Mientras ganaderos y ecologistas disputan por la protección de los lobos de Oregón, el gobierno federal evalúa una propuesta para retirarlos de la lista de especies en peligro. Un lobo legendario podría salvarlos a todos.
John Stephenson se lleva las manos a la boca y lanza un aullido largo y lastimero. “¡Ow ow owwww!”. El eco resuena en el Bosque Nacional Rogue River-Siskiyou. “¡Owwww!”.
El funcionario del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos está haciendo un “estudio de aullido” para localizar al lobo más famoso del mundo, identificado con el nombre diminuto de OR-7. Es mayo, y Stephenson se ha detenido junto a una carretera para transporte de madera, en las entrañas de un bosque de las afueras de Prospect, Oregón, donde aguarda una respuesta que nunca recibe. El biólogo larguirucho también ha colocado cámaras de rastreo sujetas a enormes abetos, las cuales activan los animales al merodear la maleza. Pero mientras revisa unas 1,400 imágenes, solo encuentra osos, linces y ciervos. OR-7 y su manada deben estar buscando comida en algún lugar al otro lado de las montañas.
Si bien esos métodos de rastreo son anticuados, la estrategia más eficaz se extinguió hace tres años, en el collar GPS que OR-7 aún lleva alrededor del cuello. En 2011, el Canis lupus gris saltó a la fama cuando abandonó su manada en el rincón noreste de Oregón y recorrió casi 2,000 kilómetros desde su territorio en busca de pareja: cruzando montañas; pasos elevados interestatales; el terreno volcánico del Bosque Nacional Lassen, en el norte de California. Fue el primer lobo que ingresó en el “Estado Dorado” desde 1924.
El cruce fronterizo de OR-7 cambió las políticas de California y le granjeó miles de seguidores en todo el mundo. Sus 17 cachorros se han dispersado por el sur de Oregón y el norte de California, contribuyendo a impulsar la población lobuna de todas las regiones de Oregón, excepto la costa. Sin querer, ha hecho más por su especie que cualquier otro lobo y por ello, los ganaderos lo han demonizado tanto como lo celebran los ecologistas.
En 1974, los lobos fueron incluidos en el listado federal de especies en peligro. Pero conforme aumentan sus cifras, más sonoras son las quejas de rancheros y políticos que los consideran saqueadores. Alrededor de 5,000 lobos han muerto en todo el territorio estadounidense en las “cosechas” autorizadas por el gobierno desde 2011, año en que el Congreso los privó de la protección federal en varios estados. Y ahora, Ryan Zinke, secretario del Interior de Estados Unidos, está contemplando una propuesta de legisladores conservadores para sacarlos por completo de la lista de especies en peligro. Sin embargo, inspirados por la odisea de OR-7, feroces defensores están dispuestos a darles pelea.
Hacia la década de 1950, la población de lobos se había diezmado al cabo de siglos de caza: la cifra de lobos grises se había desplomado a 500 individuos en todo el país, respecto de un máximo histórico de 2 millones de animales en el siglo XVI. Inspirados, en parte, por el renombrado conservacionista Aldo Leopold -cuyo libro póstumo, “A Sand County Almanac: And Sketches Here and There”, cautivó a los activistas de los años 60 y 70-, los ambientalistas clamaron por la reintroducción de los lobos en el paisaje estadounidense. En 1995, transcurridos 21 años de su inclusión en la lista de especies amenazadas, el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos comenzó a transportar por helicóptero a los primeros 35 lobos grises desde Canadá hasta el Parque Nacional Yellowstone y el centro de Idaho, y los animales se diseminaron lentamente.
En 1999, Carter Niemeyer, biólogo de lobos asentado en Idaho, capturó a la madre de OR-7 y le colocó el collar. Poco después, recibió una llamada de Russ Morgan, quien entonces dirigía al equipo de lobos de Oregón. “Sabes, Carter”, dijo Morgan. “Uno de tus lobos acaba de aparecer en mi estado”. Fue la primera que cruzó desde Idaho en 52 años.
Una vez en Oregón y renombrada OR-2, la loba se desplazó a Eagle Cap Wilderness en busca de pareja. Y lo encontró en 2008: un lobo con collar llamado OR-4, un enorme macho alfa. La pareja fundó la manada Imnaha, y se estableció en las montañas Wallowa cerca de Joseph, Oregón. En 2009, OR-2 parió una camada de cachorros. Uno de ellos fue OR-7.
Hoy, esa cría cuenta 9 años, lo cual significa que OR-7 es dos veces más longevo que la mayoría de los lobos salvajes. Uno de sus hijos (sin nombre, porque no lleva collar) se desplazó a California y formó la manada Lassen. Una hembra, llamada OR-54, viajó alrededor de 1,000 kilómetros a través de, por lo menos, cuatro condados californianos, llegando casi hasta el lago Tahoe.
Sin embargo, OR-7 es una leyenda debido a su recorrido. Es famoso porque no murió de hambre, de un disparo ni arrollado por un auto. Y “siguió avanzando”, dice Niemeyer. “No quedaba duda de que, con el tiempo, los lobos habrían de dispersarse y recuperar lo suyo. Pero aquí tenemos a este lobo gris, migrando desde California e impulsando la recuperación potencial de su especie a pasos agigantados”.
El viaje fue tema de centenares de artículos periodísticos y tres libros. Gracias a OR-7, los funcionarios de California se vieron forzados a desarrollar planes de gestión que habrían de describir la manera de tratar a los lobos durante las siguientes décadas.
Mientras Stephenson revisa las cámaras de rastreo, nos dirigimos al rancho Mill Mar, no lejos de donde se guarece la manada de OR-7. Ted Birdseye es el dueño de Mill Mar, y dice que cree haber escuchado a los lobos hace un par de noches, cerca de su ganado, aullando en una cresta en el límite norte de su propiedad. Mientras conducimos al lugar, Stephenson monitorea un escáner que debería emitir un pitido al encontrarse a unos dos kilómetros del lobo con collar más cercano, pero no emite sonido alguno. El biólogo sigue el rastro de los lobos por varias razones: por supuesto, para saber dónde están, pero también para prevenir a los rancheros, a fin de que puedan proteger su ganado.
“No es cuestión de si” los lobos atacarán a sus vacas, dice Birdseye cuando regresamos, “sino cuándo. Habrá depredación. Son animales hermosos, pero los lobos matan. Hay un lugar para ellos y no creo que deba ser mi patio trasero”.
Hay quienes aborrecen a los lobos, mas Birdseye no es uno de ellos. Contempló una carrera en etología animal, pero terminó dedicándose a la ganadería después de una década como profesor de historia en Ashland. Un conocido suyo criaba lobos para programas de televisión, y Birdseye solía donar ovejas y vacas muertas para alimentar a su manada. Un día, el hombre le ofreció una cachorra de una camada. “La crie hasta los 17 años”, edad que alcanzó solo porque vivía en cautiverio, y murió de causas naturales, informa Birdseye. “Fue una de las experiencias más interesantes que haya tenido jamás”.
Birdseye avistó a OR-7 hace un año, caminando tranquilamente fuera del cercado de su rancho. “Detuve mi tractor y lo vi levantar la cabeza; entonces dio vuelta y se alejó, como diciendo ‘vete al diablo’, casi en cámara lenta”.
Algunos lobos permanecen con sus manadas y se someten a sus alfas durante toda la vida; otros anhelan reproducirse y dirigir clanes propios. A veces, estos pueden desafiar a su alfa para ocupar la posición dominante en la manada o bien, se dispersan en los bosques, en busca de parejas y territorios propios. OR-7 tomó esta decisión en 2011. No obstante, a diferencia de la mayoría de los machos que se dispersa unos 200 kilómetros, este lobo había recorrido 1,200 kilómetros cuando contaba apenas 2 años.
Los biólogos de la vida silvestre opinan que subsistió de “cementerios”, los cadáveres que los rancheros apilan cuando muere el ganado. Bien pudo permanecer en varios lugares, pero siguió su marcha. Igual que la mayoría de los animales, los lobos nacen con un imperativo biológico y sin pareja, OR-7 no podía reproducirse.
Mientras caminaba, OR-7 marcaba su trayecto con orina, y regresaba con cierta frecuencia para averiguar si alguna hembra había dejado su aroma sobre su olor: la versión silvestre de Tinder. O, en palabras de Amaroq Weiss, del Centro para Diversidad Biológica: “Si quieres pasarla bien, marca 1-800-OR-7”.
Con cada día de vida y cada nuevo territorio que cruzaba, su base de admiradores crecía gracias a los titulares internacionales y a las actualizaciones por correo electrónico que enviaban las dependencias encargadas de rastrearlo. Niemeyer recuerda que hasta National Enquirer hizo un reportaje. Incluso alguien diseñó una pegatina para el auto: “OR-7 para presidente”.
Weiss observó su “emocionante” viaje desde California, donde trabaja como Defensora de los Lobos de la Costa Occidental. Recuerda que, en 2001, discutió con la Junta de Supervisores del Condado de Siskiyou, California, cuando los funcionarios celebraron una audiencia pública para aprobar una resolución que, de alguna manera, “prohibiría” que los lobos entraran en el condado. “Pueden aprobar la resolución que quieran”, dijo Weiss a la Junta. “Pero los lobos no van a obedecer. En diez o veinte años, tendremos lobos en California”.
Diez años, un mes y tres semanas después, OR-7 entró trotando en Sky Lakes Wilderness, al sur del lago del Cráter, y continuó hacia el Condado de Siskiyou, California. “Fue tremendo”, afirma Weiss. “En muy pocos casos, este país ha perdido una especie por haberla matado y después, la recuperamos. Tratamos de erradicar a los lobos de la faz de la Tierra, y estuvimos a punto de lograrlo”.
Llegar a California fue un paso monumental, pero parecía que OR-7 tenía muy pocas probabilidades de encontrar pareja. “Dije a muchos de mis colegas que era más factible que terminara atropellado en una carretera”, confiesa Niemeyer.
En mayo de 2014, el lobo demostró que se equivocaba. Una cámara de rastreo captó una imagen de OR-7 en el Bosque Nacional Rogue River-Siskiyou. Segundos después, otro animal activó el obturador. La fotografía mostraba a una hembra negra y esbelta, sin nombre y desconocida. OR-7 había encontrado novia, a casi 1,600 kilómetros del lugar donde iniciara su búsqueda. En Fortuna, California, Weiss se encontraba en otra audiencia. Había gente disfrazada de lobos, cantando a cappella, y todos siguiendo en sus celulares los reportajes noticiosos sobre OR-7. Cuando informaron sobre el hallazgo de su pareja, “la sala prorrumpió en vítores”, recuerda Weiss. “Fue increíble. ¡Lo había logrado!”.
Más tarde, ese mismo año, la pareja tuvo una camada de tres cachorros; y el año siguiente, procrearon dos más. Como ya eran más de cuatro lobos y viajaban juntos durante el invierno, los funcionarios del Departamento de Pesca y Vida Salvaje de Oregón les confirieron la condición de manada. Su nombre -Rogue Pack (manada Rebelde)- era muy adecuado, debido a su líder; aunque, en realidad, se derivaba del hogar original de OR-7, el Bosque Nacional Rogue River-Siskiyou.
La batería del collar de OR-7 se agotó en 2015; pero, para entonces, había recorrido más de 2,000 kilómetros (según cálculos, ha viajado más de 8,000 kilómetros hasta el día de hoy). Las implicaciones de semejante viaje son tema de un debate cada vez más caldeado. En 2011, respondiendo a las quejas de republicanos y rancheros, el Congreso de Estados Unidos despojó a los lobos de las protecciones federales en Idaho, Montana, el oriente de Washington y Oregón, así como en una pequeña región de Utah. En adelante, dichos estados tenían permitido cazar a los animales. En 2012, el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos (que también tiene la autoridad para rescindir protecciones) retiró a los lobos del listado en la región occidental de los Grandes Lagos y Wyoming; y un año después, rescindió las protecciones para los lobos en los 48 estados del territorio continental, a excepción de un puñado de lobos grises mexicanos en Arizona y Nuevo México (la propuesta del secretario Zinke llevaría más lejos esta drástica medida).
“Todavía quedan 42 a 45 estados donde los lobos gozan de protecciones federales”, señala Weiss, “pero hay poblaciones lobunas conocidas solo en seis de ellos, y poblaciones minúsculas en apenas tres. California solo tiene una manada conocida”. Si eliminan las protecciones, prosigue, asegurarán que los lobos “nunca puedan afianzarse o establecer poblaciones en lugares donde ya no existen. Y así, la mayoría de los estados tendría autorización para disparar con solo avistarlos, y sin penalización”.
En 2009, había 13 lobos en Oregón. Para 2015, la población había crecido a 110 en una docena de manadas dispersas por el estado, un incremento de 36 por ciento respecto de 2014, con avanzadas en todas las regiones, menos la costa. En noviembre de ese año, funcionarios de Oregón retiraron a los lobos grises de listado estatal de especies en peligro, justo cuando empezaban a prosperar.
Se calcula que hoy quedan 124 lobos en Oregón, una cifra que -como señalan los ecologistas- dista mucho de los niveles históricos y difícilmente es lo bastante saludable para considerar que la especie no corre peligro de extinguirse. “Solo están recuperando parte del territorio que solían ocupar”, revela Niemeyer. Y están enriqueciendo esos territorios otra vez.
Quizá los superdepredadores aterroricen a los ganaderos, pero es indiscutible que contribuyen al ecosistema. Para tener idea de los beneficios que proporcionan los lobos, tomemos el ejemplo del cadáver de un alce abatido por los lobos, el cual proporciona alimento a osos pardos, osos negros, coyotes, águilas, cuervos, urracas y cientos de especies de escarabajos.
Los lobos suelen atacar alces y ciervos, cuyas poblaciones han explotado en muchas partes del territorio estadounidense, diezmando los árboles y las plantas con que prefieren alimentarse. Sin embargo, en las áreas donde los lobos han empezado a mermar sus cifras, se han recuperado algunos de esos árboles -incluidos el álamo norteamericano y el sauce-, que ahora brindan sitios de anidación y percha a las aves canoras, mientras que sus fuertes raíces previenen la erosión del suelo y proporcionan materiales a los castores, los cuales construyen presas que refrescan los ríos y crean un hábitat para los peces.
Comparemos eso con los lugares donde lobos y pumas fueron erradicados hace mucho tiempo. En los estados del oriente de Estados Unidos, las grandes poblaciones de ciervos se han traducido en más colisiones con los animales: cada año, casi 150 estadounidenses mueren en esos accidentes. Los ecologistas opinan que la reintroducción de los lobos contribuiría a controlar las manadas de ciervos y reduciría la cantidad de accidentes.
Muchos rancheros conocidos de Birdseye minimizan esos beneficios. También están convencidos de que el gobierno miente sobre la cantidad lobos que hay en Oregón. Desde hace varios años, los enemigos de los lobos han promovido una conspiración en el estado: afirman que los funcionarios gubernamentales emprenden misiones furtivas con helicópteros para liberar depredadores en regiones cada vez más occidentales, con la intención de expandir su territorio protegido.
Pero, si algo hizo OR-7, fue demostrar que los lobos grises pueden recorrer grandes distancias por su cuenta. Y California tomó nota. Dos años después de cruzar la frontera, la Comisión de Pesca y Caza de California votó 3-1 para proteger a los lobos bajo la versión estatal de la Ley de Especies en Peligro de Extinción. Aunque la Oficina Agrícola de California y la Asociación de Ganaderos presentaron una demanda contra la decisión, el gobierno no tuvo alternativa: OR-7 lo obligó a proceder de esa manera.
Los biólogos calculan que, algún día, el “Estado Dorado” podría albergar hasta 500 lobos, cinco veces la cifra actual. “OR-7 despertó a California. De acuerdo, tendremos lobos”, dice Stephenson, quien se cuida de no manifestar admiración por el animal o a alguna de sus crías porque, pese a sus sentimientos personales por OR-7, el gobierno debe mantenerse neutral.
En otros estados, la presencia de los lobos no condujo a su protección. En el oriente de Dakota del Sur están clasificados como “alimañas” y cualquiera puede matarlos con solo avistarlos. En 2011, después que el Congreso despojara a los animales de la protección federal, Butch Otter, el gobernador de Idaho -un estado de particular importancia para los lobos, por ser la entrada al oeste- se jactó de que sería el primero en matar a un lobo. Hoy día, ese estado permite cazar lobos durante todo el año, y Otter ha prometido reducir la población de la cifra actual, calculada en 770, a solo 150 animales.
Así mismo, Idaho desembolsa cientos de miles de dólares anuales en fondos gubernamentales para rastrear y matar lobos, y suscribe la creación de clubes privados donde los cazarrecompensas organizan “derbis de depredadores”. Funcionarios de Pesca y Caza han utilizado helicópteros desde donde francotiradores matan a los animales, e incluso envían tramperos a zonas designadas de los bosques para exterminar manadas.
¿La intención aparente? Incrementar la población de alces, pese a que esas cifras son equivalentes o superiores a los objetivos del gobierno de Idaho; y a que los científicos concuerdan en que, en las regiones donde se encuentran en dificultades, su enemigo es el hábitat, no los lobos.
Es verdad que los lobos matan ganado, pero al extremo que afirman los rancheros. El Departamento de Agricultura de Estados Unidos publicó un informe donde demuestra que 95 por ciento de las pérdidas anuales de reses y 72 por ciento de las muertes de ovejas no son consecuencia de la depredación. El ganado muere a resultas de problemas respiratorios, enfermedades diversas, deshidratación, hambruna, complicaciones de parto o ingestión de hierbas venenosas. Las víctimas de la depredación suelen ser presas de coyotes, perros domésticos, pumas o linces. Pero las contadas veces en que los lobos matan al ganado, lo pagan con la vida.
En marzo de 2016, funcionarios de la vida silvestre de Oregón abatieron a cuatro lobos en el Condado de Wallowa cuando los integrantes de la manada Imnaha atacaron al ganado en cinco ocasiones, en menos de un mes. Según Weiss, lo hicieron porque el padre de OR-7 (OR-4) ya era demasiado viejo para cazar presas salvajes, su pareja estaba baldada de una pata, y sus dos crías eran demasiado jóvenes para cazar.
En octubre de ese año, mataron dos terneros y uno más resultó lesionado en el oeste del Condado de Klamath; al día siguiente, los rancheros avistaron tres lobos alimentándose con los cadáveres, probablemente miembros de la manada Rogue.
Los ecologistas citan datos que demuestran que los ataques al ganado tienden a aumentar cuando mueren los depredadores dominantes de una manada, pues el grupo se desestabiliza y los miembros se dispersan por un territorio más amplio en busca de alimento. En 2017, la cifra de ataques lobunos contra el ganado cayó a un total de 17, respecto de 24 durante el año anterior.
Cuanto menor es la cantidad de ganado que muere, mejores son las condiciones para los lobos. El programa de lobos de Oregón divide al estado por la mitad, cada parte con distintos objetivos de recuperación. Conforme aumenta la población de lobos, las protecciones se relajan más y aumentan las probabilidades de que mueran los lobos. Con todo, los enemigos de los lobos, en todo el país, han desarrollado un lema que desafía las restricciones gubernamentales para matarlos: “Dispara, cava y cállate”.
Entre tanto, OR-7 se limita a hacer lo que hacen los lobos, para indignación de los rancheros y enorme satisfacción de los conservacionistas: come, duerme y cría una familia.
“Sigo acampando en el área donde se encuentra, con la esperanza de verlo o encontrar algún rastro suyo”, informa Beckie Elgin, autora del libro infantil de 2016, “Journey: The Amazing Story of OR-7, the Oregon Wolf That Made History”. “Hizo que la gente se diera cuanta de lo importantes que son estos animales para el paisaje, y del privilegio de habitar un área lo bastante silvestre para que pueda vivir Canis lupus. Cuando tienes un superdepredador, tienes un ecosistema muy saludable”.
En junio, Steve Niemela, biólogo de la vida silvestre de Oregón, vio que un animal se alejaba corriendo por un camino del Condado de Jackson, donde él y un colega habían instalado trampas con la intención de capturar un lobo para colocarle un collar. Aunque deseaba toparse con OR-7, le pareció que era un perro grande. “Es imposible”, recuerda haberle dicho a su colega. “Pero, por supuesto, era él”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation whit Newsweek