En Rusia, el reinado del presidente continuará hasta 2024 y posiblemente más allá. ¿Qué significa esto para el mundo?
Era cerca de la medianoche del 18 de marzo, y un triunfante Vladimir Putin subía al podio en sus oficinas de campaña, cerca de la Plaza Roja. Vestido con chaqueta y camisa de cuello abierto, el líder de Rusia lucía cansado, pero satisfecho. Había logrado asegurar un cuarto periodo presidencial en una elección que ganó de manera abrumadora, extendiendo su gobierno por otros seis años, hasta 2024.
Sin inmutarse por el helado clima, sus partidarios del centro de Moscú agitaban banderas y vitoreaban “¡Rusia! ¡Rusia!”. A pesar de sus acusaciones de que la elección había sido ampliamente manipulada, los desmoralizados activistas de oposición se mantuvieron lejos de las calles. Para Putin, era el fin de un día casi perfecto.
Mientras los equipos de televisión de todo el mundo se abrían paso a empujones para obtener una buena posición, el presidente ruso habló acerca de distintos temas, desde Ucrania y China hasta el ataque con un agente nervioso perpetrado en el sur de Inglaterra contra Sergei Skripal, un exoficial de inteligencia militar ruso que alguna vez espió para el MI6 británico. Putin desestimó las acusaciones del Reino Unido, según las cuales él había ordenado el ataque, que dejó a Skripal y a su hija hospitalizados en estado crítico. “Tonterías”, dijo. “Es impensable que Rusia pudiera hacer esto”.
Y entonces, al final de la conferencia de prensa, un periodista le preguntó a Putin algo que estaba en la mente de todo el mundo: ¿Era este su último periodo presidencial? El exagente de la KGB se burló de la pregunta. “¿Se supone que debo ocupar el cargo hasta que tenga cien años?”, respondió. “Lo que usted dice suena ligeramente ridículo”.
¿Lo es? La constitución rusa prohíbe que cualquier persona gobierne durante más de dos periodos presidenciales consecutivos, pero no dice nada sobre periodos posteriores en el cargo. Putin gobernó durante dos periodos presidenciales, de 2000 a 2008, antes de intercambiar su puesto con Dmitry Medvedev, el primer ministro. Y siguió siendo el político más poderoso de Rusia antes de volver al Kremlin en 2012. En teoría, no hay nada, aparte de la avanzada edad, que le impida hacer el mismo truco en 2030, cuando tendrá 77 años.
No es de sorprender que la respuesta de Putin no haya dado ningún consuelo a sus críticos, especialmente los que se encuentran en el extranjero. Su reelección se produce en un momento en el que Rusia y Occidente continúan enfrentándose debido a las guerras en Siria y Ucrania, así como por las acusaciones de que el Kremlin planeó interferir en las elecciones de Estados Unidos y Europa. ¿Los siguientes seis años serán más de lo mismo? Putin está lejos de ser predecible; nada de lo que dijo antes o durante su más reciente victoria electoral indica que Rusia tomará el control de Crimea o que enviará mercenarios para apoyar al atribulado régimen de damasco. Sin embargo, algunos analistas señalan que el presidente ruso no tiene ninguna intención de dar marcha atrás en su cada vez más riesgoso enfrentamiento con Estados Unidos y sus aliados; su popularidad en Rusia y su imagen de hombre fuerte dependen en gran medida de sus confrontaciones con Occidente.
En Moscú, después de la elección, los medios estatales y personajes a favor del Kremlin mostraron a ultranza su apoyo a Putin. Margarita Simonyan, editora en jefe de RT, el canal de televisión patrocinado por el Estado ruso, lo describió como el vozhd del país. Esa palabra rusa significa “padre de la nación”, un término reservado para personajes como Vladimir Lenin, fundador de la Unión Soviética. “[Putin] solía ser simplemente nuestro presidente, y pudo haber cambiado”, escribió Simonyan en un artículo publicado en el sitio web de RT. “Sin embargo… nosotros no le permitimos cambiar”.
“EXTREMADAMENTE PELIGROSO”
Semanas antes de la elección, durante un belicoso discurso en Moscú, Putin aclamó a las que denominó las nuevas armas nucleares “invencibles” de Rusia. El país, dijo el 1 de marzo, ha sido obligado a crear esas armas avanzadas, que comprenden misiles crucero de propulsión nuclear, en respuesta a los escudos de misiles estadounidenses en Europa y Asia. También atacó lo que consideraba como el rechazo de Washington a participar en nuevas conversaciones para el control de armas. “Nadie nos escuchó antes”, dijo Putin, provocando una lluvia de aplausos. “Bueno, escuchen ahora”. Su discurso estuvo acompañado por un video animado, transmitido en vivo en televisión nacional, en el que se mostraban cabezas nucleares rusas lloviendo sobre Florida, donde el presidente estadounidense Donald Trump suele pasar los fines de semana en su mansión de Mar-a-Lago.
Aunque Trump se ha mostrado reacio a criticar directamente a Putin, diciendo que desea “llevarse bien” con él, la relación de Washington con Moscú es más polémica de lo que ha sido en décadas. Medvedev, el primer ministro, la describió recientemente como “repugnante” y afirmó que el orden establecido político de Estados Unidos saboteaba los esfuerzos de Trump para mejorar las relaciones entre ambos países. En febrero pasado, la Casa Blanca describió al régimen de Putin como un importante peligro para la seguridad internacional. “Rusia ha demostrado su disposición a utilizar la fuerza para modificar el mapa de Europa e imponer su voluntad a sus vecinos, apoyada por amenazas implícitas y explícitas de la utilización de armas nucleares de primer uso”, se mencionó en la reseña de las políticas de defensa nuclear del gobierno de Trump.
Según la interpretación del Kremlin, esta declaración indica que Washington considera ahora a Moscú como su principal adversario a largo plazo, dice Fyodor Lukyanov, director de un grupo de analistas con sede en Rusia, el cual en ocasiones asesora al gobierno ruso. “Hemos entrado en un estado como el de la Guerra Fría”, señala. “No hay un punto de partida mutuo a partir del cual comenzar un diálogo. Ambas partes realizan acciones impulsivas y reaccionan de inmediato ante los sucesos, en lugar de aplicar estrategias bien meditadas. Esto es extremadamente peligroso”.
Los analistas afirman que la probabilidad de una confrontación militar abierta entre ambos países sigue siendo baja. Sin embargo, en febrero un ataque aéreo estadounidense mató a una gran cantidad de mercenarios rusos cuando intentaban apoderarse de una refinería de petróleo protegida por Estados Unidos y ubicada en el oriente de Siria (no se informó de bajas estadounidenses). El ataque fue la primera vez en que soldados estadounidenses abatieron a soldados rusos en un conflicto desde el final de la Guerra Fría.
Los mercenarios rusos fueron contratados por el Grupo Wagner, un oscuro contratista militar ligado con el Kremlin. Semanas después, The Washington Post informó que Yevgeny Prigozhin, que supuestamente controla Wagner, mantuvo una estrecha relación con funcionarios del Kremlin y de Siria antes del ataque contra la refinería. Aún no está claro si Putin u otros funcionarios rusos de alto nivel aprobaron la decisión. El Kremlin le quitó importancia al combate y no realizó ninguna acción para ejecutar ataques en represalia. Sin embargo, las tensiones siguen siendo altas, y los soldados estadounidenses y las fuerzas respaldadas por Rusia están asentados a unos 4 kilómetros de distancia entre ellas en el oriente de Siria. El 13 de marzo, Valery Gerasimov, el jefe militar ruso, dijo que Moscú respondería si Estados Unidos atacaba al ejército sirio.
Sin embargo, es en Ucrania donde podría hallarse el mayor peligro de conflicto entre Washington y Moscú. Durante los últimos cuatro años, Kiev y separatistas respaldados por Rusia han estado luchando una guerra en la que han muerto más de 10,000 personas. Las hostilidades comenzaron en 2014, cuando llegó al poder de Ucrania un gobierno prooccidental, lo cual aumentó las posibilidades de que el antiguo estado soviético se uniera algún día a la OTAN. Putin estaba horrorizado. El Kremlin se opone a que Ucrania se convierta en un miembro de esa alianza militar occidental, principalmente porque no desea tener soldados estadounidenses en su frontera. “Si alguna vez se produce un choque verdadero, ocurrirá en Ucrania”, dijo Dmitry Trenin, director del grupo de analistas Carnegie Moscow Center, en una entrevista con el sitio web noticioso Meduza. Para Putin, dijo Trenin, Ucrania es una última línea de defensa contra la OTAN.
El gobierno de Trump anunció en diciembre que comenzaría a entregar armas letales al ejército de Ucrania, entre ellas, misiles antitanque avanzados Javelin (el gobierno de Obama, preocupado de que esa acción empeoraría el conflicto, se había resistido a las solicitudes hechas por Kiev para obtener esas armas). Moscú reaccionó con predecible furia contra el gobierno de Trump, calificando a Washington como “un cómplice en la promoción de la guerra”.
Sin embargo, Trump y sus asesores de seguridad nacional se muestran divididos en relación con la política hacia Rusia. El 20 de marzo, el presidente estadounidense felicitó a Putin por su reelección, supuestamente pasando por alto las advertencias de sus asesores y materiales informativos que decían “NO FELICITAR”. Es posible que los funcionarios hayan sentido que hacerlo poco después de que un gran jurado federal acusara a 13 rusos de interferir en las elecciones de 2016 habría enviado el mensaje equivocado.
Es poco probable que los recientes nombramientos de Mike Pompeo como secretario de Estado y de John Bolton como asesor de seguridad nacional mejoren la situación: ambos hombres son guerreros de la Guerra Fría y han sido críticos de Rusia desde hace mucho tiempo. “El Kremlin percibe que Estados Unidos está dividido”, afirma Steven Pifer, exembajador de Estados Unidos en Ucrania y actualmente miembro de alto nivel del Instituto Brookings en Washington, D. C. “Debemos esperar que el Kremlin piense que esta situación le dará a Rusia más espacio para impulsar más agresivamente su programa”.
Existe un paso obvio que Putin podría dar para responder a la OTAN, señalan los expertos, pero conlleva un riesgo: atacar uno de los estados bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), todos ellos antiguas repúblicas soviéticas que se unieron a la alianza militar de Occidente en 2004.
De acuerdo con el tratado de defensa de la OTAN, el ataque contra uno de sus miembros es un ataque contra todos ellos. No está claro si Estados Unidos y otras potencias occidentales estarían dispuestos a ir a la guerra contra Rusia para defender a un país de Europa Oriental que pocos ciudadanos estadounidenses podrían localizar en un mapa. Sin embargo, no hacerlo destruiría a la OTAN como una alianza militar viable y representaría un importante éxito para Putin.
Es poco probable que se produzca una invasión categórica en la región por parte de Rusia en el futuro inmediato, afirma Aliide Naylor, autora de The Shadow in the East (La sombra en Oriente), un libro de próxima aparición sobre Rusia y los estados del Mar Báltico. Pero esos tres países acusan frecuentemente al Kremlin de emprender una forma de guerra híbrida de baja intensidad contra ellos. Funcionarios de la OTAN y de los estados bálticos afirman que, muy probablemente, Moscú estuvo detrás del bloqueo de la red de comunicaciones móviles de Letonia antes de las prácticas militares de Rusia en la región, realizadas en septiembre pasado, mientras que Lituania ha enfrentado frecuentes ciberataques. Estonia afirma que aviones militares rusos han hecho varias incursiones en su espacio aéreo en los últimos años: el más reciente se produjo el 12 de marzo. Moscú negó la acusación. “La posibilidad de una agresión rusa en el Báltico será una preocupación persistente”, afirma Naylor. “Actualmente, Rusia no está interesada en arriesgarse a atacar a un miembro de la OTAN, pero esto podría cambiar. Occidente debe mantenerse en calma, pero extremadamente alerta”.
Sus críticos afirman que Putin podría ordenar al ejército de Rusia que entre en acción para desviar la atención de los problemas internos. Eso es algo que ya le ha funcionado en dos ocasiones. En 1999, cuando era un primer ministro poco conocido e impopular, Putin tomó el control de la campaña militar rusa en Chechenia, donde juró “liquidar” a los separatistas. A los rusos les encantó esta imagen dura, y sus índices de aprobación se dispararon, dejándolo perfectamente posicionado para suceder al atribulado Boris Yeltsin como presidente.
En 2014, antes de la crisis en Ucrania, los índices de aprobación de Putin eran de alrededor de 60 por ciento. Esa es una cifra que muchos líderes occidentales envidiarían. Pero para un presidente ruso con un control total de los medios estatales, resultaba preocupante. Sin embargo, cuando el Kremlin anexó a Crimea, una oleada de patriotismo sacudió a Rusia, y los índices de Putin se dispararon hasta más de 80 por ciento, donde permanecen hasta hoy. Como señalaron numerosos críticos en aquel momento, ese fue exactamente el tipo de “guerra pequeña y victoriosa” que el exagente de la KGB necesitaba desesperadamente.
“EL PUNTO DÉBIL DE PUTIN”
En 2012, cuando Putin volvió a la presidencia tras una pausa de cuatro años, parecía llorar de felicidad, o quizá de alivio, durante un mitin de la victoria cerca de la Plaza Roja. Sin embargo, tras su victoria obtenida el mes pasado, el discurso de Putin fue breve y casi redundante. De pie, enfrente de sus partidarios que agitaban banderas cerca de las murallas del Kremlin, habló durante menos de tres minutos. “Pensaremos en el futuro de nuestra gran patria, en el futuro de los niños”, dijo. “El éxito nos espera”. Luego, bajó del escenario.
Hay una razón por la que los dos discursos fueron tan diferentes. Hace seis años, un movimiento de oposición más confiado organizó protestas masivas en Moscú contra un supuesto fraude electoral. Durante algunas semanas, parecía que los enemigos del Kremlin tenían un verdadero impulso, el cual quizá podría ser suficiente para derrocar a Putin mismo.
Esto ya no es así. Al comienzo de su cuarto periodo en el gobierno, Putin es tan fuerte como siempre lo ha sido, al menos en su país. El Comité Electoral, controlado por el gobierno ruso, le prohibió a Alexei Navalny, la figura principal de la oposición, que se postulará para presidente, mientras que un pistolero checheno asesinó a tiros a Boris Nemtsov, otro prominente crítico del Kremlin, cerca de la Plaza Roja, en 2015. En el periodo previo a la elección nacional, las autoridades encarcelaron a decenas de partidarios de la oposición, mientras que activistas a favor de Putin los atacaban impunemente. Ahora que la elección ha terminado, los críticos temen que el gobierno esté planeando otra serie de medidas drásticas contra los disidentes. “Desde hace mucho tiempo los opositores han sido representados como traidores a la nación, dispuestos a vender al país a Occidente”, afirma Dmitry Oreshkin, analista político independiente. “Es una táctica que Putin seguirá usando”.
Desde luego, Rusia tiene problemas internos. La pobreza va en aumento, la ira ante la corrupción de alto nivel es cada vez más grande, y frecuentemente se producen protestas en todo el país, aunque principalmente en relación con problemas locales. El 29 de marzo, manifestantes en un mitin contra un vertedero cerca de Moscú atacaron a un funcionario de la ciudad y arrojaron trozos de hielo contra Andrey Vorobyev, el gobernador de la región.
Sin embargo, las sanciones económicas de Occidente contra Moscú por sus acciones en Ucrania han permitido que la propaganda del Kremlin culpe de la caída en los estándares de vida a las potencias extranjeras, diluyendo así la ira pública y fomentando una sensación de nacionalismo resurgente. Las figuras de la oposición señalan que las sanciones individuales contra Putin y los miembros de la élite ligada con el Kremlin son mucho más efectivas. Aunque los aliados políticos y empresariales de Putin profesan su amor eterno por la Madre Rusia, utilizan bancos extranjeros y sus hijos y nietos reciben educación en el exterior. También adquieren lujosas propiedades en Estados Unidos y Europa, donde son libres de darse festines con quesos franceses, jamón español y tomates italianos, productos que Putin ha prohibido en su país.
Los países occidentales deberían centrar su atención en las personas cercanas a Putin y no en los rusos comunes, señalan figuras de la oposición. “Cuando se imponen sanciones contra el orden establecido de Putin, esto provoca fracturas en su círculo interno”, afirma Ilya Yashin, un prominente activista antigubernamental. “Ese es el punto débil de Putin. Desea gobernar como Stalin mientras vive como [Roman] Abramovich”, añade, refiriéndose al oligarca propietario del equipo de balompié británico Chelsea FC.
Los críticos occidentales también suelen comparar a Putin con Stalin, presentándolo como un malévolo estratega. Sin embargo, quienes han estudiado al presidente ruso afirman que esto no es cierto. “En ocasiones, los encargados de la política en Occidente suelen suponer que sus acciones tienen una estrategia amplia, destinada a minar las reglas internacionales”, señala Anna Arutunyan, analista de alto nivel sobre Rusia para el International Crisis Group y autora del libro The Putin Mystique: Inside Russia’s Power Cult (La mística de Putin: dentro del culto al poder en Rusia). “No hay tal estrategia. La suposición de que existe un gran plan malévolo no hace más que alimentar el mito local de una Rusia bajo asedio”.
En lugar de ello, afirma Arutunyan, Putin es más oportunista. Mientras el caos recorría Ucrania después de la revolución de 2014, Putin anexó Crimea. No buscaba necesariamente una pelea; apostaba a que Occidente no lo detendría. Y tenía razón. “A Putin —afirma Arutunyan— no le entusiasma la confrontación per se”.
Lukyanov, el analista ligado al Kremlin, afirma que el presidente ruso no es tan poderoso como Occidente quiere hacer creer. “Es presentado como un personaje cínico que interviene [personalmente] en las elecciones de todo el mundo, utiliza armas químicas en Inglaterra y luego se sienta en algún lugar del Kremlin, riéndose de todo eso”, dice Lukyanov. “Parecería una escena tomada de alguna película de James Bond. Pero ese tipo de personas no existen en la vida real”.
Mientras que a los organismos de inteligencia de Estados Unidos les preocupa la posible interferencia de Rusia en las elecciones intermedias de 2018 y más allá, personajes progubernamentales de Moscú advierten que las descripciones exageradas de Putin y de su influencia mundial no hacen más que incrementar la tensión entre Rusia y Occidente.
Esa tensión aumentó el 26 de marzo pasado, cuando Estados Unidos y varios países de Europa expulsaron a muchos diplomáticos rusos por el supuesto uso de un agente nervioso contra Skripal y su hija en el Reino Unido. Esta acción superó en escala a expulsiones similares de la era soviética, y se produjo apenas ocho días después de haberse iniciado el nuevo periodo de seis años de Putin en la presidencia. Posteriormente, Heather Nauert, vocera del Departamento de Estado de Estados Unidos, describió a la Rusia de Putin como “una bestia del fondo del mar” con “muchos tentáculos”. Boris Johnson, secretario de Relaciones Exteriores del Reino Unido, dijo que las expulsiones eran parte de un esfuerzo orquestado para alterar lo que calificó como la mentalidad destructiva del líder ruso. “[Putin]… desea causar problemas dondequiera que pueda”, dijo.
Moscú prometió tomar represalias inmediatas contra las expulsiones, y lo cumplió. El 30 de marzo, Rusia ordenó a docenas de diplomáticos estadounidenses y europeos que abandonaran el país, y muchas personas esperan que la crisis continúe. “Nos reservamos el derecho a responder”, dijo Nauert. “Rusia no debe actuar como víctima”.
¿EN BUSCA DE LOS ZARES?
Aunque los líderes occidentales hablan cada vez más sobre formas de debilitar a Putin mediante sanciones económicas o expulsiones diplomáticas, es más probable que la caída del líder se produzca como resultado de las luchas internas del Kremlin. A diferencia de la mayoría de los países occidentales, donde los cambios de liderazgo suelen ser suaves, la sucesión presidencial en la antigua Unión Soviética suele ser un acontecimiento mucho más riesgoso. Putin ha sido acusado por personalidades de la oposición de cometer enormes actos de corrupción personal. También ha sido acusado en el ámbito internacional de crímenes de guerra por la devastación de Chechenia y del derribo del Vuelo 17 de Malaysia Airlines sobre Ucrania por un misil supuestamente proporcionado por Rusia.
Putin niega estos cargos, pero un día podría verse obligado a responder por ellos, en Rusia o en un tribunal internacional. Es un peligro del que el presidente ruso está totalmente consciente. “Debe garantizar su propia seguridad personal antes de renunciar al poder”, afirma Andrei Kolesnikov, analista político del grupo Carnegie Moscow Center.
La situación de Putin es similar a aquella en la que Yeltsin se encontraba hace casi 18 años. El primer presidente ruso enfrentaba una investigación por acusaciones de lavado de dinero. En una acción que tuvo como objetivo garantizar su libertad frente a las acusaciones, instauró a Putin como su sucesor. La apuesta funcionó. Y desde entonces, el exagente de la KGB ha permanecido en el poder.
Mientras Putin busca su propio sucesor, los miembros de su círculo interno se disputan los diferentes puestos. Sin embargo, estas influyentes personalidades (hombres como Igor Sechin, el poderoso director de Rosneft, la principal empresa productora de petróleo de Rusia) probablemente tendrán sus propias ideas sobre quién es el mejor para asumir el cargo, señala Gleb Pavlovsky, antiguo asesor durante los gobiernos de Yeltsin y Putin. “Tienen que elegir un sucesor para él, pero no pueden hacerlo abiertamente”, afirma Pavlovsky. “Putin y su círculo interno tratarán de esquivarse el uno al otro, y el juego se agudizará en gran medida en los próximos años. Estamos entrando en un periodo muy peligroso”.
Sin embargo, por ahora Putin no ira a ninguna parte. Y algunas personas afirman que resulta ingenuo esperar que se haga a un lado. “No hablemos de ‘otros seis años’”, escribió en una publicación en línea Oleg Kozlovsky, activista de oposición desde hace mucho tiempo. “[Putin] solo dejará el poder cuando muera, o cuando sea expulsado. Y ninguno de estos hechos está ligado al calendario electoral”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek