MADRID, ESPAÑA.— Antonio Resines (Torrelavega, 1954) es cine en estado puro. Desde sus inicios, allá por los años 70, cuando se dedicaba a rodar cortos a destajo y a poner bocadillos de mortadela al personal del plató, hasta hoy, ha participado en más de cien películas. “No quiero decir que sea Laurence Olivier, pero he hecho cosas que están bastante bien, otras que están bien y otras pues que no, o son simplemente lamentables”, asegura.
Hoy, superado un cáncer de colon, acaba de escribir su biografía, Pa’ habernos matao. Memorias de un calvo, donde narra sus peripecias con otros genios del mundo del séptimo arte y, de paso, analiza la España de aquellos años. “Lo de calvo fue un vacile, como en España hay tantos calvos pensé que así a lo mejor compraban el libro”, bromea.
Pese a la enfermedad y tras haber dejado el cargo de presidente de la Academia de Cine, Resines sigue siendo Resines, está en plena forma, con su vis cómica intacta y esa forma taquicárdica de expresarse que destiló tantas sonrisas en los cines.
—Hablemos de tu libro, Pa’ habernos matao. Tiene un título peculiar cuanto menos… ¿por qué decidiste escribirlo?
—Pues muy rápidamente, me llamaron de Penguin Random House para hacerlo con el sello Suma de Letras. Gonzalo Albert, que es el editor, me propuso hacer una cosa parecida: El mundo según Resines. A la vez Ana, mi pareja, estaba haciendo una especie de diario sobre nuestras actividades y le propuse: oye, ¿por qué no unimos las dos ideas y hacemos una especie de biografía contada por mí? Hicimos una prueba, un primer capítulo sobre mi nacimiento y esas cosas, y les gustó. Lo mejor del libro es que, aparte de que hay cosas entretenidas, divertidas y tal, se trataba de hacer una historia de mi vida y del cine español a través de mi visión o de lo que me ha pasado a mí en cada película. Y todo ello contado de una forma cariñosa que reflejase un poco la vida de este país desde los años 50 hasta aquí. Eso muy por encima, sin profundizar o con un toque de atención en alguna cosilla, y yo creo que lo hemos conseguido porque ella cogió muy bien el tono. Si digo que lo he escrito yo seguro que mucha gente no se lo creería porque seguro que piensan que no sé escribir ni la “o” con un canuto, pero sí parece que lo he escrito yo…
—El libro está plagado de anécdotas con gente como Fernando Trueba, Colomo, José Luis Cuerda, ¿es también tu homenaje a todos esos amigos que te han ido acompañando en tu peripecia como actor?
—Claro, se trataba de eso también. A la vez que cuento lo que estaba pasando en esa época histórica, porque hay acontecimientos que marcaron a este país, y las películas que se hicieron en ese momento, se trataba de hablar de los que estaban allí. La ventaja es que toda esa gente que conozco es gente de peso, creadores muy inteligentes, divertidos, gente que ha creado obras buenísimas, no solo en cine, también en televisión, y hablar de ellos era hacerles un pequeño homenaje.
—Tu carrera está siendo muy extensa. En los años 70 conociste a Fernando Trueba y ahí es donde decidís hacer Ópera prima…
—En la facultad nos conocimos mucha gente, no solo Fernando Trueba y yo. Después de un tiempo Fernando se empeñó en hacer cine, era un auténtico fanático en el buen sentido. Yo tuve la suerte de ser su amigo y de otra gente que hacía cortometrajes y terminamos haciendo Ópera prima, que fue un exitazo. La clave de todo es que la película rompió todas las previsiones y aquello nos permitió hacer cosas con más continuidad y en muchos campos, no solamente dirigiendo, produciendo y escribiendo, sino que en mi caso me tocó la parte de la interpretación. Podría haber sido otra historia totalmente distinta, pero me tocó ser actor porque le hice gracia a alguno…
—Alguna vez, en alguna entrevista, te escuché decir que Trueba tenía la vocación de director, pero que tú no tenías tan claro lo del cine. Incluso has dicho que empezaste poniendo bocadillos de mortadela para la gente del rodaje. ¿No será coña, verdad?
—No, no, eso es verdad…
—No me digas…
—A ver, hacíamos todos de todo, no estaban tan marcados los papeles de cada uno. Para hacer una película hace falta mucha gente. Yo me organizaba bastante bien, y como me organizaba bien hacía temas de producción. Otros dirigían, otros escribían, otros actuaban, y lo que pasa es que lo empecé a compaginar con ser actor cuando me decían: sal y di una frase aquí. Hicimos muchos cortometrajes, casi 20, y fuimos aprendiendo el oficio. Pasé de producción, donde me mantuve durante un tiempo, a actuar. A mí siempre me ha gustado la producción, poner en marcha un proyecto, a eso me refiero. Y antes de eso aprendí a ser un currito y si había que hacer bocadillos pues se hacían. Tengo por ahí apuntado cuánto costaba la mortadela en el año 77 y no costaba nada, si lo comparamos con lo que vale ahora. A la vez empecé a hacer algún pequeño papel y así fui avanzando y mira, aquí estamos…
—El cortometraje como escuela de cine. Aquello debió ser una época trepidante, ¿se siguen haciendo tantos cortos hoy como antes o el aprendizaje del actor va por otro camino más académico?
—Hoy se hacen aún más que antes, lo que pasa es que de forma distinta. La forma de acceder a la profesión en aquella época era diferente. Un poco antes de empezar tenías que tener el carné del sindicato, tenías que pasar por todos los oficios anteriores para llegar al tuyo. Es decir, si querías ser director de fotografía antes tenías que ser auxiliar, ayudante, segundo ayudante, cámara, operador, bueno, un rollo. Y lo demás también: para ser actor tenías que ser meritorio, meritorio con frase, secundario, en fin, otro rollo. Entonces nosotros lo que hicimos fue cambiar la historia, que cambió también porque cambiaron los tiempos. Todo eso desaparece y a partir de ahí la forma de acceder a la profesión es rodando o trabajando en el cine, que lo hizo mucha gente, o inventándote tú historias para trabajar. Así lo hicimos nosotros y nos salió bien. La mayoría de la gente que empezamos en aquella época, un porcentaje muy alto, seguimos trabajando en esto.
—También hablas de tu enfermedad, el cáncer…
—Bueno, en realidad en el libro solo hablo de mis accidentes y cosas así, no realmente de enfermedades. El tema del cáncer salió porque un día, hablando con uno de mis médicos, le dije que iba a sacar el libro. Yo ya estaba curado, aunque bueno, si has tenido un cáncer nadie te puede garantizar que no lo vas a volver a tener. Pero en principio no me preocupa demasiado. Y el médico me dijo: ¿por qué no lo cuentas? El mío era un cáncer especial, colorrectal. Lo conté más que nada para que la gente, si puede, se haga una colonoscopia. Si yo lo hubiese cogido a tiempo, es decir, si me hubiese hecho una colonoscopia regularmente desde los 50 años no hubiese tenido cáncer. Muy probablemente me hubiesen cogido a tiempo un pólipo con un desarrollo menor y no hubiese mutado en un tumor maligno. Así que me pareció que era razonable y lo conté. Podría haberlo contado antes, o no contarlo, de hecho, fíjate, después de aquella historia, dos o tres meses después, cuatro o cinco personas cercanas, de mi entorno, se hicieron la prueba y les salió muy bien. O sea que me alegro mucho de haber ayudado. Ya está.
—La concienciación es importante…
—Bueno, el otro día no sé con quién lo hablaba… Cuando Luz Casal contó que tenía cáncer de mama era la cantante más famosa de este país. Las mujeres, para esas cosas, siempre han sido mucho más listas y mucho más cuidadosas que los hombres. No tengo ningún dato, evidentemente, pero más de una mujer se hizo la prueba al escuchar el caso de Luz, más de una se dio cuenta de que o se cogía a tiempo el cáncer de mama o no tenía cura. Eso sí que creo que es importante. Y por eso lo hice.
—Volviendo al libro, lo del subtítulo, “Memorias de un calvo”, ¿fue una sugerencia del editor o dijiste: voy a pecho descubierto?
—¡Bah, fue para vacilar! Por ejemplo, muchos en sus libros ponen: memorias de un hombre de Estado, o memorias de un aspirante a la corona, o memorias del puto amo, y tal… Pues yo inserté lo del calvo buscando llegar a un público mayoritario, como hay tantos calvos en España y todos estamos con la coña a lo mejor a alguno le hace gracia el libro y lo compra. Un vacile como otro cualquiera.
—¿No tendrá que ver con esa etiqueta que te han colgado de actor que representa al español medio, al de clase media? ¿Te sientes a gusto con ella o crees que te han encasillado en ese papel?
—Me da igual, antes, cuando era más chulo, solía decir: anda, ya te gustaría ser como yo, no te jode… Hombre, dicho esto, viendo las estadísticas pues sí, soy el prototipo, porque ni soy muy alto, ni muy bajo, ni muy flaco, ni muy gordo. En fin, sí, estoy en el promedio de español medio más o menos… O sea que no me preocupa nada, vamos.
—En aquellos años 80 te revelaste como el gran actor de la comedia española del momento; sin embargo, llega el año 97, con La buena estrella, y te consagras también como actor dramático. ¿Le debes mucho a Rafael, aquel carnicero estéril y manso que sufría por amor? ¿Fue tu mejor papel?
—Pues a todo sí y acabamos antes. Sí, sí… Probablemente si no el mejor uno de los mejores, así es. Me costó mucho hacerlo, porque no sabía muy bien por dónde tirar, pero tuve la gran ayuda de Ricardo Franco, que tenía todo que ver en esta historia, también Maribel Verdú y Jordi Mollà, y por supuesto el resto de la gente que trabajó en aquella película. La buena estrella es un trabajo inspirado en mucha gente y los porcentajes que los reparta como quiera cada cual. Por mi parte, tuve la suerte de estar allí, que tampoco iba a estar, dicho sea de paso. Muchas cosas en la vida son casualidades. No estaba destinado a ser actor y lo fui, hacía comedia y de repente me dan un Goya por un papel dramático… Entonces me di cuenta de que podía hacer cosas que no sabía que podía hacer como actor. Hice muchas cosas de las que estoy orgulloso y esta película por motivos totalmente distintos, porque supuso un cambio radical en el cine español, abrió unas perspectivas que antes no es que no estuviesen, sino que nadie las pensaba. Alguna otra vez hice una aproximación a papeles dramáticos que no estaban mal, pero eran más bien personajes violentos. Este fue una cosa como muy especial.
—¿Crees que ya has interpretado tu mejor papel o lo mejor está todavía por llegar?
—Probablemente, y no quiero decir con esto que sea Laurence Olivier. He hecho cosas que están bastante bien, otras que están bien y otras pues que no, o son simplemente lamentables. No es que sea muy mayor, tengo 63, pero ya es más difícil, la fuerza que tienes con 30 o 40 años, con 60 o 70 empieza a fallar. No sé… Hombre, ojalá me salga otro papel estupendo, pero ya es difícil. Yo estoy muy contento con el último papel que he hecho, y que no se ha visto por motivos que no vienen al caso y que no vamos a analizar, en La reina de España, la continuación de La niña de tus ojos. Creo que es un buen trabajo también, pero como la película no la ha visto nadie pues…
—¿Por qué crees que no ha tenido éxito?
—Bueno, clarísimamente ha habido una campaña intencionada para boicotearla. A raíz de las declaraciones de Fernando Trueba, cuando recogió el Premio Nacional de Cinematografía y dijo aquello de que nunca se había sentido español, sus palabras se malinterpretaron y desde entonces le han… Iba a decir una burrada, pero me la voy a callar… Le han afectado más esas declaraciones que a otros que claramente han dicho que no quieren ser españoles. Quiero decir que la repercusión económica sobre la película ha sido tan brutal que no se entiende. ¿Por qué se ha producido esto? Por una campaña de descrédito brutal como yo no había visto antes en mi vida, por una declaración que incluso se puede admitir que no fue un acierto, solo por decir un par de frases, y anda que no dicen algunos políticos gilipolleces y les siguen votando, cosa que no se entiende. ¡Incluso votan a gente que roba y todo eso! Pues uno, porque dice una tontería, lo hunden… Es que no hay otra explicación. Podríamos decir que la película es muy mala o incluso se podría decir: es que tuvo malas críticas. ¿Pero por las malas críticas no fue nadie a verla? La niña de tus ojos tuvo unas críticas igual o peores y fueron tres millones de personas. ¿Por qué no han ido los espectadores a ver La Reina de España? Ha sido la tormenta perfecta…
—Es decir, los poderes fácticos haberlos haylos, como las meigas…
—Y si no exactamente como poderes fácticos, si a alguien se le ocurre y piensa que puede utilizar eso para darle una lección a otro, pues a lo mejor van por ahí los tiros más que unos tíos maquinando en una oficina y pensando a quién le jodemos la vida hoy. Hombre, eso me lo creo menos. Pero que a raíz de un hecho puntual hay gente que saca partido de eso, sí, sí, aunque no lo puedo demostrar, claro. Me da esa impresión. Es que si no, no se entiende. No se entiende por qué ha habido ese odio feroz contra Fernando Trueba y en consecuencia contra la película, contra gente que está en la película, que es otra cosa alucinante. Yo francamente no lo entiendo, pero bueno, ya pasó…
—¿Ves un ajuste de cuentas por tus años de presidencia al frente de la Academia de Cine?
—No, tampoco creo que sea por eso… Hubo gente que pensó que eso de no sentirse español era indignante, cuando lo ha dicho mucha gente y no ha habido esta repercusión, pero bueno ya da igual. Pasemos página.