasados en recipientes de vidrio. He aquí otras medidas para reducir el consumo alimentario de ftalatos:
- No reutilices contenedores desechables. Además de las sustancias químicas que alteran el sistema endocrino, reutilizar recipientes de plástico aumenta el riesgo de una contaminación bacteriana.
- Evita los plásticos “número 3”. Los contenedores estampados con el número 3 en la parte inferior conllevan el riesgo de contaminación con ftalatos.
- No uses plásticos en el microondas. Así evitarás que el plástico se funda a escala microscópica y migre a los alimentos. No existe un plástico adecuado para microondas.
- No pongas plásticos en el lavavajillas. Lava los recipientes a mano, con jabón suave y agua. Los detergentes fuertes rallan el plástico e incrementan su migración hacia líquidos y alimentos.
- Elimina los recipientes rallados. Cuando el plástico se ralla, aumenta la probabilidad de que los ftalatos se filtren a los alimentos.
BISFENOL A
También conocido como BPA, se ha prohibido el uso de este compuesto en biberones y vasitos de bebé, pero sigue usándose para recubrir el interior de las latas de alimentos y bebidas. El BPA es un estrógeno sintético; de hecho, llegó a considerarse un agente farmacéutico para prevenir el aborto espontáneo. El BPA puede alterar la función de la tiroides e inhibir la acción de la hormona tiroidea durante el desarrollo de la corteza cerebral: la capa más externa del cerebro, donde se procesan muchas funciones exclusivas de los humanos. Hoy puedes encontrar botellas para agua y otros recipientes plásticos con la etiqueta “sin BPA”. El problema es que los plásticos que lo sustituyen (BPP, BPF, BPS, BPZ y BPAP, por citar algunos) son igual de peligrosos. Es preferible evitar por completo los contenedores de plástico rígido hechos con policarbonatos.
Si dejas de consumir productos enlatados —como refrescos o verduras—, tu concentración urinaria de BPA podría disminuir 90 por ciento o más. Una opción más segura que las latas con BPA son los alimentos envasados en Tetra Pak.
IGNÍFUGOS O RETARDANTES DE LLAMA
La ciencia de los ignífugos es muy alarmante, pero espera. No tires todos los muebles de tu casa. La buena noticia es que bastan unas medidas muy simples para reducir de inmediato tu exposición a esos compuestos:
- Reemplaza los muebles viejos que tengan expuesto el relleno de espuma o cúbrelos con una funda.
- Compra fibras naturales como la lana. Son menos inflamables.
- Abre las ventanas. Eliminarás residuos tóxicos haciendo que el aire circule todos los días durante algunos minutos.
- Usa tu aspiradora con regularidad, y asegúrate de que tenga un filtro de aire de alta eficiencia (HEPA). Para evitar que se acumule el polvo contaminado, usa un trapeador húmedo para limpiar los electrodomésticos, las alfombras y los muebles que estén dentro y fuera de la casa.
- ¡No tocar! Evita que los niños manipulen artículos ignífugos o que se los lleven a la boca.
- Añade yodo a tu dieta. En 2007, la Organización Mundial de la Salud reveló que 2,000 millones de personas tenían una ingesta inadecuada de yodo; y el yodo es indispensable para la función tiroidea. Las algas son una fuente de yodo estupenda. También son recomendables los mariscos, los lácteos, los arándanos y las fresas.
—
El Dr. Leonardo Trasande es profesor de pediatría, medicina ambiental y salud poblacional en la Universidad de Nueva York. Este artículo fue adaptado de su libro Sicker, Fater, Poorer: The Urgent Threat of Hormone-Disrupting Chemicals to Our Health and Future… and What We Can Do About It. © 2019. Reproducido con autorización de Houghton Mifflin Harcourt. Todos los derechos reservados.
—
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek