A principios de marzo, János Lázár, un ministro húngaro de alto nivel, publicó un video en Facebook en el que se quejaba por la falta de “cristianos de raza blanca” en Viena. Advirtió que los inmigrantes musulmanes estaban destruyendo la ciudad, y que si alguien no hacía algo, transformarían de igual forma a Budapest, la capital de Hungría. “Si los dejamos que entren… en nuestras ciudades —dijo Lázár a sus seguidores— las consecuencias serán el crimen, el empobrecimiento, la suciedad, la podredumbre y condiciones urbanas imposibles”.
Lázár es el jefe del Estado Mayor de Viktor Orbán, el primer ministro húngaro, e hizo su publicación a poco más de un mes de que el país vaya a las urnas en abril próximo. Fue una jugada clásica de Orbán, algo que su Alianza de Jóvenes Demócratas (conocida como Fidesz) ha hecho muchas veces antes: apelar al temor de los votantes hacia el islam y la inmigración. Facebook retiró el video, pero se convirtió en la más reciente salva en una batalla política que ha hecho que Orbán se gane el cariño de la extrema derecha de Europa, y el desprecio de cualquiera que esté a la izquierda de Marine Le Pen, de Francia.
Esa batalla comenzó en 2015, cuando cientos de miles de refugiados sirios cruzaron el Mediterráneo y comenzaron su viaje a través de Europa, frecuentemente a pie. Mientras que la canciller alemana Angela Merkel anunció una política de puertas abiertas para los refugiados que huían de Siria, Orbán hizo levantar una cerca de alambre de púas a lo largo de la frontera de su país. Fue vilipendiado en todo el continente. “Los refugiados no se detendrán si solo construimos cercas”, dijo Merkel, que creció detrás del Muro de Berlín, en respuesta a Orbán. “Y yo viví detrás de una cerca por demasiado tiempo”. En una cumbre realizada en Riga, Letonia, ese mismo año, Jean-Claude Juncker, director de la Comisión Europea, saludó a Orbán diciendo: “Hola, dictador”.
Inicialmente, los húngaros se mostraban comprensivos hacia los desesperados refugiados que dormían en parques y estaciones de tren, antes de tratar de llegar a Francia y Alemania. Sin embargo, su actitud se endureció pronto. Una oleada de ataques realizados en ciudades europeas por el grupo militarista Estado Islámico (EI) no hicieron más que aumentar el temor y la ira contra los inmigrantes, la mayoría de los cuales eran musulmanes. Fue un cambio, dicen los analistas, que Orbán y Fidesz aprovecharon hábilmente.
En los últimos tres años, el primer ministro y su partido se han centrado casi exclusivamente en los refugiados, y han posicionado su campaña de reelección en oposición a los esfuerzos de Merkel de exigir a todos los Estados miembros de la Unión Europea que reciban una cuota de inmigrantes. En respuesta, el multimillonario financiero húngaro George Soros, que ha pedido a Europa que acepte a los refugiados, también se ha convertido en uno de los blancos principales de Orbán (Soros, que es judío, afirma que la campaña en su contra es antisemita).
Hasta ahora, el ataque de Orbán en tres frentes (contra los inmigrantes musulmanes, contra Soros y contra la Unión Europea) parece haber funcionado, aunque algunas personas afirman que el apoyo al primer ministro va en descenso. Aun así, muchos críticos afirman que no es cuestión de si su partido Fidesz habrá de ganar en abril, sino por qué margen. Lo cual es visto por muchos otros grupos de extrema derecha de Europa como una señal esperanzadora de aquello que desean lograr.
Orbán tuvo un inicio prometedor en la política en los últimos días de la ocupación soviética de Hungría. En 1989, en una ceremonia en honor del líder comunista Imre Nagy, a quien Moscú ejecutó décadas antes, llamó a las tropas soviéticas a salir de Hungría. Un año después, tras la salida de los soldados soviéticos de ese país, Orbán obtuvo un escaño en el parlamento, donde él y sus contemporáneos de Fidesz adquirieron fama por sus exaltados discursos y sus políticas contra el orden establecido.
Sin embargo, para mediados de la década de 1990, Orbán persuadió a Fidesz de inclinarse más a la derecha. En una nación invadida y conquistada primero por los mongoles, luego por los otomanos, después por los nazis y finalmente por los soviéticos, se dio cuenta de que apelar al nacionalismo podría ayudarle a ganar. El elemento principal de su retórica: el legado del Tratado de Trianon, que en 1920 hizo que 75 por ciento de Hungría fuera confiscada y entregada a Rumania, Checoslovaquia y Yugoslavia después de la Primera Guerra Mundial. Orbán aprovechó esta sensación de resentimiento y de tradición en su campaña para las elecciones de 1998 cuando, a los 35 años, se convirtió en el primer ministro más joven de ese país. Derrotado cuatro años después, se convirtió en líder de la oposición cuando Hungría se incorporó a la Unión Europea en 2004.
Tras la crisis financiera global, que golpeó duramente a la economía húngara, Orbán regresó al poder en 2010 al ganar la elección en forma aplastante. Una de sus primeras acciones en el cargo fue restituir el derecho al voto y la ciudadanía a los descendientes de húngaros desplazados por el Tratado de Trianon. Una mayoría de dos tercios en el parlamento le dio a Orbán el poder de instaurar una nueva constitución, nombrar a sus aliados para encabezar la Auditoría y la Procuraduría del Estado, y llenar el tribunal constitucional de Hungría con miembros de Fidesz. El primer ministro redujo la edad de jubilación para los jueces, echando de su cargo a muchos de ellos, e hizo reescribir la ley electoral de Hungría para favorecer a Fidesz.
Mientras tanto, el círculo de Orbán, compuesto por empresarios y magnates, adquirió poco a poco los medios independientes, cuyo número disminuía paulatinamente. En 2017, los 18 periódicos regionales de Hungría eran propiedad de oligarcas a favor del gobierno. “Esa es la gran diferencia entre Hungría y Estados Unidos”, afirma Paul Lendvai, periodista húngaro y autor de Orbán: Europe’s New Strongman (Orbán: el nuevo hombre fuerte de Europa). “No hay un The New York Times o CNN. No hay periódicos ni televisión libre. Ellos los eliminaron”.
Pero no se trata solo de la falta de voces disidentes. En 2017, la organización sin fines de lucro Transparencia Internacional advirtió que la erosión de las instituciones en Hungría era una de las peores de Europa Oriental, y las acusaciones de corrupción han perseguido a Orbán durante los ocho años que ha estado en el poder. De acuerdo con la versión húngara de Forbes, la familia Orbán, que alguna vez vivió en una casa de una sola habitación en la zona rural de Hungría, ahora tiene un patrimonio neto de 23 millones de euros (28.3 millones de dólares), la mayoría de los cuales los han obtenido desde 2010. En marzo, la oficina antifraudes de la Unión Europea comenzó a investigar a István Tiborcz, yerno de Orbán, por una serie de proyectos de alumbrado público. Y el partido Jobbik de extrema derecha, que parecería ser un aliado natural del primer ministro dada su retórica antiinmigración, lo ha llamado a renunciar y ha hecho campaña con el eslogan “¡Tú trabajas! Ellos roban”.
Zoltán Kovács, vocero de Orbán, afirma que los problemas de Hungría con la corrupción no son más grandes que en el resto de Europa. “Conocemos nuestros propios niveles. No estamos orgullosos de ellos. Sabemos que debemos hacerle frente a la corrupción, y los organismos responsables de ello están haciendo su mejor esfuerzo”.
En respuesta, la retórica antiinmigración de Orbán no ha hecho más que endurecerse, y el primer ministro se ha presentado a él mismo como el salvador de su país, protegiendo a la Europa cristiana contra las hordas musulmanas. “La retórica de Orbán utiliza la palabra ‘inmigrante’ como un término negativo”, dice András Kováts, presidente de Menedék, que proporciona asesoría legal a los refugiados en Hungría. “En los últimos años, el término se ha convertido prácticamente en una mala palabra”.
La crisis de inmigrantes fue un punto de inflexión para el primer ministro húngaro desde el punto de vista ideológico y estratégico, afirma Lendvai, pues le permitió desviar la atención del tema de la corrupción y dirigirla hacia la inmigración. “El tema de la inmigración fue el factor decisivo que le ayudó a cambiar el rumbo cuando Orbán ganó en la segunda elección. A principios de 2015, su popularidad iba en descenso, pero logró cambiar las cosas completamente”.
De acuerdo con la mayoría de los recuentos, el impulso del partido se prolongó hasta este año. Sin embargo, el 25 de febrero, Fidesz enfrentó una elección crucial en Hódmezóvásárhely, una ciudad del sur del país, cerca de la frontera con Rumania y Serbia. Antes de la contienda, Fidesz confiaba en que su mensaje antiinmigración y anti-Soros haría eco en la región, que alguna vez estuvo abrumada por los refugiados. Por ello, a muchas personas de todo el país les sorprendió que Péter Márki-Zay, un candidato independiente, ganara con 57 por ciento de los votos. La participación de los votantes, que fue de menos de 40 por ciento en la última elección, realizada en 2014, alcanzó una cifra récord.
Los críticos se comienzan a preguntar si los votantes se han hartado del mensaje de Orbán. Un día después de que se revelaron los resultados, Daniel Makonnen, que trabaja en la Fundación Sociedad Abierta, de Soros, afirma que docenas de carteles antiinmigración que tapizaban el camino principal entre el aeropuerto de Budapest y el centro de la ciudad “fueron eliminados de la noche a la mañana”.
En Hungría, algunas personas sugieren que las preocupaciones económicas y la corrupción fueron más importantes para los votantes que el temor a los inmigrantes. “En la educación, en la atención a la salud, el dinero realmente no está llegando… [a] esos sectores, los cuales tienen un desempeño deficiente”, afirma Zsuzsanna Végh, investigadora asociada con sede en Budapest del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. “Mientras, una enorme cantidad de dinero se asigna a la construcción de estadios. La gente está harta de eso”.
Otras personas están menos seguras de la frustración del público. Mariann Óry, que dirige la sección de noticias extranjeras en el diario húngaro conservador Magyar Hírlap, señala que Fidesz perdió en Hódmezóvásárhely solo porque todos los demás partidos apoyaron a Márki-Zay en una muestra sin precedentes de unidad política. A escala nacional, la popularidad de Fidesz sigue estando por arriba de 40 por ciento, mientras que su rival más cercano, el partido Jobbik, de extrema derecha, tiene apenas 19 por ciento. “No existe un consenso entre los políticos de oposición en lo relacionado con la coordinación”, afirma Óry. “Al parecer, no hay más que una idea teórica”.
Kovacs, el vocero de Orbán, también afirma que la derrota del partido fue una anomalía, y que la retórica antiinmigración y anti-Soros sigue sirviendo al propósito que siempre tuvo para Fidesz. “Esa es la forma de lograr que un mensaje se comprenda”.
Ese mensaje, de acuerdo con Kovács, sigue haciendo eco en Hungría y en toda Europa. Aunque muchas personas se escandalizan cuando Orbán se refiere a los inmigrantes como si fueran un veneno, Kovács señala que “Nosotros sostenemos que solo a través del lenguaje directo y, en ocasiones, con una pequeña sobredosis de este, es posible señalar la realidad en el terreno”.
Actualmente, Orbán es una figura importante de la extrema derecha europea, e incluso en Estados Unidos. El 9 de marzo, antes de pronunciar un discurso en un mitin realizado en Francia, el exjefe de estrategia de la Casa Blanca Steve Bannon declaró a The New York Times que Orbán era un “héroe” y “el tipo más importante en la escena actual”. El primer ministro fue el único líder europeo que apoyó a Donald Trump en 2016, y desde entonces, el presidente estadounidense se ha referido al líder húngaro como un hombre “fuerte y valiente”.
En el interior de Europa, algunos de los primeros aliados de extrema derecha de Orbán han perdido fuerza. Marine Le Pen de Francia y Geert Wilders de los Países Bajos perdieron elecciones en 2017. Sin embargo, su ideología no ha perdido su potencia. En marzo de 2018, el ultraderechista Movimiento Cinco Estrellas de Italia se convirtió en el partido político más importante de ese país. Y Heinz-Christian Strache, el líder del Partido de la Libertad de Austria, también de extrema derecha, es ahora vicecanciller.
Óry, la periodista húngara, afirma que el hecho de que no sea elegante elogiar a Orbán en los círculos liberales de Europa no significa que no tenga apoyo ahí. “Sé que en Occidente, admirar a Orbán no es una opinión políticamente correcta, pero si miramos los artículos que se escriben sobre él y pasamos a la sección de comentarios, los lectores usualmente lo admiran más que los periodistas”.
Desde 2014, cuando el primer ministro definió en forma tristemente célebre su visión de la “democracia iliberal” durante un discurso pronunciado ante húngaros étnicos en Rumania, los hombres fuertes (y con excepción de Le Pen, casi todos ellos son hombres) han idealizado a Orbán. En 2011, Jaroslaw Kaczynski, el decano de la extrema derecha de Polonia, dijo que Orbán “nos dio un ejemplo de cómo podemos ganar”, y cuatro años después, su Partido Ley y Justicia asumió el poder. Otros de sus aliados son el presidente ruso Vladimir Putin, Recep Tayyip Erdogan, de Turquía, y el líder chino Xi Jinping, que recientemente abolió el límite de dos periodos presidenciales, lo que significa en los hechos que podría gobernar de por vida.
Para un séquito de líderes mundiales e internautas animadores, Orbán ha sido el ejemplo perfecto de lo que se puede lograr si se tiene la mezcla correcta de retórica, circunstancias y una voluntad de poder sin límites. Sin embargo, para Lendvai, un judío húngaro que vivió el fascismo y el comunismo, la aparente impenetrabilidad de Orbán hace surgir el espectro de la más típica de las aflicciones del poder: el orgullo desmedido.
“El poder te puede enceguecer”, dice Lendvai. “Las probabilidades están a favor de una victoria de Fidesz, pero no es factible que sea un triunfo, y todo aquello que debilite a Orbán y a su régimen es una victoria para las fuerzas democráticas”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek