El 26 de enero, durante el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, Oleg Deripaska, un magnate ruso del aluminio con vínculos cercanos al gobierno de su país, dio una fiesta en un chalet de lujo. La champaña corrió, la música reventaba las bocinas, y los invitados devoraban el caviar. El artista estrella de la noche fue Enrique Iglesias, el famoso cantante pop. En algún momento, según las fotos del evento, Deripaska, de 50 años, entró a la pista de baile con una camisa de cuello abierto.
Ahora, Deripaska probablemente no esté bailando. El 6 de abril, EE UU lo puso en una lista de sanciones que incluyó a otros seis oligarcas conectados con el Kremlin, así como numerosos funcionarios rusos y compañías. Las sanciones prohíben a ciudadanos estadounidenses hacer negocios con ellos y congelar cualesquiera activos que tengan en EE UU. Los ciudadanos de otros países quienes negocien con los rusos en la lista también podrían enfrentar penalizaciones de Washington.
Los legisladores estadounidenses introdujeron las medidas después del entrometimiento ruso en la elección presidencial de EE UU en 2016 y otras “actividades malignas”, incluidas las campañas militares del Kremlin en Siria y Ucrania. “Los oligarcas rusos y las elites… ya no estarán aisladas de las consecuencias por las actividades desestabilizadoras de su gobierno”, dijo el Departamento del Tesoro de EE. UU. en un comunicado.
Estados Unidos ha aplicado previamente prohibiciones de visa a magnates y funcionarios rusos, así como congelado sus activos. Pero estas son las primeras sanciones en que los intereses de Moscú son el blanco principal. “Las sanciones ya no son un instrumento para alterar la política exterior rusa”, dice Alexander Baunov, un analista del grupo de investigadores Centro Carnegie Moscú.
La inclusión de Deripaska en la lista de EE. UU. no fue una sorpresa. Por años, él trabajó con Paul Manafort, ex administrador de campaña del presidente Donald Trump, quien ha sido acusado en la investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre la supuesta interferencia del Kremlin en la elección. Personalidades de la oposición rusa han acusado a Deripaska de pasar información sobre la campaña de Trump de Manafort a Sergei Prikhodko, un funcionario del gobierno ruso, mientras paseaban en yate por la costa de Noruega en agosto de 2016. Deripaska niega las acusaciones, y describe la decisión de EE UU de sancionarlo como “ridícula”. (Manafort no respondió a una solicitud de comentarios al momento de la publicación. Prikhodko ha negado las acusaciones.)
Sin embargo, no puede negarse el impacto. El gigante del aluminio Rusal, de Deripaska, perdió más de la mitad de su valor cuando los mercados se abrieron al comercio el 9 de abril, y su fortuna personal se tambaleó de $5,400 millones de dólares a $3,700 millones de dólares en solo 48 horas conforme inversionistas de todo el mundo se distanciaron de sus negocios.
Deripaska no fue el único empresario ruso en ser afectado financieramente. Los medios de comunicación del país nombraron al 9 de abril como el Lunes Negro después de que los 50 hombres más ricos del país perdieron más de 12,000 millones de dólares entre todos, según Forbes. Muchos de ellos, como Vladimir Potanin, un magnate de los metales quien vio su valor neto caer $1,500 millones de dólares, no estaban en la lista. Entre quienes sí estaban Viktor Vekselberg, un inversionista multimillonario quien asistió a la toma de protesta de Trump, y Suleiman Kerimov, quien posee la productora de oro más grande de Rusia, Polyus, perdieron un total combinado de casi $2,000 millones de dólares.
Los inversionistas también se deshicieron de acciones en compañías rusas por miedo a que Washington planee más sanciones contra Moscú por su apoyo al régimen de Bashar al-Assad en Siria, así como las acusaciones de que el presidente Vladimir Putin ordenó el intento de asesinato de un agente doble ruso en el sur de Inglaterra. Las sanciones de EE UU también afectaron a la moneda nacional rusa; el valor del rublo cayó casi 10 por ciento en solo seis días, su caída más marcada desde 1999, antes de recuperarse un poco.
Los funcionarios rusos y los medios de comunicación estatales se habían burlado de las sanciones previas de EE. UU. contra Moscú como débiles e ineficaces. Esta vez, nadie se ríe. “Estados Unidos ha dado un paso decisivo hacia el aislamiento económico de Rusia”, dice Kirill Tremasov, un analista quien encabezó el departamento de pronósticos del Ministerio de Economía ruso hasta el año pasado. “[Esto] abre un nuevo escenario en las relaciones con países occidentales”.
Alexei Navalny, la figura insigne de la oposición, vio con buenos ojos las sanciones, las cuales también afectaron a Kirill Shamalov, un multimillonario quien se casó con una de las hijas de Putin en 2013. “Estas personas se roban nuestro dinero y condenan a nuestro país a la pobreza”, escribió en una publicación en línea.
Moscú ha prometido una “respuesta dura” a las sanciones de EE UU. Pero no está claro qué acciones tomará sin afectar a la economía. Los analistas ya advierten que los rusos comunes podrían sufrir, ya que un rublo debilitado significa aumentos marcados en los precios de importaciones como alimentos, ropa y medicinas. Y con base en el comportamiento pasado de Putin, los ciudadanos deberían preocuparse. En 2014, él respondió a las sanciones occidentales relacionadas con la toma de Crimea por el Kremlin mediante prohibir la importación de alimentos de Estados Unidos y Europa. La decisión disparó los precios locales y enfureció a los miembros de la clase media rusa, quienes tuvieron que arreglárselas sin queso italiano y jamón español, entre otros manjares. Las medidas de Washington ya han arruinado los planes veraniegos de los rusos al hacer que les sea más costoso ir al extranjero: los agentes de viajes han reportado una disminución del 40 por ciento en reservaciones por vacaciones a destinos extranjeros.
Esta vez, el parlamento ruso propone como represalia una prohibición a la importación de una gama aún más amplia de artículos estadounidenses —incluidos alcohol, medicinas y tabaco— y sugirió legalizar la piratería de propiedad intelectual estadounidense. No obstante, los analistas advierten que tales acciones podrían suscitar una nueva ronda de sanciones de EE. UU. aún más duras. Otros funcionarios rusos han hablado a favor de afectar las compañías estadounidenses que operan en Rusia, como McDonald’s, Ford y Pepsi. Pero estas multinacionales emplean decenas de miles de rusos y usan artículos producidos localmente. “Rusia necesita determinar si los beneficios de cualquier respuesta superan a los costos”, dice Andrew Risk, un asesor domiciliado en Moscú de GPW, una consultoría británica de riesgo político.
El Kremlin también necesita mantener contenta a la elite empresarial, dicen los analistas. El gobierno ruso ha prometido asistencia financiera a las compañías que emplean grandes cantidades de personas, como Rusal, de Deripaska, la cual tiene 62,000 empleados en su nómina. Los funcionarios supuestamente también están trazando planes para aliviar las presiones a las compañías sancionadas mediante crear zonas especiales de baja fiscalidad dentro de Rusia, que les darían beneficios especiales en impuestos y regulaciones.
Pero entregarles exenciones fiscales a multimillonarios vinculados con el gobierno corre el riesgo de exacerbar las tensiones sociales. Millones de rusos viven en pobreza, y el gobierno dice que “no hay dinero” para aumentar el salario mínimo, el cual está en aproximadamente $179 dólares al mes. “En vez de usar dinero del presupuesto [nacional] para algo más, será usado para ayudar a Deripaska”, comentó Alexei Venediktov, director de la estación de radio Ekho Moskvy, que simpatiza con la oposición, durante una discusión al aire.
A pesar de sus enormes pérdidas financieras, los empresarios más ricos de Rusia—por lo menos públicamente— siguen siendo leales a Putin. “Todos ellos demostrarán su patriotismo y exigirán compensaciones… por sus sufrimientos a manos de los enemigos de Rusia”, dice Yekaterina Schulmann, una eminente analista política. Sin embargo, en privado, la frustración por la costosa confrontación del Kremlin con Estados Unidos y sus aliados posiblemente crezca.
“Las personas dentro del círculo íntimo de Putin, así como dentro del círculo un poco más amplio de la elite política y empresarial, han visto diezmadas sus fortunas, y ya no tienen acceso a mercados internacionales de capital”, dice Vladimir Ashurkov, un ex banquero importante y una figura de la oposición rusa, domiciliado en Londres. “Pueden ver que esto es resultado de la nueva asertividad de Rusia en el extranjero”.
Por supuesto, Putin no tiene problemas en reprimir a la elite empresarial rusa si el descontento se convierte en disensión. En 2005, Mikhail Khodorkovsky, un magnate petrolero, fue encarcelado bajo cargos muy controvertidos de fraude después de desafiar a Putin por la corrupción de alto nivel. En otras ocasiones, dicen los analistas, el líder ruso ha hecho ejemplos de magnates de alto perfil para mantener al resto asustado y obediente. Ese fue supuestamente el caso en 2014, durante una desaceleración económica, cuando Vladimir Yevtushenkov, un empresario multimillonario, fue arrestado por cargos de lavado de dinero que luego fueron retirados.
Las figuras de la oposición como Ashurkov tienen pocas ilusiones de que las sanciones internacionales ayuden a propiciar un cambio dentro del país. “Si Putin decide perseguir una política exterior menos agresiva, pero volverse más tiránico dentro de Rusia, Occidente se hará de la vista gorda, y las sanciones serán suavizadas o incluso canceladas”, menciona él. “No les importa lo que sucede en Rusia”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation whit Newsweek