Cuando el presidente estadounidense Donald Trump declaró en mayo que se retiraría del acuerdo nuclear con Irán, juró reimponer algunas de “las más severas sanciones que hemos impuesto a un país”. Entre los principales objetivos: los prósperos campos petroleros de Irán, un motor económico que alimenta a Europa y Asia con 4 millones de barriles de crudo al día. Pero mientras Teherán y otros líderes mundiales mostraban su descontento, un país celebraba: Rusia.
¿La razón? Oferta y demanda. Es probable que las nuevas sanciones eliminen 1 millón de barriles de petróleo iraní al día de los mercados mundiales una vez que las restricciones entren en vigor el próximo otoño, y pocos países están en una mejor posición que el Kremlin para cosechar los beneficios del resultante aumento de los precios. Rusia es el mayor exportador de energéticos del mundo, pero durante los últimos cuatro años, la caída en los precios del petróleo han dañado gravemente a la economía de ese país, produciendo déficits presupuestarios y planes de austeridad. Las acciones de Trump podrían revertir esto.
“Tenemos que agradecerle a Donald Trump por darnos un regalo inesperado”, dice el analista petrolero radicado en Moscú Alexey Gavrilov. “La derrota de Irán… será el triunfo de Moscú”.
Para el presidente ruso Vladimir Putin, la carrera del petróleo representa una nueva cuerda de salvación política. En marzo, cuando asumió la presidencia por cuarta vez en el dorado Salón San Jorge del Gran Palacio del Kremlin, prometió a la elite política ahí reunida que los rusos “crearemos nuestro propio programa de desarrollo, de manera que ningún obstáculo o circunstancia interfiera para que nosotros, y solo nosotros, determinemos nuestro propio futuro”. Sin embargo, tras bambalinas, Putin echaba mano rápidamente del fondo de reserva del país de 125,000 millones de dólares para hacer frente a una dura tormenta económica.
Desde que Estados Unidos impuso sanciones a Rusia por primera vez en 2014 por la anexión de Crimea y por apoyar a los rebeldes separatistas de Ucrania, el rublo ha perdido casi la mitad de su valor, la inflación ha alcanzado los dos dígitos y muchos magnates rusos de los negocios han dejado de recibir financiación internacional. La caída en los precios internacionales del petróleo, de más de 110 dólares por barril a apenas 30 entre marzo y junio de 2014, contribuyó al surgimiento de una crisis fiscal; el petróleo y el gas natural constituyen cerca de 50 por ciento de las exportaciones de Rusia. Para compensar esas pérdidas y mantener el gasto militar y social, Putin echó mano de las reservas que el Kremlin había acumulado en los tiempos de bonanza.
Pero en enero, el Ministerio de Finanzas de Rusia anunció que las arcas estaban casi vacías: el Fondo de Reserva, que se reducía apenas a 17,000 millones de dólares, se clausuraría. El Kremlin incluso hizo planes para una impopular renovación del sistema de pensiones que aumentaría la edad de jubilación de 55 años para las mujeres y 60 para los hombres, a 65 años para todos.
Las difíciles circunstancias fueron un sombrío recordatorio de que los precios del petróleo siguen siendo el factor individual más importante en la capacidad de Putin para dirigir a Rusia según sus deseos e influir en el escenario mundial. Ahora, conforme aumentan los precios del petróleo (al 23 de mayo, el crudo alcanzó un máximo de 80 dólares por barril, su máximo en un lapso de tres años y medio), los expertos prevén un Kremlin envalentonado, con pocos incentivos para dar marcha atrás a sus intervenciones en Ucrania y Siria. En los últimos cuatro años, a pesar de la caída en los ingresos, Putin aumentó el gasto en armas a un sorprendente 5 por ciento del Producto Interno Bruto de Rusia. (En contraste, la OTAN exige que sus miembros gasten 2 por ciento, y la mayoría de ellos gasta mucho menos).
De acuerdo con Timothy Ash, estratega de alto nivel de BlueBay Asset Management, con sede en Londres, Putin ve a Rusia en “una batalla de voluntades a largo plazo” con Estados Unidos y Europa. “El aumento en los precios del petróleo le ayudará a actuar durante más tiempo contra Occidente”.
Según los analistas, las políticas estadounidenses preparan el escenario para una contienda prolongada. Las noticias sobre la reimposición de las sanciones contra Irán hicieron crecer la presión en el Medio Oriente, una región que aloja 47 por ciento de las reservas petroleras del mundo. En Sudamérica, Venezuela, otro productor clave de petróleo, también se tambalea. A fines de mayo, Washington anunció restricciones a las empresas petroleras venezolanas en respuesta a una elección presidencial ampliamente cuestionada, y es probable que se impongan sanciones aún más severas. Esto hará que haya aún menos crudo en los mercados internacionales.
Mientras tanto, la OPEP, ese cártel frecuentemente disfuncional, ha coordinado esfuerzos durante los últimos dos años para reducir el suministro en 3 por ciento, con el objetivo de aumentar poco a poco los precios. Y desde la creación de un acuerdo en 2016, promovido por Arabia Saudí, Rusia se ha sumado a la reducción del suministro de la OPEP, disminuyendo su producción en 300,000 barriles diarios. Patrick Pouyanné, director ejecutivo del gigante petrolero francés Total, pronostica un regreso al precio de 100 dólares por barril en los próximos meses. “Estamos en un nuevo mundo”, dijo Pouyanné ante líderes petroleros a finales de mayo. “Un mundo donde la geopolítica domina nuevamente el mercado”.
Para Rusia, el crecimiento del mercado del petróleo no carece de riesgos. Ese país depende del crudo, pero los altos precios desatan repentinamente las inversiones en motores y baterías eléctricas más eficientes y baratas. Además, impulsan al mayor enemigo estratégico de la industria petrolera rusa: la producción de gas de esquisto por parte de Estados Unidos. Un precio del petróleo “de entre 50 y 55 dólares… sirve a los mejores intereses de Rusia”, señala Chris Weafer de Macro Advisory, una consultoría con sede en Londres. En otras palabras, el precio ha de ser lo suficientemente alto para equilibrar el presupuesto del Kremlin, pero no tan elevado como para poner en riesgo el futuro a largo plazo del petróleo al fomentar fuentes y tecnologías alternativas.
De hecho, el temor a otro ciclo descontrolado de auge y caída impulsado por el gas de esquisto es la razón por la que Rusia, paradójicamente, se opuso a los planes de Trump de abandonar el acuerdo nuclear con Irán. El Ministro de Relaciones Exteriores ruso Sergey Lavrov acusó a Washington de “pisotear las leyes internacionales” al retirarse del acuerdo. Otra razón: gran parte de la inversión rusa en la industria petrolera de Irán, que incluye una participación mayoritaria en proyectos en los campos inexplorados de gas natural de ese país y la planificación de corredores de gasoductos de Irán a Siria y Europa, podría verse en riesgo.
Pero con un precio del petróleo en 80 dólares por barril, el futuro inmediato luce brillante: Rusia ganará alrededor de 10,000 millones de dólares más al mes, los cuales necesita para equilibrar el supuesto federal. Goldman Sachs ha pronosticado un crecimiento económico de 3.3 por ciento para 2018, superando a la Unión Europea y a Estados Unidos y la inflación ha caído a tan solo 2 por ciento en el primer trimestre de este año, a pesar de las nuevas rondas de sanciones estadounidenses, cuya intención es castigar al Kremlin por intervenir en la más reciente elección presidencial de Estados Unidos.
Putin dice spasibo (gracias).
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation whit Newsweek