Durante más de 70 años, Estados Unidos ha pasado por alto los abusos contra los derechos humanos en Arabia Saudita, pero ningún presidente estadounidense ha tratado de quedar bien con este imperio petrolero tanto como Donald Trump.
No es frecuente que Ottawa provoque una disputa internacional. El problema: la detención en Arabia Saudita de varias prominentes activistas a favor de los derechos de las mujeres. El Ministerio de Relaciones Exteriores de Canadá publicó un tuit solicitando su liberación inmediata, pero Riad no lo tomó muy bien.
Tras acusar a Canadá de “interferir descaradamente en los asuntos internos del reino”, Arabia Saudita retiró a su embajador de Ottawa y expulsó a su homólogo canadiense, dándole tan solo un día para salir de Riad, la capital saudí. El comercio con Canadá se congeló, a los directores de los fondos soberanos saudíes se les indicó que vendieran sus valores canadienses, y los enlaces aéreos entre ambos países quedaron interrumpidos. El reino también suspendió los pagos para alrededor de 10,000 estudiantes saudíes matriculados en universidades canadienses, y 5,000 pacientes que recibían tratamiento.
Esta feroz reacción tenía el sello distintivo del príncipe heredero Mohammed bin Salman, de 32 años de edad, conocido como MBS, el desenfadado nuevo poder detrás del trono saudí. Aunque el comercio entre Canadá y el reino es muy pequeño, los expertos afirman que el mensaje del príncipe fue claro y estuvo dirigido a un público mucho más amplio. “Si alguien critica a Arabia Saudita tendrá que pagar el precio”, declaró a Newsweek Bruce Riedel, exanalista de la CIA sobre Oriente Medio.
El gobierno de Trump entendió el mensaje, y Canadá, uno de los aliados y amigos más cercanos de Estados Unidos, se encontró de pronto totalmente solo. El Departamento de Estado declinó involucrarse en la disputa, y aconsejó a ambas partes que la resolvieran entre ellas. “No podemos hacerlo en su lugar”, señaló la vocera Heather Nauert en una conferencia de prensa. Este episodio mostró el estilo despiadado que el príncipe heredero Mohammad ha incorporado en el gobierno saudí. Lejos están los días en los que Arabia Saudita realizaba su política exterior en gran medida tras bambalinas, evitando la confrontación militar directa con sus enemigos y proyectando discretamente su poder al financiar a políticos, representantes y medios de comunicación árabes y musulmanes que les eran favorables. Actualmente, MBS utiliza la enorme riqueza del reino para castigar a sus críticos y a sus enemigos, tanto en su implacable diplomacia como en el campo de batalla en Yemen, donde combate a agentes iraníes. Los críticos señalan que el episodio también puso de manifiesto la disposición del presidente estadounidense Donald Trump de abdicar al liderazgo de Estados Unidos en la defensa de los derechos humanos, aunque en lo que respecta a Arabia Saudita, esa es una postura a la que Estados Unidos renunció hace tiempo.
En un mundo en el que los países brutales y autocráticos han sido llamados a cuentas en los tribunales internacionales o en comisiones de verdad y reconciliación, Arabia Saudita siempre ha sido la excepción. Incluso desde el descubrimiento de sus enormes reservas petroleras en 1938, el poder característico del reino para estabilizar o sabotear la economía mundial ha obligado a Estados Unidos, a sus aliados occidentales e incluso a Naciones Unidas, a andar con cuidado, no solo en relación con los abusos a los derechos humanos cometidos por los saudíes en su propio país, sino también con su apoyo a grupos militantes islamistas como el Talibán y el Frente Nusra, la franquicia siria de Al-Qaeda. Y los valiosos beneficios estratégicos que Arabia Saudita ofrece a Estados Unidos, entre ellos, su cooperación de inteligencia antiterrorista, el derecho que otorga a los aviones militares estadounidenses de transitar por su espacio aéreo en esa importante región del mundo, el lucrativo mercado que proporciona al equipo militar estadounidense y la función de contrapeso ante Irán, han protegido al reino contra las sanciones estadounidenses. Al considerar todos estos hechos, los diplomáticos señalan que la negativa del gobierno estadounidense de apoyar a Canadá contra Arabia Saudita es perfectamente razonable.
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“Los derechos humanos y los valores nunca han sido la base de esta relación”, afirma Chas Freeman, exembajador de Estados Unidos ante Arabia Saudita. “Desde el inicio, siempre ha estado impulsada por intereses nacionales, los suyos y los nuestros”.
‘NO ESTAMOS AQUÍ PARA DAR LECCIONES’
Esos intereses se establecieron el día de San Valentín de 1945 cuando el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt se reunió con el padre fundador de Arabia Saudita, el Rey Abdulaziz ibn Saud, a bordo de un barco de la Marina estadounidense, anclado en el Canal de Suez. En un acuerdo histórico en el que se establecieron las bases de la relación entre ambos países, el rey acordó garantizar a Estados Unidos un acceso preferente a los suministros petroleros saudíes con un precio razonable. A cambio, Roosevelt prometió que Estados Unidos protegería al ejército de Arabia Saudita contra sus enemigos externos.
Desde entonces, ese acuerdo ha sobrevivido a la prueba de las seis guerras entre Israel y Arabia Saudita, en las que Washington y Riad se alinearon en bandos opuestos, así como al embargo petrolero impuesto por el reino en 1973. El acuerdo de “petróleo a cambio de seguridad” también sobrevivió a los ataques del 11 de septiembre, en los que la mayoría de los secuestradores eran ciudadanos saudíes, y a la invasión de Irak realizada en 2003 por Estados Unidos, un conflicto que los saudíes previeron de manera profética como un error estratégico que no haría más que fortalecer a Irán y agudizar su propia rivalidad con Teherán. La relación tuvo que soportar otra prueba crucial cuando el presidente estadounidense George H.W. Bush cumplió la promesa de Roosevelt y protegió al reino contra las fuerzas iraquíes en la guerra del Golfo Pérsico de 1991.
Sin embargo, la reunión de 1945 también supuso el inicio de la deferencia estadounidense hacia la monarquía absoluta de Arabia Saudita y sus prácticas sociales y religiosas, algunas de las cuales, como la decapitación pública de los criminales, violaban las normas occidentales y democráticas. Desde entonces, afirman los historiadores, todos los gobiernos de Estados Unidos se han abstenido de comentar en público acerca del desempeño de derechos humanos del reino, y han preferido, cuando ha sido necesario, abordar el tema a puertas cerradas.
Solo en dos ocasiones, en su relación de 73 años, los presidentes estadounidenses han persuadido a los monarcas saudíes de mejorar ese desempeño, afirma Riedel, que actualmente es un experto en Oriente Medio del Instituto Brookings y autor del libro Kings and Presidents: Saudi Arabia and the United States Since FDR (Reyes y presidentes: Arabia Saudita y Estados Unidos desde Roosevelt). La primera de ellas ocurrió en 1962, cuando el presidente John F. Kennedy persuadió al príncipe heredero Faisal de dar fin a la práctica de la esclavitud. La segunda ocurrió en 2015, cuando el presidente Barack Obama convenció al Rey Salman de posponer una segunda flagelación en público del disidente preso Raif Badawi. Badawi, sentenciado a 10 años de prisión y a recibir 1,000 azotes por lo que el tribunal denominó “insultos al islam” publicados en su blog, ya había recibido los primeros 50 azotes.
Jimmy Carter fue el primer presidente estadounidense en convertir los derechos humanos en una prioridad de su política exterior. En 1977, el Departamento de Estado comenzó a emitir informes anuales por país. Sin embargo, ni Carter ni ningún otro presidente desde entonces ha hablado de los hallazgos publicados en los informes sobre Arabia Saudita con el rey en turno, afirma Riedel. En la edición más reciente se señalan arrestos arbitrarios y la detención de abogados, activistas de derechos humanos y disidentes políticos, afirmaciones verosímiles de tortura, ejecuciones sin un debido proceso, restricciones a la libertad de expresión, de reunión pacífica y de religión, y la criminalización de la homosexualidad. De acuerdo con la Sharia, que es la estricta ley islámica del reino, los criminales condenados a muerte son decapitados en público y, en algunos casos, su torso es crucificado y colgado como advertencia al público.
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Trump ha cumplido plenamente con la práctica estadounidense de no comentar en público sobre las prácticas de derechos humanos de Arabia Saudita. Al llegar a Riad, en mayo de 2017, en lo que fue su primer viaje presidencial al extranjero, se convirtió en el primer líder estadounidense en declarar públicamente que los derechos humanos estaban fuera de su agenda diplomática. “No estamos aquí para dar lecciones”, dijo Trump a sus anfitriones saudíes. “No estamos aquí para decirle a las personas como vivir, qué hacer, quiénes ser o cómo rendir culto”.
“Todos los presidentes estadounidenses desde Roosevelt han puesto al petróleo y a los asuntos estratégicos por encima de los derechos humanos al tratar con los reyes saudíes por temor a una disrupción en la relación bilateral”, dice Riedel. “Pero Trump ha llevado esta renuncia a la rendición de cuentas a un nuevo nivel de negligencia”.
La Casa de Saúd y la Casa de Trump han establecido estrechas relaciones en los últimos tres años. Estas comenzaron con la amistad personal entre MBS y Jared Kushner, el yerno de Trump. Dichas relaciones crecieron durante la campaña presidencial de Trump y se expandieron desde la elección de 2016, con base en un rechazo mutuo del acuerdo nuclear de Obama con Irán y con su visión de Oriente Medio, donde se alentaba a Arabia Saudita a “compartir” la región con Irán, su rival principal.
MBS ha dicho que no tiene ninguna intención de dar cabida a las ambiciones de Irán. Dos meses después de ser nombrado ministro de Defensa en enero de 2015, encabezó una coalición militar árabe contra los rebeldes de Yemen, apoyados por Irán, una campaña que Obama respaldó a regañadientes con asistencia logística de Estados Unidos. Trump ha mantenido la función tras bambalinas de Washington en el conflicto, que actualmente está ya en su cuarto año.
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En general, Occidente ha elogiado las primeras acciones del príncipe heredero, descritas por algunas personas como revolucionarios: desprender a Arabia Saudita de su dependencia del petróleo, diversificar su economía abriendo al reino a la inversión extranjera e instituir reformas sociales. Ha reducido marcadamente los poderes del orden establecido islámico del reino y de su temida policía religiosa mutawa’een, que acarreaba a las personas a orar usando látigos y encarcelaba a las mujeres por mostrarse en público con la cabeza descubierta. A principios de este verano, eliminó la prohibición de conducir para las mujeres.
Sin embargo, el apoyo de Trump ha ido más lejos que el de cualquier otro líder occidental; a diferencia de los críticos de MBS, no ha condenado las despiadadas campaña del príncipe heredero contra sus rivales en su país y en el extranjero. Además de su empantanada campaña militar en Yemen, MBS organizó un boicot árabe contra el vecino Qatar como castigo por sus supuestas relaciones con Teherán y con grupos terroristas. También obligó brevemente al primer ministro suní del Líbano a renunciar el año pasado como protesta contra Hezbollah, la milicia y partido político chita respaldado por Irán que mantiene el equilibrio de poder en el parlamento libanés.
Asimismo, Trump se ha mantenido en silencio con respecto al esfuerzo extrajudicial contra la corrupción, en el que MBS encerró de manera sumaria a cientos de empresarios saudíes adinerados, entre ellos, a una docena de príncipes de alto perfil, en el hotel Ritz-Carlton de Riad, presuntamente hasta que entregaron 100,000 millones de dólares de sus bienes. Según fuentes de inteligencia, algunas de esas personas fueron torturadas para obtener su consentimiento. Y desde septiembre pasado, ha encarcelado a alrededor de 2,000 prisioneros políticos en lo que los analistas califican como un esfuerzo de mantener bajo control a toda la oposición.
LAZOS DE UNIÓN SE DEBILITAN
A pesar de la amistosa relación entre las familias Trump y al-Saúd, la relación más amplia entre Estados Unidos y Arabia Saudita comienza a corroerse, señalan los expertos. Ellos atribuyen este resultado al desmarcamiento de Estados Unidos de todo Oriente Medio, que comenzó en el régimen de Obama, y a las acciones del príncipe heredero para forjar una función más asertiva para Arabia Saudita en la región.
“Durante los últimos 10 años, ha existido un debate en este país, según el cual Estados Unidos no desea involucrarse más [en Oriente Medio], y que aún existe una resaca provocada por las campañas en Irak y Afganistán”, dijo Yousef al-Otaiba, el embajador de los Emiratos Árabes Unidos ante Estados Unidos, en el Foro Aspen de Seguridad realizado en julio pasado en Colorado. “Un funcionario [estadounidense] de muy alto rango me miró una vez y dijo que en Estados Unidos no hay partidarios suficientes para que hiciéramos más en Oriente Medio. Cuando escuchamos eso, entendimos que necesitábamos hacer las cosas por nosotros mismos”.
Sin embargo, algunas de esas cosas perjudican los intereses de Estados Unidos en la región. Los ataques aéreos saudíes, que comúnmente matan a civiles y niños en Yemen, han provocado condenas en todo el mundo, que incluyen ahora las de críticos que acusan a Estados Unidos de complicidad, debido a las armas y al suministro de combustible en pleno vuelo que Estados Unidos proporciona a la coalición encabezada por Arabia Saudita. Mientras tanto, el bloqueo saudí contra Qatar, que aloja a la base aérea estadounidense más grande en el Medio Oriente, ha dañado la unidad del Consejo de Cooperación del Golfo, una alianza de seis estados árabes del Golfo que, de acuerdo con el exembajador Freeman, proporcionaba un valioso apoyo a la política estadounidense en la región.
Incluso la relación energética se debilita. Desde hace tiempo, los saudíes acordaron aumentar la producción de petróleo a petición de Estados Unidos si los precios de la gasolina en Occidente aumentaban demasiado. En junio pasado, mientras Trump consideraba la posibilidad de imponer sanciones que retirarían del mercado gran parte del petróleo iraní, MBS accedió al llamado del presidente y aumentó la producción en 500,000 barriles extra por día. Sin embargo, no ha aumentado la producción aún más desde aquella ocasión, lo cual es un golpe para Trump, que depende de más petróleo saudí para evitar un aumento en los precios de la gasolina.
También está la crisis del antiguo acuerdo según el cual Washington podía depender del apoyo financiero saudí a las iniciativas de política exterior de Estados Unidos. Por ejemplo, en la década de 1980, los saudíes financiaron un programa de la CIA para dotar de armas a los combatientes mujahedines que se oponían a la ocupación soviética de Afganistán. En algunos casos, los saudíes incluso financiaron operaciones que no tenían nada que ver con Oriente Medio, con el Islam, o con otros intereses saudíes: en 1986, ellos pagaron las armas que la CIA suministró ilegalmente a los Contras nicaragüenses en el caso Irán-Contras.
En el régimen de MBS, los saudíes se han vuelto menos generosos. A principios de este año, Trump pidió a Arabia Saudita soldados y 4,000 millones de dólares para ayudar a financiar los esfuerzos de reconstrucción en el norte de Siria. Riad ha acordado aportar únicamente 100 millones de dólares y ningún soldado, dijo recientemente el Departamento de Estado. Los funcionarios saudíes afirman que esta respuesta refleja su prioridad de financiar y dotar de personal a la guerra en Yemen, pero esa promesa podría esconder una verdad aún más profunda. “Los saudíes ya no nos ven como un protector confiable”, dice Freeman. “El tejido de la relación se ha fragmentado”.
Esa mentalidad ha penetrado incluso en las relaciones comerciales. Durante décadas, Arabia Saudita había sido un mercado confiable para el equipo militar estadounidense, al adquirir armas con un valor de más de 100,000 millones de dólares únicamente durante el gobierno de Obama. Trump ha dicho que quiere que el príncipe heredero adquiera armas estadounidenses por un valor de 110,000 millones de dólares como parte de su frente común contra Irán.
Sin embargo, al desconfiar de Obama debido a su acuerdo nuclear con Irán y al mostrar cautela ante el carácter impredecible de Trump, Arabia Saudita prefiere diversificar sus adquisiciones de armas, eligiendo, en los últimos cuatro años, a proveedores del Reino Unido, Rusia, China, Finlandia y Turquía, entre muchos otros países. Un diplomático árabe, que habló con Newsweek con la condición de mantenerse en el anonimato, señala que MBS se había mostrado “divertido” cuando Trump afirmó públicamente el año pasado en Riad que Arabia Saudita había acordado la compra de 110,000 millones de dólares en armas. En realidad, no se había firmado ningún contrato.
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En una sesión fotográfica en la Oficina Oval durante la visita del príncipe heredero a Estados Unidos en marzo pasado, el diplomático afirma que MBS se “enfadó” cuando Trump aumentó la presión al mostrarle inesperadamente fotografías de gran tamaño de las aeronaves, armas y misiles que trataba de venderle.
“Arabia Saudita es una nación muy rica”, dijo Trump a la prensa mientras MBS, visiblemente incómodo, miraba. “Y esperamos que le den a Estados Unidos una parte de esa riqueza en forma de empleos… [y] de la compra del mejor equipo militar del mundo”.
De hecho, aun cuando MBS quisiera comprar armas estadounidenses, sus opciones podrían estar reduciéndose. Incidentes como el ataque aéreo saudí realizado el 9 de agosto contra un autobús escolar en Yemen, en el que murieron 40 niños, alimentan una creciente oposición a la participación estadounidense en la guerra. Legisladores han bloqueado una venta por 2,000 millones de dólares en municiones de precisión a Arabia Saudita, y una nueva ley exige poner fin al abastecimiento de combustible en pleno vuelo a menos que el Pentágono pueda demostrar que la coalición encabezada por los saudíes está emprendiendo acciones para limitar la muerte de civiles y poner fin al conflicto en Yemen.
Además, Arabia Saudita tiene cada vez menos capacidad de promover las políticas estadounidenses, en gran medida, debido a los mortíferos legados de las guerras en Irak y Afganistán, y a las continuas operaciones estadounidenses contra el terrorismo en 76 países. “Hubo un tiempo en el que Arabia Saudita, con la legitimidad que le da, a los ojos de 1600 millones de musulmanes, ser el país guardián de La Meca y Medina, podía actuar como el abogado de Estados Unidos en el mundo musulmán”, dice Freeman. Actualmente, “estamos totalmente distanciados del Islam”.
En las últimas dos décadas, Arabia Saudita también ha visto cómo se evapora la credibilidad de Estados Unidos en el mundo árabe mientras ese país se inclina cada vez más hacia Israel en el conflicto entre este y Palestina. En una reunión realizada en Nueva York en marzo pasado, MBS dijo a líderes judíos que apoyaba un plan de paz entre Israel y Palestina, aún sin publicar, elaborado parcialmente por Kushner.
Sin embargo, para entonces, Trump había reconocido a Jerusalén como la capital de Israel y ordenado que la embajada estadounidense se trasladara desde Tel Aviv, generando protestas en todo el mundo árabe, junto con una profunda suspicacia ante cualquier plan de paz que su gobierno pudiera producir. Fuentes bien informadas señalan que el rey Salman, el anciano padre del príncipe, lo convenció de que su apoyo al plan de Kushner era insensato y lo persuadió de rechazarlo.
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Desde luego, algunos componentes importantes de la relación permanecen. En cuanto a la seguridad, los servicios de inteligencia estadounidenses y saudíes siguen cooperando estrechamente en cuestiones de antiterrorismo. Arabia Saudita continúa otorgando el derecho de sobrevolar su territorio a los aviones militares estadounidenses que vuelan entre Europa y el sur de Asia, un valioso beneficio que mejora la posición de Estados Unidos como potencia mundial. Y la familia real impide que los extremistas islámicos prediquen en las ciudades sagradas de La Meca y Medina. Estos componentes son útiles para Arabia Saudita y para Estados Unidos.
Y, desde luego, la renuencia de Estados Unidos a criticar a Arabia Saudita permanece. Lo que es realmente nuevo, e incluso diríamos que no tiene precedentes, es la relación en la cima de dos líderes con fuertes personalidades y visiones cada vez más divergentes para sus respectivos países, y que sin embargo, siguen necesitando lo que el otro siempre ha ofrecido. Ese es el tipo de tensión que provoca conflictos internacionales.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek