El uso de la marihuana medicinal para tratar el autismo pediátrico avanza con buenos resultados. Israel se coloca a la vanguardia en la materia, con un floreciente mercado que pronto podría alcanzar un valor de 4,000 MDD.
AMANECE EN NAHARIYA, una pequeña población israelí cercana a la frontera con Líbano, y Benjamin, de cuatro años, está golpeándose la cabeza contra la pared. Enloquecido, da vueltas y grita a todo pulmón. Mientras su madre intenta calmarlo, el pequeño se baja los pantalones y defeca en el suelo.
Cuando salen del apartamento, Benjamin se libra de la mano materna y corre hacia el tránsito. Sharon intenta ir al supermercado, pero renuncia a medio camino pues su hijo rompe a gritar al tiempo que coge diversos artículos y los arroja al suelo.
Aquel fue un día típico de octubre de 2016. Sharon, madre soltera que emigró un año antes de Estados Unidos a Israel, estaba sola e iba perdiendo el control. Benjamin tomaba Ritalin (metilfenidato), un fármaco que casi siempre se asocia con el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) —algo que su hijo no padecía. También le habían administrado el antipsicótico Ziprasidona, así como una combinación de antidepresivos y ansiolíticos. Nada de eso le había ayudado; el niño solía volverse más hiperactivo cuando pasaba el efecto de esos medicamentos.
Todo eso cambió hace un año, cuando Benjamin comenzó a usar marihuana. Ahora, las mañanas son relajadas y ordenadas en el pequeño apartamento que comparte con su madre. Tal transformación podría anunciar el advenimiento de una cura muy esperada y necesaria para muchos otros como él: niños que viven con autismo severo.
El trastorno del espectro autista (TEA) afecta a cerca de 1 por ciento de los niños de todo el mundo, con una incidencia desproporcionadamente elevada en los países desarrollados. Los Centros para Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos calculan que uno de cada 68 niños ha sido diagnosticado con TEA, una extensa categoría diagnóstica que abarca varios trastornos cerebrales complejos que dificultan la comunicación y otras interacciones. Los niños con autismo “de alto funcionamiento”, más leve, suelen mostrar poco interés en hacer amigos; se sienten incómodos cuando los tocan y tienen dificultades para hacer contacto visual o interpretar señales sociales. Estos individuos enfrentan muchos desafíos, pero casi siempre pueden construir una vida dentro de su sociedad.
En cambio, los casos más severos, con autismo “de bajo funcionamiento”, como el de Benjamin, presentan síntomas más acentuados y, a menudo, violentos. Los niños muestran conductas repetitivas y a veces dañinas, se balancean sin parar, golpean sus cabezas, son hipersensibles al sonido y la luz y esta exposición suele precipitar crisis semejantes a arrebatos. No pueden dormir; tienen accesos de ira. Algunos nunca aprenden a hablar o alcanzan la adolescencia pronunciando apenas unas palabras.
No hay cura para el TEA, y la mayor parte de los síntomas se trata con medicamentos aprobados para depresión, ansiedad y TDAH. Como en el caso de Benjamin, esos fármacos suelen precipitar conductas obsesivas e insomnio, además de aumento de peso. En muchos niños con autismo severo, los medicamentos solo producen alivio durante unas cuantas horas pero, una vez que pasa el efecto, los síntomas de hiperactividad se vuelven mucho más extremos.
PERDIDA, SOLA Y EXHAUSTA
Para octubre de 2016, Sharon, quien dio a luz a Benjamin sola, estaba desesperada. Emigró a Israel para formar parte de una comunidad unida. Pero su condición los aislaba. Se sentía perdida, sola, exhausta y frustrada. Pero sobre todo, se torturaba por la suerte de su hijo.
Un día, mientras le surtían una receta de Ritalin para su hijo, Sharon habló sobre los efectos colaterales con el farmacéutico, quien le dio una sugerencia sorprendente: le sugirió contactar al Dr. Adi Aran, un neurólogo pediatra de Jerusalén, quien había empezado a experimentar con cannabis medicinal para tratar a niños como Benjamin.
Al principio, Sharon se escandalizó. Benjamin ni siquiera cursaba primero de primaria. ¿Acaso la marihuana no era una droga ilegal y peligrosa? Ellos vivían en una casa repleta de cerrojos y muebles acojinados. Sharon no podía salir de compras ni visitar amigos sin temor a que el niño se pusiera violento. Ya había probado todas las opciones que ofrecía la medicina convencional.
Israel autoriza el uso de cannabis para una pequeña cantidad de problemas médicos, como la epilepsia, el dolor crónico intenso y ciertos tipos de cáncer. Adi Aran, director de la unidad de neurología pediátrica del hospital Shaare Zedek, en Jerusalén, ya había recomendado el uso de cannabis para algunos niños epilépticos bajo su cuidado. Y a fines de 2015 comenzó un estudio informal con cannabis medicinal para autismo pediátrico severo.
En foros en línea dirigidos a padres de niños con TEA, Sharon se enteró de nuevas presentaciones de cannabis que fueron creadas, específicamente, para niños pequeños. Vio un documental israelí grabado ese año, el cual mostraba a niños con TEA que se habían transformado gracias a la marihuana medicinal. Cuanto más investigaba, más decidida estaba a inscribir a Benjamin en el estudio israelí. Así que envió un correo electrónico a Aran, rogándole que considerara tratar a su hijo; el doctor los invitó a visitarlo en Jerusalén.
Fue un viaje espantoso. Sharon no tiene auto, y el viaje de cinco horas, en autobús y tren, incluyó varios exabruptos violentos y crisis emocionales. Ya en el hospital, Aran revisó el expediente médico de Benjamin y observó su conducta. Al constatar la gravedad de sus síntomas y la extensa lista de medicamentos con que lo habían tratado infructuosamente, el médico reconoció que era un buen candidato. Sharon volvió a casa con una receta para un aceite hecho con una cepa de cannabis israelí, especialmente calibrada, junto con la documentación donde debía registrar los adelantos de su hijo.
MARIHUANA SIN VIAJE
En 2015, los colegas del Dr. Aran en la comunidad pediátrica global seguían aconsejando precaución. La Academia de Pediatría de Estados Unidos (AAP, por sus siglas en inglés), que se opone rotundamente a la legalización de la marihuana, acababa de emitir una declaración de políticas que rechaza el uso de la marihuana medicinal fuera del proceso regulador de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés; la AAP sigue manteniendo esta postura).
Con todo, Aran empezaba a contar con evidencias a su favor. El primer indicio de que el cannabis podría funcionar en los niños con autismo provino de las anécdotas de progenitores que habían usado la sustancia para tratar a sus hijos epilépticos. El argumento para el tratamiento se sustentaba en los dos componentes químicos principales de la planta de marihuana: el agente psicoactivo tetrahidrocannabinol (THC) y el antipsicótico cannabidiol (CBD).
El cerebro está lleno de receptores cannabinoides, así llamados por la planta, y cuya función es actuar como cerrojo para la “llave” del THC. Cuando el THC se une a los receptores cannabinoides del cerebro, el cuerpo es inundado por numerosas sensaciones que los usuarios de marihuana describen como “el viaje”.
El CBD funciona de otra manera. No es psicoactivo, así que no se liga, directamente, con los receptores cannabinoides, y los científicos creen que no altera las funciones cerebrales. Por el contrario, el CBD interactúa con el cerebro de manera indirecta mediante un proceso que combate la psicosis, la inflamación, la ansiedad y la depresión. Mientras que el THC aturde a las personas —y ofrece un riesgo potencial a los cerebros inmaduros—, el CBD las relaja y contrarresta su ansiedad, lo que le vuelve relevante para la epilepsia y el autismo.
El cerebro humano sano depende de un buen equilibrio de estimulación e inhibición, un tira y afloja que regula la información que circula por las sinapsis químicas de nuestra cabeza. La estimulación hace que las células se activen, transmitiendo información y señales. La inhibición mantiene controlado ese tráfico. Estos dos mecanismos se combinan para distribuir información sin sobrecargar al sistema.
Las personas con epilepsia sufren de una menor inhibición, y esto provoca las convulsiones. En los últimos cinco años varios estudios exitosos con cannabis —todos utilizaron cepas especializadas con poco o nada del THC— han demostrado que el CBD trata ciertas formas de epilepsia pediátrica grave. Los médicos creen que el CBD funciona porque aumenta la inhibición, y esto ayuda a prevenir la activación de los neurotransmisores —los mensajeros químicos cerebrales— que precipitan las convulsiones. Y ya que el CBD no provoca “el viaje”, se piensa que, al administrarlo por sí solo, representa un riesgo mínimo para el cerebro infantil en desarrollo.
Israel ha estado a la vanguardia en la investigación en marihuana medicinal desde que la atención médica moderna comenzó a evaluar los méritos de la hierba. Raphael Mechoulam, quien estudia química médica en la Universidad Hebrea de Jerusalén, fue el primero que identificó el THC y el CBD al estudiar cinco kilos de hachís libanés a principios de la década de 1960. Su intención era desentrañar los componentes químicos de la misma manera como los investigadores previos habían estudiado e identificado los componentes de la heroína. Y en 1980, su investigación condujo al primer ensayo clínico sobre el uso del CBP en la epilepsia.
Los resultados fueron prometedores, pero el estigma de la marihuana como droga psicoactiva poderosa era demasiado fuerte para dar pie a un cambio inmediato. La Administración de Drogas de Estados Unidos la clasifica como una sustancia controlada de Lista 1, lo cual significa que se considera adictiva e insegura, y carente de aplicaciones médicas.
Pese a ello, Mechoulam y otros científicos siguieron investigando el CBD y sus efectos, discretamente. Influida, en parte, por su labor, la cual demostró que la marihuana podría ser un analgésico potente, California legalizó la marihuana médica en 1996, y varias entidades federales de Estados Unidos siguieron su ejemplo. Sin embargo, hizo falta una niña de ocho años para convencer a la comunidad médica de que la hierba es un tratamiento pediátrico legítimo.
Charlotte Figi, residente de Colorado, padece de una epilepsia que amenaza su vida. Ya desde bebé, sufría hasta 300 convulsiones del gran mal cada semana. A los cinco años, su corazón se detuvo varias veces, y era incapaz de comer o caminar por sí sola. En 2013, sus padres convencieron a un médico de Denver de que le recetara aceite de cannabis. El compuesto, creado en una proporción 20:1 de CBD y THC, le salvó la vida.
Hoy Charlotte cuenta 11 años, y todos los días toma dos dosis del aceite de cannabis con los alimentos (preparado en la misma proporción 20:1). Sus convulsiones casi han desaparecido, y es una niña saludable y vigorosa. Su recuperación ha sido tan notable que en Colorado se produce una cepa de cannabis medicinal especial, alta en CBD y baja en THC, llamada Charlotte’s Web.
El año pasado, una compañía farmacéutica londinense sometió el Epidiolex —un medicamento hecho con el CBD— a la aprobación de la FDA. Según el estudio publicado en enero, el fármaco ayudó a reducir los ataques epilépticos en 41 por ciento, contra 14 por ciento en los pacientes tratados con placebo. La FDA podría aprobar el Epidiolex este verano y, de ser así, será la primera vez que la dependencia abra la puerta reguladora a un medicamento derivado de la marihuana.
En 2013, cuando se dio a conocer el caso de Charlotte, Aran era uno de un puñado de neurólogos que recetaban cannabis a epilépticos jóvenes. No obstante, casi un tercio de los niños con autismo también sufren de epilepsia. A la vez que Aran observaba que sus pacientes epilépticos presentaban menos convulsiones, notó que quienes padecían de autismo también mostraban una mejoría en sus conductas repetitivas, sus dificultades de comunicación y su frustración con las interacciones sociales. Y esa misma coincidencia fue señalada en diversos casos de estudios publicados en revistas médicas de todo el mundo.
“Vimos [en la comunidad médica] que los niños con epilepsia y autismo mejoraban de verdad, no solo en cuanto a la epilepsia, sino también en su conducta”, explica Aran. “Y, a veces, lo único que mejoraba eran los síntomas del autismo”.
Aran, de 47 años, conocía profundamente la investigación de Mechoulam en torno del antipsicótico cannabidiol y la epilepsia, pero comenzó a preguntarse: ¿Acaso el CBD podría funcionar en casos en los que el paciente solo sufría de autismo?
“DEBEMOS SER CAUTELOSOS”
En foros en línea y publicaciones Facebook, los progenitores de los pacientes con autismo de Aran empezaron a leer historias sobre el efecto positivo del CBD en la superposición de epilepsia y autismo, de manera que comenzaron a presionar al médico para que probara el cannabis en sus hijos.
El doctor vaciló durante dos años. “Al principio, pensé que no valía la pena explorarlo”, confiesa, sentado ante el escritorio atiborrado de su sencilla oficina en Jerusalén. “En efecto, esta forma de autismo severo es un verdadero problema, y los pacientes, sus familias y el sistema educativo están sufriendo. Pero los médicos debemos ser cautelosos”.
Añade que la comunidad médica tiene que proteger a los pacientes para evitar que caigan en tratamientos falsos, sobre todo los que podrían resultar dañinos. Le intrigaba utilizar el CBD con sus pacientes con autismo severo, pero no creía que fuera una decisión ética adecuada.
En Israel, una nación pequeña con costumbres informales, es habitual que un progenitor llame al celular personal del médico para pedir una receta. Poco a poco, después de hablar con docenas de progenitores persistentes, Aran cambió de parecer. Y así, en diciembre de 2015, comenzó el primer ensayo clínico abierto del mundo sobre el uso de cannabis para el autismo pediátrico, recetando la droga a un puñado de sus pacientes más afectados, con edades de entre cinco y 20 años, y con un estricto seguimiento y monitoreo de resultados. Benjamin se unió al estudio varios meses después.
La geografía ayudó al médico. Pese a la legalización de la marihuana en varios estados, la posesión de la droga sigue siendo un delito federal en Estados Unidos. Los productores estadounidenses no pueden investigar ni cultivar marihuana en gran escala, y la falta de regulaciones federales se traduce en que los médicos que quieran recetar la sustancia a pacientes de estados como California y Colorado tienen poco control sobre el producto que el enfermo recibe en un dispensario.
En cambio, Israel cuenta con una floreciente industria de marihuana medicinal. Su combinación de sol durante todo el año y recursos de alta tecnología colocan el país en posición singular para cultivar y fabricar gran cantidad de compuestos de cannabis.
El ministerio de Salud israelí considera que la nación empieza a convertirse en el líder mundial de la marihuana medicinal, y ha tomado medidas drásticas para que esto suceda. En 2016, Yaakov Litzman, rabino ultraortodoxo que entonces servía como ministro de Salud de Israel, propuso la liberación del cannabis, algo parecido a lo que se ha hecho con todos los demás medicamentos. También se unió a una comisión que abrió a la exportación el mercado israelí de marihuana medicinal, medida que tiene el potencial de inyectar miles de millones de dólares al país.
Israel es una de tres naciones (junto con Canadá y Holanda) que cuentan con un programa de cannabis que patrocina el gobierno. Y ahora que el mercado global de marihuana medicinal ha excedido el nivel de 30,000 millones de dólares, el país de apenas 8 millones de habitantes se dispone a quedarse con una parte muy significativa de esas utilidades.
El cannabis que receta Aran para el autismo y la epilepsia es una cepa especial desarrollada para pacientes epilépticos, con la proporción 20:1 de CBD y THC que resultó tan poderosa para Charlotte Figi. Hasta ahora, el médico solo la ha indicado a sus pacientes más graves: niños que jamás habían respondido a los medicamentos convencionales para el autismo; mayormente no verbales y violentos; y cuyos padres estaban desesperados. Dice que no le interesa recetar cannabis a niños que padecen otras subclases de autismo —como el síndrome de Asperger—, quienes podrían responder a terapia y fármacos convencionales. Insiste en que el cannabis es el último recurso.
En aquel primer estudio, Aran recibió a 60 pacientes de entre cinco y 21 años. Hizo un seguimiento de los resultados de cada individuo durante seis meses mediante una serie de cuestionarios que respondían los progenitores y visitas en el consultorio.
El artículo publicado ese año, en la revista Pediatrics, resume los hallazgos. La mayoría de los progenitores dijo que los niños habían mejorado. Casi la mitad observó una reducción notable en los síntomas fundamentales del autismo, y casi un tercio manifestó que los niños habían empezado a hablar por primera vez o bien, se comunicaban de manera no verbal. Un niño dijo “te quiero, mamá”, por primera vez en su vida.
En cuanto a Benjamin, a las dos semanas de surtir la receta de Aran, Sharon asegura que empezó a mostrarse más sereno. Respondía cuando ella le hablaba, podía permanecer sentado y hacer contacto visual. Si lo llevaba consigo a visitar a sus amigos, podía tomar el té con los adultos mientras el niño jugaba, tranquilamente, en otra habitación. A los pocos meses, Benjamin se encontraba tan bien que sus maestros recomendaron que dejara la clase para necesidades especiales y se uniera al grupo regular. “Es como un milagro. Puedo salir de casa y salir con él sin preocuparme”, dice Sharon. “Puedo respirar”.
TRABAJAR A CIEGAS
Aran deja de ser cauteloso, pese a lo que documentan progenitores como Sharon. A través de los años, los padres han proclamado muchas otras sustancias como curas milagrosas del autismo y todas, de manera consistente, han fracasado al ponerlas a prueba. Debido al diseño de su primer ensayo clínico, cabía la posibilidad de que los progenitores documentaran los cambios que esperaban ver en sus hijos: un fenómeno conocido como sesgo de confirmación.
Por ello, el siguiente paso —un estudio más numeroso, doble ciego, con control placebo— tendría que resolver esas inquietudes. Emprendido en 2017, el ensayo clínico fue el primero de su tipo en el mundo. Aran y su equipo reclutaron 150 pacientes nuevos para el nuevo estudio. Los niños recibieron aceite de cannabis durante tres meses, y placebo durante tres meses, con un periodo de cuatro semanas para reducir gradualmente el primer tratamiento y comenzar con el segundo. Hubo dos opciones posibles para el aceite de cannabis que recibieron los niños: un aceite hecho con toda la planta de marihuana, incluidos extractos e impurezas, o un aceite compuesto por 20 partes de CBD puro y una parte de THC puro. Los resultados serán publicados durante el presente año.
Como el estudio fue doble ciego, Aran no sabe cuáles pacientes recibieron cuál opción, aunque confiesa que es difícil contener el optimismo. Ha tratado a miles de pacientes con autismo; pacientes que rompen muebles, se arrancan el pelo y no pueden controlar sus funciones corporales. Mas los cambios que ha observado desde que empezó a recetar cannabis lo han asombrado.
“Sigo viendo la misma cosa”, dice. No sabe cuáles niños tomaron placebo, pero las personas que comparten sus vidas parecían saberlo. Cada vez que disminuía la dosis recibía llamadas de padres y escuelas pidiendo que el niño volviera a tomar la sustancia. “Disminuíamos el tratamiento y, de pronto, teníamos una crisis”.
David, de 20 años, era un muchacho corpulento de 1.86 metros de estatura, quien se volvió lo bastante sosegado para abrazar a su hermana. Y por primera vez en su vida, sonrió y pronunció el nombre de la joven. Eitan, un niño obeso de 11 años y no verbal quien, luego de muchos años de medicamentos para contener los arrebatos terminó comiendo de manera compulsiva, perdió peso. Aran aún no está seguro de que esos cambios tengan relación con el CBD, y cualquier dato requerirá de una revisión paritaria extensa antes de la publicación. Con todo, agrega, “algo está funcionando”.
4,000 MDD AL AÑO
Médicos y progenitores no son los únicos ansiosos de retirar los controles del estudio. También lo están las compañías israelíes de cannabis, trabadas en una competencia por un mercado que podría alcanzar un valor de 4,000 millones de dólares durante el próximo año.
Son tres las compañías que dominan el acelerado mercado de cannabis de Israel, cada cual pugnando por el primer puesto. Tikun Olam se convirtió en el primer proveedor de cannabis medicinal del país tras su lanzamiento, en 2015. Breath of Life es, actualmente, la mayor instalación mundial para producción, investigación y desarrollo de cannabis medicinal, con 93,000 metros cuadrados de campos de cultivo y 2,800 metros cuadrados de espacio para laboratorios e invernaderos. Better es la única compañía de cannabis medicinal cien por ciento orgánica en Israel. Las tres han emprendido estudios privados para generar datos que les ayuden a vender sus sustancias (en estos momentos, Aran utiliza el cannabis de Breath of Life, compañía que creó Topaz, la cepa 20:1 desarrollada, específicamente, para su estudio y que proporciona de manera gratuita).
Estas empresas tienen puesta la mirada en el ensayo clínico porque zanjará un debate sobre lo que se denomina efecto “entourage” o efecto séquito. El término, acuñado por Mechoulam, se refiere al concepto de que muchos componentes del cannabis —THC, CBD y otros— trabajan en conjunto. Si quitas alguno, la planta pierde su efecto. No se sabe si el fenómeno es real. Y el ensayo clínico de Aran —que utiliza aceite de componentes aislados y aceite de la planta completa— responderá la interrogante.
Breath of Life compensa su apuesta cultivando plantas de cannabis y haciendo investigaciones de laboratorio que extraen el CBD puro para usos farmacéuticos. Su objetivo es presentar un producto de cannabis que la FDA esté dispuesta a autorizar para el uso de niños con autismo. Una vez que se conozcan los datos del tipo de aceite que funciona, la compañía podrá concentrar recursos solo en esa versión.
“Si toda la planta demuestra ser estadísticamente significativa respecto a la versión limpia, eso significará que existe un efecto séquito, y entenderemos la dirección que habremos de seguir como investigadores”, dice Tamir Gedo, presidente de Breath of Life. “En cualquier caso, vamos a presentarlo a la FDA”.
¿LLEGAR A ESTADOS UNIDOS?
Desde que Aran iniciara su investigación, los médicos estadounidenses también han empezado a considerar el cannabis como un tratamiento potencial para el autismo. El año pasado, el Dr. Eric Hollander, director del Programa del Espectro Autista y Obsesivo Compulsivo del Centro Médico Montefiore, en Nueva York, anunció que llevaría a cabo su propio estudio sobre cannabis medicinal en el autismo pediátrico: el primero en Estados Unidos que exploraría el uso de cannabis para tratar el autismo pediátrico. “Hay una enorme necesidad insatisfecha”, dice. Sin embargo, los pacientes de Hollander no reciben tratamiento con THC o CBD. Lo que les administran es cannabidivarina pura, o CBDV: un cannabinoide derivado de la planta de cannabis. El CBDV es muy parecido al CBD y ha tenido resultados similares en términos de aplicaciones médicas. En estudios con pacientes epilépticos, el CBDV también ha resultado eficaz para reducir las convulsiones.
El Departamento de Defensa de Estados Unidos está financiando el estudio de Hollander. Debido a que muchas familias militares con hijos con autismo tienen serias dificultades con la reubicación y la residencia en lugares apartados, el Departamento creó un programa para investigar el autismo. Un productor londinense de cannabis está proporcionando la sustancia, que se administra en cápsulas. El objetivo del estudio es determinar si el CBDV, por sí solo, puede combatir los síntomas fundamentales el autismo.
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Expertos estadounidenses en autismo se encuentran a la expectativa en cuanto se refiere al CBD. La Dra. Randi Hagerman, directora médica del Instituto MIND (siglas en inglés de Investigación Médica de Trastornos del Desarrollo Neurológico), en la Universidad de California, Berkeley, dice estar intrigada por el potencial del CBD para tratar a niños con trastornos neurológicos como el autismo, aunque hacen falta más evidencias. Hagerman está estudiando el CBD para el tratamiento del síndrome del cromosoma X frágil (síndrome de Martin-Bell), una alteración genética que causa deterioro cognitivo. “Ya veremos si, realmente, resulta útil en un ensayo clínico controlado”, señala Hagerman.
No obstante los resultados, aún falta mucho para que ocurra un cambio. Podrían transcurrir varios años antes de que los progenitores estadounidenses que esperan administrar cannabis a sus hijos con autismo severo puedan disponer de un fármaco derivado de una investigación israelí o estadounidense. Solo los médicos de tres estados —Georgia, Oregón y Pensilvania— pueden recetar cannabis, legalmente, a niños con autismo. Y en julio, una nueva ley dará acceso a los doctores de Minnesota.
En marzo de 2017, Hollander hizo el reclutamiento para su estudio, mas los resultados se darán a conocer en tres años. Si demuestran una diferencia estadísticamente significativa entre el CBDV y el placebo para tratar los síntomas del autismo, es probable que implementen un estudio de Fase III, una etapa necesaria para llevar el fármaco al mercado. Hollander calcula que pasarán, al menos, seis años antes de que el medicamento que está estudiando llegue al mercado estadounidense.
Sin embargo, la comunidad médica global está interconectada. El estudio de Aran podría ejercer presión en la FDA para acelerar el proceso, o para aprobar el uso “no indicado” de medicamentos de CBD para la epilepsia. Hollander considera que, si los inminentes datos de Jerusalén demuestran que resultados como el de Benjamin no son raros entre los niños con el TEA severo, y si los efectos colaterales son leves y manejables, algunos estados podrían enmendar sus legislaciones sobre marihuana medicinal para que los progenitores tengan mayor acceso.
Entre tanto, Aran enfatiza la necesidad de cambiar el estigma que persiste en la medicina y en la regulación antidrogas estadounidense contra la marihuana. “Es impensable dar marihuana a los niños, pero el CBD no es marihuana”, insiste. “No es una droga. Es un medicamento”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek