Uno de los temas más relevantes del pensamiento politológico actual es la reflexión sobre el significado de una política democrática y progresista para nuestras sociedades. La pregunta sobre cuáles deben ser sus características y alcances es objeto de un amplio debate. Respecto a la situación que actualmente la izquierda vive en nuestro país, se plantean tres aspectos: la definición del programa de transformaciones democráticas necesarias, las modalidades para fortalecer la dimensión civil del cambio y el contenido que deben asumir las nuevas políticas públicas para identificarse como de vanguardia, laicas y reformistas. Estas preocupaciones derivan del tránsito hacia nuevos paradigmas en el contexto de una situación anómala donde todo ha cambiado de significado. Las fuerzas políticas que se presentaban como símbolo de la transformación hoy aparecen cada vez más ancladas al inmovilismo y sus privilegios, al orden y al status quo, en pocas palabras, a proyectos opuestos a la modernidad.
Esta anomalía deriva de la alteración del principio del orden político tradicional representado por la antítesis de los sujetos autónomos denominados derecha e izquierda. Durante largo tiempo se consideró que en México existía una geometría política que partiendo del centro estaba formada por una izquierda y una derecha que dependiendo de la coyuntura histórica, expresaban su mayor o menor influencia en la adopción de las decisiones políticamente relevantes para el país. Sin embargo, actualmente el espacio político se encuentra dominado por una postura hegemónica, respecto de la cual aún no existe consenso sobre sus significados. El nuevo bloque dominante se autodefine de izquierda, pero contradictoriamente, en muchos aspectos también se presenta como una fuerza conservadora. Proyecta una concepción de la política pragmática, clientelar y plebiscitaria.
El nuevo grupo en el poder pretende reconstruir el sistema institucional. Busca adecuarlo al proceso de transformaciones sobre el que se afianzará la acción del Estado. Está consciente de la necesidad de atenuar el impacto que producirá la transformación de los paradigmas económicos, sociales y políticos que caracterizaron a la función de gobierno durante los últimos decenios. Propone administrar la disolución del pacto que sostuvo el viejo edificio político posrevolucionario, adecuando las reglas y garantías para la construcción de una nueva estabilidad sobre la cual cimentar un sistema político renovado.
El próximo gobierno que se asume de izquierda, propone desmantelar la visión que desde la sociedad civil se venía construyendo sobre un México moderno con estrategias de inclusión y radicalmente democrático. Conforme se afianza en el poder muestra rasgos de un preocupante rostro tradicionalista que da la espalda a las exigencias ciudadanas que acompañan al moderno orden político. Sus propuestas para militarizar la seguridad pública, la creación de comisarios políticos en todas las entidades del país, la cancelación de importantes proyectos de infraestructura, la adopción de la consulta popular sin criterios de certeza, legalidad y objetividad, así como la construcción de una organización partidaria donde conviven contradictoriamente distintos espectros del mapa ideológico y político, son muestra de la desorientación política y programática del bloque dominante que se ha configurado.
En distintas partes del mundo la izquierda busca recomponerse sin abandonar las categorías clásicas de igualdad, libertad, justicia, tolerancia y solidaridad. En el caso mexicano el dilema sobre la orientación política e ideológica que imponga el nuevo gobierno representa una incógnita por despejar.
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